Domingo XVI del Tiempo Ordinario (C)

22-7-2007 DOMINGO XVI TIEMPO ORDINARIO (C)
Gn. 18, 1-10a; Slm. 14; Col. 1, 24-28; Lc. 10, 38-42
Queridos hermanos:
- En esta semana un sacerdote, creo que de la diócesis de Córdoba, fue asesinado en su cama y en su casa. Parece ser que el asesino fue un inmigrante al que había dado cobijo y trabajo. Este sacerdote solía hospedar a gente necesitada e igualmente le daba trabajo. De esta práctica habitual suya se derivó su muerte, una muerte violenta. Cuando uno ve estos hechos, desde el Señor, debe preguntarse a quién se parece más uno: ¿al sacerdote asesinado o al asesino? No puedo sin más condenar o juzgar a las otras personas. No puedo juzgar al sacerdote por ser un ingenuo y un inconsciente. No puedo juzgar al asesino por ser un desagradecido y un desgraciado. ¿A quién me parezco yo más en mi vida ordinaria: al sacerdote o al asesino?
En el salmo 14 se dice en la respuesta: “Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda?” Y la respuesta es la siguiente: “El que procede honradamente y practica la justicia, el que tiene intenciones leales y no calumnia con su lengua. El que no hace mal a su prójimo ni difama al vecino, el que […] honra a los que temen al Señor. El que no presta dinero a usura ni acepta soborno contra el inocente.“ Pues bien, nosotros, con frecuencia, estamos hospedados en la tienda del Señor y somos como ese asesino del sacerdote. Nosotros también respondemos con mal a la mano que nos da de comer (a Dios y sus hijos, nuestros prójimos), a la mano que nos cobija (a Dios y a sus hijos, nuestros prójimos), a la mano que nos da cariño (a Dios y a sus hijos, nuestros prójimos).
- Según nos cuenta el evangelio, Jesús estaba constantemente ocupado y de acá para allá. Siempre hablando y enseñando a la gente. Siempre curando y caminando de una aldea a otra, de un pueblo a otro. No podía sacar tiempo ni para estar a solas. Solía apartarse un poco por la noche para estar con Dios a solas. Asimismo ¡cuántas veces quiso estar con los apóstoles únicamente, pero no podía! Jesús necesitaba, como todos los hombres, su espacio de silencio, de soledad, de estar en paz, de “quitarse los zapatos y andar las zapatillas”! Y lo mismo que nosotros tenemos nuestros rincones preferidos, nuestros amigos… también Jesús lo tenía y se llamaba Betania. Era un pequeño pueblo cercano a Jerusalén, en donde habitaban sus amigos Lázaro, Marta y María; hermanos entre sí. El evangelio de hoy nos narra un episodio ocurrido en Betania, en casa de los tres hermanos: Llega Jesús y con él sus discípulos. Las amas de casa ya sabéis lo que come un hombre de más en el hogar. ¡Pues imaginaros 12 hombres y Jesús: en total 13 varones! En aquel tiempo no había agua en la casa, no había neveras ni supermercados con comida rápida. Para cualquier mujer toda esta situación hubiera supuesto un verdadero quebradero de cabeza. Lo sería hoy día con todos los medios modernos con los que cuentan las casas, ¡cuánto más en tiempos de Jesús! Por eso, nos cuenta el evangelio que Marta se multiplicaba para atender a todo y a todos, y al ver a su hermana María que no hacía nada, que no ayudaba en nada, y que estaba sentada a los pies de Jesús escuchándolo, fue cuando Marta se paró y le dijo a Jesús aquello de: “Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola con el servicio? Dile que me eche una mano.” Marta tenía toda la razón, pero el Señor con su respuesta parece que se la quita. En efecto, Jesús le dice: “Marta, Marta, andas inquieta y nerviosa con tantas cosas; sólo una es necesaria. María ha escogido la parte mejor, y no se la quitarán.” Podía Marta haber contestado que entonces ella también pararía de trabajar y de preparar comidas y lechos para dormir, que ella también se sentaría a los pies de Jesús a escuchar y a no hacer nada. Y, cuando llegase la hora de comer, que cada cual se arreglase por sí mismo.
Hay personas (sobre todo mujeres) que me han comentado lo mal que les parece esta respuesta de Jesús… por injusta y porque se ve que Jesús es un hombre y que no pisa los pies en el suelo. Sin embargo, yo entiendo que Jesús no contesta a Marta para aquel momento concreto, sino que más bien le dice algo a Marta que llega a lo más profundo de su corazón y de su alma. En efecto, Jesús ve que Marta es una persona ajetreada, pero no sólo en ese momento, sino en todos los momentos de su vida. Es una persona toda actividad y poca reflexión, toda impaciente y con poca paz, todo ruido y con poco silencio, todo el ‘aquí y ahora’ y no ver las cosas un poco más allá. (El jueves me contaba una persona que pasó unos días de julio en Orense y que se dio cuenta de lo mucho que gritaba y hablaba alto la gente por allá. Antes esta persona hacía igual, pero, desde que conoció al Señor más de cerca, habla más suave y más pausadamente y su corazón no está tan agitado).
Ante este texto y esta explicación, ahora os pregunto yo: ¿Nosotros nos parecemos en nuestra vida ordinaria más a Marta (inquietos, nerviosos, con falta de paz, ruidosos, volubles…) o a María (con más serenidad, con más paciencia y más paz, estables, con equilibrio en nuestra personalidad…)? Cuanto más estamos con el Señor, El nos da los dones de María y nos va quitando los nerviosismos de Marta.
- El texto de la segunda lectura es muy denso. Voy a destacar dos frases: 1) “Nosotros anunciamos a ese Cristo; amonestamos a todos, enseñamos a todos, con todos los recursos de la sabiduría, para que todos lleguen a la madurez en su vida en Cristo.” La fe de S. Pablo es cristocéntrica. El no cree simplemente en Dios, sino en el Dios de Jesucristo. En sus predicaciones habla sólo de Cristo y de aquello que conduzca a Cristo. Es un enamorado de Cristo. Recuerdo que, hace años, un chico entró en el Seminario de Oviedo y con los jóvenes de la parroquia en donde realizaba su labor hablaba de Jesús una y otra vez. Un día le dijeron: ‘Basta ya. No sabes más que hablar de Jesús. ¿No tienes otro tema de conversación?’ De momento el seminarista se quedó parado, pero enseguida respondió: ‘Un novio habla de su amor, de su novia. Yo hablo de mi amor, de Cristo’. Y siguió con su monotema. A mí me tiene dicho gente que le trataba, que este seminarista arrastraba a los que tenía a su alrededor, pues hablaba desde el corazón y no desde lo que había aprendido en los libros.
S. Pablo hablaba de Cristo a todas horas y su afán era que todos los que lo escucharan creyeran en El, y madurasen en la vida de fe. ¿Noto cómo madura de mi vida de fe con el paso de los años o sigo igual que hace tiempo?
2) La segunda frase que destaco es ésta: “Me alegro de sufrir por vosotros; así completo en mi carne los dolores de Cristo, sufriendo por su cuerpo que es la Iglesia.” S. Pablo tenía dos amores: Cristo y la Iglesia. Para él el sufrimiento era tomar parte de los dolores de Cristo Jesús, compartía sus sinsabores y fracasos. Pero S. Pablo sufría, como Cristo, por la Iglesia, por los cristianos, por los hombres, por todos los hombres y por cada hombre en particular. Hay gente a la que le hablan mal de la Iglesia y es como si le clavaran una puñalada. Hay gente que ve un pecado en la Iglesia y es como si le clavaran una puñalada. Sufrir con Cristo y sufrir por la Iglesia es un don de Dios, que no todo el mundo tiene, sino sólo aquellos a los que Dios se lo ha concedido y han trabajado por ello en su vida espiritual. ¿Tengo yo estos dones? ¿Son Cristo y la Iglesia mis grandes amores como lo eran para S. Pablo?