Homilías semanales EN AUDIO: Semana III de Pascua







Hechos de los apóstoles 8,26-40; Salmo 65; san Juan 6,44-51
            Dijo el eunuco al diácono Felipe: ¿Y cómo voy a entenderlo, si nadie me guía? (Hch. 8, 31). Antiguamente se hablaba mucho del director espiritual. Hoy se dice más bien acompañante o guía espiritual. Básicamente son distintas palabras para explicar lo mismo, aunque con acentos diversos.
            El director, o guía, o acompañante espiritual puede ser un sacerdote o una religiosa o un seglar. Es aquella persona que tiene experiencia de Dios, conocimiento de la Biblia, de la doctrina de la Iglesia, de distintas espiritualidades cristianas (San Francisco, teresiana, laical, jesuítica…) y orienta a un fiel en su camino de fe.
            La libertad tiene que estar presente en la dirección espiritual. No se impone y debe ser el fiel quien pida la guía, como en el caso del eunuco, o, en todo caso, se le puede sugerir la posibilidad llevar una guía espiritual. Tiene que haber libertad para empezar y libertad para dejarlo.
            Otra característica es la confianza, que se irá acrecentando poco a poco. No hay prisa por llegar a ningún sitio o por saber todo del otro. Es Dios quien guía al acompañante y al acompañado. El fiel se fiará del director. Si no confía, que lo deje y se busque otro. No andará el fiel consultando a unos y a otros para quedarse con lo que más le conviene o con lo que más le convence. En este caso, el director sería el propio fiel, que escogería según su propio criterio.
            Otra característica es la sinceridad por parte de ambos. Si el fiel trata de ocultar por vergüenza o para que no le exija demasiado, entonces no se irá a ningún sitio y no se avanzará. Además, el guía ha de ser sincero, pero ha de adecuarse a la capacidad del fiel. Si le presenta toda la exigencia o todo el camino a recorrer de golpe, el fiel puede asustarse o no comprender. El director unas veces le indicará el camino que tendrá que andar, otras le confirmará el camino que está haciendo en ese momento, y otras le confirmará el camino ya realizado.
            Debe existir la obediencia del fiel hacia el director, lo que no significa una obediencia ciega o acrítica. Es una obediencia razonada (se ha de exponer por parte del director el porqué de una cosa u otra), y el fiel debe ser dócil a ello. El director debe adecuarse a la personalidad y a las circunstancias del fiel, pero sobre todo el director debe escuchar lo que Dios pide e indica a ese fiel. Dios tiene un camino singular para cada fiel, aunque bien es cierto que hay una serie de acciones o actitudes que son comunes a todos: el gusto y conocimiento por la Palabra, la Eucaristía, la oración personal, la práctica de las virtudes, la confesión…