Domingo 2º después de Navidad (B)

4-1-2009 DOMINGO SEGUNDO DESPUES DE NAVIDAD (B)
Eclo. 24, 1-4.12-16; Sal. 147; Ef. 1, 3-6.15-18; Jn. 1, 1-18
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Queridos hermanos:
El día 1 de enero prediqué sobre la paz y puse como ejemplo iluminador un hecho narrado en la vida de San Francisco de Asís. Para el día de hoy, segundo domingo del tiempo de Navidad, he pensado continuar profundizando en la vida y en las palabras de San Francisco. Para mí él fue un padre y un maestro durante mi vida del Seminario. Yo leía su doctrina y su vida, y veía cómo iba enseñando el camino de Dios a los que tenía a su alrededor. A mí me hizo mucho bien y sé que a otras personas también se lo hizo, se lo está haciendo y se lo hará.
El jueves pasado os decía que la paz y el amor sólo podía poseerlos quien los recibía de Dios. San Francisco de Asís sabía esto y por eso él procuraba estar muy unido a Dios. Pues bien, hoy quiero leeros dos hechos de cómo San Francisco enseñaba a sus hermanos, cómo su palabra era capaz de llegar al núcleo del corazón humano y cuáles los frutos de su acción.
El primer episodio nos cuenta cómo Francisco iba con Egidio, un de sus primeros discípulos, y lo que les pasaba al anunciar a Jesús por el centro de Italia: “A cuantos se le cruzaban en el camino, el hermano Egidio se abría en una ancha sonrisa, levantaba la voz y decía: ‘El Señor te dé la paz.’ Cuando veía campesinos cortando pasto o escardando maíz, desde la vereda o aproximándose a ellos, les gritaba jubilosamente: ‘El Señor te dé su paz.’ Los aldeanos se quedaban sin saber qué responder. Por primera vez oían semejante saludo. Varias veces repitió Egidio la misma escena. ‘Este está chiflado –dijeron por fin unos segadores, y sintiéndose burlados, comenzaron a replicarle con palabras gruesas. Egidio se asustó al principio. Después le dio vergüenza. Más tarde sintió desfallecer momentáneamente su entusiasmo por este género de vida. Se aproximó atemorizado a Francisco y le dijo: ‘Hermano Francisco, no entienden el saludo. Creen que estoy burlándome de ellos. ¿Por qué no me permites saludar como todo el mundo?’ En un abrir y cerrar de ojos mil pensamientos se cruzaron en la mente de Francisco: ‘Tirar por la ventana la bolsa de oro es cosa fácil. Recibir sin pestañear treinta nueve azotes es bastante fácil. Caminar hasta la otra parte del mundo a pie y descalzo, azotado por los vientos y pisando la nieve, es cosa relativamente sencilla. Y, con la ayuda del Señor, hasta es factible entregar el cuerpo a las llamas o a la espada, ofrecer la cerviz a la cimitarra, ser torturado en el potro o arrastrado por los caballos o devorado por las fieras, e incluso besar en la boca a un leproso… Pero mantenerse en calma cuando aparece el monigote del ridículo, no perturbarse cuando le arrastran a uno por el suelo la túnica del prestigio, no ruborizarse cuando se es vilipendiado, no tiritar cuando a uno lo desnudan del nombre social y de la fama…, todo eso es humanamente imposible, o es un milagro patente de la misericordia de Dios’” (I. Larrañaga, El hermano de Asís, Ed. Paulinas, Madrid 198014, 137s).
De aquí concluimos que la paz del Señor sólo la podremos alcanzar si Dios nos la regala… y cuando estamos desasidos de cualquier cosa, de cualquier persona, e incluso de nosotros mismos. En definitiva, lo que nos quiere enseñar San Francisco de Así es que sólo el que está vacío de sí mismo puede llenarse de Dios y de su paz.
Veamos ahora el segundo caso. Está tomado de las “Florecillas del hermano Francisco” y nos dice cómo se comportó Bernardo, el primero que siguió a Francisco. Advierto que es muy duro y que sólo lo pueden entender quienes tienen este don de Dios: “Sucedió en los comienzos de la Orden que San Francisco envió al hermano Bernardo a Bolonia con el fin de que lograse allí frutos para Dios. El hermano Bernardo, haciendo la señal de la cruz, se puso en camino con el mérito de la santa obediencia y llegó a Bolonia. Al verle los muchachos con el hábito raído y basto, se burlaban de él y le injuriaban, como se hace con un loco; y el hermano Bernardo todo lo soportaba con paciencia y alegría por amor de Cristo. Más aún, para recibir más escarnios, fue a colocarse de intento en la plaza de la ciudad. Cuando se hubo sentado, se agolparon en derredor suyo muchos chicuelos y mayores; unos le tiraban del capucho hacia atrás, otros hacia adelante; quién le echaba polvo, quién le arrojaba piedras; éste lo empujaba de un lado, éste del otro. Y el hermano Bernardo, inalterable en el ánimo y en la paciencia, con rostro alegre, ni se quejaba ni se inmutaba. Y durante varios días volvió al mismo lugar para soportar semejantes cosas. Y como la paciencia es obra de perfección y prueba de la virtud, no pasó inadvertida a un sabio doctor en leyes toda esa constancia y virtud del hermano Bernardo, cuya serenidad no pudo alterar ninguna molestia ni injuria; y dijo entre sí: ‘Imposible que este hombre no sea un santo.’ Y, acercándose a él, le preguntó: ‘¿Quién eres tú y por qué has venido aquí?’ El hermano Bernardo, por toda respuesta, metió la mano en el seno, sacó la Regla de San Francisco y se la dio para que la leyese. Cuando la hubo leído, considerando aquel grandísimo ideal de perfección, se volvió a sus acompañantes lleno de estupor y admiración y dijo: ‘Verdaderamente éste es el más alto estado de religión que he oído jamás. Este hombre y sus compañeros son las personas más santas de este mundo, y obra muy mal quien le injuria, siendo así que merece ser sumamente honrado, porque es un verdadero amigo de Dios.’ Y entonces, dicho juez, con gran alegría y caridad, llevó al hermano Bernardo a su casa; y en adelante se hizo padre y defensor especial del hermano Bernardo y de sus compañeros. El hermano Bernardo comenzó a ser muy honrado de la gente por su vida santa; en tal grado, que se tenía por feliz quien podía tocarle o verle. Pero él, verdadero y humilde discípulo de Cristo y del humilde Francisco, temió que la honra del mundo viniera a turbar la paz y la salud de su alma, y un buen día se marchó, y, volviendo donde San Francisco, le dijo: ‘Padre, ya está hecha la fundación en Bolonia. Manda allá otros hermanos que la mantengan y habiten, porque yo no tenía ya allí ganancia; al contrario, por causa de la demasiada honra que me daban, temía perder más de lo que ganaba’” (De las Florecillas del hermano Francisco).
¡Que, en estas fiestas del Nacimiento del Hijo de Dios, Dios Padre nos conceda aprender de Jesús, Príncipe de la Paz, y de su discípulo aventajado, Francisco de Asís, dónde está la verdadera riqueza y la verdadera paz!