Domingo V de Cuaresma (B)

29-3-2009 DOMINGO V CUARESMA (B)
Jr. 31, 31-34; Sal. 50; Hb. 5, 7-9; Jn. 12, 20-33
Homilía de audio en MP3
Homilía de audio en WAV

Queridos hermanos:
Celebramos hoy el V domingo del tiempo cuaresmal y el evangelio nos muestra a un Jesús que veía cercana su muerte. Quizás sus palabras fueron pronunciadas una o dos semanas antes de su muerte.
- Sin embargo, en el día de hoy no quisiera hablar de la muerte, sino de lo que sucede en nosotros un poco antes de la muerte. ¿Qué pasa por nuestras mentes, por nuestros cuerpos, por nuestros espíritus cuando sabemos que la muerte se va acercando por la edad, por una enfermedad o por un accidente que nos deja malheridos? Todos vamos a morir. Podremos retrasarla unos años, podremos maquillarla, podremos morir de repente o tras larga agonía, pero todos vamos a morir.
Ante esa muerte que se acerca día a día, hora a hora podemos mirar al futuro (hacia ese fin que se acerca) y también al pasado (a lo que hemos hecho o dejado de hacer, a lo que fue y a lo que pudo haber sido). Ante esa muerte que se acerca día a día, hora a hora (futuro) puede haber distintas posturas:
1) La de personas que no creen en Dios, no creen en la pervivencia de un después. Escuchemos lo que dice un autor italiano ateo o agnóstico, Indro Montanelli, ante esa muerte: “Lo confieso, yo no he vivido y no vivo la falta de fe con la desesperación de un Guerriero, de un Prezzolini [...] Sin embargo, siempre la he sentido y la siento como una profunda injusticia que priva a mi vida, ahora que ha llegado el momento de rendir cuentas, de cualquier sentido. Si mi destino es cerrar los ojos sin haber sabido de dónde vengo, a dónde voy y qué he venido a hacer aquí, más me valía no haberlos abierto nunca.”
2) Quienes tienen la fe del Antiguo Testamento. Seguro que muchos de nosotros nos podremos ver reflejados en estas palabras del Eclesiástico: “¡Oh muerte, qué amargo es tu recuerdo para el que vive tranquilo con sus posesiones, para el hombre contento que prospera en todo y tiene salud para gozar de los placeres! ¡Oh muerte, qué dulce es tu sentencia para el hombre derrotado y sin fuerzas, para el hombre que tropieza y fracasa, que se queja y ha perdido la esperanza!” (Eclo 41, 1-4).
3) Finalmente, existe la fe de aquellas personas que están totalmente confiadas en Dios Padre. Para expresar mejor esto usaré unas palabras de la M. Teresa de Calcuta: “La gente me pregunta sobre la muerte, si la espero con ilusión, y yo respondo: 'Claro que sí', porque iré a mi casa. Morir no es el fin, es sólo el principio. La muerte es la continuación de la vida. Este es el sentido de la vida eterna: es donde nuestra alma va hacia Dios, a estar en presencia de Dios, a ver a Dios, a hablar con Dios, a seguirlo amando con un amor mayor, porque en el Cielo le podremos amar con todo nuestro corazón y nuestra alma, puesto que en la muerte sólo abandonamos el cuerpo: nuestra alma y nuestro corazón viven para siempre. Cuando morimos nos reunimos con Dios y con todos los que hemos conocido y partieron antes que nosotros: nuestra familia y amigos nos estarán esperando. El Cielo debe de ser un lugar muy bello”.
- Dicho esto, vamos a examinar un poco más detenidamente las palabras de Jesús en el evangelio. Jesús también mira para el futuro, para su futuro próximo: “Ahora mi alma está agitada, y ¿qué diré?: Padre, líbrame de esta hora. Pero si por esto he venido, para esta hora. Padre, glorifica tu nombre”. Jesús mira su futuro de frente. Ve todo el sufrimiento, toda la pasión y muerte por el que va a pasar. En Jesús se da una lucha entre la huida y la suplica para que aquello no suceda y cumplir la voluntad de su Padre. Finalmente, es esta voluntad la que triunfa en su voluntad.
Asimismo, Jesús no piensa en sí sólo. Piensa también en todos aquellos que a lo largo de los años y siglos venideros seguirán sus pasos, y para ellos tiene estas palabras: “Os aseguro que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto. El que se ama a sí mismo se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo se guardará para la vida eterna. El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí también estará mi servidor; a quien me sirva, el Padre lo premiará”. En primer lugar hemos de decir que en Jesús se cumplió totalmente este evangelio. En efecto, a) El sí que fue como ese grano de trigo que se introdujo en la tierra y dio fruto abundante, pues, de unos pocos discípulos, salieron millones y millones de discípulos suyos. b) Jesús no se guardó para sí mismo en este mundo, sino que se dio para los demás. Anás, Caifás, Herodes y tantos hombres del tiempo de Jesús se amaron a sí mismos, y con ello se han perdido y han perdido miserablemente el tiempo. Ellos, no sólo no cumplieron en sí la voluntad de Dios, sino que se opusieron a ella. c) Jesús sí que sirvió a Dios y a sus hermanos, los hombres, y Dios lo ha premiado con la gloria eterna.
Al leer ahora este texto evangélico hemos de mirar a nuestro pasado, pero también al futuro que nos queda. Miraremos a nuestro pasado para comprobar si las palabras de Jesús se han visto cumplidas en nosotros. ¿En mi vida hasta ahora he sido servidor sincero y a tiempo completo de Jesús y de su Padre Dios? ¿En mi vida hasta ahora me he dejado de lado y, por lo tanto, me “he perdido” por Jesús y por Dios Padre, o más bien me he amado más a mí mismo? ¿En mi vida hasta ahora he sido como el grano de trigo que ha caído en tierra para morir yo, de tal manera que de “mi muerte” saleran otros a la vida, es decir, he sido fecundo, o más bien he procurado guardarme a salvo en el granero o en una urna de cristal y, por lo tanto, he permanecido infecundo? ¿En mi vida me he parecido y me estoy pareciendo más a Anás, Caifás, Herodes…, o más bien a Jesús?
Desde las respuestas a estas preguntas, ya podemos mirar al futuro. Aún estamos a tiempo. Mientras hay un hálito de vida siempre es tiempo de Dios, de que se cumpla en nosotros la voluntad de Dios Padre.
¡Jesús, te pedimos ser como tú; ser ese grano de trigo que cae en tierra, muere y da fruto abundante!
¡Jesús, te pedimos no tener miedo a perdernos a nosotros mismos, pues, cuando nos perdemos por ti y por los demás hombres, entonces es cuando encontramos de verdad vida eterna!
¡Jesús, te pedimos ser servidores como tú, aún a costa de nuestra propia vida, para un día ser premiados por Dios Padre!