Domingo III Pascua (B)

22-4-2012 DOMINGO III DE PASCUA (B)
Homilía de audio en MP3
Queridos hermanos:
El otro domingo hablábamos de una serie de experiencias que tienen aquellos que perciben la presencia de Cristo resucitado: la paz en sus corazones, el perdón de los pecados, la alegría de la fe. En el evangelio de hoy se nos apunta otro fruto de la resurrección de Jesús en sus discípulos: Jesús “les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras”. Y qué sucede cuando Jesús abre a alguien el entendimiento sobre las Escrituras. Pues le sucede lo mismo que les pasó a los discípulos de Emaús cuando Jesús les hablaba: “¿No nos ardía el corazón cuando nos explicaba las Escrituras?”. Sí, nos arde el corazón de fe y de amor a Dios cuando Jesús nos habla al corazón de Dios.
En la homilía[1] de hoy quisiera hablaros un poco sobre las Escrituras, es decir, sobre la Biblia y qué podemos hacer por nuestra parte para comprenderla:
1) Yo siempre digo que la Biblia es como un álbum de fotografías. Cuando abrimos un álbum nuestro y vamos pasando página tras página, nos encontramos con rostros familiares, con situaciones pasadas, normalmente alegres. Un álbum es algo personal. Pues lo mismo nos ha de pasar con la Biblia: Hemos de tener algunos pasajes muy queridos, pues nos acompañaron en determinados momentos de nuestra vida y nos dieron aliento, luz, fuerza, ánimo y fe de parte de Dios.
2) Siendo seminarista me di cuenta que yo nunca había leído la Biblia entera. Conocía muchos pasajes, pero no había leído la Biblia entera. Pensé que sería bueno y necesario que, uno que iba a ser cura, la hubiera leído, al menos, una vez entera. Así empecé un día y todas las noches, antes de acostarme, leía dos capítulos del Antiguo Testamento y uno del Nuevo. Hubo muchos trozos, sobre todo del Antiguo Testamento, que los encontré aburridos y sin demasiado sentido. Hubo otros trozos que me maravilló el descubrirlos, pues no sabía de su existencia. Hubo otros trozos que me dieron respuestas actuales a problemas o situaciones actuales. Hubo trozos que leí y no di en aquel momento demasiada importancia, pero después, mientras estudiaba o daba catequesis en la parroquia en la que ayudaba como seminarista, vinieron a mí mente y a mis labios y cobraron todo su sentido. Me di cuenta que lo que leía era palabra viva y no palabra muerta, o del pasado, o de una historia antigua.
3) Con el tiempo, y al leer diariamente tres capítulos, terminé la Biblia y entonces pensé en empezar otra vez por el principio. Y seguí haciéndolo del mismo modo: todos los días leía dos capítulos del Antiguo Testamento, y todos los días leía un capítulo del Nuevo Testamento. Y empecé a observar que ocurrían en mí dos cosas, que luego escuché que también les pasaba a otras personas: a) Si lees la Biblia una vez, entiendes algo. Si la lees dos veces, entiendes cada vez más. Si la lees tres o más veces, tiene mucho más sentido y sus palabras entran muy dentro de ti. b) Quien lee la Biblia profundiza cada vez más en Dios y en las cosas de Dios, y ya no soporta demasiado bien leer cosas espirituales de otros hombres, salvo que sean cosas escritas por los santos. Es decir, Dios da un sentido muy certero para percibir claramente lo que es de Dios, dónde está Dios, y todo lo demás cansa o se nos cae de las manos y es considerado como una pérdida de tiempo.
Y ahora quisiera leeros algunos trozos de la Biblia que a mí me han hecho mucho bien y que en un momento de mi vida iluminaron mi ser y mi espíritu. Estas son algunas de mis "fotografías". Cada uno debe buscar las suyas:
- “El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? El Señor es la defensa de vida, ¿quién me hará temblar?” (Slm 26, 1). Con este salmo empecé a gustar el Antiguo Testamento, pues descubría cosas hermosas y no sólo matanzas, como me habían dicho. Con este salmo mi espíritu se puso en comunión con Dios y Él me quitó miedos y complejos. Si Él me quiere, qué más da que los demás no me quieran. Si Él me acepta como soy, qué más da que los demás no me aceptan. Si Él quiere a los otros, quién soy yo para no quererles. Si Él acepta a los demás, quién soy yo para no aceptarles.
- “Jesús dijo: ‘Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así lo has querido. Todo me ha sido dado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo sino el Padre, así como nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, porque soy paciente y humilde de corazón, y así encontraréis alivio. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera’” (Mt 11, 25-30). Este texto de Jesús me descubrió un Dios sencillo y preocupado por los débiles. También vi a un Dios que no buscaba sólo lo grande y lo extraordinario, sino lo pequeño y lo corriente. ¡Todos somos tan pequeños y tan corrientes!
Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré”. Esta frase de Jesús me descubrió y me animó a refugiarme en los brazos amorosos de Dios Padre y de Jesús, cuando estoy cansado. Él siempre tiene tiempo para mí. Pero esta frase también me enseñó a querer practicar ser como Jesús, cuando los demás están cansados y agobiados: Porque Jesús, porque Dios usa mis brazos para acoger a esos que están tristes y solos.

- “Para los que aman a Dios, todo les sirve para el bien” (Rm. 8, 28). Esta frase me enseñó a empezar a ver las cosas con los ojos de Dios. Antes yo pensaba que las cosas eran malas o buenas según me hicieran bien o mal al modo del mundo. Por ejemplo, si tenía demasiado frío o demasiado calor, si me cansaba, si no me reconocían…, todo eso era malo. Y si me sucedía lo contrario, entonces era bueno. Pero Dios me enseñó que tenía que mirarlo y juzgarlo todo desde Él. Lo que yo veo bueno, ¿es bueno para Dios? Lo que yo veo malo, ¿es malo para Dios? Y Dios me decía: Para los que me aman, “todo les sirve para el bien”.



[1] Esta homilía va a ser un poco testimonial.