Domingo III de Adviento (C)



16-12-2012                             DOMINGO III DE ADVIENTO (C)
Homilía de audio en MP3
Queridos hermanos:
- Hoy celebramos el tercer domingo de Adviento; comúnmente se le llama el domingo del ‘gaudete’, es decir, del ‘alegraos’. Las dos primeras lecturas que hemos escuchado nos exhortan a la alegría; pero no a la alegría que nace del vino, de una fiesta con baile, del que se goza por la victoria de su equipo de fútbol; ni siquiera dichas lecturas se refieren a la alegría del que le ha tocado la lotería o la quiniela. Cristo Jesús nos invita a una alegría más profunda: es la alegría del corazón, la que nos viene directamente de Dios. Es de este tipo de alegría de la que se nos habla el profeta Sofonías: “Alégrate y gózate de todo corazón. El Señor se goza y se compla­ce en ti, te ama y se alegra con júbilo”; o S. Pablo: “Estad siempre alegres en el Señor. Os lo repito: estad alegres”. Pero sólo podemos estar alegres de verdad, si es el Señor mismo quien nos lo concede.
- Bautizados con fuego:
1) En el evangelio de hoy el protagonista es Jesús, y quien nos habla de Él es San Juan Bautista. Entre las cosas que dice éste de Jesús, voy a destacar éstas: Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego; tiene en la mano el bieldo para aventar su parva y reunir su trigo en el granero y quemar la paja en una hoguera que no se apaga. En otras ocasiones ya os he hablado del Espíritu Santo: de sus dones y de sus frutos. Hoy quisiera profundizar un poco en lo que dice San Juan Bautista de que Jesús nos bautizará con fuego. ¿Qué quiere decir esto? ¿Tenemos experiencia algunos de nosotros de haber sido bautizados con fuego? ¿Y de haber sido bautizados con Espíritu Santo? Si las respuestas son negativas a las dos preguntas…, entonces, ¡vamos mal!; creo yo.
2) En muy diversas ocasiones y lugares he dicho ya que la fe cristiana no consiste en observar una serie de ritos religiosos en nuestra vida: la mera asistencia a la Misa, a novenas, a peregrinaciones, a procesiones… La fe cristiana no consiste simplemente en tener una determinada moral: no robar, no criticar, no tener rencor, no ser soberbio, no pecar contra la castidad, no ser envidioso… La fe cristiana no consiste en creer determinadas doctrinas: en la Santísima Trinidad, en la virginidad de María, en los siete sacramentos, en la resurrección de los muertos, en Jesús como verdadero Dios y como verdadero hombre… La fe cristiana consiste, nada más y nada menos, que en un encuentro personal entre Dios y nosotros.
3) Tener ese encuentro personal con Dios es lo mismo que decir que hemos sido bautizados con Espíritu Santo y fuego. Dos ejemplos de sobra conocidos son el acontecimiento de Pentecostés sobre los apóstoles (Hch. 2, 1-6. 15-21) y la conversión de San Pablo (Hch. 9, 1-8). Pero el ejemplo que hoy quiero comentar es el de un bautismo ‘a fuego lento’. Se trata del caso narrado por el mismo Jesús en la parábola del hijo pródigo: Ya había gastado todo, cuando sobrevino mucha miseria en aquel país, y comenzó a sufrir privaciones. Entonces se puso al servicio de uno de los habitantes de esa región, que lo envió a su campo para cuidar cerdos. El hubiera deseado calmar su hambre con las bellotas que comían los cerdos, pero nadie se las daba. Entonces recapacitó y dijo: ‘¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, y yo estoy aquí muriéndome de hambre!’. Ahora mismo iré a la casa de mi padre y le diré: ‘Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros’. Entonces partió y volvió a la casa de su padre (Lc. 15, 14-20). Dios permitió que el hijo pródigo gastara de mala manera sus bienes. Quien tiene bienes (de cualquier tipo) y tiene su corazón asentado en ellos, no escucha a nadie, y a Dios menos todavía. Habiendo gastado todo, el hijo “comenzó a sufrir privaciones”: primero sufrió las privaciones materiales por no poder comer, vestirse, dormir bajo techo... Después sufrió las privaciones de las amistades, que ya no estaban con él, pues ya no tenía dinero. También sufrió las privaciones de la soledad, del desprecio, de la incertidumbre, del miedo, de la humillación, de la impotencia, de la suciedad... Todo en lo que el hijo pródigo confiaba le había desaparecido. Se veía en un estado como nunca se había visto. Empezó a mirar y a ver el mundo desde otra perspectiva. El hijo pródigo estaba siendo bautizado con fuego. El bautismo de fuego es puesto por Dios en nuestros corazones para ser avivado y quemar la “paja” de la inmadurez. Como la paja es inevitable hasta que madura el trigo, asimismo hay un fuego que consume la escoria, la vanagloria, el protagonismo, las motivaciones egoístas… ¡Gracias a Dios por el bautismo de fuego que nos da para incinerar todas estas imperfecciones! El bautismo con fuego quema y deshace el pecado, la sordera y la ceguera en los que estamos inmersos. El bautismo con fuego saca a la luz tantos dones, regalos, talentos y cualidades que estaban sepultadas bajo nuestros egoísmos, soberbias, intereses malsanos… El bautismo con fuego quema la hojarasca y deja a la vista el corazón y el espíritu que un día Dios nos había regalado.
4) Dice el libro del Eclesiástico: “Después surgió como un fuego el profeta Elías, su palabra quemaba como una antorcha”(Eclo. 48, 1). O el mismo Jesús nos dice en el evangelio: “He venido a traer fuego sobre la tierra y ¡cuánto desearía que ya estuviese ardiendo!” (Lc12, 49). Dice igualmente el catecismo de la Iglesia Católica: “Como el fuego transforma en sí todo lo que toca, así el Espíritu Santo transforma en vida divina lo que se somete a su poder” (CIC 1127). El bautizado con fuego es transformado él mismo en fuego y así puede también él quemar a otros. Como una colilla en medio del monte es capaz quemar miles y miles de hectáreas, un bautizado con fuego por Jesús y por su Santo Espíritu puede ‘quemar’ con ese mismo fuego a los que le rodean. A ninguno de nosotros nos gusta arder ni que nos quemen, pero en ello está nuestra vida. Tantas veces echamos agua a los fuegos que Dios nos acerca, pero, quienes, finalmente, se dejan quemar y quienes queman, serán reunidos en el granero de Dios: el Reino de los cielos. Quienes no quememos ni nos dejemos quemar, entonces sí que, como dice el evangelio, arderemos al final de los tiempos “en una hoguera que no se apaga. Sobre esto último San Pablo tiene un texto precioso para meditar en esta semana: “El fundamento ya está puesto y nadie puede poner otro, porque el fundamento es Jesucristo. Sobre él se puede edificar con oro, plata, piedras preciosas, madera, pasto o paja: la obra de cada uno aparecerá tal como es, porque el día del Juicio, que se revelará por medio del fuego, la pondrá de manifiesto; y el fuego probará la calidad de la obra de cada uno. Si la obra construida sobre el fundamento resiste la prueba, el que la hizo recibirá la recompensa; si la obra es consumida, se perderá. Sin embargo, su autor se salvará, como quien se libra del fuego. ¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros? Si alguno destruye el templo de Dios, Dios lo destruirá a él. Porque el templo de Dios es sagrado, y vosotros sois ese templo” (1 Co 3, 11-17).