Domingo XV del Tiempo Ordinario (B)

12-7-2009 DOMINGO XV TIEMPO ORDINARIO (B)
Amós 7, 12-15; Sal. 84; Ef. 1, 3-14; Mc. 6, 7-13

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Queridos hermanos:
- Nos cuenta el evangelio de San Juan que, estando preso Jesús de los judíos, lo llevaron a Pilatos para que éste lo condenara a muerte. Entre Jesús y Pilatos tuvo lugar un diálogo. Aquél le decía en un determinado momento: “Todo el que pertenece a la verdad escucha mi voz”. A lo que Pilatos replicó: “¿Y qué es la verdad?” (Jn. 18, 37a-38b). En efecto, ¿podemos hoy afirmar que hay “verdad” en este mundo, o más bien que hay “verdades”, o también hemos de decir que cada uno tiene su verdad y que todo depende del cristal con el que se miren las cosas? ¿Podemos decir que la verdad de hoy puede ser la mentira de mañana y viceversa? En definitiva, nos preguntamos como Pilatos: “¿Y qué es la verdad?” Esta pregunta tiene plena actualidad en el día de hoy: los programas políticos se hacen en base a encuestas de lo que piensa la mayoría o de lo que es políticamente correcto, pero no en base a lo que resulta mejor para el bien común o a lo que es verdad; en las relaciones de pareja, lo que vale para hoy puede no valer para mañana. Nada es estable ni firme, sino que todo es cambiante.
Me planteo este tema sobre la verdad en el día de hoy por dos hechos que me han pasado esta semana: 1) Una persona me ha comentado que en las misas de su parroquia, sobre todo si son de funerales, hay mucha más gente asistente. Esta persona ve que dicha gente contesta a las oraciones de un modo mecánico, o está callada, pero vive todo aquello como un rito vacío o aburrido, como una rutina, como algo que está muerto y hay que hacer, pero que no dice nada a nadie ni da vida. Esta persona dice que querría gritar a todo el mundo que lo que allí se vive es cierto, es Vida; quería gritar que Dios está entre ellos, entre nosotros, pero se siente incapaz. Las veces que lo ha intentado, la gente se queda fría e indiferente, y la consideran como una loca o fanática. Yo le he contestado que hace pocos años ella era igual que esa gente, pero Dios ha tenido misericordia de ella; Dios le ha dado su luz, le ha hecho percibir su presencia, y tiene todos estos dones sin que ella lo merezca. Además, le he dicho que lo mismo que Dios ha tenido paciencia con ella durante tanto tiempo, también ella ha de tener paciencia con los demás; cada uno tenemos nuestro momento y nuestros carismas, y la respuesta del hombre a los dones y regalos de Dios es libre, para aceptarlos o rechazarlos, para cogerlos o dejarlos de lado.
2) Una señora mayor me decía muy angustiada que ve muy cercana ya la hora de su muerte. Ella mira para atrás y se da cuenta de que ha sido una egoísta redomada, que ha vivido sólo para sí, que ha pasado por encima de su propia familia (padres, marido, hijos), que ha utilizado y manipulado a otras personas, que ha puesto los dones y cualidades que Dios le ha dado para su exclusivo uso y provecho personal. Esta persona me dice que tiene sus manos completamente vacías, que ha perdido la vida miserablemente, que ahora no puede reparar tanto daño, tanta omisión, como ha hecho a lo largo de toda su vida. Me pregunta que qué puede hacer, que si realmente Dios existirá y si será misericordioso. A todo esto yo le contesté que Dios, durante toda su vida, ha estado actuando sobre ella de un modo respetuoso y amoroso para que cambiara su vida, pero ella hizo en muchas ocasiones caso omiso de Dios. También le he dicho que su visión negativa de toda su vida es consecuencia de todos sus errores, pecados y omisiones, pero también es fruto de la depresión y, además, es una tentación de Satanás[1], puesto que esta persona también ha tenido cosas buenas y, de hecho, le enumeré unas cuantas. Finalmente, le he dicho que no puede cambiar su vida del pasado, pero que sí puede ser dueña de lo mucho o lo poco que le quede en la tierra, y aquí y ahora sí que puede vivir para Dios y para los demás, dentro de su enfermedad, de su edad y de sus limitaciones. Asimismo le he dicho que, de todas formas, Cristo ha muerto en la cruz y ha derramado su sangre por todos sus pecados: por los que ha cometido desde que nació hasta esta semana y por los que cometerá desde esta semana hasta que exhale su último aliento.
¿Qué tienen que ver estos dos hechos con la “verdad”? 1) La verdad es verdad independientemente de que los demás la aceptemos o la creamos. No por mucho gritarla, como la primera persona, es más verdad. No por mucho callarla es menos verdad. Dios es Dios, aunque nos declaremos todos agnósticos o ateos. Jesucristo es “el camino, la verdad y la vida” (Jn. 14, 6), aunque nosotros lo aceptemos o lo neguemos. 2) Si no vivimos en la verdad, sino que vivimos en el egoísmo o en lo que nos conviene, esto más tarde o más temprano nos pasará factura, como a la segunda persona. Cuando una relación de matrimonio, de pareja, de amistad… no se vive en la verdad, esa relación no dura o no da vida. Cuando la relación con Dios no está basada en la confianza absoluta, en el amor entregado, sino que es interesada… eso pasa factura. Ya lo decía San Pablo: A Dios no se le engaña.
- Y después de esta larga introducción paso a comentar un poco la segunda lectura de San Pablo. Dice él: “¡Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en la persona de Cristo con toda clase de bienes espirituales y celestiales!” Pues bien, lo creamos o no, lo aceptemos o no, lo experimentemos o no, esto es VERDAD: Dios Padre nos ha dado a través de su Hijo querido Jesucristo toda clase de bienes espirituales y celestiales.
* “El nos eligió en la persona de Cristo, antes de crear el mundo, para que fuésemos santos e irreprochables ante el por el amor”. Antes de que el mundo fuera creado, antes de que existieran cielo, estrellas, planetas, agua, plantas, etc., Dios Padre ya nos había elegido a todos y cada uno de nosotros: 1) a todos los que nacieron, vivieron y han muerto; 2) a todos los que estamos dentro de este templo; 3) a todos los que están en otros lugares de la tierra en estos momentos; 4) y a todos los que nacerán hoy o dentro de cientos de años. Dios Padre nos ha elegido y lo ha hecho porque nos ha amado; es decir, el amor es la causa de la elección de Dios. Él nos ha amado y nos ha elegido con un fin: quiere hacernos participar de su santidad, de su felicidad, de su amor y de su suerte. Esto es lo que significa ser consagrados y ser hechos irreprochables ante Dios.
* “El nos ha destinado en la persona de Cristo, por pura iniciativa suya, a ser sus hijos”. Dios Padre nos ha elegido y nos ha amado para que seamos hijos suyos. No quiere ponernos en una urna o en una peana; no quiere recrearse simplemente con la vista de tanta perfección que Él mismo ha hecho. Sería como un acto de soberbia muy sutil por su parte. Él nos ha elegido sobre todo para que seamos sus hijos, es decir, para que estemos con Él, para que nos alegremos con Él, para que crezcamos con Él y para que nos desarrollemos como personas, tanto en la tierra como en su Reino eterno.
* “Por este Hijo, por su sangre, hemos recibido la redención, el perdón de los pecados”. Dios Padre nos ha elegido, aún a sabiendas de que íbamos a ser pecadores y a rechazar su elección, su amor y su paternidad. Por eso, a través de la sangre de su Hijo derramada en la cruz, nos ha perdonado todos los pecados y nos ha redimido de nuestra miseria, de nuestro egoísmo y de una muerte eterna.
* “El tesoro de su gracia, sabiduría y prudencia ha sido un derroche para con nosotros". Dios Padre nos ha elegido y derrama sobre todos y cada uno de nosotros un tesoro inacabable, inimaginable e inmenso: el tesoro de su gracia, el tesoro de su sabiduría y el tesoro de su prudencia. Y este fruto derramado en nosotros, junto con nosotros y con su Hijo, va a formar una unión indisoluble.
* Sin embargo, el hecho de recibir todos estos dones y regalos, no implica que Dios Padre ahorre a sus hijos disgustos y sufrimientos. En efecto, cuando Jesús en el Evangelio encarga a los discípulos que vayan por los pueblos predicando, les indica la posibilidad de que en algunos lugares, o algunas personas, no los reciban ni los escuchen. En ese caso Jesús les dice que, cuando se marchen de allí, se sacudan el polvo de los pies, pero este signo no tiene una intención de desprecio, o de condena, sino que sirve para constatar el rechazo que tales personas y pueblos han hecho de Dios, de su Palabra y de sus enviados. En definitiva, se trata del rechazo de la VERDAD.
[1] Ésta es la forma de actuar de Satanás: incita al mal y, después de que uno lo ha hecho, nos mete en un pozo para que nos creamos lo peor, y para quitarnos la paz y la confianza en un Dios que perdona y que salva.