Domingo XIX del Tiempo Ordinario (C)

11-8-2013                   DOMINGO XIX TIEMPO ORDINARIO (C)
                              Sb. 18,6-9; Slm. 32; Hb. 11,1-2.8-19; Lc. 12,32-48

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Homilía de audio en MP3
Queridos hermanos:
            Hace algunos días estaba dirección espiritual con una persona que me decía: ‘No me extraña que muchas personas no quieran pertenecer a la Iglesia, porque no ven en nosotros, los cristianos, lo que debemos de ser. Por ejemplo, yo sé lo que el Señor me pide y no soy capaz, después de tantos años, de dárselo y de obedecerle en todo lo que me dice’. Pienso que esta frase puede ser suscrita por la inmensa mayoría de nosotros. Sí, nosotros somos en muchas ocasiones como un enorme tapón o muro para que otras personas descubran y sigan la fe en Jesucristo. Sí, muchas veces nos cuesta aceptar, creer y vivir en consonancia y coherencia con el evangelio, por ejemplo, con el que acabamos de escuchar: “No temas, pequeño rebaño, porque vuestro Padre ha tenido a bien daros el reino. Vended vuestros bienes y dad limosna; haceos talegas que no se echen a perder, y un tesoro inagotable en el cielo, adonde no se acercan los ladrones ni roe la polilla. Porque donde está vuestro tesoro allí estará también vuestro corazón […] Estad preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre […] Al que mucho se le dio, mucho se le exigirá; al que mucho se le confió, más se le exigirá”.
            Estas palabras fueron pronunciadas hace 2000 años. ¿Cómo hemos de hacer para llevarlas a efecto y a nuestras vidas?  ¿Cómo hemos de hacer para que no se queden en bellas palabras, pero vacías y lejanas de nuestras vidas? ¿Cómo hacerlas realidad para que la vida con Cristo y en la Iglesia sea atractiva para tanta gente que nos rodea?
- El Papa Francisco lo tiene claro y a los jóvenes que participaron en la Jornada Mundial de la Juventud en Brasil les acaba de decir lo que Dios espera de ellos (pero es que Dios también espera esto mismo de todos nosotros). Escuchemos al Papa hablando a los jóvenes argentinos: “Quisiera decir una cosa. ¿Qué es lo que espero como consecuencia de la Jornada de la Juventud? Espero lío […] Quiero lío en las diócesis; quiero que se salga afuera; quiero que la Iglesia salga a la calle; quiero que nos defendamos de todo lo que sea mundanidad, de lo que sea instalación, de lo que sea comodidad, de lo que sea clericalismo, de lo que sea estar encerrados en nosotros mismos. Las parroquias, los colegios, las instituciones son para salir. Sino salen se convierten en una ONG ¡y la Iglesia no puede ser una ONG! Que me perdonen los obispos y los curas, si alguno después les arma lío a ustedes, pero es el consejo. Gracias por lo que puedan hacer. Miren, yo pienso que en este momento esta civilización mundial se pasó de ‘rosca’, se pasó de ‘rosca’, porque es tal el culto que ha hecho al dios dinero, que estamos presenciando una filosofía y una praxis de exclusión […] Por eso creo que tienen que trabajar. Y la fe en Jesucristo no es broma, es algo muy serio. Es un escándalo que Dios haya venido a hacerse uno de nosotros; es un escándalo, que haya muerto en la cruz; es un escándalo: el escándalo de la cruz. La cruz sigue siendo escándalo, pero es el único camino seguro: el de la cruz, el de Jesús, la encarnación de Jesús. Por favor, ¡no licuen la fe en Jesucristo!, hay licuado de naranja, hay licuado de manzana, hay licuado de banana pero, por favor, ¡no tomen licuado de fe! ¡La fe es entera; no se licua; es la fe en Jesús! Es la fe en el Hijo de Dios hecho hombre que me amó y murió por mí. Entonces hagan lío”.
1) Tiene toda la razón el Papa al pedirnos que hagamos LÍO en el mundo que nos rodea, a las personas que nos rodean, en las parroquias en las que estamos, en las diócesis en las que estamos, en las familias, los pueblos y ciudades en los que estamos, en nuestros centros de trabajo y de estudio…
2) Pero… ninguno de nosotros podemos hacer LÍO fuera y en lo que nos rodea, si antes no hemos dejado a Dios que haga LÍO en nuestro interior. No. Nadie puede dar lo que no tiene. Hemos de ser honestos con nosotros mismos, con los demás y con Dios. Hemos de probar la medicina de Dios antes de dársela a los demás. En caso contrario, seríamos unos hipócritas o, como dice el Papa, tendríamos una fe licuada.
3) Una fe licuada es cuando tenemos miedo y no nos fiamos de Dios. “No temas, pequeño rebaño”. Como dice un famoso locutor de radio, no tenemos que ser ‘Mariacomplejines’. Fuera los complejos de nuestra fe y de nuestro ser cristiano. No nos avergoncemos de Dios ni de su evangelio ni de su Iglesia. Reconocemos nuestros errores y pecados. Son los nuestros, pero sabemos bien de quién nos hemos fiado: de Dios. En Él no hay pecados ni errores. Por eso, no debemos temer a nada ni a nadie.
4) Una fe licuada es cuando ponemos nuestro corazón en las cosas materiales y en los reconocimientos humanos, y no en Dios: “Vended vuestros bienes y dad limosna […] Porque donde está vuestro tesoro allí estará también vuestro corazón”.
5) Una fe licuada es dar poco a Dios y a los hombres, y Jesús nos dijo muy claramente: “Al que mucho se le dio, mucho se le exigirá; al que mucho se le confió, más se le exigirá”. Por eso, el Papa Francisco, al visitar una favela en Brasil, dijo: Cuando somos generosos en acoger a una persona y compartimos algo con ella —algo de comer, un lugar en nuestra casa, nuestro tiempo— no nos hacemos más pobres, sino que nos enriquecemos. Ya sé que, cuando alguien que necesita comer llama a su puerta, siempre encuentran ustedes un modo de compartir la comida; como dice el proverbio, siempre se puede «añadir más agua a los frijoles». Y lo hacen con amor, mostrando que la verdadera riqueza no está en las cosas, sino en el corazón […] Nadie puede permanecer indiferente ante las desigualdades que aún existen en el mundo. Que cada uno, según sus posibilidades y responsabilidades, ofrezca su contribución para poner fin a tantas injusticias sociales. No es la cultura del egoísmo, del individualismo, que muchas veces regula nuestra sociedad, la que construye y lleva a un mundo más habitable, sino la cultura de la solidaridad; no ver en el otro un competidor o un número, sino un hermano […] Sólo cuando se es capaz de compartir, llega la verdadera riqueza; todo lo que se comparte se multiplica. La medida de la grandeza de una sociedad está determinada por la forma en que trata a quien está más necesitado, a quien no tiene más que su pobreza […] Ciertamente es necesario dar pan a quien tiene hambre; es un acto de justicia. Pero hay también un hambre más profunda, el hambre de una felicidad que sólo Dios puede saciar.

¡Señor, danos una fe entera y no permita que vivamos una fe licuada!