Domingo XXIII del Tiempo Ordinario (C)

5-9-2010 DOMINGO XXIII TIEMPO ORDINARIO (C)

Sb. 9, 13-19; Slm. 89; Flm. 9b-10.12-17; Lc. 14, 25-33



Homilía de audio en MP3

Queridos hermanos:

- El evangelio que acabamos de escuchar nos parecerá exigente y duro; tan duro que, incluso algunos de nosotros, podemos decir que es una metáfora. Sin embargo, las palabras de Jesús están bien claras. Dios no quiere sólo nuestra asistencia a Misa, ni nuestros rezos, ni nuestras limosnas, ni que simplemente nos confesemos católicos. Eso es demasiado poco. Dios nos quiere a nosotros, por entero.

Jesucristo en el evangelio de hoy nos expone una serie de condiciones para seguirlo, para ser discípulo suyo. Veámoslas:

* “Si alguno se viene conmigo y no pospone a su padre y a su madre, y a su mujer y a sus hijos, y a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío.

* “Quien no lleve su cruz detrás de mí, no puede ser discípulo mío.

* “El que no renuncia a todos sus bienes, no puede ser discípulo mío.

Es verdad, muchos de nosotros anteponemos muchas cosas y muchas personas a Dios: + Por ejemplo, cuando nos hacen daño de palabra, de obra o de omisión y no somos capaces de perdonar por amor a Dios; entonces es que anteponemos otras cosas a Dios y a su evangelio. + Por ejemplo, cuando un joven dice que no tiene tiempo de ir a Misa el domingo porque tiene exámenes, pero sí que saca tiempo para irse a distraer algo o para ir al cine o para ir a tomar algo o para ir a la playa. + Por ejemplo, cuando en Taramundi había gente que no tenía tiempo de ir a la Misa de los domingos, pero el lunes moría algún vecino y entonces sí que esa gente sacaba tiempo para ir el miércoles al funeral. Es decir, saco tiempo para ver una película, o un partido de fútbol, o una carrera de coches, o una telenovela, o para Internet…, pero Dios queda en el último lugar. + Por ejemplo, hace poco me contaba una persona cómo su hijo estuvo reñido con Dios durante un año completo, porque su marido había estado enfermo de cáncer. El hijo había suplicado insistentemente a Dios que lo curase y, como no lo había hecho y el padre había fallecido, este hijo se había enfado con Dios y no le había dirigido la palabra ni había acudido a los cultos ni al templo en un año. + Por ejemplo, cuánto trabajo nos cuesta desprendernos de objetos materiales que vamos acumulando mes tras mes. Estamos muy pegados a ellos. Digo esto porque con frecuencia, al terminar la confesión, pongo a algunas personas el desprenderse de 2 ó 3 objetos personales y ¡qué trabajo les cuesta hacerlo!

Pero también he visto lo contrario: + Por ejemplo, cuando decimos que es primero la obligación que la devoción es, con frecuencia, para dejar a Dios en segundo lugar. Hacia 1995 fui un verano a ayudar en una parroquia alemana (en Wadersloh [diócesis de Münster]). Allí conocí a Frau Adrian, una madre con 7 hijos, la cualre Münster]) o a ayudar en una parroquia alemana (Wadersloh u mujer y a sus hijos, y a sus hermanos y a sus hermanas, sacaba tiempo, además de para hacer su trabajo en casa y fuera de casa, para ir a Misa cada día. Me decía ella que era de donde sacaba fuerza para llevar adelante a su familia. El hijo mayor tenía unos 20 años y el pequeño unos 2 años, y todo el mundo colaboraba en aquella casa, pero era Frau Adrian quien sostenía toda la familia y a quien acudían todos con los problemas más distintos. + Por ejemplo, cuando un padre separado y con dos niñas pequeñas me contaba que, estando sus hijas con los abuelos maternos y estando él preocupado de la educación religiosa de sus hijas, de que amaran a Dios, les pidió a sus hijas que requiriesen a los abuelos que las llevaran un domingo a Misa. Las dos niñas, de unos 10 y 9 años, así lo hicieron. Al saber esto el padre, muy emocionado les dijo que Dios había engordando tanto en el cielo de satisfacción, que varios ángeles tuvieron que salirse del cielo, pues no cabían. La más pequeña contestó sorprendida a su padre: “¿De verdad, papi?” Y es que amar a Dios más que a los hijos, no es “mandar a estos a la porra”, sino que este hombre lo ha hecho de tal manera que, para ella y para sus hijas, Dios es lo más importante. Y esto entra perfectamente dentro del mensaje de Jesús en el evangelio de hoy.

Esto es el evangelio de Jesucristo: anteponer a la llamada de la sangre (hermanos, padres, mujer, hijos) la llamada de Dios; anteponer a Dios sobre la propia vida; anteponer a Dios sobre mis bienes, mi razón o mis razones; coger nuestra cruz de cada día (dolores, incomprensiones, ataques personales e injustificados por parte de otros, etc.) y apretándola y sujetándola fuertemente seguir los pasos de Jesús. Cuando yo soy capaz de hacer esto, es cuando puedo llamarme y ser discípulo de Jesús.

* Ante esta explicación y haciendo un examen de mi vida, ¿puedo ser llamado por los demás, por Dios “discípulo de Jesús”? Ante esta explicación y haciendo un examen de mi vida, ¿puedo considerarme “discípulo de Jesús”?

* Oigamos una vez más las palabras de Jesús en el evangelio de hoy:

“Si alguno se viene conmigo y no pospone a su padre y a su madre, y a su mujer y a sus hijos, y a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío.

“Quien no lleve su cruz detrás de mí, no puede ser discípulo mío.

“El que no renuncia a todos sus bienes, no puede ser discípulo mío.

¿Puede realmente alguien ser de verdad discípulo de Jesús, o más bien esto es una utopía y algo inalcanzable para cualquier hombre de carne y hueso?

- La respuesta ante esta pregunta está contenida, a mi modo de ver, en la primera lectura que acabamos de escuchar. Dice así: "¿Quién conocerá tu designio, si tú no le das sabiduría enviando tu santo Espíritu desde el cielo?" Y sigue diciendo la lectura que sólo con la sabiduría de Dios y de su Santo Espíritu podrán ser rectos los caminos de los hombres; sólo con esta sabiduría divina podrán aprender los hombres lo que le agrada al Señor, y sólo esta sabiduría los salvará.

El martes pasado, en la Misa se leía la 1ª carta a los Corintios donde S. Pablo decía: "A nivel humano, uno no capta lo que es propio del Espíritu de Dios, le parece una locura; no es capaz de percibirlo, porque sólo se puede juzgar con el criterio del Espíritu". Todo esto es una verdad como un puño. Sólo se puede entender la voluntad de Dios y las palabras de Dios, si Él acude en nuestra ayuda con el Espíritu, que es quien nos lo explica todo y quien nos guía para que la palabra y la voluntad de Dios se cumplan en nosotros. Por ejemplo, ¿cómo vamos a entender el evangelio de hoy, si no es con la asistencia del Espíritu? ¿Cómo vamos a vivir el evangelio de hoy, si no es con la asistencia del Espíritu?

En definitiva, todo esto y todo lo que procede de Dios sólo lo podremos entender si Él viene en nuestra ayuda; en caso con­trario, como decía S. Pablo, nos parecerá una locura. Sólo el Señor puede hacer que nosotros lleguemos a vivir esto. Quien ha probado de las mieles de Dios, de sus amores puede llegar a entender esto y a posponer todas las personas y las cosas ante el mismo Dios, porque Él es lo único eterno.