Domingo IV de Cuaresma (A)

3-4-11 DOMINGO IV CUARESMA (A)

1 Sm. 16, 1b.6-7.10-13a; Slm. 23; Ef. 5, 8-14; Jn. 9, 1-41



Homilía de audio en MP3

Queridos hermanos:

El domingo pasado, en el relato de la Samaritana, Jesús se nos presentaba como Agua Viva. Nos decía Jesús que, quien bebiera de cualquier agua, volvería a tener sed, pero, quien bebiera del agua que Él le diera, nunca más tendría sed: “El agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna”.

En el evangelio de hoy, también de San Juan, se nos presenta el suceso de la curación de un ciego de nacimiento por parte de Jesús, y se nos habla de Jesús como luz del mundo. En efecto, la oscuridad sólo puede ser vencida por la luz, y Jesús nos dice que Él es luz para este mundo… y para todos nosotros: “Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo”.

- Jesús ha sido enviado por Dios Padre a este mundo para iluminarnos a todos nosotros, para hacernos llegar al conocimiento de la verdad y de la auténtica realidad. En el evangelio de hoy vemos que no basta para conocer la verdad tener ojos en la cara. Los fariseos tenían sanos y con buen funcionamiento los ojos físicos, pero no fueron capaces de reconocer a Jesús como el Hijo de Dios; sí, los fariseos no fueron capaces de reconocer que Jesús había hecho un milagro al devolver la vista a un ciego de nacimiento. En efecto, los fariseos se pararon en lo accidental y no llegaron a lo fundamental: El ciego les dijo que él era ciego de nacimiento, que Jesús le había devuelto la vida, y que lo había hecho así: “Me puso barro en los ojos, me lavé y veo”. El milagro estaba claro, pero había una ley judía que impedía trabajar en sábado y, como aquel día era sábado, como Jesús había hecho barro con sus manos y como eso se consideraba trabajar, entonces, para los fariseos, el milagro estaba manchado de un pecado y, como consecuencia, tal “milagro” no podía venir de Dios.

Para nosotros, aquí y ahora, está clara la cerrazón de mente y de corazón de los fariseos, porque, cuando alguien les señaló el milagro de la curación del ciego, se quedaron con el hecho de que… Jesús había hecho barro en sábado. Esta situación se parece a aquel dicho de un hombre que mostró a otros con el dedo la luna, y ellos se quedaron mirando el dedo en vez de fijarse en la luna. Pero este error no es sólo de los fariseos. Es un error propio de todos los hombres. Voy a poneros un ejemplo de esto y lo mostraré con un cuento. A ver si os gusta: “Un hombre muy rico llevó a su hijo a hacer un recorrido por sus tierras con el propósito de que el hijo, al ver lo pobre que era la gente del campo, comprendiera el valor de las cosas y lo afortunados que eran. Estuvieron por espacio de todo un día y una noche en una granja de una familia campesina muy humilde. Al concluir el viaje, y de regreso a casa, el padre le preguntó al hijo: -¿Qué te pareció el viaje? –Muy bonito, papá. -¿Viste qué pobre y necesitada puede ser la gente? –Sí. -¿Y qué aprendiste? –Vi que nosotros tenemos un perro en casa, y ellos tienen cuatro. Nosotros tenemos una piscina de veinticinco metros, y ellos tienen un riachuelo que no tiene fin. Nosotros tenemos unas lámparas importadas en el patio, ellos tienen las estrellas. Nuestro patio llega hasta el borde de la casa, el de ellos se pierde en el horizonte. Especialmente, papá, vi que ellos tienen tiempo para conversar y convivir en familia. Tú y mamá tenéis que trabajar todo el tiempo, y casi nunca os veo. Al terminar el relato, el padre se quedó mudo, y su hijo agregó: -¡Gracias, papá, por enseñarme lo ricos que podríamos llegar a ser!”

Sí, en tantas ocasiones las cosas pueden cambiar a nuestros ojos, según cómo las miremos. Las podemos mirar como los fariseos y como el padre del cuento: fijarse en el dedo, fijarse en que Jesús trabajó un sábado, fijarse en todas las cosas materiales que se tienen. O podemos mirar las cosas con los ojos del ciego curado y con los ojos del niño del cuento, es decir, mirar todo con los ojos de Jesús gracias a la luz que Él mismo nos da: o sea, darse cuenta que Jesús hizo un auténtico milagro, que Jesús hablaba y actuaba de parte de Dios, que el padre y la madre del niño del cuento tenían muchas cosas y a su hijo le daban muchas cosas, pero no le daban ni tiempo ni cariño, que era lo que el niño más quería y, sobre todo, lo que él más necesitaba.

- Con estas reflexiones que os acabo de hacer, ¿quién tiene luz para ver realmente las cosas: los fariseos o el ciego de nacimiento, el padre o su hijo? Y es que surge enseguida una consecuencia de todo lo dicho hasta ahora: La luz puede ser acogida, como el ciego, o puede ser rechazada, como hicieron los fariseos. Sí, Jesús y su luz pueden ser acogidos o rechazados.

En efecto, en la segunda lectura dice San Pablo a los primeros cristianos, que han aceptado la fe y la luz de Cristo Jesús: “En otro tiempo erais tinieblas, ahora sois luz en el Señor. Caminad como hijos de la luz buscando lo que agrada al Señor, sin tomar parte en las obras estériles de las tinieblas”. Cuando se realiza el sacramento del Bautismo, se da a los recién bautizados (o a sus padres y padrinos) una vela, que se enciende del cirio pascual. Este cirio representa a Cristo, la luz de Dios. Así, los nuevos cristianos reciben la luz de Cristo y la luz de Dios, y las velas son un signo que representa esta realidad. De igual manera, en la Vigilia Pascual del Sábado Santo se enciende el cirio pascual a la entrada de la iglesia. Luego los fieles van acogiendo en sus velas el fuego y la luz de este cirio. Al final, cuando el sacerdote está delante del altar, con la iglesia a oscuras de luz eléctrica, pero con esa misma iglesia iluminada por el cirio pascual y por las velas de los fieles, se alcanza una emoción y una significación especial: Cristo y los cristianos son portadores de la luz de Dios para sí mismos y para el mundo entero. Sin embargo, todo esto quedaría como un rito muy bonito, pero vacío de contenido si no hacemos en nuestra vida lo que San Pablo dijo en su día a los cristianos de Éfeso y que acabamos de leer: “Caminad como hijos de la luz buscando lo que agrada al Señor, sin tomar parte en las obras estériles de las tinieblas”. Ésta es nuestra tarea para esta Cuaresma, pero también para toda nuestra vida.