Domingo XXVIII del Tiempo Ordinario (C)



13-10-2013                 DOMINGO XXVIII TIEMPO ORDINARIO (C)
                                2 Re. 5, 14-17; Slm. 97; 2 Tim. 2, 8-13; Lc.17, 11-19

Homilía del Domingo XXVIII del Tiempo Ordinario (C) from gerardoperezdiaz on GodTube.

Homilía de audio en MP3
Queridos hermanos:
            En las lecturas del domingo de hoy se nos habla de los leprosos. La lepra era una enfermedad crónica y que llevaba a la muerte.
            De toda Palabra de Dios se pueden sacar muchas enseñanzas y reflexiones. En esta ocasión quisiera hacer la homilía sobre los enfermos y aquellas personas que se acercan a ellos.
            - Cuando un hombre padece una enfermedad (no me refiero a una simple gripe, por ejemplo), acontece en él una serie de cambios en su psicología, en su personalidad, en su forma de percibir lo que le rodea y en su forma de relacionarse con aquellos que están a su lado. Sí, un hombre enfermo de una dolencia crónica y/o grave y/o dolorosa y/o que le incapacita para llevar una vida normal, como la que llevaba hasta que se manifestó dicha enfermedad, siente y/o se comporta de este modo: puede encerrarse en sí mismo y/o puede airear su frustración y amargura contra quienes lo rodean y contra Dios; un enfermo se convierte en una persona dependiente de los demás: hasta para asearse o alimentarse o simplemente ir al baño; un enfermo vive y experimenta, hasta para los más mínimos detalles, su propia limitación; un enfermo puede convertirse en una persona egoísta y posesiva; un enfermo aviva la esperanza de ser curado o, pasado un tiempo, puede llegar a perder esa esperanza; un enfermo se siente arrastrado fuera de su vida ordinaria y como condenado al ostracismo; un enfermo se vuelve mucho más sensible a lo que se le dice, a lo que se dice a sus espaldas, a los gestos y silencios de las personas que le rodean; a un enfermo le puede cambiar la percepción del tiempo: las noches se le hacen eternas, los días pesados y, en muchas ocasiones, el aburrimiento hace presa de él; un enfermo deja de valorar cosas a las que antes daba demasiada importancia y empieza a valorar otras en las que no se había fijado antes; un enfermo descubre nuevas amistades y puede llegar a perder otras que no han sido fieles y constantes durante su enfermedad; un enfermo ‘remueve Roma con Santiago’ para curarse: yendo a este médico u a otro, probando esta medicina u otra, rezando a Dios, a la Virgen o a los santos, cuando quizás antes no lo hiciera tanto;… y así podemos seguir añadiendo tantas y tantas cosas.
            - En la primera lectura se nos presenta el caso de Naamán, el general sirio. Naamán estaba enfermo de lepra. Llegó a Israel cargado de oro para ‘comprar’ su curación. Pero la mayor enfermedad de Naamán no era su lepra, sino su soberbia y su autosuficiencia. Por ello, Naamán se enfada cuando no le recibe el propio profeta, sino que éste manda a un criado; se enfada cuando el profeta le manda que se lave en un río de Israel y, por soberbia y por ira, no quería hacerlo. Cuando, finalmente, obedece y es curado, quiere pagar el favor recibido, pero se da cuenta que, para el hombre de Dios, ese oro no tiene valor alguno y es entonces cuando Naamán entra en la humildad y, a través de ella, en la fe. Naamán fue curado por dentro y por fuera: en el cuerpo y en el alma.
            En el evangelio nos encontramos con 10 leprosos. Ellos no tienen oro y sólo pueden suplicar: “Jesús, maestro, ten compasión de nosotros”. Al ser curados, todos se marchan. Todos excepto uno, que vuelve para dar gracias a Jesús y para dar gloria a Dios. Y ello lo hace desde la humildad, la cual es representada al decir el evangelio que el curado “se echó por tierra a los pies de Jesús, dándole gracias”. Por eso, este hombre recibe un regalo extra, ya que Jesús le dice: “Levántate, vete; tu fe te ha salvado”. Los otros nueve se marcharon curados por fuera, en su cuerpo. Este, en cambio, se marchó curado por dentro y por fuera: en el cuerpo y en el alma.
            Con estos textos Jesús nos quiere decir que la enfermedad puede ser ocasión de crecimiento interior. Podemos aprovechar el dolor y el sufrimiento o podemos desperdiciarlo. Todos vamos a estar enfermos en algún momento de nuestra vida. Debemos aprovechar ese tiempo para madurar, para acercarnos más a los hombres y a Dios. Voy a poneros un ejemplo de ello; voy a leeros un trozo de una carta que me escribió una amiga el 7 de diciembre de 2009. Murió en enero de 2012: “Querido amigo, Padre Andrés, quiero agradecerte todo lo que has rezado y rezas por mí, por tenerme en tus oraciones. Tú no sabes cómo me sentí en la  primera aplicación de la quimio. Fue algo inexplicable; sentí una fuerza enorme; era como si estuviese rodeada de Ángeles celestiales que me acompañaban en esos momentos. ¿Sabes, Andrés? Yo estoy  preparada para todo lo que venga. Doy gracias a Dios de vivir cada momento y de compartirlo con mi marido, pues nos queremos mucho. Siempre, cuando rezo el Padre Nuestro y repito ‘que se haga tu voluntad aquí en la tierra como en el cielo’, me queda aun más claro; ÉL es el único que sabe cómo seguirá todo. Él ha escuchado y escucha  todas las suplicas mías, tuyas, de mi marido y de todos los amigos que están en cadenas de oración. A veces me pregunto: ¿soy merecedora de tanto amor? Quiero ser buena; quiero aprovechar esta oportunidad de seguir viviendo un tiempo más para tratar de ser una buena cristiana y de arrepentirme cada día de todas las ofensas que le hecho a mi Señor. Estoy feliz y contenta, pues esta situación nos ha acercado más aún a Dios. El 06.01.2010 será la segunda quimio; ojalá resulte tan bien como ésta. Saludos a tus padres y ¡¡¡que Dios te siga iluminando y dándote fuerzas para seguir siendo un buen sacerdote!!! Tu amiga de siempre… X”.
            Asimismo, en esta homilía dedicada a los enfermos, quiero reseñar aquí un escrito que llegó a mis manos hace tiempo en donde se dan una serie de orientaciones prácticas a la hora de visitar a los enfermos. Aquí os los pongo por si pueden ayudar a alguien:
  1. Hay que buscar la hora más oportuna para hacer la visita, tanto pensando en el enfermo como en su familia.
  2. No se ha de ir a la visita con el tiempo prefijado. Hay que dar a la visita el tiempo requerido por el enfermo.
  3. No hacer visitas protocolarias, ni tomarse confianzas excesivas. Hay que actuar siempre con naturalidad y sencillez.
  4. El enfermo tiene una sensibilidad especial para captar quién se le acerca por compromiso social, o sea para “cumplir”, o el que lo hace para hacerle un favor, o sea por “compasión”, o el que va con aires de superioridad, ya que “él está sano”, o el que le visita con plena disponibilidad y con afán de compartir.
  5. Al enfermo se le ha de dar ocasión de hablar de su enfermedad, de sus dolores, de sus preocupaciones y temores. Hay que demostrar interés, con sinceridad y delicadeza. Hay que saber aceptar lo que afirma sin discutírselo, pero a la vez sin reafirmarle aquello que nos parece que es exageración.
  6. El enfermo ha de poder explicar y decir todo lo que le plazca. No podemos obligarle ni presionarle para que diga más de lo que él quiera.
  7. No se puede imponer al enfermo el tema de la conversación. Se le ha de dar libertad de elección. No podemos cansarlo con nuestra conversación. No debemos hablarle de temas religiosos a la fuerza.
  8. No podemos compadecernos de él en su presencia. Ni tampoco mostrar lástima de su situación ante él. No somos “plañideras”.
  9. Hemos de velar para que, en lo posible, el enfermo siga viviendo los problemas de la sociedad entera, y en especial de su ambiente de trabajo y amistades. En caso contrario sufriría al verse fuera de juego de esta sociedad o de su comunidad. Todavía sufriría más de ser nosotros quienes ‘le expulsáramos’ al no decirle o explicarle las cosas que pasan con la excusa de ‘no preocuparlo’.
  10. Incluso cuando el enfermo no tiene interés, hemos de procurar interesarlo por los problemas de la vida ‘normal’. Es malo para él encerrarse en sí mismo y en los problemas domésticos.
  11. No le debemos mentir en lo referente a su situación y estado. No se trata de decirle ‘toda’ la verdad, pero sí de que ‘todo lo que le digamos sea verdad’. Hemos de decirle la verdad que él sea capaz de aceptar y asimilar. Tendremos que animarle y darle esperanza, pero nunca engañarle.
  12. Al visitar a un enfermo hemos de saber escuchar con atención y hablar con calma y sin nervios. Muchas veces, como no ‘dominamos’ la situación, nos ponemos nerviosos y tendemos a hablar mucho y gritando.
  13. La cama es propiedad del enfermo y de su uso exclusivo. Debemos respetarlo.
  14. El enfermo tiene necesidades fisiológicas de todo tipo que se le pueden hacer urgentes durante nuestra visita. Hemos de estar al tanto y tenerlo presente.
  15. La visita al enfermo no es para que nosotros hablemos y le obliguemos a escucharnos. La visita es fundamentalmente para que el enfermo tenga ocasión de hablar y pueda encontrar oyentes acogedores.
  16. Lo que se ve, lo que se oye y lo que se dice en la habitación de un enfermo es secreto. No podemos luego hacer comentarios.
  17. Hay que hacer la visita con espíritu de colaboración y no para sustituir la iniciativa del enfermo. Hemos de ir con espíritu de disponibilidad, no con afán de dominio ni de imposición.
  18. No podemos hacer la visita tan sólo ‘por amor a Dios’. Más bien ha de ser por amor al prójimo ‘con el amor de Dios’.
  19. Cuando se trata de un enfermo creyente, se ha de intentar ayudarle a progresar y a madurar en la fe y en su situación de enfermo. Si estamos ante un no creyente, debemos ofrecerle que comparta nuestra fe. Si no quiere hacerlo, le seguiremos visitando con la misma disponibilidad.