Domingo XXVIII del Tiempo Ordinario (A)

12-10-08 DOMINGO XXVIII TIEMPO ORDINARIO (A)
Is. 25, 6-10a; Slm. 22; Flp. 4, 12-14.19-20; Mt. 22, 1-14


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Queridos hermanos:
- Hace varios domingos hablaba en la crisis económica en la que estamos inmersos. Me fijaba más en la microeconomía (la de familias y personas concretas) que en la macroeconomía (la de grandes empresas o multinacionales). A medida que pasan los días parece que las cosas se van poniendo peor. Y en medio de esta situación aparecen estas palabras de S. Pablo a los filipenses: “Sé vivir en pobreza y abundancia. Estoy entrenado para todo y en todo: la hartura y el hambre, la abundancia y la privación. Todo lo puedo en aquel que me conforta”. A propósito de la Palabra de Dios y de la realidad que nos rodea se me ocurren las siguientes reflexiones:
* ¡Qué fácil se pasa de lo malo a lo bueno! Mas ¡qué difícilmente se pasa de lo bueno a lo malo! En efecto, nos hemos acostumbrado a vivir en la abundancia, en el despilfarro y así se lo hemos enseñado a nuestros pequeños. Y ahora tenemos problemas para amoldarnos a la escasez o a la incertidumbre. Recuerdo que hace un tiempo decía a una familia que lo estaba pasando mal, económicamente hablando, que debían de aprender a vivir en la austeridad, que esto era bueno para la humildad y para darnos cuenta de que en realidad podíamos vivir con muchas menos cosas de las que nos imaginábamos. Es más –les decía-, si algún día pasáis a una situación de bonanza económica, debéis vivir en la austeridad como lo estáis haciendo ahora. Si una familia se puede arreglar con 100, no es obligatorio que gaste 170. Si una familia gana 1000, no es obligatorio gastar los 1000.
* Hace unos días me comentaba una persona que en su familia habían vendido hace tiempo unos bienes y el dinero lo habían metido en un banco. De varios bancos vinieron a verlos para convencerlos de meter el dinero en este fondo o en el otro. Un miembro de la familia había querido dar una limosna importante como agradecimiento a Dios por el dinero recibido, pero otro miembro se opuso y quiso meterlo todo en fondos de inversión… por lo que pudiera suceder. Pues bien, resultó que, con la caída de la Bolsa, se ha perdido bastante dinero y parece que de modo irreversible, pues una cantidad importante estaba invertida en esos bancos americanos e ingleses que cayeron en bancarrota. El familiar que quería dar la limosna se tira de los pelos por haber perdido el dinero de una forma tan idiota, pues, si se hubiera entregado a personas necesitadas, con ellas no se habría perdido en modo alguno, ya que habría alguien que estaría dando un buen uso de ello.
* Creo que hace tiempo os conté cómo un sacerdote, compañero mío, leyendo un día el periódico vio que había unas hojas de propaganda de un comercio y hojeándola se decía: ”¡Dios mío, Cuántas cosas no necesito!” En definitiva, pienso que esto que sucede a nivel mundial es una llamada de atención de Dios para que vivamos en austeridad, en ahorro, en limosnas y en compartir los bienes materiales, sabiendo que todos estos quedarán un día aquí y tendremos que desprendernos de ellos tarde o temprano.
- En el evangelio de hoy se nos habla de un banquete de bodas. La relación entre Dios y el hombre, en lugar de ser concebida como una especie de alianza diplomático-política, es presentada como una relación de amor, personal, viva, libre, pero también marcada por la infidelidad y el egoísmo del hombre para con Dios.
Imaginaros que para el año que viene se va a casar un hijo o una hija vuestra. Con esmero preparáis las invitaciones para vuestros familiares y para vuestros amigos. Se las lleváis en mano o las mandáis por correo y… recibís la misma respuesta que el padre del evangelio: “Mandó criados para que avisaran a los convidados a la boda, pero no quisieron ir”. El padre volvió a mandar más criados para que les dijeran lo que iban a comer y a beber, y les rogaban que vinieran a la boda: “’Tengo preparado el banquete, he matado terneros y reses cebadas, y todo está a punto. Venid a la boda.’ Los convidados no hicieron caso; uno se marchó a sus tierras, otro a sus negocios; los demás les echaron mano a los criados y los maltrataron hasta matarlos”. ¿Cómo os quedaría el cuerpo y el alma si los familiares y amigos, que invitaseis a la boda de vuestro hijo o de vuestra hija, os respondiesen de esta manera?
Al leer este evangelio siempre me acuerdo del tiempo que estuve de párroco en Taramundi y en ocasiones preparaba Cursillos de Cristiandad. Invitaba a los jóvenes y a no tan jóvenes al Cursillo. De cada vez invitaba a unas 100 personas, pero sólo iban, finalmente, 4 ó 5 personas. Todos tenían muchas razones para no ir y para quedarse: exámenes, atender el ganado, la cosecha, un viaje, que esperaban visita, que les daba vergüenza… En definitiva, no querían ir al banquete de bodas del Hijo de Dios.
Nos sigue contando el evangelio que el padre no se quedó con los brazos cruzados. No quería que las mesas del banquete se quedaran vacías. Dejó de lado a aquellos ingratos y mandó a sus criados que fueran, no a las casas, no a las ciudades, no a los conocidos, sino a los cruces de caminos e invitasen a todos los que pasaran por allí al banquete de bodas de su hijo.
¿En que grupo estamos nosotros: en el primero o en el segundo? Personalmente soy consciente que en muchas ocasiones el Señor, como sacerdote, como familiar y como amigo, me ha invitado al banquete de bodas de su Hijo y yo le he dicho que NO y no he hecho caso de su invitación.
Pero para mí el evangelio de hoy no es un evangelio de condena, sino de esperanza. Esperanza porque es Dios mismo quien sale a nuestro encuentro. Tantas veces estamos perdidos por caminos y montes, y El nos envía llamadas para que entremos en el banquete de bodas de su Hijo. Dios es el Buen Pastor del salmo de hoy, que nos busca y recoge sobre sus hombros. Como dice el profeta Isaías hablando del banquete del cielo: “El Señor Dios enjugará las lágrimas de todos los rostros, y el oprobio de su pueblo lo alejará de todo el país. Aquel día se dirá: ‘Aquí está nuestro Dios, de quien esperábamos que nos salvara; celebremos y gocemos con su salvación.’”
El viernes recibí un correo electrónico de una persona que fue a Estados Unidos a predicar sobre Dios. En su correo me dice: “Estoy alojada con unos amigos del Salvador. Son un matrimonio joven con dos niñas pequeñas. Muy entregados (al Señor). A él le acaban de detectar cáncer y hoy van al ver al medico. Encomiéndalos en la Misa.” Pues bien, en esta Misa de hoy quiero ser instrumento del Señor y deseo que también vosotros lo seáis conmigo para con este matrimonio salvadoreño, y para con tantas personas que sufren por tantas razones. Pidamos por todos ellos.