Domingo XIV del Tiempo Ordinario (A)



6-7-14                          DOMINGO XIV TIEMPO ORDINARIO (A)

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Queridos hermanos:
            - Dice el salmo 144 que acabamos de escuchar: Día tras día, te bendeciré y alabaré tu nombre por siempre jamás. También en este domingo quiero yo bendecir a mi Dios y alabarle. Para hacerlo pido a Dios mismo que me dé su Santo Espíritu, que me llene de su alegría, de su fuerza y esperanza; sí, pido a Dios que llene de gozo mi boca, mi lengua y mi garganta para bendecirlo y alabarlo.
            ¿Qué es bendecir? Es alabar, exaltara una personao cosa paraexpresar una gransatisfacción y felicidad. En latín, la palabra ‘bendecire’, por lo general, significa trasmitir vida o expresar buenos deseos a otra persona. También puede significar dar gracias a alguien o reconocer la bondad de otros. Bendecir puede igualmente significar la alabanza a Dios.
¿Qué es alabar? La alabanza a Dios es, principalmente, un acto de gratitud por todo lo que Dios hace, pero más aún, porque Él es digno de ella.Alabar a Dios implica un acto de reconocimiento de su grandeza y señorío, así como de lo excelso, único, admirable y grandioso que es Él. Al alabarle, proclamamos sus poderosos hechos, sus maravillas, su grandeza, su poder y su gloria. Le ensalzamos, enaltecemos, honramos, glorificamos, y exaltamos con admiración y gratitud; recordamos victorias pasadas y declaramos triunfos futuros.
La alabanza es la puerta de entrada que nos conduce hacia aguas aún más profundas y hermosas con Dios: la alabanza nos lleva a sumergirnos en las aguas de la adoración.
            - El hombre que cree en Dios, le pide y le suplica ante sus necesidades y miedos.
            El hombre que cree en Dios y que ha recibido alguna respuesta de Él, le da gracias.
            El hombre que cree en Dios y que siente cómo Éste entra en lo más profundo de su ser y se siente amado por Él, este hombre bendice y alaba a Dios. Y, al bendecirle, le adora.
La bendición a Dios, la alabanza a Dios, la adoración a Dios no son obras del hombre, sino que son obras del Espíritu de Dios en el hombre. Son grandes dones. Quien alguna vez ha tenido esta experiencia, sabe de qué estoy hablando. Quien no ha tenido aún esta experiencia, no lo entenderá, pero podrá desearlo con todas sus fuerzas.
La forma más rápida de crecer en la fe, en la alegría, en la esperanza… es experimentar la bendición, la alabanza y la adoración de Dios dentro de sí.
- Jesús es quien mejor ha sentido esa presencia de Dios Padre sobre Él mismo y así, en el evangelio de hoy, se nos narra lo que surgió de su corazón a través de sus labios al bendecir y alabar a Dios: “Te alabo, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla”.
En este “te alabo” de Jesús se contiene una explosión de gozo y de alegría. Jesús bendice, alaba y adora a Dios. Lo bendice por las cosas buenas que Dios hace. Lo alaba por la gratitud y admiración que siente por las acciones de Dios. Y lo adora con dos expresiones que pueden parecer indicar cosas contradictorias. En efecto, al llamar Jesús a Dios: “Padre”, indica la cercanía tan grande que siente de Él en su corazón. El padre es el que está cerca, el que cuida, el que protege, el que alimenta, el que enseña, el que da vida… En estos días, los fines de semana, voy para Oviedo a atender a mi madre, que está impedida y con la cabeza muy ‘perdida’. Por la noche tengo que levantarme para cambiarla de posición y que no se llague. Cuando lo hago, ella no se da cuenta; cuando la acompaño durante el día, ella casi no se da cuenta. Sin embargo, la ternura que Dios pone en mi corazón hacia mi madre, la cual es ya sólo una mera apariencia de lo que fue, no tiene comparación alguna con otros sentimientos de bienestar material. Ella ya casi no conoce, no hace nada en casa, es un ‘estorbo’ y, sin embargo, sigue siendo mi madre, la esposa de mi padre, la madre de mis hermanos, la abuela de mis sobrinos. Ella por sí sola, y no por lo que hace, es quien es y quien siempre ha sido. Y todo esto se expresa con la palabra ‘madre’. Y, sin embargo, este sentimiento y esta experiencia sigue siendo un pálido reflejo de lo que Dios suscita en nuestro espíritu cuando toma posesión de él.
Cuando, a continuación, Jesús llama a Dios: “Señor de cielo y tierra”, lo que está indicando es que ese Dios, además de cercano a nosotros, es grandioso, omnipotente, creador, lleno de sabiduría y de amor providente.
En definitiva, Jesús bendice, alaba y adora al Dios cercano, cariñoso, tierno, sensible, mimoso… y, al mismo tiempo, a ese Dios grande, todopoderoso, sabio, lleno de santidad y de gloria… Pero, repito, esto lo dice Jesús, no porque lo piense, sino porque LO SIENTE en lo más hondo de su ser.
- Para terminar usaré algunas de las frases del salmo 144, que acabamos de escuchar al leer la Palabra de Dios. Bendigamos, alabemos y adoremos a Dios con estas mismas palabras usadas por el salmista hace ya más de 2.500 años:
“Te ensalzaré, Dios mío, mi rey;
bendeciré tu nombre por siempre jamás.
Día tras día, te bendeciré
y alabaré tu nombre por siempre jamás.

El Señor es clemente y misericordioso,
lento a la cólera y rico en piedad;
el Señor es bueno con todos,
es cariñoso con todas sus criaturas.

Que todas tus criaturas te den gracias, Señor,
que te bendigan tus fieles;
que proclamen la gloria de tu reinado,
que hablen de tus hazañas”
.
            Asimismo quiero repetir aquí una bendición que escribí en una ocasión a una persona. La escribo aquí porque entiendo que va en sintonía con lo explicado más arriba.
“Beso tu frente y te bendigo en nombre de Dios que es nuestro Padre.
Beso tu frente y te bendigo en el nombre de Jesús, que es su Hijo y nuestro Hermano mayor.
Beso tu frente y te bendigo en el nombre del Santo Espíritu, que es calor en el invierno y brisa fresca en el verano.
Y beso tu frente y te bendigo en nombre de la Hija de Dios Padre, de la Madre del Hijo y de la Esposa del Espíritu, María.
Practiquemos en nosotros con frecuencia esta bendición, alabanza y adoración hacia Dios.