Domingo IV Ordinario (C)

31-1-2010 DOMINGO IV TIEMPO ORDINARIO (C)

Jer. 1, 4-5.17-19; Slm. 70; 1ª Cor. 12, 31-13, 13; Lc. 4, 21-30



Homilía de audio en MP3

Queridos hermanos:

- Mirando un poco a nuestro alrededor vemos lo volubles y variables que somos los seres humanos: lo que hoy nos gusta, mañana no nos gusta; lo que hoy damos por cierto, mañana lo desechamos como falso; la moda de hoy y por la que pagamos un montón de dinero, mañana la dejamos en el fondo del armario y nos reímos de ella. Siempre recordaré a Maradona, que hacia 1988 jugaba en el Barça y llevó al equipo a lo alto de la liga; luego se fue para el equipo de fútbol del Nápoles en Italia y fue recibido allí como un héroe, como un ser divino. Efectivamente, aquel año hizo ganar a este equipo el “Scudetto” (el primer puesto de la liga de fútbol de Italia); al poco tiempo Maradona se metió en drogas, fiestas, etc. y ya no rindió en el campo de juego y poco tiempo después fue expulsado entre insultos de los mismos “tifosi” (aficionados) que un día lo habían aclamado como el mejor del mundo.

Algo parecido le pasó a Jesús en varias ocasiones. La más famosa es aquella en que la misma gente que lo aclamó el Domingo de Ramos y le cantó los “aleluya” y los “¡bendito sea el que viene en nombre del Señor!”, el Viernes Santo gritó: “¡fuera, fuera, crucíficalo!” Otra ocasión se nos narra en el evangelio que acabamos de escuchar. Se dice al principio sobre Jesús: todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de sus labios”. Pero inmediatamente Jesús les dijo que un profeta no es nunca bien mirado en su tierra, y esa misma gente reaccionó de esta manera: “Todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo empujaron fuera del pueblo hasta un barranco del monte en donde se alzaba su pueblo, con intención de despeñarlo”. En cuanto Jesús les dice unas palabras duras, se ponen contra él, y ya querían matarlo.

Yo he observado en tantas ocasiones a gentes muy preocupadas de no perder la estima y la consideración que los demás tenían de ellas. Por eso, callaban sus razones o sus convicciones para no ser juzgados o despreciados por los otros. De la misma manera actuaban o dejaban de actuar de un modo u otro para no perder la imagen que se tenía de ellos. Pienso que tenemos que actuar según nuestra conciencia y de cara a Dios, y no de cara a lo que piense el mundo o la sociedad. Así lo decía ayer nuestro arzobispo, D. Jesús Sanz, en su toma de posesión: que no buscaba los halagos ni temía o huía de las críticas. Por eso, era libre para servir a Jesucristo y anunciar su evangelio. Así actuaron siempre y lo hacen hoy día los santos. Recuerdo a este respecto que en el muro de Shishu Bhavan, la Casa Infan­til que las Misioneras de la Caridad de la M. Teresa de Calcuta tienen en esta ciudad estaban escritas estas palabras: “Las personas son irrazonables, inconsecuentes y egoístas, ámalas de todos modos. Si haces el bien, te acusarán de tener oscuros motivos egoís­tas. Haz el bien de todos modos. Si tienes éxito y te ganas amigos falsos y enemigos verdade­ros, lucha de todos modos. El bien que hagas hoy será olvidado mañana, haz el bien de todos modos”.

- Ahora de la mano de estas palabras quisiera pasar a la segunda idea y apoyarme en la segunda lectura. En ésta nos habla San Pablo del amor. Para Pablo amar es lo más importante que puede hacer un ser humano. Dice él que, si uno sabe todos los idiomas del universo, y habla y predica como los ángeles convirtiendo a todos los hombres al evangelio de Cristo Jesús, pero no tiene amor en su corazón, entonces es como una campaña que suena: “tan, tan, tan”, pero nada más. Dice Pablo que, si uno tiene toda la fe del mundo, puede hacer multitud de milagros y es el más sabio de los hombres llevándose año tras año los premios Nóbel en todas las materias del saber, pero no tiene amor en su corazón, entonces eso no vale de nada. Dice Pablo que, si uno da todo el dinero que posee, si entrega todo el tiempo que tiene para curar, para enseñar, para dar de comer…, pero no tiene amor en su corazón, entonces todo eso no sirve de nada.

¿Qué es el amor, pero el amor de verdad, no el de quita y pon? ¿Dónde podremos encontrar la fuente del AMOR? El AMOR es Dios y sólo en Dios podremos encontrar este AMOR. Si no se lo pedimos a Dios, si Dios no nos lo da, entonces nunca podremos tener este AMOR. Aquellos que buscan el AMOR sólo en sí mismos, no lo encontrarán.

Pero, ¿Dios nos puede dar su amor en cualquier circunstancia? Por ejemplo, ¿es posible recibir amor de Dios en medio de una violencia extrema y sentir el amor de Dios, y hacia Dios y hacia los demás hombres en medio de una violencia extrema? Yo he creído siempre que sí. Siempre he creído que el amor es más fuerte que el odio, el bien que el mal, Dios que Satanás. Esto me lo ha confirmado una vez más en estos días el texto precioso de un sacerdote: el padre Alfredo Delp, detenido por la Gestapo en 1944 y ahorcado al año siguiente. Durante su prisión meditó el Veni Sancte Spiritus, y escribió lo siguiente: “Las colinas eternas están allí, de donde viene la salvación. Dios me lo muestra cada día y mi vida entera es ahora un testimonio de ello. Todo lo que yo creía tener seguridad en mí mismo, de astucia y de habilidad ha volado hecho añicos bajo el peso de la violencia[1] y de aquello que me era opuesto. Estos meses de cautiverio han roto mi resistencia física y otras muchas cosas en mí. Sin embargo, he vivido horas maravillosas. Dios ha tomado todo en su mano y sé ahora implorar y esperar el socorro y la fuerza de las colinas eternas. La persona que reconoce su pobreza, que aleja de sí toda autosuficiencia y todo orgullo, incluso el de sus harapos, el hombre que se presenta desnudo delante de Dios, sin velos y en su indigencia, ese hombre conoce los milagros del amor y de la misericordia; desde la consolación del corazón y la iluminación del espíritu hasta el apaciguamiento del hambre y de la sed. Repetidas veces, en la agitación y sufrimientos de estos últimos meses, plegado bajo el peso de la violencia, he sentido de golpe que la paz y el gozo espirituales invadían mi alma con la fuerza victoriosa del sol que se levanta. El Espíritu Santo es la pasión con que Dios ama. El hombre tiene que encomendarse a esta pasión. Entonces el mundo se hará capaz de amor verdadero. Sólo podemos reconocer y amar a Dios si Dios nos toma y nos arranca de nuestro egoísmo. Es preciso que, en nosotros y por nosotros, Dios ame. Entonces viviremos en la verdad y el amor de Dios llegará a convertirse en el corazón viviente del mundo”.

Veamos la descripción del amor que nos hace Isaac el Sirio: “¿Qué es un corazón misericordioso? Es un corazón que arde por toda la creación, por todos los hombres, por los pájaros, por las bestias, por los demonios, por toda criatura. Cuando piensa en ellos y cuando los ve, sus ojos se llenan de lágrimas. Tan intensa y violenta es su compasión, tan grande es su constancia, que su corazón se encoge y no puede soportar oír o presenciar el más mínimo daño o tristeza en el seno de la creación. Por ello intercede con lágrimas sin cesar por los animales irracionales, por los enemigos de la verdad y por todos los que le molestan, para que sean preservados del mal y perdonados. En la inmensa compasión que se eleva de su corazón –una compasión sin límites, a imagen de Dios-, llega a orar incluso por las serpientes”.

San Pablo experimentó del mismo Dios el AMOR y nos dio una descripción maravillosa: “El amor es paciente, es servicial; la amor no es envidioso, no busca su interés; no se irrita; no toma en cuenta el mal; no se alegra de la injusticia; se alegra con la verdad. Todo lo excusa. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta. El amor no acaba nunca”.



[1] En los campos de nazis sucedía lo siguiente: Se sufría humillaciones, golpes, insultos, mordiscos de perros, chorros de agua helada cuando uno estaba devorado por la fiebre, sed y hambre, idas y venidas arrastrando cadáveres desde las celdas al horno crematorio. Aquello era la antesala del infierno.