Domingo XXXII del Tiempo Ordinario (C)



10-11-2013                 DOMINGO XXXII TIEMPO ORDINARIO (C)
                      2 Mcb. 7, 1-2.9-14, 2; Slm.16; 2 Ts. 2, 16-3, 5; Lc. 20, 27-38
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Queridos hermanos:
            - En la primera lectura se nos presenta el terrible caso de una mujer que fue apresada con sus siete hijos por querer ser fiel a Dios y a su fe. En esta lectura, sin embargo, no se leen las torturas que les infligieron a todos ellos, pero, si cogéis la Biblia y directamente leéis todo el capítulo 7 de este segundo libro de los Macabeos, podéis conocer dichas torturas: “El rey, fuera de sí, mandó poner al fuego sartenes y ollas, y cuando estuvieron al rojo vivo, ordenó que cortaran la lengua al que había hablado en nombre de los demás, y que le arrancaran el cuello cabelludo y le amputaran las extremidades en presencia de sus hermanos y de su madre. Cuando quedó totalmente mutilado, aunque aún estaba con vida, mandó que lo acercaran al fuego y lo arrojaran a la sartén”. Al segundo hijo también le arrancaron el cuero cabelludo y le hicieron el resto de torturas que habían hecho con su hermano mayor. Lo mismo sucedió con los otros cinco. La madre era testigo de todo esto. Debió de ser algo horroroso. Finalmente, mataron también a la madre.
            Igualmente el evangelio nos presenta a los saduceos (¿los recordáis del domingo pasado, cuando os explicaba que éstos no creían en la resurrección de los muertos, y  creían que Dios premiaba y castigaba en esta vida?) preguntando a Jesús. Con el caso que le plantearon querían demostrar que no había VIDA después de esta vida. A los saduceos los vamos a llamar los de las miras estrechas, pues tenían orejeras y no veían (o no querían ver) más que lo que tenían en frente de sí. Jesús les desbarató sus ideas con dos afirmaciones: 1) (Y esto es nuevo para todos nosotros). Les dijo que en el Reino de Dios no habría hombres ni mujeres, sino que seríamos como ángeles. 2) Les dijo que Dios “no es Dios de muertos, sino de vivos; porque para Él todos están vivos”.
            - Bien, ya he presentado las dos lecturas sobre las que quiero apoyar mi homilía de hoy: y el tema será la estrechez de miras que todos tenemos en algún momento de nuestra vida o siempre. Y esta estrechez de miras nos induce al error; hace que llevemos al error a los otros; nos causa sufrimiento; y hace que se lo causemos a los otros. Pongo un ejemplo: Cuando me encargaron que celebrara la Misa del sábado por la tarde por los fallecidos en la tragedia del ‘Ramona López’, que sucedió el 9 de noviembre de 1960, me puse a investigar los hechos[1]. Supe que aquel día fallecieron, si no me equivoco, Julio Vijande Rivas, Ramón Noceda Lanza, José Pérez Fernández, Enrique Pérez Marqués, Baldomero Fernández Blanco y Santiago Rodríguez. Los supervivientes fueron Juan Marinas Pérez, José Lanza Trelles, Balbino Maceda y José Manuel Rodríguez. 

Me impresionó lo que sucedió aquel día y también lo que sucedió después de aquel día, y que narraron algunas de las viudas: Una de ellas cuenta lo que con 24 años tuvo que resistir y no rendirse nunca. Lo peor, dice, el riguroso luto y someterse al juicio constante de los vecinos. Otra viuda dice: Nos enterraron en vida. No podías hacer nada y todo estaba mal visto. Yo no me olvidaré nunca de mi hija llorando en pleno mes de agosto, porque no la podía llevar a la playa. Sí, es cierto: era otra época y aquel control social no se hizo con la intención de machacar a aquellas jóvenes mujeres y a sus hijos, pero el resultado fue atroz durante años para aquellas familias: primero, por la falta de sus maridos y, segundo, por el control social al que se vieron sometidas. Todo eso ya pasó; sí. Y pido a Dios que todo eso ya esté completamente perdonado, pero no dejo de pensar que la estrechez de miras, el no ponerse en el lugar del otro, el no abrirse a otras posibilidades y perspectivas, etc. pueden hacernos también a nosotros unos torturadores como los que mataron a los siete hermanos y a su madre. ‘¡Estás exagerando!’, me dirá alguno. Sí, tiene toda la razón; estoy exagerando, pero el dolor que podemos causar o que nos pueden causar las estrecheces de miras de una religión, de un partido político, de una sociedad, de un pueblo, de una nación, de nuestro marido, de nuestra mujer, de nuestros padres, de nuestros hijos, de los vecinos, de nosotros mismos… es terrible.
            La estrechez de miras se alimenta de una educación en la que prima más la norma rígida que la persona[2]. La estrechez de miras se alimenta de los pre-juicios, pues emitimos opiniones sin haber escuchado a las personas ni examinado las condiciones en las que están esas personas. La estrechez de miras se alimenta del inmovilismo que no deja crecer, ni madurar a las personas, ni que las personas aprendan de sus propios errores o por sí mismas; este inmovilismo hace bueno aquel refrán que dice: ‘aquí me dejó mi abuela, aquí me encontrará cuando vuelva’. La estrechez de miras se alimenta del egoísmo y de la propia conveniencia sin que importen los demás: no importan ni sus problemas ni sus necesidades.
            Contra la estrechez de miras, que existen en todos los ámbitos de la vida y de la actividad humana, hay una serie de remedios. Yo diré algunos, pero me ceñiré más al aspecto religioso:
            * Es necesario acercarse a los demás y escuchar. O, cuando los demás se acercan a nosotros, es necesario escuchar lo que dicen, lo que piensan, lo que han vivido. A mí siempre me vinieron muy bien los viajes que hice al extranjero para trabajar: Suiza, Italia, Alemania, Francia, pues ello abrió mi mente y mi espíritu a otras posibles maneras de vivir y de entender la vida, la fe y Dios. Nadie, salvo Dios, tiene toda la verdad en sus manos. La escucha con los oídos y con la vista es muy importante para quitarse las orejeras que podamos tener y para que se nos quiten las estrecheces de miras que padezcamos.
            * Para escuchar a los otros, es necesario ponerse en el lugar de los otros. Hay un refrán indio que dice que sólo podremos comprender a los otros, cuando nos calcemos sus zapatillas. Estoy seguro que, si en Tapia por aquellos años, todos se hubieran calzado las zapatillas de las viudas y de sus hijos, las reacciones y comportamientos para con ellos hubieran sido de otro modo.
            * Es necesario escuchar a Dios también. Los saduceos se acercaron a Jesús y le preguntaron, pero no le querían escuchar, pues ya tenían la respuesta para su propia pregunta. Dios sabe más que nosotros; Dios siempre tiene algo que enseñarnos; por lo tanto, escuchémosle lo que nos dice.
            * Contra la estrechez de miras es necesario no caer en dos extremos: 1) Tener todo claro y tener respuestas para todo. 2) Pensar que no hay nada seguro y que cada uno viva según sus ideas. Hay que tener claras algunas cosas (el amor a Dios, el respeto al ser humano y su dignidad…), pero hay que ser flexible en los modos y maneras de vivir nosotros y los demás esas verdades. Para mí Jesucristo fue un auténtico maestro viviendo esto: fue capaz de no renunciar a nada en lo que Él creía, y a la vez fue tremendamente flexible y respetuoso con todas las personas y sus perspectivas de la vida. Así, Él fue capaz de acercarse con total libertad y cariño a las prostitutas, a los leprosos, a los paganos, a los niños, a los hombres, a las mujeres, a los ricos, a los pobres…
            Pido a Dios que su Hijo Jesús nos enseñe a vivir esa amplitud de miras que Él tenía ante su Padre Dios y ante todos los hombres.



[2] En la misma línea de estrechez de miras, entiendo yo, que está el relativismo, según el cual todo es válido, no hay nada seguro ni firme, lo que vale para hoy puede que no valga para mañana… Pues el relativismo mira lo inmediato, que puede ser lo más cómodo, pero no es lo que construye a la persona y a la sociedad en seriedad, en armonía y en profundidad.