Domingo XXX del Tiempo Ordinario (C)



27-10-2013                 DOMINGO XXX TIEMPO ORDINARIO (C)
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Queridos hermanos:
            El evangelio es muy sugerente y de mucha profundidad; sin embargo, hoy quisiera más bien fijarme en las dos lecturas.
            - Decía la primera lectura: “El Señor es un Dios justo... escucha las súplicas del oprimido; no desoye los gritos del huérfano o de la viuda cuando se queja; sus penas consiguen su favor y su grito alcanza las nubes; los gritos del pobre atravie­san las nubes y hasta alcanzar a Dios no descansa”. Esto suena muy bonito... Pero mucha gente dice que es completamente falso:  Está ahí el caso, que ya he narrado en otras ocasiones, de la madre de un torero que rezaba siempre para que a su hijo no le pasara nada en la plaza, pero un día un toro le sacó un ojo y, desde ese día, nunca más volvió a rezar, pues no servía para nada, ni Dios ni sus rezos; hace ya unos años un chico me decía que él no rezaba nunca, porque eso no servía para nada; finalmente, tenemos nuestra propia experiencia con la oración. Sí, rezamos, pero no parece que saquemos demasiado fruto, pues seguimos con nuestros problemas, con nuestros defectos, con nuestras inquietudes, con nuestras enfermedades, con nuestras depresiones…
            ¿Quién tendrá razón? ¿La primera lectura, que dice que nuestras quejas y súplicas son escuchadas por Dios, o los que dicen que Dios está en su cielo bien tranquilo: sin molestarnos y sin querer que le molestemos?
            - Veamos ahora la segunda lectura; en ella dice S. Pablo: “He combatido bien mi combate, he corrido hasta la meta, he mantenido la fe. Ahora me aguarda la corona merecida, con la que el Señor, juez justo, me premiará... El me libró de la boca del león. El Señor seguirá librándome de todo mal, me salvará...” Bien, S. Pablo ha sido un buen apóstol, ¿cómo va Dios a recompensarle? Lo dice él mismo al principio: “Yo estoy a punto de ser sacrifi­cado”.S. Pablo fue mandado decapitar por Nerón. ¿Y ésta es la recompensa que Dios le dio a este servidor tan cumplidor...? Tenía mucha razón Sta. Teresa de Jesús, cuando habiéndole mandado Jesús, en pleno invierno, irse con unas monjas a fundar un convento y la riada les llevó las carretas, los enseres y las dejó en un descampado sin nada que ponerse ni donde techarse y entonces Sta. Teresa, dirigiéndose al cielo, dijo a Jesús: ‘Así tratas a tus amigos’, y Jesús le contestó. ‘Así los trato’, a lo que Sta. Teresa, que era muy remangada y no se quedaba con nada en la lengua, le contestó: ‘¡¡¡Por eso tienes tan pocos!!!’
            - Quiero resaltar todos estos hechos para subrayar las contradicciones que palpamos en tantas ocasiones entre lo que nos dice la Sagrada Escritura y lo que nos ‘dice’ la vida de cada día: nuestra vida y la vida de los que nos rodean. Así, de este modo, quiero que nos demos cuenta de que, a pesar de tantos años como llevamos bautizados, comulgando, en el sacerdocio, en la Iglesia… todavía nos queda mucho para hacer nuestros los valores que Jesucristo nos propone en su evangelio. Los valores propuestos son las bienaven­turanzas, es decir, gozarse por tener hambre, por llorar, porque nos insulten, por ser pobres. Otro valor propuesto por Jesús y por su evangelio es el mensaje de la cruz, que “para los que se pierden resulta una locura; en cambio, para los que se salvan, para nosotros, es un portento de Dios... Nosotros predicamos a un Cristo crucificado, escándalo para los judíos y necedad para los griegos” (1 Co 1, 18. 23).
            Ser cristiano no significa tener un seguro a todo riesgo de que no vamos a tener problemas, de que nuestros hijos serán los mejores, de que gozaremos de muy buena salud, de que en nuestro matrimonio no habrá problemas, etc. Ser cristiano significa que nos sucederán problemas y alegrías, fracasos y triunfos, grandes momentos y tiempos de rutina… como al resto de mortales (creyentes o no, católicos o no), pero la manera de afrontarlos tiene que ser diferente. Sí, cuando clamemos a Dios con lágrimas en los ojos, con súplicas, con gritos…; cuando veamos todo oscuro…; entonces, sólo entonces, tendremos la certeza de que Él nos salvará y nos librará de todo mal, pero no quitándonoslo, sino sufriendo con nosotros esos mismos males. Cristo no está en la cruz haciendo gimnasia; Él está llevando sobre sí todos nuestros males y sufrimientos.
            Sólo quien ha experimentado la cruz puede llegar a la resu­rrección. Y desde esta perspectiva sí es totalmente cierto lo que dice la primera lectura y la certeza de S. Pablo, en la segun­da, de estar en Dios. Asimismo, desde esta perspectiva, se experimenta como real la respuesta del salmo: “Si el afligido invoca al Señor, Él lo escucha”.
            ¡Qué Dios nos conceda percibir esto en nuestras vidas!