Santísima Trinidad (C)

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3-6-2007 SANTISIMA TRINIDAD (C)
Prov. 8, 22-31; Slm. 8; Rm. 5, 1-5; Jn. 16, 12-15
Queridos hermanos:
En el día de hoy se celebra el domingo de la Santísima Trinidad y también en este día se celebra el domingo “Pro Orantibus”, es decir, por todos aquellos dedicados a la vida contemplativa: los fieles que están en conventos de clausura o fuera de ellos, y que su misión preferente es la de orar; orar al Dios Uno y Trino, y orar por toda la Iglesia y por todo el mundo.
A primeros del mes de mayo acudí a un monasterio de clausura de la archidiócesis para hacer dirección espiritual con una religiosa. Esta me comentó que el día de la Santísima Trinidad era el día de la vida contemplativa y que lo mencionara en la homilía. A lo que yo le contesté que mejor preparaba ella ese día la “homilía” y yo la predicaría adaptándola en lo que estimare oportuno. Sin cambiar casi nada de lo que me ha remitido, aquí está el resultado:
Cuenta S. Jerónimo de sí mismo que, siendo ya sacerdote y llevando una vida de privaciones, había algo de lo que no podía desprenderse: su biblioteca. Preciosa y valiosa biblioteca. Dice S. Jerónimo que ayunaba de comer manjares exquisitos, pero no podía pasar un solo día sin leer a Cicerón y otros clásicos de la literatura pagana. Hasta tal punto que, si intentaba leer los profetas o los evangelios, le horrorizaba su lenguaje inculto y los despreciaba en su interior. “Al no ver la luz, pues tenía los ojos ciegos, no me acaba de convencer que era por culpa de mis ojos y no del sol”, decía S. Jerónimo. Sucedió que, en una Cuaresma, cayó gravemente enfermo. Ya le daban por muerto y comenzaron a prepararle el entierro. En esta situación, S. Jerónimo se vio llevado ante Dios y allí le preguntaron de qué condición era, a lo que él respondió que era cristiano, pero se le replicó que eso era falso, que en todo caso él era ‘ciceroniano”, pues donde estaba su tesoro, allí estaba su corazón. Jerónimo no tenía razones para alegar, y se quedó sin palabras. Aquello era verdad. Sentía que su conciencia le atormentaba por haber buscado la alabanza y la gloria humana, y haberse recreado en ella. Así que comenzó a gritar al Señor y a pedir misericordia. Se le concedió retornar a la vida humana con gran sorpresa de los que ya le tenían por muerto. Fue tal el vuelco que dio a su vida, que puso su corazón y, por tanto, su tesoro en la Sagrada Escritura y ha pasado a la historia de la Iglesia como un gran comentador de la Escritura. A él se debe la traducción al latín de la Biblia; es lo que se conoce como la Vulgata.
Donde está tu tesoro, allí está tu corazón. Hoy la Iglesia, nuestra Madre, en su liturgia nos abre su Tesoro. ¿Cuál es el Tesoro de la Iglesia? Es Dios: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Nos lo abre y nos dice: 1) Tu corazón ponlo en el Padre. No busques otros apoyos, otras referencias. Confía en Dios, confía en su Providencia y su amor sobre ti. El te guía y te acompaña siempre. El Padre del cielo cuida de ti. 2) Tu corazón ponlo en el Hijo. No busques otros señores. El es nuestro único Señor. Jesús es la perla preciosa, y el tesoro escondido de que nos habla el Evangelio. Sólo El es el camino de la felicidad. 3) Tu corazón ponlo en el Espíritu Santo. No busques la vida en otras partes ni en otras cosas. El Espíritu es Señor y dador de vida. Sólo El puede darte la paz y el gozo verdadero.
La Iglesia, además de abrirnos su Tesoro, también hoy nos abre su corazón y nos dice: En mi corazón están los hermanos y hermanas contemplativos. Hoy debéis rezar por ellos. Recordadlos y ayudadlos; ellos también necesitan de vuestra oración y cariño. El corazón de nuestra Iglesia diocesana está latiendo con la ofrenda de la vida y con la oración de los contemplativos. En nuestra archidiócesis hay monjes cistercienses en Valdediós, monjas dominicas en Cangas de Narcea, clarisas en Villaviciosa. En Gijón hay agustinas y carmelitas descalzas, y en Oviedo hay benedictinas, salesas, agustinas, pasionistas y carmelitas descalzas. También hay seglares que llevan una vida apartada de oración, de silencio y de trabajo.
Los contemplativos no os olvidamos ante el Señor. No hace mucho me decía una amiga: “Tú te has ido, nos has dejado. Tú tienes vocación, pero a nosotros qué nos va en ello…” Es verdad que me he ido, pero no me he alejado.
No os he dejado. Al contrario. Estoy más cerca, aunque, como el corazón, esté más dentro y, por eso, más escondida. Dios me ha dado esta vocación, porque me ama, porque ama a la Iglesia, porque ama a la humanidad, porque os ama a vosotros, porque te ama a ti. Os va mucho en ello: mi vocación os pertenece y es para vosotros.
No me he alejado. Cuando estoy con Jesús en la oración, durante el día o durante la noche, vosotros estáis aquí, conmigo y con El, como en una mesa de familia que El, el Señor, preside y en la que nos está regalando su amor. Yo procuro serviros, como una madre sirve a la mesa de sus hijos. Así, en la mesa de mi corazón y de mi oración estáis vosotros –con vuestras vidas, vuestras necesidades, vuestras preocupaciones, dudas, enfermedades, desesperanzas…- para ser presentados y escuchados por el Señor. Y El, tan bueno, quiere que os sirva amor en abundancia, alegría de Espíritu, paz y paciencia. De este modo, desde el Corazón del Señor llego a vuestro corazón.
No os he dejado. Sí, es verdad, a muchos hermanos no los conozco ni nunca sabrán de mí, pero han llegado a ser tan importantes que por cada uno y por todos ofrezco con Jesús mi vida cada día. Nadie debería sentirse solo; siempre, con nuestra oración, os echamos un cable, os tendemos la mano.
¿Es difícil darse cuenta de esta realidad? A veces sí, porque habitualmente no nos paramos a pensar que nuestro corazón está latiendo y regando nuestro cuerpo. Pero un día nos hacemos una herida y empieza a chorrear sangre y entonces nos percatamos que el corazón nos envía sangre a todo el cuerpo y tenemos vida. Por eso, a veces necesitamos tener heridas en el alma: insatisfacción, decepciones, fracasos, contrariedades, sufrimientos… para levantar nuestro corazón al cielo y saber que nuestra Vida es Dios. Sólo Dios. Todo pasa y caminamos hacia El. Pero estamos sostenidos, somos ayudados; alguien, una hermana o un hermano contemplativo, se acuerdan hoy de mí y puedo seguir caminando con confianza y llevar con paz y hasta con alegría mi cruz de cada día.
Allí donde está nuestro tesoro, allí está nuestro corazón. Fijaos lo que nos dice hoy la Iglesia: allí donde está mi tesoro, es decir, mi Dios Uno y Trino, allí está mi corazón, es decir, los hermanos y hermanas contemplativos. Los hermanos y hermanas contemplativos tenemos nuestro corazón en el Tesoro de la Iglesia, y allí os tenemos a vosotros, nuestros hermanos, en el amor del Señor.