Domingo XVI del Tiempo Ordinario (B)

19-7-2009 DOMINGO XVI TIEMPO ORDINARIO (B)
Jr. 23, 1-6; Sal. 22; Ef. 2, 13-18; Mc. 6, 30-34

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Queridos hermanos:
Sabéis que en las homilías procuro profundizar en las lecturas que escuchamos en la Misa o en diversos temas que pueden ser de interés humano y espiritual para todos. Con relativa frecuencia trato algunas de las partes fundamentales de la fe católica, como la oración, la Biblia, los sacramentos, las relaciones con los demás…
En el día de hoy quisiera hablaros algo sobre el sacramento de la penitencia o confesión. Me animó a ello un artículo periodístico que leí el domingo pasado en Internet, en donde se analizaba la realidad de este sacramento en España. Haré un pequeño resumen del artículo y después un extracto de algunos comentarios que suscitaron las palabras del periodista.
- Decía el artículo que la Iglesia católica está en alerta roja “ante la situación del sacramento de la penitencia. La confesión está de capa caída. Clínicamente muerta. El 80% de los católicos españoles ha dejado de confesarse. Ya muy pocos lo cumplen. Los confesionarios se quedan desiertos, mientras se pueblan las consultas de psicólogos, psiquiatras y todo tipo de consejeros espirituales. Hasta el Papa acaba de advertir a los curas desde Roma: ‘No os resignéis jamás a ver vacíos los confesionarios’”.
“Sólo el 15% de los católicos adultos se confiesa al menos una vez al mes. Entre los jóvenes, el porcentaje no llega ni al 5%. Y eso, entre los católicos convencidos. El 50% de los católicos no considera necesario confesarse. ‘La gente acude a comulgar sin confesarse’, se quejan los curas. ‘Y los que se confiesan parece que no tienen de qué acusarse. No hay conciencia de pecado’, advierten los obispos. El perfil del penitente es el de una mujer mayor de 60 años”.
“Las causas de esta alergia al confesionario son de lo más variado: Algunos católicos creen que el pecado es algo superado, una expresión de culturas premodernas y poco avanzadas. Otros lo consideran un tabú inventado por las iglesias para seguir dominando las conciencias de la gente. Incluso los católicos más comprometidos tienden a confesarse de los pecados sociales –‘los que hacen daño a los demás’-, pero no de los personales”.
“Muchos católicos huyeron de los confesionarios por culpa de los propios curas, que enfatizaban el temor y el castigo de Dios, veían pecado en todo y generaban culpabilización morbosa. Y eso que, desde el Concilio, se hicieron muchos cambios en la administración del sacramento y en la actitud de los confesores. Los curas dejaron de preguntar aquello de ‘¿cuántas veces y con quién?’. Hasta el tradicional y, en muchos casos, tétrico confesionario fue sustituido por otro tipo de habitáculo más cómodo. En ocasiones se han habilitado pequeñas salas donde tener una conversación tranquila. Muchas veces, el confesor es el psicólogo de la gente más sencilla y más pobre”.

“Durante los años 70 y 80, otra vía de escape del confesionario fue la celebración comunitaria de la penitencia. Hoy, incluso eso se ha perdido. Entre otras cosas, porque la jerarquía ha prohibido casi por completo esa fórmula. Y eso que los curas saben que el abandono de la confesión es el primer paso para dejar la práctica religiosa. También ha cambiado mucho el rol del confesor, que ha dejado de ser un inquisidor-juez, para convertirse en un paño de lágrimas. Incluso a la hora de preguntar, Roma les aconseja que lo hagan ‘con tacto y con respeto a la intimidad’. Y les pide que no impongan ‘excesivas penitencias’”.
“¿Volverá por sus fueros la confesión? No lo tiene fácil. A diferencia de algunos otros sacramentos, como la primera comunión, el bautismo o el matrimonio, la confesión no es un rito social y, por lo tanto, no se mantiene al socaire de las presiones sociales y comerciales. Además, los curas también escapan del confesionario, al que algunos llaman ‘quiosco’. La deserción de los fieles viene precedida, a veces, de la de los propios curas. No es fácil ser un buen confesor. Exige disciplina, paciencia y una profunda vida espiritual”.
- Hasta aquí lo que consideré más llamativo del artículo. A continuación voy a recoger algunos comentarios que se hicieron en Internet. Primero recogeré los comentarios más negativos para la Iglesia y para la confesión, y luego los más positivos:
Negativos: “A la Iglesia no le gusta nada la idea de que no necesitemos "pasar forzosamente por caja" (confesionarios y otras ceremonias presenciales como la misa) para obtener la salvación. Por eso han insistido siempre en esa obligación de asistir a sus ceremonias obligatoriamente al menos una vez a la semana”.
“Yo una vez fui a confesarme y no me absolvieron, por lo tanto no vuelvo más. Ya me apañaré yo con Dios”.

“Nunca voy a la Iglesia, ni creo en el Dios de la Iglesia Católica. Desde los seis a los veinte años los tuve que soportar. En tantos años llegué a la conclusión de que los curas son los que menos creen en Dios. A mis vivencias me remito”.
“Para mí la credibilidad de un obispo, del Papa o de un cura, es la misma que la de Doña Rogelia, con la diferencia de que esta última me hace reír y los otros me hacen llorar por su hipocresía y por el morro que tienen”.
“Sólo espero que esto sea lo que parece: El preámbulo de la desaparición de la Iglesia (y la religión), al menos en nuestro mundo occidental. Que en la época de la ciencia, la innovación y la tecnología, desaparezcan de una vez la superstición y la fe ciega en religiones sin sentido”.

Positivos: “Creo que varios comentarios dan en el clavo del problema actual de la confesión: no puede valorarse este sacramento con una simple visión "de tejas para abajo". Sin la gracia de Dios la fe la confesión es algo absurdo. Que si los curas no dan la talla... Lo importante no es que el cura dé la talla o no... Lo importante es que quien perdona es el mismo Jesucristo. El que no crea esto no puede entender nunca el sacramento. Yo tengo 35 años y me confieso con frecuencia. Además, soy médico y puedo decir -por experiencia propia y de otros- que el mejor ansiolítico y la mejor psicoterapia es una buena confesión. Uno se queda como nuevo sabiendo que Dios le ha perdonado. Al que lo vea con otros ojos siempre le parecerá sin sentido el sacramento. O como mucho, será un mejor desagüe de la conciencia, si es amigo del cura”.
“No tengo inconveniente en dar mi nombre. Me llamo Juan Torre y soy sacerdote desde hace 25 años. Conozco muchas personas que cargadas de preocupaciones y pecados han llegado al confesionario para pedir perdón y encontrar la paz y, tras una confesión humilde y sencilla, han salido felicísimos y con una gran paz. Habitualmente confieso entre 6 y 8 horas diarias y no se puede decir que me falte trabajo. Y lo que es más sorprendente -al menos para algunos- la mayoría es de gente joven. Chicos y chicas de entre 13 a 25 años (más o menos). En fin, que animo a quien pueda leer esto a que, si hace tiempo no lo ha hecho pero lo ha pensado, no lo dude más y se anime a hacer este verano una buena confesión. Lo agradecerá seguro”.
“Yo también pertenezco a la "excepción" (que no debe ser tanta, según los comentarios que hay por aquí). Me confieso cada 7-15 días y tampoco soy del Opus. Y en las iglesias de mi barrio hay cola para confesarse los domingos. Es una práctica muy reconfortante. Lo recomiendo”.
“Hace un año y medio pasé por una separación muy dolorosa. Decidí acercarme a charlar con un sacerdote (he de confesar que sin mucha esperanza), pero o encontraba a alguien que me escuchara o me tiraba por una ventana. En fin, sólo puedo decir que mi vida cambió. Antes de gastar dinero en terapias psicológicas o caer en esclavitudes de cualquier tipo (alcohol, drogas, sexo) aconsejaría a quien pueda sentirse aludido que se acerquen a una iglesia. Siempre encontrarás a quien te reciba con los brazos abiertos”.
“Me voy a atrever a aconsejar a quien esté receloso del Sacramento de la Penitencia que se acerque a charlar con el sacerdote -prefiero no dar su nombre- de la parroquia del Inmaculado Corazón de María, en el barrio Argüelles de Madrid: la iglesia que hace esquina entre las calles de Ferraz y Marqués de Urquijo. Es una alegría hablar con él, es comprensivo y caritativo al máximo”.
- ¿Cómo vivo yo este sacramento en mi vida personal de fe? ¿Cuál es mi experiencia de este sacramento? ¿Por qué no lo practico? Si lo practico, ¿estoy contento cómo lo estoy llevando a cabo? ¿Podría mejorarlo, cómo?