Domingo IV de Cuaresma (A)

2-3-08 DOMINGO IV CUARESMA (A)
1 Sam. 16, 1b.6-7.10-13a; Slm. 23; Ef. 5, 8-14; Jn. 9, 1-41



Queridos hermanos:
Nos presenta la liturgia de hoy, en este IV domingo de Cuaresma, la curación del ciego de nacimiento por parte de Jesús. Es un evangelio largo y muy rico en símbolos y significados. Voy a fijarme principalmente en tres personajes: el ciego, los fariseos y Jesús.
a) El ciego. Es hombre que no ve desde su nacimiento. No sabe cómo son los árboles, cómo son los pájaros, cómo son los hombres, cómo son los colores… Algo que nos parece tan corriente para todos y cada uno de nosotros y, sin embargo, un ciego no tiene noticia cierta de ello. ¡Cuántas angustias pasadas a lo largo de su vida por no poder ser como los demás, por estar condenado en vida a llevar una vida en el ostracismo! ¡Cuántas veces renegaría de Dios o preguntaría a Dios el porqué de aquella situación!: ¿Qué mal había hecho él en su vida para nacer ya ciego?
Nos cuenta el evangelio que el ciego estaba por allí y sin pedir nada a Jesús; es éste quien se le acerca y le unta los ojos con barro, que había hecho con su propia saliva y un poco de polvo del camino. El ciego adquiere la vista física. Y poco a poco empieza este hombre a caminar hacia la luz de la fe, pues él también estaba ciego de fe.
Así, este hombre sabe que fue Jesús quien le dio luz en los ojos, pero no sabe dónde está, cuando le preguntan por él. “Le preguntaron: ‘¿Dónde está él?’ Contestó: ‘No sé.’” Este hombre sólo sabe lo que Jesús hizo con él: “Me puso barro en los ojos, me lavé y veo.” Pero, a partir de aquí y ante las preguntas insistentes de los fariseos, empieza él mismo también a darse respuestas de lo que había detrás de un gesto tan sencillo como untar barro en unos ojos invidentes. Y el hombre da estas respuestas y estos pasos hasta alcanzar la fe. Veamos cómo transcurre todo: 1) Los fariseos le dicen: “nosotros sabemos que ese hombre es un pecador.” A lo que él responde: “Si es un pecador, no lo sé; sólo sé que yo era ciego y ahora veo.” 2) Cuando los fariseos le replican que no saben de dónde viene Jesús, el hombre curado da un paso más en su encuentro hacia Dios y dice: “Pues eso es lo raro; que vosotros no sabéis de dónde viene, y, sin embargo, me ha abierto los ojos. Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, sino al que es religioso y hace su voluntad. Jamás se oyó decir que nadie le abriera los ojos a un ciego de nacimiento, si éste no viniera de Dios, no tendría ningún poder.” Es decir, en un primer momento este hombre no sabe si Jesús era un pecador o no lo era, pero luego, reflexionando sobre ello, se da cuenta que Jesús no puede ser un pecador, pues un pecador no hace las cosas de Dios. 3) Ya el hombre curado de su ceguera física ha hecho el camino de fe y está maduro para recibir la luz de Dios, y es entonces cuando Jesús le sale nuevamente al encuentro. Este hombre ya puede ver a Jesús con sus ojos físicos recién curados. Y Jesús le pregunta. “¿Crees tú en el Hijo del hombre?” A lo que el hombre responde: “’Creo, Señor.’ Y se postró ante él.”
No desesperes en tu camino, si tienes grandes problemas y casi todo te va mal. Espera en el Señor. El te saldrá al encuentro. Te paciencia.
Si el Señor soluciona tus problemas físicos y humanos, piensa que todavía te queda mucho por recorrer: te queda el camino de la fe. ¿De qué te sirve tener la luz física y/o tener todos o casi todos tus problemas humanos y materiales solucionados, si te falta la luz de la fe, que te hace reconocer a Dios como tu salvador y como tu Padre?
b) Los fariseos. Al leer este evangelio y orar sobre él he sentido angustia y temor. ¿Por qué? Porque yo soy tantas veces uno de estos fariseos. Ellos veían físicamente, pero estaban ciegos, pues daban frutos de ceguera. Nos lo dice el evangelio: 1) Al ver aquel hecho tan maravilloso de que un ciego de nacimiento había sido curado por Jesús, sólo se les ocurre decir: “Este hombre no viene de Dios, porque no guarda el sábado.” Y es que Jesús había hecho barro en sábado y esto se consideraba por los judíos un trabajo, lo cual estaba prohibido en sábado. 2) Como los fariseos seguían sin creer ni aceptar aquel hecho maravilloso, dan vueltas y más vueltas preguntando una y otra vez al que había sido ciego, y también a sus padres. Me recuerda esto aquel texto del libro de la Sabiduría, que dice: Dios “se manifiesta a quienes no exigen pruebas, se revelan a quienes no desconfían. Los pensamientos torcidos alejan de Dios” (Sab. 1, 2-3). 3) Nos sigue diciendo el evangelio que los fariseos metían miedo a la gente, pues habían dicho que quien reconociese a Jesús como Mesías lo echarían de la sinagoga. Esto indica una dureza de corazón impresionante. Duros de corazón para los hombres, duros de corazón para Dios. 4) Estos fariseos se empeñan en negar lo evidente y encima quieren que los demás participen de su empecinamiento con un juramento en falso: “Confiésalo ante Dios: nosotros sabemos que ese hombre es un pecador.” 5) Cuando no salen las cosas como ellos quieren, entonces insultan al hombre que había sido agraciado con el dedo de Dios y con su misericordia. Y estos insultos los hacen desde la “seguridad” que tienen de ser los auténticos discípulos de Moisés, al que es totalmente seguro que Dios habló: “Discípulo de ése lo serás tú; nosotros somos discípulos de Moisés.” 6) Cuando el hombre curado les dice cosas de sentido común (“sabemos que Dios no escucha a los pecadores, sino al que es religioso y hace su voluntad. Jamás se oyó decir que nadie le abriera los ojos a un ciego de nacimiento, si éste no viniera de Dios, no tendría ningún poder”), los fariseos se pican en su amor propio y tildan al antiguo ciego de pecador “de pies a cabeza”, y lo expulsan, lo echan a la calle.
A medida que el antiguo ciego se va adentrando en el camino de la fe y va ablandando su corazón a Dios, con estos fariseos sucede todo lo contrario: se van alejando más y más de Dios, y van endureciendo su corazón hasta límites insospechados: maltratan, insultan y expulsan a un hombre que fue objeto de la misericordia divina y que va a pasos agigantados hacia Dios. La envidia de que aquel hombre y otros encuentren a Dios por caminos distintos a los que ellos marcan les impide reconocer y adorar al único Dios, que sí reconoció y sí adoró Moisés. La soberbia y la ira les hacen machacar a sus hermanos, los hijos de Dios. ¡Cuántas veces yo me veo reflejado en mi vida ordinaria en el comportamiento y en las actitudes de estos fariseos!
c) Jesús. En este evangelio Jesús sólo aparece al principio y al final del mismo. Durante todo el evangelio se hablará de El y de sus obras, pero no está El presente.
Al principio del evangelio, 1) Jesús se presenta como la luz del mundo. Luz para los que no ven, físicamente hablando, y por eso les devuelve la vista, aunque sean ciegos de nacimiento. Pero Jesús también es luz para los que no ven, espiritualmente hablando, y por eso les da la fe. 2) Tiene también Jesús al principio del evangelio unas palabras enigmáticas: “Mientras es de día tengo que hacer las obras del que me ha enviado: viene la noche y nadie podrá hacerlas. Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo.” Con estas palabras Jesús anuncia su muerte ya cercana y anuncia también su misión. En efecto, es de día, mientras Jesús vive en la tierra. Mientras Jesús está en la tierra es de día, porque El es el único y eterno Sol, que da vida, calor y luz a toda la creación. Cuando este Sol se apague, es decir, cuando lo crucifiquen y muera, entonces será de noche. Mientras es de día, Jesús hará las obras de su Padre Dios. Cuando sea de noche, porque el Sol esté apagado y muerto, entonces nadie podrá hacer las obras del Padre. Es la hora de las tinieblas y del Maligno.
Al final del evangelio vuelve a aparecer Jesús. Me fijaré en dos detalles: 1) De cara al hombre que estaba ciego. Jesús se acercó a él, pero sólo cuando tiene alguna necesidad (lo mismo hace con cada ser humano). Al principio se acercó, porque estaba ciego. Ahora se acerca una vez más, porque lo habían expulsado los “representantes” de Dios. Y Jesús quiere llevar a este hombre a Dios a través de la fe. Y este hombre sigue dócilmente a Jesús. 2) De cara a los fariseos. Jesús se convierte en juez y emite una sentencia: “Para un juicio he venido yo a este mundo: para que los que no ven, vean, y los que ven, se queden ciegos.” Pero, atención, no se trata de una sentencia que condena a la ceguera a los que ven, sino que se trata de una condena que constata una realidad: “Si estuvierais ciegos, no tendríais pecado; pero como decís que veis, vuestro pecado persiste.”