Domingo II de Pascua (A)

1-5-11 DOMINGO II DE PASCUA (domingo de la Misericordia) (A)

Hch. 2, 42-47; Slm. 117; 1 Pe. 1, 3-9; Jn. 20, 19-31



Homilía de audio en MP3

Queridos hermanos:

- En bastantes ocasiones se me han acercado algunas personas que necesitaban y querían una mayor cercanía con Dios y con las cosas de Dios. Sentían estas personas la soledad en la que caminaban, incluso en el ámbito de la fe. Decían que les era muy duro vivir en esta soledad y/o “nadar contra corriente”. Me pedían que les mostrase algún grupo de Iglesia, alguna asociación o alguna parroquia en la que pudieran involucrarse y caminar acompañadas, comprendidas y acogidas. Yo miraba a mi alrededor y buscaba, no sólo esos grupos de Iglesia en donde se vivera y se creciese en la fe, sino también esos grupos que se adaptasen mejor a las condiciones anímicas y espirituales de las personas que me requerían para que les mostrase dónde insertarse dentro de la Iglesia de Cristo y, tantas veces (para ser honesto),… no encontré nada. En esta situación, si no había otra alternativa, prefería que caminasen en soledad a que vivieran frustraciones y/o encontronazos y/o escándalos en su espíritu.

Esta es la realidad, por desgracia, que tantas veces percibía y percibo a mi alrededor. Sé que la vida comunitaria y eclesial es indispensable para crecer en la fe. No porque lo diga yo, sino porque Cristo quiso que la fe se viviera y practicara comunitariamente. Dios es comunidad (la Santísima Trinidad: Dios Padre, Dios Hijo, Dios Espíritu Santo); Jesucristo se rodeó de varios apóstoles y discípulos durante su vida pública; la vida humana está hecha para vivirla en comunidad… Por eso, la vida de fe… o se vive en comunidad o se queda empequeñecida para siempre.

- Ante toda esta situación me encuentro con el texto precioso de la primera lectura: en los Hechos de los Apóstoles. Aquí se ve cómo vivían los primeros cristianos que surgieron tras la resurrección de Jesús. Creer en el mismo Jesús les llevó a unirse entre sí y a vivir de esta manera. En este espejo tenemos que mirarnos todos los cristianos. Vamos con el texto: Los hermanos eran constantes en escuchar la enseñanza de los apóstoles, en la vida común, en la fracción del pan y en las oraciones […] Los creyentes vivían todos unidos y lo tenían todo en común; vendían posesiones y bienes, y lo repartían entre todos, según la necesidad de cada uno. A diario acudían al templo todos unidos, celebraban la fracción del pan en las casas y comían juntos, alabando a Dios con alegría y de todo corazón; eran bien vistos de todo el pueblo, y día tras día el Señor iba agregando al grupo los que se iban salvando”.

Antes de analizar este texto hemos de partir de una premisa sin la cual, lo que se diga a continuación, carece de sentido. La premisa para vivir la fe comunitariamente es… tener fe personal. Y esta fe personal es sólo y exclusivamente fruto de un encuentro personal con Jesucristo, con Dios. El evangelio nos pone uno de estos encuentros que lleva a la fe. Se trata del apóstol Santo Tomás: Jesús “dijo a Tomás: -Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente. Contestó Tomás: -¡Señor mío y Dios mío! Jesús le dijo: -¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto”. ¿Habéis tenido un encuentro personal con Cristo Jesús que os ha llevado a la fe? Si la respuesta es afirmativa, entenderéis todo lo que se diga a continuación. En caso contrario, os costará comprender lo que de ahora en adelante se diga.

Vamos allá. Al analizar el texto de la primera lectura subrayemos esto:

1) Este texto está conjugado en plural y no en singular. No es cada cristiano o cada creyente quien acude solo a escuchar a los apóstoles, o a la fracción del pan (se refieren así a la Misa), o a la oración. Son todos los cristianos quienes van en común, cada uno desde donde mora, a todos los actos en que Dios les convoca o a todos los actos organizados por la Iglesia.

2) Las acciones principales y fundamentales de los cristianos, que viven dentro de la Iglesia de Cristo, son cuatro: a) aprender de los apóstoles, y para ello acuden a donde aquéllos están y les escuchan; b) los cristianos llevan una cierta vida en común (cada uno trabaja en su sitio o vive en su casa, pero conviven juntos. Luego se nos dan más datos de esta convivencia en común); c) participan en las Misas (fracción del pan[1]); d) participan en la oración: oración personal, pero también oración comunitaria, y de este modo se hacen presentes las palabras de Jesús: “donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt. 18, 20).

3) En esta oración comunitaria –nos dice el texto- se alababa a Dios con alegría y se hacía dicha oración con todo el corazón. Por lo tanto, a) la oración de los cristianos es hecha con alegría y la oración, además, produce alegría; b) igualmente, la oración de los cristianos se hace más con el corazón que con la mente, más con el corazón que con los labios, y todo esto es porque Cristo vivo y resucitado ha tomado posesión de todos y de cada uno de los cristianos.

4) La convivencia en común de los primeros cristianos es fruto del amor de Dios hacia ellos, del amor de ellos a Dios y del amor de los cristianos entre sí. Cristo vivo y resucitado ha llenado totalmente a estas personas y de modo natural surgen consecuencias prácticas: “Los creyentes vivían todos unidos y lo tenían todo en común; vendían posesiones y bienes, y lo repartían entre todos, según la necesidad de cada uno”. Los cristianos que experimentaban la misericordia de Dios para con ellos desbordaban también esa misericordia con sus hermanos más necesitados, con los hermanos sufrientes. Sólo puede ser misericordioso consigo mismo y con los demás quien ha percibido en sí mismo a Jesús hecho misericordia.

- Como tarea para esta Pascua, que estamos empezando, vamos a pedir a Dios que nos conceda la gracia de vivir la fe del modo natural y que Dios mismo ha predeterminado: es decir, dentro de la Iglesia y en una comunidad de hermanos. Para ellos seguiremos estos pasos: 1) Orar y suplicar al Señor la gracia de una comunidad en la que seamos acogidos y aceptados con los carismas que Dios nos ha dado. Carismas para la Iglesia y para el mundo, carismas para nosotros mismos. 2) Ir buscando y conociendo distintas comunidades en las que podemos tener cabida: una parroquia; un grupo de hermanos en que se lee el evangelio y se ora, y formado por cristianos con similares deseos y anhelos; la comunidad de la Misa de 11 de la Catedral de Oviedo; pedir información de uno de los grupos ya existentes: Comunidades Neocatecumenales, Acción Católica, Opus Dei, Carismáticos, grupos de reflexión de los PP. Jesuítas o de los PP. Dominicos o de los PP. Carmelitas o de los PP. Claretianos… 3) No tener prisa por entrar en nada. Vivirlo todo desde la confianza en Dios. Es Dios quien nos integrará en una determinada comunidad…, cuando Él quiera, como Él quiera, donde Él quiera.



[1] En un principio, las Misas se denominaban “fracción del pan” aludiendo al gesto de Jesús en que, al instituir