Jueves Santo

20-3-08 JUEVES SANTO (A)

Ex. 12, 1-8.11-14; Slm. 115; 1 Co. 11, 23-26; Jn. 13, 1-15


Queridos hermanos:
Nuestro modelo de santidad ha de ser únicamente Jesús. Si queremos ser santos ha de ser cómo El lo ha sido. Dice el evangelio de hoy: “Os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis."
Veamos su ejemplo. Hay una palabra que resume muy bien su actuación y es la de VACIAMIENTO.
- Cuando se encarna Jesús asume la humanidad y se vacía de su divinidad, pues ésta queda oculta por su humanidad. Lo eterno por lo perecedero, lo todopoderoso por lo débil, lo grande por lo miserable.
- Después está 30 años oculto a los hombres y en obediencia a un hombre y a una mujer. El es simplemente el hijo de un carpintero. Ya que se hizo hombre podía haber destacado como hombre, pero fue uno de tantos, o más bien de los más bajos y despreciables de los hombres. Su vaciamiento continuó en este aspecto, pues ni siquiera como hombre destacó en sus primeros 30 años.
- A los 30 años deja a su madre y escandaliza a la gente de su pueblo (es primero la obligación que la devoción, cuida a tu madre mejor que andar por ahí hablando de Dios, predica con el ejemplo). Empieza un aspecto más de su vaciamiento al perder su fama ante sus vecinos y familiares, la poca que podía tener.
- Se vacía cuando empieza a sacar sus enseñanzas y las da a la gente en el sermón de la montaña, ante la viuda de Naín, con las parábolas. Lo que tiene lo da. También se vacía con sus milagros, como cuando le toca la mujer y nota que fuerza le ha salido de su ser.
- Pero su vaciamiento más total es cuando sucede la pasión y muerte: se vacía de su humanidad, pues con los insultos, golpes, escupitajos, ultrajes, azotes… se convierte en una piltrafa humana. Se vacía con sus miedos en Getsemaní, con su abandono en que ve que no ha servido para nada todo lo que ha hecho (ha sido un fracaso absoluto). Se vacía incluso de su fe y confianza en Dios (“¿Por qué me has abandonado?”). Finalmente, se vacía de su espíritu cuando grita al morir que encomienda su espíritu al Padre. Al final sólo queda el cascarón de hombre, pero todo lo demás no está. Cristo está totalmente vacío.
Signo de este vaciamiento es la Eucaristía. “Tomad y comed todos de mi cuerpo”. “Tomad y bebed de este cáliz, cáliz con mi sangre derramada”. Sangre no recogida, no echada, sino derramada por el suelo y pisada y hecha barro con el polvo y las piedras del camino. De ahí las palabras de S. Pablo en la segunda lectura: “Por eso, cada vez que coméis de este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva.” Cada Eucaristía es signo y realidad de es desprendimiento total de Cristo, de este vaciamiento.
Pero, ¿por qué y para qué se vacía Cristo de sí mismo? Se vacía por amor y para amar. Lo dice el evangelio: “Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo.” No tiene sentido el vaciamiento si no es por el amor de Cristo. Por eso la Eucaristía es la expresión más pura y digna del amor de Cristo.
Si queremos ser santos, hemos de imitar este vaciamiento en nosotros. No somos santos porque estamos tan llenos de nosotros mismos que no cabe ni mis hermanos, no cabe ni Dios. Sólo quien se vacía, puede ser llenado de Dios. Y este vaciamiento debe ser hecho por amor y para amar. A esto aprendemos en la Eucaristía, cuya institución por Cristo hoy celebramos.