Domingo XXXI del Tiempo Ordinario (A)

Después de un tiempo sin publicar las homilías, varias personas me han pedido que lo siguiera haciendo.
Aunque son un poco distintas a como venía haciéndolo habitualmente, confío en que puedan seguir ayudando en nuestro peregrinaje hacia el Reino de Dios.



30-10-11 DOMINGO XXXI TIEMPO ORDINARIO (A)

Malq. 1, 14-2, 2b.8-10; Slm. 130; 1 Ts. 29, 7b-9.13; Mt. 23, 1-12


Homilía de audio en MP3

Queridos hermanos:

Las lecturas de hoy son una llamada de atención importante para los sacerdotes. En ellas se nos dice algo de cómo NO debe de ser nuestro ministerio y también de cómo SI debe de ser nuestro ministerio. Del NO hablan la primera lectura y el evangelio, y del SI habla la segunda lectura.

En el evangelio Cristo dice a la gente que lo escucha una serie de cosas terribles de los fariseos: “Haced y cumplid lo que os digan, pero no hagáis lo que ellos hacen, porque ellos no hacen lo que dicen [...] Todo lo que hacen es para que los vea la gente [...] Les gustan [...] que les hagan reverencias por la calle”. Estas palabras pueden ser aplicadas, por desgracia, en ocasiones a algunos sacerdotes. ¡Cuánto escándalo produce un sacerdote entre la gente cuando no se comporta como debe! Escándalos sexuales de los sacerdotes con los niños o adolescentes, sacerdotes interesadísimos con el dinero o con las cosas materiales, sacerdotes con mal carácter a la hora de tratar con la gente, sacerdotes vagos...

Pero a la vez, ¡cuánto bien hace un sacerdote entre la gente cuando buscar ser reflejo fiel de Jesucristo! Hace un tiempo me encontré con un joven en Oviedo, que tenía a su párroco como si fuera un padre y, en cuanto murió dicho sacerdote, el joven estaba como desorientado y con él otros chicos de la parroquia; aquellos sacerdotes que acogieron en Asturias a los inmigrantes de otras zonas de España en las décadas de los años 1960 y 1970, y les dieron una formación para que encontraran trabajo; aquellos sacerdotes que hicieron cooperativas en los pueblos para que los campesinos sacaran mejores precios de sus productos y pagaran menos por el pienso; aquellos sacerdotes yanquis que, cuando empezó lo del SIDA, se ofrecieron para que se probara en ellos los remedios farmacéuticos; tantos y tantos sacerdotes preocupados por sus feligreses y por el crecimiento de estos en su relación con Jesucristo; etc. Sí, como muy bien dice el Concilio Vaticano II: “La santidad de los presbíteros contribuye poderosamente al cumplimiento fructuoso del propio ministerio, porque aunque la gracia de Dios puede realizar la obra de la salvación, también por medio de ministros indignos, sin embargo, Dios prefiere, por ley ordinaria, manifestar sus maravillas por medio de quienes, hechos más dóciles al impulso y guía del Espíritu Santo, por su íntima unión con Cristo y su santidad de vida, pueden decir con el apóstol: ‘Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí’ (Gal., 2, 20)” (Presbyterorum Ordinis 12).

¿Cómo debe ser un sacerdote hoy en Asturias, en España, en el mundo entero? Tiene que ser como Dios quiere que sea, es decir, cuando Dios llama a uno para ser sacerdote ya tiene un plan de actuación y de salvación para que el Espíritu actúe a través de él. El sacerdote tiene que ser fiel a ese plan divino. Así, creo que cada sacerdote debe de tener estas características: 1) ha de ser un hombre de oración constante, y su referencia a Dios Padre ha de ser continua; 2) ha de ser un hombre eclesial, es decir, con un gran amor a la Iglesia: a esta Iglesia pecadora y santa a la vez; 3) ha de ser muy humano, estando muy en medio de cada hombre: riendo con el que ríe, llorando con el que llora, sufriendo con el que está en paro o tiene un cáncer o tiene un hijo en la droga. Nada de lo que le suceda al que está a su lado debe de ser ajeno al sacerdote; 4) ha de ser austero, pobre, sencillo, humilde; 5) ha de ser valiente en el Señor y para el Señor: valiente para decir lo que debe decir, sin importarle la buena o mala fama que se cree con ello, y con fortaleza interior para sobrellevar disgustos, incomprensiones, murmuraciones; 6) ha de ser un hombre de paz, que transmita la paz y serenidad en este mundo de prisas, estrés y angustias.

En la siguiente narración se resume muy bien los seis puntos que acabo de decir: Cuentan que en una parroquia intrigaba mucho a los feligreses que su párroco desapareciera todas las semanas la víspera del domingo. Sospechando que su párroco se encontraba en secreto con Jesús, encargaron a uno de los feligreses que le siguiera. Y el ‘espía’ comprobó cómo el párroco se disfrazaba de campesino cada sábado y atendía a una mujer pagana paralítica: limpiaba su cabaña y preparaba para ella la comida del domingo. Cuando el ‘espía’ regresó, toda la comunidad le preguntó: ‘¿A dónde ha ido nuestro párroco? ¿Le has visto ascender al cielo?’ ‘No’, respondió el otro, ‘ha subido aún más arriba’.

También es cierto que todo esto que se ha dicho hasta aquí de los sacerdotes (lo bueno y lo malo) puede y debe de ser aplicado para cada uno de los demás cristianos: seglares, religiosos/as, solteros y casados, jóvenes y viejos, pues la Palabra de Dios es universal y alcanza a todos los hombres en todos los tiempos y lugares.