Domingo V Cuaresma (A)

10-4-11 DOMINGO V CUARESMA (A)


Ez. 37, 12-14; Slm. 129; Rm. 8, 8-11; Jn. 11, 1-45



Homilía de audio en MP3

Queridos hermanos:


- Como ya sabéis, hace dos domingos escuchábamos en el evangelio el relato de la Samaritana. Aquí Jesús se nos presentaba como Agua Viva. Nos decía Jesús que, quien bebiera de cualquier agua, volvería a tener sed, pero, quien bebiera del agua que Él le diera, nunca más tendría sed: “El agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna”. Al domingo siguiente volvíamos a escuchar el evangelio de San Juan. En él Jesús curaba a un ciego de nacimiento, y Jesús se nos presentaba entonces como Luz del mundo: “Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo”. Jesús es Agua Viva y Luz del mundo.


En el día de hoy volvemos a escuchar otro evangelio de San Juan, concretamente en el que se narra la resurrección de Lázaro y en donde Jesús se denomina a sí mismo como Resurrección y Vida. “Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre”.


Con estos tres evangelios San Juan intenta llevarnos hacia Jesús, pues en Él está todo y fuera de Él no hay nada o, al menos, nada bueno. Unas veces Jesús nos es presentado como Agua Viva, que quita la sed para siempre: en este mundo y después de este mundo. Otras veces Jesús nos dice que es Luz: Luz que quita la oscuridad al hombre y que le ilumina hacia la verdad plena. Hoy se nos dice que Jesús da Vida a los vivos, y también da Vida o resucita a los muertos. Quien no está con Jesús, si muere, morirá para siempre; asimismo quien no está con Jesús, si está vivo, es como si estuviera muerto.


Vamos a reflexionar, a profundizar un poco sobre la muerte y sobre la vida.


Hace poco se estrenó una película francesa; creo que se titulaba Hombres y dioses”. Trataba de unos monjes católicos que fueron secuestrados y asesinados en 1996 en Argelia. Eran siete. Les cortaron la cabeza y no se sabe cuántas cosas más les hicieron. Habían recibido varias amenazas de muerte de los fundamentalistas musulmanes para que se fueran de allí. Ellos se sentaron a deliberar sobre aquellas amenazas y sobre aquella situación, y cada uno expresó lo que sentía y lo que quería hacer. Había libertad para marcharse a un lugar más seguro. Todos decidieron quedarse allí y afrontar los peligros que pudieran venir. Jesús vino a este mundo por nosotros; Jesús no huyó, sino que se entregó a la muerte por todos nosotros. Ellos tampoco podían escapar. No hacían mal a nadie y esta comunidad de monjes orantes eran como un oasis en el desierto: oasis de perdón, oasis de reconciliación, oasis de paz, oasis de oración, oasis de fraternidad entre los hombres independientemente de sus culturas y de sus creencias. Las gentes de los alrededores les apreciaban y no deseaban su marcha, sino todo lo contrario. Estos siete monjes hablaron y escribieron lo que sentían ante las amenazas y la proximidad de su muerte. Yo he recogido aquí las palabras de dos de ellos: Por ejemplo, Fr. Luc Dochier dijo: “¿Qué nos puede pasar? Que caminemos hacia el Señor y nos sumerjamos en su ternura. Dios es el gran misericordioso y el gran perdonador”<!--[if !supportFootnotes]-->[1]<!--[endif]-->. O Fr. Christophe Lebreton, que escribió sus últimas voluntades: Mi cuerpo es para la tierra, pero, por favor, ninguna protección entre ella y yo. Mi corazón es para la vida, pero, por favor, nada de retoques entre ella y yo. Mis manos para el trabajo… sencillamente se cruzarán. Pero el rostro, que quede completamente desnudo para no impedir el beso. Y la mirada, dejadla VER”. Para decir y escribir esto, hay que estar o muy loco, o muy convencido, o… tener a Dios muy dentro. Estas palabras retratan a unos creyentes totalmente enamorados de Dios y olvidados de sí mismos. La vida no es un fin en sí mismo; tampoco lo es el cuerpo, ni el corazón, ni las manos, ni el rostro, ni la mirada…; nada de lo que se posee es fin en sí mismo, sino que todo ello es don y regalo de Dios. De Dios lo hemos recibido y a Dios hemos de entregárselo de nuevo.


Los siete monjes católicos están muertos desde 1996. Sus asesinos probablemente siguen vivos a fecha de hoy. Preguntas: Desde la perspectiva de Jesús, de Dios, ¿quiénes están más muertos: los siete monjes asesinados o aquellos que los mataron? ¿Quiénes están más vivos: los siete monjes que murieron o aquellos que los mataron? Para mí las respuestas están claras. De hecho, en estos siete monjes católicos se cumplieron y se cumplen totalmente las palabras de Jesús: “Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre”.


- Preparando esta homilía cayó en mis manos este cuento. ¡Otro cuento! Os lo leo y luego reflexiono un poco sobre él: “Un sabio griego hacía exploraciones por las tierras del Nilo. Muy satisfecho de su ciencia y de su filosofía, buscaba ufano por aquellas regiones oscuras los secretos que guarda la naturaleza. En una ocasión tuvo que pasar un río y subió a una barca. El viejo barquero movía acompasadamente sus remos y miraba distraído las aguas. De pronto, el sabio le preguntó: -¿Sabes astronomía? –No, señor. –Pues has perdido la cuarta parte de tu vida… ¿Sabes filosofar? – No, señor. –Pues has perdido la otra cuarta parte de la vida… ¿Sabes algo de la historia de este mundo? –No, señor. –Pues has perdido otra cuarta parte de tu vida. En esto, un golpe de viento zarandeó con estrépito la barca, la cual no resistió el golpe, dio media vuelta, y los dos cayeron al agua. El barquero comenzó a nadar a grandes brazadas en busca de la orilla; el sabio se hundía sin remisión dando grandes gritos y luchando por salvarse. Entonces el barquero le preguntó: -¿Sabes nadar, amigo sabio? –No, señor. –Pues ha perdido usted toda la vida”. Tenemos una vida. Sólo se vive una vez y, en tantas ocasiones, ¡perdemos tiempo en tantas cosas que no son fundamentales o nos vanagloriamos de lo que sabemos y despreciamos a los que saben o lo que tienen los otros!


Decía San Bernardo: “Que nuestra vida tenga su centro en nuestro interior, donde Cristo habita”. Para poder morir como los siete monjes de Argelia hay que vivir como ellos, es decir, con Cristo como centro de nuestro ser. Cristo da VIDA a los muertos sólo cuando ha dado VIDA a los vivos. En tantas ocasiones no somos felices; sabemos astronomía, sabemos filosofía y sabemos historia del mundo, como el sabio griego, pero no “sabemos” a Cristo. Cristo es el único que da VIDA, que da AGUA VIVA, que da LUZ. Vayamos, pues, siguiendo los pasos de Cristo. Ya está aquí la Semana Santa. ¡Vivámosla con Él!


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<!--[if !supportFootnotes]-->[1]<!--[endif]--> Fijaros: en vez de decir: ‘¿Qué nos puede pasar: que nos maten o que nos torturen…?’ Dice: “Que caminemos hacia el Señor y nos sumerjamos en su ternura…”