Domingo II del Tiempo Ordinario (C)

17-1-2010 DOMINGO II TIEMPO ORDINARIO (C)
Is. 62, 1-5; Slm. 95; 1ª Cor. 12, 4-11; Jn. 2, 1-12

Homilía de audio en MP3
Queridos hermanos:
Quienes me conocéis un poco, sabéis lo mucho que me cuesta preparar las homilías y charlas, pues me pongo frente al ordenador y no sé por dónde voy a salir. Sin embargo, luego maravillosamente van surgiendo ideas y palabras. Hoy es uno de esos días: leo las lecturas de la Misa, miro en cosas que pasan a mi alrededor y veo muchos temas sobre los que hablar: la Iglesia y los diversos ministerios o carismas que Dios nos da; el amor de Dios para su pueblo; la acción de María y su figura en la fe de todo cristiano; el matrimonio; el hombre ante Dios… Hoy voy a hablaros de dos de estos temas:
- El primero de los temas se refiere a la Virgen María. Nos dice el evangelio de hoy: “Faltó el vino y le dijo su madre: ‘No les queda vino’. Jesús le contestó: ‘¿Quién te mete a ti en esto, mujer? Todavía no ha llegado mi hora’. Su madre dijo a los sirvientes: ‘Haced lo que él os diga’”. Siempre me ha sorprendido en este texto que acabamos de escuchar cómo Jesús da el brazo a torcer ante su madre. Ésta oye la respuesta negativa del hijo a su indicación, pero María no hace caso y actúa cómo si la respuesta de su hijo Jesús hubiera sido positiva. Él no tenía intención de hacer ningún signo o milagro aquel día en que fue invitado a una boda, pero su madre, de modo muy femenino y de la forma en que sólo una madre puede hacerlo, le mete en el brete de hacer tal milagro. María pidió a Jesús que se metiera en cosas muy prácticas, en cosas de la vida ordinaria, en cosas de la cocina. Aquí comprobamos la fuerza y el peso que tiene la Virgen María ante Dios, ante su hijo Jesús.
Estoy leyendo estos días un libro de Vittorio Messori, un periodista italiano, que en su juventud tuvo un encuentro con Jesús, se convirtió y dio un vuelco completo a su vida. En este libro suyo, titulado “Por qué creo”, habla en un momento de la Virgen María y dice que en el ámbito protestante se ha debilitado mucho la fe en Cristo, y precisamente por estar convencidos los protestantes que dar honores, alabanzas y oraciones a María era quitárselos al Hijo. “Justamente allí, donde se proclamaba el ‘Solus Christus’, allí donde se despreciaba como superstición pagana una devoción a María que habría oscurecido y contaminado la fe en el Único Redentor, he aquí que el Cristo como Hijo de Dios ha terminado por desvanecerse para transformarse en un sabio, en un moralista, en un profeta judío. La fe en Jesús, Hombre-Dios, se ha demostrado bastante más sólida entre católicos y ortodoxos, es decir, donde María tiene un lugar más importante. Por eso, si la fe es auténtica, cultivada, pensada, consciente, ocurrirá lo contrario de lo que se piensa, o espera, una cierta teología: antes o después nos encontraremos con María. La Virgen María es una garantía de salvaguardia, como sintetiza una antigua antífona litúrgica: ‘Gaude, Virgo Maria, tú que, sola, has destruido las herejías en el mundo’. Palabra de experiencia milenaria: allí donde está Ella, no sólo está Él también, sino que está la seguridad de que la fe es la justa, la ortodoxa. Pero esta certeza sobre María fue para mí una conquista y un don progresivo” (pp. 205-206). Recuerdo haber leído o escuchado hace tiempo que las sectas protestantes son muy activas en América Latina; por ejemplo, en Méjico. Aquí la gente tiene mucha devoción a la Virgen de Guadalupe y, cuando los integrantes de la secta les dicen que, para entrar en las comunidades protestantes, tienen que dejar de rezar a la Virgen de Guadalupe, porque eso es algo pagano y no querido por Dios ni por la Biblia, entonces los católicos mejicanos y amantes de la Virgen dejan de lado a los protestantes y continúan con su devoción a María. Ella está haciendo que mucha gente siga dentro de la Iglesia católica. Aquí también se comprueba la fuerza y el peso que tiene la Virgen María entre los hombres.
- Por otra parte, en el texto evangélico que acabamos de escuchar me ha llamado hoy la atención lo siguiente: “Jesús les dijo: ‘Llenad las tinajas de agua’. Las llenaron hasta arriba. Luego les mandó: ‘Ahora sacad y llevádselo al mayordomo’. Lo llevaron al mayordomo. Este probó el agua convertida en vino sin saber de dónde venía (los sirvientes sí lo sabían, pues la habían sacado ellos)”. Aquí se nos dice que Jesús convirtió agua en vino, y era un vino bueno. Más adelante Jesús convertirá el vino en su propia sangre: “Esta es mi sangre, la sangre de la alianza, que se derrama por todos” (Mc. 14, 24).
Pero en lo que quiero fijarme en el día de hoy es en unas palabras muy simples, pero que esconden mucha profundidad y carga detrás: El mayordomo no sabía de dónde venía el vino, pero los criados sí que lo sabían, pues habían sido ellos los que habían sacado el agua y llenado las tinajas. Los criados SABÍAN que el vino venía de Jesús, pues fue Jesús quien convirtió agua en vino. El mayordomo sólo se preocupó de gustar el vino y comprobar que estaba bueno, que tenía buen “bouquet”; el mayordomo sólo se preocupó de reñir con los novios, porque habían dejado el vino bueno para el final. Para nada le importaba de dónde venía ese vino bueno. Repito: los criados sí que SABIAN de dónde venía el vino: de Jesús.
Me preguntaréis que por qué me fijé en estas palabras: “sabían los criados y no sabía el mayordomo”. Pues porque el miércoles me llamaron a grabar una entrevista para un programa de radio y hablando con el chico del estudio, éste manifestó que no tenía fe, que no creía en Dios, que no creía que existiera otra Vida después de esta vida. Me di cuenta que este chico no “sabe” de Jesús… aún. El no lo conoce todavía.
El miércoles me enteré de la terrible noticia del terremoto en Haití. En uno de los periódicos se contaba la experiencia de un comerciante español, que estaba allí y que vivió esos momentos angustiosos. El iba en un coche por la carretera y vio cómo se abría ésta y la tierra tragaba coches con todos los ocupantes dentro. En esos momentos se vio morir y exclamó: ‘¡Yo soy cristiano y creo en Dios!’ Era una especie de confesión de fe y de acto de arrepentimiento ante Dios. No sé si este hombre era creyente y practicante, o más bien lo tenía un tanto olvidado. No sé si este hombre “sabía” de Jesús. Lo que sí sé es que en ese momento “supo” de donde venía el “vino bueno y auténtico”: de Jesús, y por eso hizo ese acto de fe, de certeza, de saber.
Otro ejemplo: os transcribo ahora la carta de un soldado americano que murió en la segunda guerra mundial, en el desembarco del norte de África de 1943. En un bolsillo de su guerrera se encontró una carta que decía así: “¡Escúchame, Dios mío!, nunca te había hablado; pero ahora quiero decirte: ‘¿Cómo te encuentras? Escucha, Dios mío; me dijeron que no existías y como un tonto me lo creí. La otra tarde, desde el fondo de un agujero hecho por una bomba, vi tu cielo… De pronto me di cuenta de que me habían engañado. Si me hubiera tomado tiempo para ver las cosas que Tú has hecho, me habría dado cuenta de que esas gentes no consentían en llamar al pan, pan y al vino, vino. Me pregunto, Dios, si Tú consentirás en estrecharme la mano… Y, sin embargo, siento que Tú vas a comprender. Es curioso que haya tenido que venir a este sitio infernal antes de tener tiempo de ver tu rostro. Te quiero terriblemente; quiero que lo sepas. Ahora se va a dar un combate terrible. ¿Quién sabe? Puede ser que llegue yo a tu casa esta misma tarde… Hasta ahora nunca habíamos sido camaradas, y me pregunto, Dios mío, si Tú me vas a estar esperando a la puerta. Mira, ¡estoy llorando! ¡Yo, derramando lágrimas! ¡Ah, si te hubiera conocido antes…! ¡Bueno, tengo que irme! Es extraño, pero desde que te he encontrado ya no tengo miedo a morir. ¡Hasta la vista!” También este chico americano “supo” de dónde venía el “vino bueno y auténtico”: de Jesús.
¡Señor, queremos ser en nuestra vida como los criados que llevan las tinajas siguiendo tu voz, y no como el mayordomo! ¡Señor, queremos “saber!”