Domingo V de Pascua (C)

2-5-2010 DOMINGO V DE PASCUA (C)

Hch. 14, 21b-26; Slm. 144; Ap. 21, 1-5a; Jn. 13, 31-33a.34-35



Homilía de audio en MP3

Queridos hermanos:

En el evangelio de este domingo dice Jesús: “Os doy un mandato nuevo: que os améis unos a otros como yo os he amado. La señal por la que conocerán que sois discípulos míos, será que os amáis unos a otros”. Como vemos, el evangelio de este domingo nos presenta un modo de actuar común y específico para todos los discípulos de Jesús que queremos seguirle y ser fieles enlo que Él nos indica. Pues bien, en este domingo yo quiero ser testigo y contaros algunas de las cosas que he visto y he oído en estos días que he estado en una peregrinación diocesana (la de Oviedo-España) en el Santuario de Lourdes (Francia). Estuvimos desde el sábado 24 hasta el miércoles 28 de abril y éste es mi testimonio de cómo en estos días la gente a la que acompañaba trató de vivir el mandato de Jesús: amarse unos a otros cómo Él hizo:

- He visto cómo unas 220 personas salíamos de Asturias. Entre nosotros había enfermos e impedidos, ancianos, voluntarios, peregrinos…

- He visto un día y me ha quedado grabada la imagen de una voluntaria que tenía a dos ancianas discapacitadas psíquicas cogidas del brazo, una por cada lado, y cómo las atendía con todo el cariño. Una tenía mocos en la cara y no he visto ningún gesto de asco en el rostro de la voluntaria (después le quitaría los mocos…).

- He visto a voluntarios ir a las piscinas de Lourdes. Parece que es duro por lo que allí se ve: cuerpos deformes de ancianos, de jóvenes y de niños. A aquellos que se ofrecen voluntarios les dan unas pequeñas instrucciones de cómo hacerlo mejor; hacen un poco de oración antes de comenzar y, mientras se están introduciendo los cuerpos en el agua, se reza y se canta a la Virgen. He visto a algunos de estos voluntarios que, cuando salían después de haber ayudado a sumergir en el agua a los enfermos y fieles, salían con lágrimas en los ojos y descargaban sus lágrimas sobre los hombros de otros voluntarios que les recibían con los brazos abiertos. Lloraban por la dureza de lo que vieron; lloraban por la fe y entrega que vieron en los que iban a ser sumergidos; lloraban porque se sentía tocados por algo muy especial en lo más profundo de su espíritu; lloraban sin tener una explicación razonable de por qué lloraban…

- Me han contado que uno de los jóvenes voluntarios que fue a Lourdes no estaba demasiado convencido de todo lo relativo al hecho religioso: no quería saber nada o poco de rollos de curas, de “vírgenes”, de la Iglesia. Allí sólo iba a echar una mano con los enfermos. Lo demás no le interesaba demasiado. He visto a este joven llorar como un chiquillo cuando salía de las piscinas después de haber llevado allí a enfermos e impedidos y de haberlos sumergido en el agua.

- Me han hablado de los rostros radiantes, esperanzados, confiados y entregados de los enfermos e impedidos cuando, al final de la procesión eucarística, el sacerdote pasaba por entre ellos para darles la bendición con el Santísimo. Aquellos rostros impresionaron al que acompañaba al sacerdote.

- Me han hablado de un joven por el que su madre rezaba mucho. La madre era voluntaria de la peregrinación a Lourdes. Un día el joven le dijo a la madre que quería ir. La madre se lo preparó. En el autobús lo “marearon” con tanto rezo. Durante los primeros días dijo que no aguantaba más y que se marchaba. Incluso fue a mirar los horarios del tren, pero se quedó hasta el final. La noche más preciosa de su vida la pasó delante de la cueva de la Virgen. Hoy está enganchado a Lourdes, a los enfermos y sus pocos días de vacaciones los usa para ir hasta allá.

- He visto a peregrinos que fueron a Lourdes hundidos en su dolor, encerrados en autocompasión y allí fueron acogidos con los brazos abiertos por las demás personas de la peregrinación. Era algo natural. Estos peregrinos sufrientes dejaron de mirarse un poco al ombligo y empezaron a dar y a darse a los demás, y experimentaron el milagro de que su dolor era menos dolor al ser amado y, sobre todo, al amar a los otros.

- He visto a voluntarias y voluntarios sacar tiempo de sus vacaciones para ir a Lourdes y para atender a los enfermos e impedidos y, estando ellos ya en Lourdes, he sabido que “robaban” tiempo de su descanso nocturno, de su ocio diario y cogían algunos minutos y se escapaban a la cueva o a una capilla a rezar a la Virgen.

- He visto allí cómo se hacía realidad la segunda lectura que hemos escuchado hoy: “Yo, Juan, vi un cielo nuevo y una tierra nueva... Vi la ciudad santa... que descendía del cielo, enviada por Dios... Y escuché una voz potente que decía desde el trono: -Ésta es la morada de Dios con los hombres... Enjugará las lágrimas de sus ojos. Ya no habrá muerte, ni luto, ni llanto, ni dolor”. Es decir, vi cómo el amor de Dios y de la Virgen María, el amor entre los hombres por mediación del Espíritu Santo hace posible que Dios esté entre nosotros. Allí en Lourdes era palpable. También escuché a un voluntario que me comentó que él no era creyente, pero que lucha con todas sus fuerzas por propagar el modo de vida cristiano, pues es lo mejor que tiene el mundo para vivir y para relacionarse.

Algunos de vosotros podréis preguntarme si vi algún milagro en Lourdes. Os diré que sólo vi los que os he contado más arriba. Os diré que en estos días he visto el mandato del amor de Jesús a sus discípulos hecho realidad en la peregrinación diocesana de Lourdes.

Termino con una frase de la adolescente a la que se le apareció la Virgen: en cierta ocasión Bernardette tuvo que explicar lo que sucedía con las apariciones de la Virgen a las autoridades del lugar y a otras personas. Había gente que no la creía, entonces ella contestó: “A mí me encargaron decíroslo, no hacéroslo creer”. Pues bien, creáis o no creáis todo esto, os digo lo mismo que Bernardette: “A mí me encargaron decíroslo, no hacéroslo creer”. Esto último le corresponde a Dios. Sólo Dios es quien abre nuestros espíritus para creer y para amar al modo de Jesús.