Domingo I de Pascua (C)



31-3-2013                              DOMINGO I DE PASCUA (C)

Homilía del domingo I de Pascua (C) from gerardoperezdiaz on GodTube.

Homilía de audio en MP3
Queridos hermanos:
            - ¿Habéis visto alguna vez una persona muerta? ¿Habéis tenido que tocar alguna vez a una persona muerta? ¿Habéis tenido que amortajar alguna vez a una persona muerta? ¿Habéis tenido que asistir alguna vez a un desenterramiento de un cadáver en un nicho o en una sepultura en tierra? Nada de esto es agradable y, sin embargo, son realidades con las que podemos encontrarnos a lo largo de nuestra vida.
            En estos días que llevamos de la Semana Santa hemos acompañado a Jesús en su pasión, en su muerte y en su entierro. Con Jesús, los judíos y los romanos hicieron una auténtica carnicería. Una vez muerto Jesús y con el cuerpo totalmente destrozado, los discípulos depositaron su cadáver en el hueco de una roca que se había habilitado para sepulcro. ¡Por fin Jesús iba a poder descansar! ¡Por fin iban a dejarle en paz los soldados romanos y los judíos que le habían pegado, insultado y asesinado!
            Dice el evangelio que María Magdalena avisó el domingo de madrugada a Pedro y a Juan que el cuerpo de Jesús no estaba en el sepulcro donde le habían dejado el viernes por la tarde-noche. “Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; y, asomándose, vio las vendas en el suelo; pero no entró”. Juan era más joven y, por eso, corría más; llegó primero al sepulcro, pero todo su ímpetu juvenil quedó en nada ante la entrada de un sepulcro. Quizás él nunca había entrado en un sepulcro que contenía un cadáver. Tuvo miedo; miró, pero no entró. “Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro”. Pedro era mayor que Juan. Él ya tenía más experiencia y ya había visto a lo largo de su vida más muertos y más cosas terribles. Su ojos ya tenían ‘más callo’ para ver podredumbre y, por eso, Pedro entró inmediatamente en el sepulcro.
            Al penetrar en el sepulcro, primero Pedro y luego Juan, ¿qué es lo que vieron? Nos lo dice el evangelio: vieron “las vendas en el suelo y el sudario con que le habían cubierto la cabeza”. Pero el cuerpo de Jesús no estaba. Ya María Magdalena les había dicho poco antes: “Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto”. En efecto, tanto Pedro y Juan, por un lado, como María Magdalena, por otro lado, no habían visto el cuerpo de Jesús al entrar en el sepulcro. Sí que estaban algunas pruebas de que Jesús había estado allí: sangre en la piedra, las vendas con las que cubrieron el cuerpo de Jesús y el sudario con el que le taparon la cabeza, pero… el cuerpo no estaba. ¿Qué había pasado?[1] Este evangelio nos da dos soluciones o interpretaciones: una fue la que sacó María Magdalena y otra la que sacó Juan.
a) La primera pensó que alguien había ido por la noche, había removido la piedra y se había llevado el cuerpo de Jesús. ¿Para qué? Con un buen fin: Pues quizás para protegerlo de los judíos o de los romanos, y/o para guardarlo y enterrarlo en un lugar al que sólo esa persona tuviera acceso. Con un mal fin: Otra interpretación sería que alguien habría robado el cuerpo de Jesús para destrozarlo aún más y tirarlo a la basura, o para enterrarlo en un lugar desconocido y que no sirviera de lugar de peregrinación para sus discípulos, y para que no lo convirtieran en un mártir.
b) El segundo pensó otra cosa: Juan, al ver que el cuerpo de Jesús no estaba en el sepulcro, pensó y creyó que era cierto lo que Él había dicho en varias ocasiones antes de su crucifixión: que resucitaría de entre los muertos. Sí, Jesús estaba vivo.
            Los cristianos nos quedamos con esta última conclusión de Juan: Jesús resucitó. Entonces y ahora los cristianos tenemos tres fundamentos de nuestra creencia en la resurrección de Jesús: 1) la tumba vacía, 2) las apariciones de Jesús a los discípulos, 3) y los testigos, pero testigos de las dos primeras, es decir, de haber visto la tumba vacía y de haber visto vivo al Jesús que había muerto en la cruz. Muchos de los discípulos creyeron en la resurrección con la aparición del Jesús resucitado; algunos, como Juan, creyeron ya antes de las apariciones: creyeron sólo con la visión de la tumba vacía. Así nos lo dice el evangelio de hoy: “Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó. Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos”.
            Y nosotros, los cristianos de ahora y los cristianos que vendrán a este mundo, ¿en qué basaremos nuestra creencia en la resurrección de Jesucristo? No puede ser en la visión de la tumba vacía. Ninguno de nosotros la hemos visto ni la veremos. Tampoco podemos creer en la resurrección de Jesús a través de la aparición del mismo. Muy pocos de entre nosotros le verán en una aparición. Sólo algunos escogidos por Dios. Entonces –repito- ¿en qué basaremos nuestra creencia en la resurrección de Jesús? Únicamente en el tercer punto del párrafo anterior, o sea, en aceptar el testimonio de los testigos, de aquellos que en su día vieron la tumba vacía y a Jesús resucitado y vivo. Y los que crean después de nosotros lo harán en base al testimonio de aquellos primeros testigos y de nosotros que les transmitimos lo que hemos recibido y lo que hemos creído.
            - Una última idea para la homilía de hoy: también nosotros tenemos que entrar en el sepulcro en el que están nuestros pecados. Esta tumba hace veces de cubo de la basura. Allí echamos nuestros pecados, nuestros miedos, nuestros errores, nuestras rabias, nuestras desilusiones… Pero, si nos asomamos a ese cubo de la basura, que es nuestro ser, en un día como hoy (día de la resurrección de Jesús), veremos que también nuestro cubo de la basura está vacío. Cristo Jesús lo ha vaciado por completo. Nos lo decía el propio San Pablo en su primera carta a los Corintios: “Si Cristo no ha resucitado, vuestra fe carece de sentido y seguís aún hundidos en vuestros pecados” (1 Co. 15, 17), pero, como Cristo sí que ha resucitado, entonces nuestra fe tiene pleno sentido y nuestros pecados han sido perdonados totalmente.
            ¡¡Felices Pascuas de Resurrección para vosotros y para vuestras familias!!


[1] Si hoy día se preguntara a los judíos qué piensan de la resurrección de Jesús, contestarían que fueron sus discípulos quienes robaron el cadáver y luego dijeron que había resucitado. Fijaros cómo esta respuesta ya se dio en el evangelio de San Mateo: “A la mañana siguiente (el sábado santo), los sumos sacerdotes y los fariseos se reunieron y se presentaron ante Pilato, diciéndole: ‘Señor, nosotros nos hemos acordado de que ese impostor, cuando aún vivía, dijo: ‘A los tres días resucitaré’. Ordena que el sepulcro sea custodiado hasta el tercer día, no sea que sus discípulos roben el cuerpo y luego digan al pueblo: ‘¡Ha resucitado!’ Este último engaño sería peor que el primero’. Pilato les respondió: ‘Ahí tenéis la guardia; asegurad la vigilancia como lo creáis conveniente’. Ellos fueron y aseguraron la vigilancia del sepulcro, sellando la piedra y dejando allí la guardia” (Mt. 27, 62-66). El domingo por la mañana, después de haber desaparecido el cuerpo de Jesús, “algunos guardias fueron a la ciudad para contar a los sumos sacerdotes todo lo que había sucedido. Estos se reunieron con los ancianos y, de común acuerdo, dieron a los soldados una gran cantidad de dinero, con esta consigna: ‘Decid así: ‘Sus discípulos vinieron durante la noche y robaron su cuerpo, mientras dormíamos’. Si el asunto llega a oídos del gobernador, nosotros nos encargaremos de apaciguarlo y de evitaros cualquier contratiempo’. Ellos recibieron el dinero y cumplieron la consigna. Esta versión se ha difundido entre los judíos hasta el día de hoy” (Mt. 28, 11-15).