Domingo III Tiempo Ordinario (C)

21-1-2007 DOMINGO III TIEMPO ORDINARIO (C)
Nehm. 8, 2-4ª.5-6.8-10; Slm. 18; 1ª Cor. 12, 12-30; Lc. 1, 1-4; 4, 14-21
Queridos hermanos:
En el día de hoy tenemos varias celebraciones:
- Desde el día 18 hasta el 25 de enero celebramos la Semana de oración por la unidad de los cristianos. Sabéis que los cristianos estamos divididos en católicos, ortodoxos y protestantes, y entre estos últimos hay luteranos, anglicanos, episcopalianos, calvinistas, evangelistas, baptistas y un largo etcétera. Todos confesamos a Cristo como nuestro Señor, como el Hijo único del Padre, pero… estamos divididos entre nosotros. Por eso, desde hace ya tiempo los cristianos oramos, especialmente en esta semana que precede a la festividad de la conversión de S. Pablo (día 25 de enero), para que el Señor nos conceda la tan ansiada unidad. Ya la pedía Jesús cuando le faltaba poco para su Pasión y Muerte: “Padre santo, guarda en tu nombre a los que me has dado para que sean uno, como tú y yo somos uno (Jn 17, 11). Asimismo se pide esta unidad en aquellas bellas palabras de S. Pablo, cuando decía que existe “un solo Señor, una sola fe, un bautismo, un Dios” (Ef. 4, 5-6). O también aquello que se nos dice en la segunda lectura que acabamos de escuchar: “Todos nosotros hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu” (1ª Co. 12, 13).
- Del mismo modo celebramos hoy el domingo tercero del tiempo ordinario con unas lecturas que nos hablan de la misión que inicia Cristo Jesús entre nosotros; El ha sido enviado por el Padre. Así, se dice claramente en el evangelio cómo Jesús no se quedó encerrado en su propia naturaleza divina, en sus propios dones, sino que, fiel al Espíritu que lo impulsaba, comenzó a realizar la misión para la que el Padre lo había destinado: “’El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista. Para dar libertad a los oprimidos; para anunciar el año de gracia del Señor.’ Y, enrollando el libro, lo devolvió al que le ayudaba y se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos fijos en él. Y él se puso a decirles: - ‘Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír.’” (Lc. 4, 20-21). Jesús tenía una misión a favor de los hombres: anunciar la Buena Noticia a los pobres, anunciar libertad a los presos y a los oprimidos (presos y oprimidos por su egoísmo, por su vida mediocre, por su vida familiar atormentada, por los maltratos físicos y psíquicos…), dar vista a los que no ven, y anunciar el año de gracia-perdón-alegría de Dios.
También nosotros, como cristianos, como seres humanos, tenemos nuestra misión en esta sociedad, en la Iglesia. El otro día me preguntaba una persona cómo debía hacer para dar testimonio en su familia, en su trabajo… ante los demás. Comprendía todo lo que Dios le había dado y le daba, y que no podía quedar encerrado dentro de sí. Sintió esto mucho más urgentemente porque hace unos días murió una persona de su entorno laboral y acudieron al funeral todos los componentes del departamento en donde trabajaba. La mayoría eran ateos y en la Misa no hicieron la señal de la cruz, no rezaron el padrenuestro, no contestaron a las oraciones del sacerdote, no cantaron, a la Consagración se quedaron de pie, nadie acudió a comulgar. Esta persona, como los demás…, tampoco. Y se dijo: “Si yo hubiera estado en la Misa habitual dominical de mi parroquia, sí que hubiera ido a comulgar y hubiera cantado y contestado y... ¿Por qué no lo hice? ¿Me avergüenzo de Dios y de mi fe ante los demás? ¿Qué tengo que hacer? ¿Actuar como en mi parroquia, aunque luego me tomen ‘por el pito del sereno’ en mi lugar de trabajo?”
En la segunda lectura de hoy se nos dice que la Iglesia se asemeja a un cuerpo, en donde cada uno tiene una misión que cumplir. Las manos tienen sus propias misiones, lo mismo que los ojos o los oídos o el corazón o las piernas. Pues bien, en la Iglesia sucede lo mismo: una es la misión del sacerdote, otra la del obispo, otra la del catequista, otra la del responsable de Cáritas, o la del sacristán, o la del seglar casado, o la del seglar que trabaja en un hospital o en una oficina o en casa o en un colegio o… Cada uno de nosotros tenemos una misión que cumplir en esta sociedad y en esta Iglesia. Hemos de descubrirla, pero hemos de tener en cuenta que la finalidad de nuestra misión es similar a la de Cristo. Repito lo que decía más arriba: anunciar la Buena Noticia a los pobres, anunciar libertad a los presos y a los oprimidos (presos y oprimidos por su egoísmo, por su vida mediocre, por su vida familiar atormentada, por los maltratos físicos y psíquicos…), dar vista a los que no ven, y anunciar el año de gracia-perdón-alegría de Dios.
- El pasado día 7 de enero, festividad del Bautismo del Señor, en la Catedral de Oviedo, firmaba nuestro Arzobispo el decreto por el que se convocaba el próximo Sínodo Diocesano. El anterior había sido en 1923. En estos tiempos también tenemos una misión que cumplir en la Iglesia que camina en Asturias. En la carta pastoral convocando al Sínodo D. Carlos nos marca el camino a seguir con pistas a desarrollar, pero también para inventar y profundizar nuevos caminos de anunciar el Evangelio a todos los hombres que habitan en Asturias. La carta pastoral se puede encontrar en la página Web de la Archidiócesis: http://iglesiadeasturias.org/
Voy a resumir algunos de los puntos que D. Carlos nos menciona en su carta pastoral:
- El Código de Derecho Canónico nos dice qué es un Sínodo Diocesano: “Es una asamblea de sacerdotes y de otros fieles escogidos de una Iglesia particular, que prestan su ayuda al Obispo de la Diócesis para el bien de toda la comunidad Diocesana” (canon 460). Por tanto, se trata de una reunión de algunos sacerdotes y de algunos fieles de la Archidiócesis de Oviedo y su finalidad es ver de qué manera se puede anunciar, aquí y ahora, el evangelio de Cristo.
- D. Carlos propone tres momentos fundamentales en este Sínodo:
1. Preparación espiritual.
2. Elección de temas como fruto de esa preparación espiritual a través de unas proposiciones.
3. Toma de decisiones en cuanto a líneas de fuerza, acentos, tareas para el camino que tiene que realizar en los próximos años, la Iglesia particular para anunciar a Jesucristo
- El tiempo de preparación espiritual tiene que tener el mismo dinamismo que tuvo la llegada del Señor a este mundo. El Señor propuso estas armas de trabajo para hacerlo: la oración, el ayuno y la limosna, es decir, el situarnos en el horizonte y en el diálogo abierto con Dios, en el olvido de uno mismo y en el ejercicio radical de la caridad, hasta dar la vida. En este tiempo de preparación espiritual nos propone dos ejercicios:
1. Nueva llamada a la misión, desde la conversión, con estas propuestas: Debemos situar en el centro: a) la Palabra de Dios; b) la Eucaristía; c) la Caridad, como expresión del compromiso que nos regala la Eucaristía.
2. La misión experimentada, aprendida y comprendida, siguiendo al buen Pastor con estas exigencias: a) centralidad de la penitencia; b) centralidad de la comunión para hacer creíble el Evangelio.
- En el tiempo de elección de temas se dará un elenco de temas posibles a tratar y a decidir después en la Asamblea Sinodal, incluso con decisiones que tengan normas canónicas. Estos temas posibles a estudiar, se darían antes de la Asamblea al estilo de un documento como se hace en los Sínodos universales, con unas proposiciones a estudiar y trabajar.
- En la tercera fase, haremos la Asamblea Sinodal, tal y como lo describe el derecho de la Iglesia.