Domingo III de Cuaresma (B)

15-3-2009 DOMINGO III CUARESMA (B)
El domingo marcharé de ejercicios espirituales y no regresaré a casa hasta el viernes de noche. Por lo tanto, los comentarios que hagáis a partir de la tarde del domingo 15 de marzo no los podré "subir" al blog hasta mi regreso. Perdón por el retraso. Os encomendaré en mis oraciones y también os pido a vosotros que lo hagáis conmigo. ¡Gracias!
Ex. 20, 1-17; Sal. 18; 1 Co. 1, 22-25; Jn. 2, 13-25
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Queridos hermanos:
Llama la atención en el evangelio de hoy, entre otros, dos hechos:
- El primero es el que refiere la escena en que Jesús realiza un acto violento: coge unas cuerdas, la amarra a modo de látigo y con él echa del templo de Jerusalén a ovejas, bueyes, palomas, ganaderos, cambistas y demás gente que estaba en esos negocios. Asimismo, Jesús desparrama por el suelo todas las monedas y los tenderetes de los banqueros. Recuerdo otra serie de textos evangélicos en los que se nos presenta una imagen de Jesús bien distinta a la que estamos acostumbrados, como cuando El va a curar a un hombre en sábado y los fariseos quieren pillarlo en esa falta, entonces dice el evangelio que Jesús echó en torno “una mirada de ira” y luego curó al enfermo; en otra ocasión en que le dijeron a Jesús que Herodes lo buscaba y El contestó: “decirle a esa zorra…”, lo cual era un insulto muy grave; de la misma manera en otro texto dice Jesús que no ha venido a traer paz a este mundo, sino guerra, pues en adelante y por su causa la madre estaría contra la hija, y la suegra contra la nuera, los padres contra los hijos y los hijos contra los padres…; ¿y os acordáis también de aquel otro pasaje en que se acerca a Jesús una mujer extranjera y le pide que cure su hija enferma, y Jesús le responde que no está bien dar el pan de los hijos a los perros, es decir, Jesús llamó perros a esa mujer extranjera y su hija enferma? Son frases y escenas muy duras, que ‘no nos casan’ con la imagen pacífica, humilde y cariñosa que tenemos de Jesús: “Venid a mí todos los que estáis afligidos y agobiados, y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, porque soy paciente y humilde de corazón” (Mt. 11, 28-29).
No podemos esconder estos hechos. No podemos maquillarlos, sino que debemos enfrentarnos a ellos y tratar de reflexionar y orar sobre lo que Dios y su Hijo Jesús nos quieren decir con ellos. Alguna vez ya he explicado, lo que a mí entender contiene alguno de estos episodios. Hoy quiero detenerme un poco sobre el acto violento de Jesús narrado en el evangelio de este domingo, es decir, cuando pega con el látigo al ganado, a los dueños de los animales, a los banqueros y cambistas, y cuando destroza la propiedad privada de varios hombres que viven de sus negocios.
Para saber lo que Dios quiere decirnos hemos de mirar, además del acto violento, las palabras de Jesús que acompañaron este acto: “‘Quitad esto de aquí; no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre’. Sus discípulos se acordaron de lo que está escrito: ‘El celo de tu casa me devora’”. Jesús no echó al ganado y a la gente del templo de Jerusalén, porque le hicieran daño a él, o porque quisiera ganar algo, o en un momento de cabreo y de ira personal. Jesús iba a Jerusalén a celebrar la fiesta más importante que tienen los judíos, la Pascua, que conmemora la salvación de Dios de los israelitas del poder y la esclavitud de los egipcios. Pero, al llegar al templo, se encontró con un mercado lleno de mugidos, gritos, avaricia, robos (porque los cambistas se quedaban con más dinero de lo establecido y engañaban a los incautos, o porque se vendían animales por buenos y sanos, cuando algunos estaban enfermos y con algún defecto, o se vendían a un precio muy por encima del valor real). Jesús vio claramente esto; vio que la “casa de su Padre” destinada a adorarle, rezarle y amarle se había convertido en un gran supermercado de los intereses humanos. Dios era el que menos importaba allí y su nombre santo era usado para hacer negocios. Ante esta visión, Jesús sintió en su interior que el celo por Dios y por las cosas de Dios se apoderaba de El, y quiso hacer una “limpieza” de todo ello. Muchas personas me han dicho que han sentido de modo similar un rechazo interior al llegar a Fátima o a Lourdes.
- El segundo hecho que llama la atención en el evangelio de hoy es la protección que hace Jesús del templo de Jerusalén por ser casa de oración y también por ser la casa de su Padre Dios. Digo que llaman la atención estas palabras de Jesús referidas al templo, cuando dos capítulos más adelante, concretamente en el capítulo 4 del evangelio de San Juan, dialoga Jesús con la samaritana y ésta le pregunta que dónde se debe adorar a Dios: en un monte sagrado para los samaritanos o en el templo de Jerusalén, como dicen los judíos. Y Jesús le responde: "Créeme, mujer, que llega la hora en que, ni en este monte, ni en Jerusalén adoraréis al Padre. Vosotros adoráis lo que no conocéis; nosotros adoramos lo que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. Pero llega la hora (ya estamos en ella) en que los adoradores verdaderos adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque así quiere el Padre que sean los que le adoren. Dios es espíritu, y los que adoran, deben adorar en espíritu y verdad" (Jn. 4, 21-24). Parece que nos encontramos ante dos afirmaciones de Jesús contradictorias: por una parte dice que el templo de Jerusalén es la casa de su Padre y por defender esta casa golpea y destruye y, por otra parte, poco después dice que a Dios hay que adorarlo en espíritu y en verdad, y que no hace falta adorar a Dios en Jerusalén. ¿En qué quedamos? Para resolver esta aparente contradicción hemos de escuchar una vez más al mismo Jesús en el evangelio que hemos leído hoy. Así, cuando los judíos le pide una explicación del porqué golpeó y destrozó todo aquello, Jesús responde: “‘Destruid este templo, y en tres días lo levantaré.’ Los judíos replicaron: ‘Cuarenta y seis años ha costado construir este templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?’, pero él hablaba del templo de su cuerpo”.
En efecto, no hemos de quedar obsesionados, como les pasó a los judíos, con el templo de piedras. Si Jesús defiende el templo de Jerusalén, no lo hace por las piedras y por encargo del ‘Departamento de bienes artísticos y bienes culturales’ de Israel. No. Jesús defiende a su Padre Dios y no quiere que el amor y el culto que se le dé estén manchados de codicia, robos, y mercadeo. Cuando Jesús le dice a la samaritana que a Dios hay que adorarlo en espíritu y en verdad y no en un lugar concreto, lo que ésta diciendo es que lo más importante en la fe es… Dios y la disposición del corazón humano de cara a Dios. A Dios se le puede adorar, querer, rezar, besar, suplicar, agradecer en cualquier lugar, pero con el corazón limpio y confiado, y no lleno de cosas, las cuales no hacen más que distraernos de lo fundamental.
Por todo ello, cuando los judíos le exigen cuentas a Jesús por su acción violenta, éste quiere llevar su atención a lo importante: no a un templo de piedras, sino a un templo de carne, de espíritu (“‘destruid este templo, y en tres días lo levantaré.’ […] pero él hablaba del templo de su cuerpo”). Y este templo que es Jesús, si es destruido, será de nuevo reconstruido por el único Dios. Sí, a Jesús se le puede destruir; el Hijo de Dios es un Dios alcanzable por el odio humano. El puede morir igual que cualquiera de nosotros; igual que los adolescentes y sus profesores en Alemania en esta semana; igual que la doctora asesinada en el Levante español en esta semana. Es verdad que podemos matar a Jesús, a Dios; pero también es verdad que la muerte no puede retenerlo. Jesús resucitó de la muerte.
En definitiva, yo creo que en este evangelio de hoy lo que se nos quiere decir, entre otras muchas cosas, es que para Jesús lo más importante es Dios, el ser humano y la relación de éste con Dios. Al comprender esto, ya podemos entender más claramente por qué Jesús echó de la casa de su Padre a los que no respetaban ni a Dios ni a los hombres de fe que acudían a Jerusalén. También podemos entender por qué para Jesús lo fundamental es adorar a Dios en espíritu y en verdad, independientemente del lugar. Finalmente, podemos comprender por qué para Jesús la destrucción de su templo, en donde está la verdadera humanidad y la verdadera divinidad, no es el final, pues Dios permanece siempre, sea en la vida o sea en la muerte. Además, todos los hombres somos también templos vivos de Dios. Y todos estos templos han de ser respetados como verdaderas casas de Dios. Jesús ama especialmente los templos dolientes y enfermos, los templos explotados, agredidos y violados, los templos oprimidos y sin defensa. Las profanaciones que se hacen contra estos templos son verdaderos sacrilegios.