Todos los Santos (C)

1-11-2007 TODOS LOS SANTOS (C)
Ap. 7, 2-4.9-14; Slm. 24; 1 Jn 3, 1-3; Mt. 5, 1-12
HNO. RAFAEL, MONJE TRAPENSE
Queridos hermanos:
Al querer preparar la homilía de hoy (festividad de Todos los Santos) se me vino a la mente el hablaros de un santo concreto. Un santo al que “conocí” siendo yo seminarista y que me ayudó mucho en mi vida de seminarista y de sacerdote. Es un santo que ha ayudado y ayuda con sus palabras y ejemplo a mucha gente. Me estoy refiriendo al Hno. Rafael de la Trapa de Palencia. Creo que muchos de vosotros habréis oído hablar de él. Os aconsejo que os hagáis con este pequeño libro suyo titulado “Rafael. Vida y escritos de Fray María Rafael Arnaíz Barón” de la Editorial Perpetuo Socorro. Este libro es mucho mejor que todas las televisiones juntas, que todos los ordenadores juntos, que todas las carreras de Formula 1 juntas, que todos los campeonatos de fútbol juntos. ¡¡¡Probadlo!!!
Rafael Arnáiz Barón nació el 9 de abril de 1911 en Burgos, donde también fue bautizado y recibió la confirmación. Dotado de una precoz inteligencia, ya desde su primera infancia daba señales claras de su inclinación a las cosas de Dios. En estos años recibió la primera visita de la que había de ser su compañera: la enfermedad que le obligó a interrumpir sus estudios. Trasladada su familia a Oviedo, allí continuó sus estudios medios, matriculándose al terminarlos en la Escuela Superior de Arquitectura de Madrid. Habiendo tomado contacto con el monasterio cisterciense de San Isidro de Dueñas -su Trapa- se sintió fuertemente atraído por la vida monacal. Allí ingresó el 15 de enero de 1934. Aquí se le declaró una penosa enfermedad -la diabetes sacarina- que le obligó a abandonar tres veces el monasterio, pero una y otra vez regresó en aras de una respuesta generosa y fiel a lo que sentía ser la llamada de Dios. Rafael murió con 27 años. Su familia recogió del convento todas sus pertenencias, y la madre leyó sus cartas y sus escritos íntimos dejándola con una gran paz. Se decidió a publicarlos y el éxito fue arrollador. Rafael fue “un santo después de muerto”. ¿Qué quiero decir con esto? Antes se pensaba que Rafael era un fraile más, incluso para sus propios compañeros del monasterio. En 1983 siendo diácono viajé con otros dos compañeros a la Trapa y se nos decía esto por parte de frailes que lo habían conocido y tratado. Era uno más sin que se le notara nada en especial externamente. Toda la riqueza de santidad del Hno. Rafael quedó oculta en vida para los demás. Sólo salió a la luz una vez fallecido. El Papa Juan Pablo II lo declaró Beato el 27 de septiembre de 1992.
Voy a transcribiros algunas palabras escritas por el Hno. Rafael, y que nos pueden ilustrar de cómo se enfrentaban los santos a hechos comunes de la vida y cómo esos hechos comunes les llevaban a Dios:
* Rafael entró en el monasterio en enero de 1934. Le costó trabajo amoldarse al frío, al calor, al trabajo físico, a los madrugones… Cuando más feliz estaba, en mayo de 1934 se le declara la enfermedad (cansancios y falta de fuerzas), de la que moriría más adelante. “A mediados de mayo ya no podía seguir a sus hermanos en los trabajos del campo, que constituyen uno de los principales en la vida de los monjes. Se iba quedando atrás del grupo que formaban los novicios, pero nada decía Rafael, a pesar de sufrir horriblemente. Al verle tan falto de fuerzas, y con el rostro intensamente pálido, le mandaban sentarse y abandonar la faena, pero eso era para él la mayor humillación y mayor trabajo que el trabajo mismo. ‘¡Cuántas lágrimas –decía él después- derramé entonces a solas con mi Dios!” El 25 de mayo ha de abandonar el convento con una alarmante postración física (había perdido 24 kilos en 8 días) y con el alma desgarrada. Fijaros qué palabras escribe sobre todo esto y cómo lo vivía desde Dios: “Cuando me fui a la Trapa, a El le entregué todo lo que yo tenía, y todo lo que yo poseía, mi alma y mi cuerpo. Mi entrega fue absoluta y total, muy justo es, pues, que Dios haga ahora de mí lo que le parezca y lo que le plazca, sin que haya por mi parte ni una queja, ni un movimiento de rebeldía. Dios es mi dueño absoluto, y yo soy su siervo que obedece y calla. A veces me pregunto, ¿qué querrá Dios de mí? Lo mejor es cerrar los ojos, y dejarse llevar por El, que El sabe lo que nos conviene. Yo era demasiado feliz en la Trapa. La prueba que me ha exigido es dura, pero con su auxilio saldré adelante, y aquí, allí, o donde sea, seguiré adelante sin retroceder. He puesto la mano en el arado, y no puedo mirar atrás. Dios, no solamente aceptó mi sacrificio cuando dejé el mundo, sino que me ha pedido mayor sacrificio todavía, que ha sido volver a él. ¿Hasta cuándo? Dios tiene la palabra, El da la salud, y El la quita. Los hombres nada podemos hacer más que confiar en su Divina Providencia sabiendo que lo que El hace, bien hecho está, aunque a primera vista a nosotros nos contraríe nuestros deseos, pero yo creo que la verdadera perfección es no tener más deseos que ‘se cumpla su Voluntad en nosotros’.”
* Estando en Oviedo recuperándose de su enfermedad escribió Rafael una carta a una tía suya (26 de noviembre de 1935) en que le contaba que había ido a hacer una visita al Sagrario en la iglesia de las Esclavas y que una anciana “que estaba a mi lado y que comenzó a toser desaforadamente. Primero me impacienté; y después me dio tanta vergüenza de este acto mío de impaciencia, que “tomé” a la pobre mujer de la mano y la presenté a la Virgen; le pedí a la Señora que la atendiera y se le quitó la tos. Después me dediqué a pedir por ella; empecé por la viejecita de mi lado y acabé poniendo bajo el manto de la Virgen a todos los fieles de la iglesia. A veces me dan esos ataques por dentro, y te aseguro que me cuesta trabajo estarme quieto. Me estuve en la iglesia hasta que me echaron: salía tan contento de haber estado con Jesús, que me dieron ganas de abrazar al sacristán. ¡Qué feliz soy; cómo me quiere Jesús!”
* Rafael volvió al monasterio el 11 de enero de 1936. Entra enfermo; no puede llevar la vida de un monje, el trabajo físico de un monje, el ayuno de un monje. Tiene que irse a la enfermería y ser medio monje. Quiere dedicarse por entero a Dios bajo la regla cisterciense, pero no puede. Dice él: “Cuando hace dos años entré en el convento yo buscaba a Dios, pero también buscaba a las criaturas, y me buscaba a mí mismo, y Dios me quiere para El solo. Mi vocación era de Dios, y es de Dios, pero había que purificarla. Me di al Señor con generosidad, pero todavía no se lo daba todo; le di mi persona, mi alma, mi carrera, mi familia, pero aún me quedaba una cosa, que era las ilusiones y los deseos, las esperanzas de ser trapense, hacer mis votos y canta Misa. Pero Dios quiere más. Quería que solamente su amor me bastara.” Estuvo Rafael en el monasterio hasta el 29 de septiembre de 1936 en que tuvo que salir otra vez.
* Rafael retornará el 6 de diciembre de este año para salir el 7 de febrero de 1937. De esta tercera estancia suya hay un texto que a mí me gusta mucho. Se trata de un apunte de Rafael en su diario en donde describe una tentación fuerte que tuvo y cómo, con la ayuda de Dios, la superó y le sirvió para acercarse más a El: “12 de diciembre de 1936. Las tres de la tarde de un día lluvioso. Es la hora del trabajo, y como hoy es sábado y hace mucho frío, no se sale al campo. Vamos a trabajar a un almacén donde se limpian las lentejas, se pelan patatas, se trituran las berzas. El día está triste, unas nubes muy feas, un viento fuerte, algunas gotas de agua que caen como de mala gana y que lamen los cristales, y dominándolo todo, un frío digno del país y de la época. Lo cierto es, que aparte del frío, que lo noto en mis helados pies y refrigeradas manos, todo esto se puede decir que casi me lo imagino, pues apenas he mirado a la ventana; la tarde que hoy padezco es turbia, y turbio me parece todo. Algo me abruma el silencio, y parece que unos diablillos están empeñados en hacerme rabiar con una cosa que yo llamo recuerdos. ¡Paciencia y esperar! En mis manos han puesto una navaja, y delante de mí un cesto con una especie de zanahorias blancas muy grandes y que resultan ser nabos. Yo nunca los había visto al natural tan grandes, y tan fríos. Qué le vamos a hacer, no hay más remedio que pelarlos. El tiempo pasa lento, y mi navaja también, entre la corteza y la carne de los nabos que estoy lindamente dejando pelados. Los diablillos me siguen dando guerra. ¡¡Que yo haya dejado mi casa para venir aquí con este frío a mondar estos bichos tan feos!! Verdaderamente es algo ridículo esto de pelar nabos, con esa seriedad de magistrado de luto. Un demonio pequeñito y muy sutil se me escurre muy adentro y de suaves maneras me recuerda mi casa, mis padres y hermanos, mi libertad, que he dejado para encerrarme aquí entre lentejas, patatas, berzas y nabos. El día está triste, no miro a la ventana, pero lo adivino; mis manos están coloradas, coloradas como los diablillos; mis pies ateridos, ¿y el alma? Señor, quizás el alma sufriendo un poquillo. Más no importa, refugiémonos en el silencio. ¿Que qué estoy haciendo? ¡¡Virgen Santa, qué pregunta!! ¡Pelar nabos, pelar nabos! ¿Para qué? Y el corazón, dando un brinco, contesta medio alocado: ‘Pelo nabos por amor, por amor a Jesucristo’ Ya nada puedo decir que claramente se pueda entender, pero sí diré que allá dentro, muy dentro del alma, una paz muy grande vino en lugar de la turbación que antes sentía; sólo sé decir que el sólo pensar que en el mundo se puedan hacer actos de amor de Dios; que el cerrar o abrir un ojo hecho en su nombre, nos puede hacer ganar el cielo; que el pelar unos nabos por verdadero amor a Dios le puede a El dar tanta gloria; el pensar que por sólo su misericordia tengo la enorme suerte de padecer algo por El…, es algo que llena de tal modo el alma de alegría, que si en aquellos momentos me hubiera dejado llevar de mis impulsos interiores, hubiera comenzado a tirar nabos a diestro y siniestro, tratando de comunicar a las pobres raíces de la tierra la alegría del corazón. Yo me reía ‘a moco tendido’ (quizás por el frío) de los diablillos rojos, que asustados de mi cambio, se escondían entre los sacos de garbanzos y en un cesto de repollos que allí había. Nada somos y nada valemos. Tan pronto nos ahogamos en la tentación como volamos consolados al más pequeño toque del amor Divino. Cuando comenzó el trabajo, nubes de tristeza cubrían el cielo, el alma sufría de verse en la cruz, todo la pesaba: la Regla, el trabajo, el silencio, la falta de luz de un día tan triste y tan frío, el viento soplando entre los cristales, la lluvia y el barro. Pero todo pasa, incluso la tentación. Ya se hizo la luz, ya no me importa si el día está frío, si hay nubes, si hay viento, si hay sol. Lo que me interesa es pelar mis nabos, tranquilo, feliz, y contento, mirando a la Virgen, bendiciendo a Dios. Sepamos aprovechar el tiempo, sepamos amar esa bendita cruz que el Señor pone en nuestro camino, sea cual sea, fuere como fuere. Aprovechemos esas cosas pequeñas de la vida diaria, de la vida vulgar. No hace falta para ser grandes santos grandes cosas. Basta el hacer grandes las cosas pequeñas. Cuando termino el trabajo, y en la oración me puse al pie de Jesús. Allí a sus plantas deposité un cesto de nabos peladitos y limpios. No tenía otra cosa que ofrecerle, pero a Dios le basta cualquier cosa ofrecida con el corazón entero, sean nabos, sean imperios. Le pedí a Dios que me permita poner a los pies de la Virgen rojas zanahorias, a los pies de Jesús blancos nabos, y patatas y cebollas, coles y lechugas. En fin, si vivo muchos años en la Trapa, voy a hacer del Cielo una especie de mercado de hortalizas, y cuando el Señor me llame y me diga: ‘Basta de pelar, suelta la navaja y el mandil, y ven a gozar de los que has hecho’ Cuando me vea en el cielo entre Dios y los santos y tanta legumbre…, Señor, Jesús mío, no podré por menos de echarme a reír.”
* Rafael volverá a la Trapa el 15 de diciembre de 1937 y ya permanecerá aquí hasta su fallecimiento.