Domingo I de Pascua (B)

12-4-2009 DOMINGO I DE PASCUA (B)
Hch. 10, 34a.37-43; Sal. 117; Col. 3, 1-4; Jn. 20, 1-9
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Queridos hermanos:
En esta noche santa (día santo) celebramos que Cristo Jesús ha resucitado. El ha padecido entre los judíos, entre Herodes, entre Pilatos…; Cristo Jesús ha muerto en la cruz tras 6 horas de agonía (desde las 9 de la mañana del viernes santo hasta las 3 de la tarde de ese mismo viernes). Posteriormente Cristo Jesús ha sido enterrado en un sepulcro de piedra. Pero esto, el que haya muerto alguien, de una manera u otra, y que lo hayan enterrado es algo muy común y normal entre los seres humanos. Lo que no es tan común fue lo que siguió a continuación y que nos es narrado por el evangelio que acabamos de escuchar.
- Se nos dice que “María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro”. El martes pasado, en la comida de despedida de D. Carlos (Arzobispo de Oviedo que es destinado a Valencia), coincidí con un compañero sacerdote, especialista en griego bíblico, el cual me dijo que esta expresión (“al amanecer, cuando aún estaba oscuro”) indica entre las 3 y las 4 de la madrugada. Pues bien, María Magdalena, que quería mucho a Jesús, apenas durmió, pues, habiendo contemplado cómo colocaba a Jesús en el sepulcro, se fue de allí lo más tarde que pudo. No podía dormir y enseguida se volvió a levantar (3 ó 4 de la madrugada) para retornar al lado de Jesús, ya cadáver. Nos dice el evangelio que, al llegar, “vio la losa quitada del sepulcro”. A ella le extrañó mucho aquello, y se dio cuenta que habían cogido el cadáver de Jesús. Por eso, se volvió a la ciudad a buscar a Pedro y a Juan.
- Los dos salieron corriendo para el sepulcro. El más joven, es decir, Juan “se adelantó y llegó primero al sepulcro; y, asomándose, vio las vendas en el suelo; pero no entró”. Juan da un paso más: el ve también la losa quitada; se asoma al sepulcro y ve las vendas con las que Jesús había sido cubierto.
- Finalmente, llega Pedro y él sí que entra y vio la vendas en el suelo y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no por el suelo con las vendas, sino enrollado en un sitio aparte”.
Nos damos cuenta que el evangelio en su narración va avanzando poco a poco a través del verbo “ver”. Se ve la losa del sepulcro, se ven las vendas tiradas por el suelo, se ve el sudario que cubrió la cabeza de Jesús, pero a Jesús no se le ve por ninguna parte. ¿Qué hubiéramos pensado nosotros ante todo esto? Seguramente nos hubiéramos puesto en plan policía o detective de novela y hubiéramos dicho: ‘alguien se ha llevado a Jesús’. Para nada hubiéramos pensado en la resurrección de Jesús, ni que Dios Padre lo había devuelto a la vida. Nosotros somos tan prácticos, tan matemáticos, tan materialistas que nuestra lógica nos hubiera llevado sin más a exclamar que alguien se había llevado el cuerpo de Jesús.
Sin embargo, el evangelio de hoy termina con una frase en donde se usa una vez más el verbo ver: “Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó”.
Sí, unos vieron a Jesús durante 3 años haciendo milagros y creyeron. Otros le vieron durante 3 años haciendo milagros y no creyeron.
Unos vieron a Jesús enamorado de Dios y creyeron. Otros lo vieron enamorado de Dios y no creyeron.
Unos vieron a Jesús haciendo oración a todas horas del día y de la noche, y quisieron aprender a hacer oración del mismo modo y creyeron. Otros vieron a Jesús haciendo oración a todas horas del día y de la noche, y no creyeron.
Unos vieron que Jesús había muerto, que se le había enterrado, que había desparecido el cuerpo de Jesús del sepulcro; vieron y creyeron. Otros vieron que Jesús había muerto, que se le había enterrado, que había desparecido el cuerpo de Jesús del sepulcro; vieron, pero no creyeron.
Bien. Unos ven y creen. Otros ven y no creen. ¿Cuál es la diferencia? Hay muchas diferencias. Sobre todo hay diferencias en las consecuencias en su vida. Para quien ve y cree se cumple perfectamente lo que se dice en el pregón pascual de la Vigilia: “Esta noche santa ahuyenta los pecados, lava las culpas, devuelve la inocencia a los caídos, la alegría a los tristes, expulsa el odio, trae la concordia, doblega a los poderosos […] ¡Qué noche tan dichosa en que se une el cielo con la tierra, lo humano y lo divino!” Si Cristo ha resucitado, verdaderamente nuestros pecados están perdonados. Volvemos a tener la inocencia de los recién bautizados y es posible el cambio[1], pues Dios ha bajado a la tierra para llevarnos con El al cielo.
Si Cristo ha resucitado, entonces la muerte no es final del camino
, como dice la canción. Después de esta muerte hay vida, y vida para siempre. Hace tiempo leí que una mujer inglesa, viuda de 55 años, tenía escrito en un papel pegado a la pared de su cocina unas palabras que ella toma como venidas de su marido. El escrito dice así: "¡Cariño!, la muerte no es nada. Es como si me hubiera ido a dormir a la habitación de al lado. Seguimos siendo lo mismo el uno para el otro. Llámame por el diminutivo, como solías hacer siempre. No cambies de tono. No me hables con solemnidad o con pena. Ríe como siempre de las pequeñas bromas que nos hacíamos. Disfruta, sonríe, piensa en mí, reza por mí, haz que mi nombre suene por casa con la misma alegría. La vida sigue igual; lo mismo que siempre. No se ha roto la continuidad. ¿Por qué habría de estar lejos de corazón estando lejos de vista? Estoy esperando por ti, muy cerca de ti, justo a la vuelta de la esquina. Todo está bien".
¡¡Feliz Pascua de Resurrección!! ¡¡Dios está con nosotros para siempre!!
[1] Caso de convertido: Le pregunta un amigo cuestiones de fe (Apocatástasis, Filioque, infalibilidad pontificia [¿con católicos-romanos o con vetero-católicos?], asunción de María, ¿en vida o tras su muerte?). El es analfa­be­to y no sabe. Se burla el amigo de él y el otro le contesta: Antes de convertirme, yo era un borracho, mi mujer y mis hijos temían mi llegada a casa. Desde que encontré a Jesús, no volví a beber y mi familia espera con impaciencia mi regreso a casa. Eso es lo que ha hecho Cristo por mí.