Domingo XVI del Tiempo Ordinario (A)

17-7-11 DOMINGO XVI TIEMPO ORDINARIO (A)

Sab. 12, 13.16-19; Slm. 85; Rm. 8, 26-27; Mt. 13, 24-43


Homilía de audio en MP3

Queridos hermanos:

Tenemos que acostumbrarnos a escuchar, y no simplemente a oír, la Palabra de Dios. Escuchar supone un plus: supone acoger en mi interior lo que se me dice o lo que leo y, además, supone profundizar en el sentido de las palabras. Así, hemos de preguntarnos qué nos quiere decir Dios, aquí y ahora, con su Palabra y de qué modo hemos de aplicar dicha Palabra a nuestra vida concreta. Yo voy a tratar de ayudaros un poco a esto sabiendo que lo que vale para mí, vale igualmente para los demás, pues no somos tan diferentes unos de otros, ni tenemos necesidades tan diversas unos de otros.

- Alguno puede pensar que varias frases de este evangelio no son para el mundo moderno de hoy; por ejemplo cuando Jesús explica la primera parábola y dice: “la cizaña son los partidarios del maligno; el enemigo que la siembra es el diablo”. ¿Son modernas estas palabras de Jesús, o son ya antiguas? Más aún, ¿son reales estas palabras de Jesús en estos tiempos? Yo personalmente creo que son totalmente reales, actuales y, por tanto, son totalmente modernas. Fijaros de qué modo tan sutil puede Satanás actuar: El martes venía yo de Alemania en el autobús desde Madrid a Oviedo. En la radio pusieron una canción de Amaral. La canción es pegadiza y el estribillo dice así: ‘Te necesito, como a la luz del sol, en este invierno frío para darme tu calor’. Pero al escucharla más veces me di cuenta de que la letra de esta canción no es tan inocente. Leo: ‘Como quieres que me aclare si aún soy demasiado joven para entender lo que siento, pero no para jurarle al mismísimo Ángel Negro que, si rompe la distancia que ahora mismo nos separa, volveré para adorarle. Le daría hasta mi alma, si trajera tu presencia a esta noche que no acaba…’ Ese ‘Ángel Negro’ es Satanás, al cual Amaral está dispuesta a adorarle e incluso está dispuesta a entregarle su alma, si actúa para que ella pueda unirse con el hombre amado. Esta canción con música pegadiza va calando entre nosotros, y con ella cala esa letra. Éste es uno de los modos de siembra del diablo entre nosotros. Éste es uno de los modos de que aparezca la cizaña y crezca en medio del campo de trigo sembrado por Dios.

- Creo que alguno de vosotros ya ha escuchado alguna vez esta anécdota: “Una chica estaba esperando su vuelo en una sala de un aeropuerto. Como debía esperar un largo rato, decidió comprar un libro y también un paquete de galletas. Se sentó para poder descansar y leer en paz. En un asiento de por medio, se sentó un hombre que abrió una revista y empezó a leer. Entre ellos quedaron las galletas. Cuando ella cogió la primera, el hombre también tomó una. Ella se sintió indignada, pero no dijo nada. Solo pensó: ‘¡Qué descarado; si yo fuera más valiente, hasta le daría una bofetada para que nunca lo olvide!’ Cada vez que ella cogía una galleta, el hombre también tomaba una. Aquello le indignaba tanto que no conseguía concentrarse ni reaccionar. Cuando quedaba solo una galleta, pensó: ‘¿Qué hará ahora este aprovechado?’ Entonces, el hombre partió la última galleta y dejó media para ella. ¡Ah! ¡No! ¡Aquello le pareció demasiado! ¡Se puso a resoplar de rabia! Cerró su libro, cogió sus cosas y se dirigió al sector del embarque. Cuando se sentó en el interior del avión, miró dentro del bolso, y para su sorpresa, allí estaba su paquete de galletas intacto y cerrado. ¡Sintió tanta vergüenza! Sólo entonces se dio cuenta de lo equivocada que estaba. ¡Había olvidado que sus galletas estaban guardadas dentro de su bolso! El hombre había compartido las suyas sin sentirse indignado, nervioso, consternado o alterado”.

Una de las moralejas de esta historia es ésta: ¿Cuántas veces en nuestra vida sacamos conclusiones cuando debiéramos observar mejor? ¿Cuántas cosas no son exactamente como pensamos acerca de las personas?

- Esta historia encaja muy bien en las lecturas que acabamos de escuchar. Encontramos palabras preciosas en la primera lectura: “Tu soberanía universal te hace perdonar a todos […] Enseñaste a tu pueblo que el justo debe ser humano, y diste a tus hijos la dulce esperanza de que, en el pecado, das lugar al arrepentimiento”. Dios perdona a todos, no sólo a unos pocos: no sólo a los ricos, no sólo a los pobres, no sólo a los católicos, no sólo a los de arriba o a los de abajo…

Cuando el hombre peca, esa acción procede del hombre, que voluntariamente se aparta de Dios. Pero, en medio de ese pecado, Dios se muestra al hombre y le concede una “dulce esperanza”: el arrepentimiento, que es el preludio del perdón. El pecado procede del hombre; el arrepentimiento y el perdón proceden de Dios. Y Dios pide al hombre, a todo hombre, pero sobre todo al justo que sea humano, es decir, compasivo y misericordioso, como Dios lo es. El justo, al modo del mundo, hace las cosas bien, pero eso no basta. El justo, al modo de Dios, hace las cosas bien, es humano, y perdona, porque es perdonado por Dios. Así le ha enseñado Dios a actuar.

¿Cuántas veces nos hemos preguntado por qué Dios permite la existencia de los malos en este mundo? ¿Por qué Dios no les saca de este mundo o les deja morir antes para que hagan menos daño? A esta pregunta contesta Jesús con la parábola del trigo y de la cizaña, que acabamos de escuchar: Dios no quiere que se arranque la cizaña (los malos) antes de tiempo, porque “podríais arrancar también el trigo”. Nosotros sí que hubiéramos llamado la atención al hombre que en el aeropuerto “nos comía” las galletas, sin darnos cuenta que, en muchas ocasiones, somos nosotros quienes comemos las galletas a los demás. En efecto, ¿quiénes de nosotros somos el trigo? ¿Quiénes de nosotros somos la cizaña? Nosotros somos en tantas ocasiones los malos, la cizaña, pero también, en tantas ocasiones somos el trigo.

- En definitiva, esta Palabra de Dios nos habla de su PACIENCIA. Él espera en nosotros, Él espera de nosotros que cambiemos, pues nadie es blanco o negro, sino que somos grises, con partes buenas y partes menos buenos. Dios tiene paciencia con nosotros, pues espera que nos vayamos acercando a El a través del arrepentimiento y del perdón, que es la “dulce esperanza” que da a TODOS LOS HOMBRES. Y así la paciencia de Dios ha de ser el modelo de nuestra paciencia. Paciencia para con Él (si no va todo tan deprisa como queremos); paciencia para con nosotros mismos (si fallamos una y mil veces); paciencia para con los demás (si no son como nosotros querríamos y cuando nosotros queríamos; quizás, al fin y al cabo, sean ellos los que tengan más razón que nosotros).