Domingo XVII del Tiempo Ordinario (C)

EN EL MES DE AGOSTO NO PONDRE HOMILIAS EN EL BLOG, PUES ESTARE DE VACACIONES Y NO ME SERÁ FACIL ACCEDER A UN ORDENADOR CON INTERNET. SI TARDO UN POCO EN SUBIR LOS COMENTARIOS QUE SE HAGAN A ESTA HOMILIA, TENER, POR FAVOR, UN POCO DE PACIENCIA. ¡QUE DIOS OS BENDIGA, BUEN DESCANSO Y HASTA SEPTIEMBRE!
29-7-2007 DOMINGO XVII TIEMPO ORDINARIO (C)
Gn. 18, 20-32; Slm. 137; Col. 2, 12-14; Lc. 11, 1-13
Queridos hermanos:
- Hay gente que se asusta con frecuencia de lo que trae el Antiguo Testamento y no quiere leerlo, porque no lo entiende y porque transmite una imagen de un Dios terrible y vengador. Un ejemplo típico de esto se da en la primera lectura que acabamos de escuchar: Se ve a un hombre (Abraham) suplicando a Dios para que no destruya a Sodoma y Gomorra: “Entonces Abrahán se acercó y dijo a Dios: ‘¿Es que vas a destruir al inocente con el culpable? Si hay cincuenta inocentes en la ciudad, ¿los destruirás y no perdonarás al lugar por los cincuenta inocentes que hay en él? ¡Lejos de ti hacer tal cosa!, matar al inocente con el culpable […] El Señor contestó: - ‘Si encuentro en la ciudad de Sodoma cincuenta inocentes, perdonaré a toda la ciudad en atención a ellos.’ Abrahán respondió: - ‘Si faltan cinco para el número de cincuenta inocentes, ¿destruirás, por cinco, toda la ciudad?’” Y Abraham va bajando la cifra de posibles justos, como regateando a Dios para intentar arrancarle una sentencia de perdón. En este texto aparece un hombre más misericordioso que Dios mismo.
Por esto, no es extraño que con frecuencia en nuestra sociedad se tenga una imagen de Dios falsa. Veamos un ejemplo: hace unos meses he recibido una carta de una antigua alumna mía y me mandaba una “oración” del “Padre nuestro”, que había compuesto su hijo de 14 años, y me preguntaba mi opinión. Os leo lo que escribió el chico: “Padre nuestro, de todos nosotros, de los pobres, de los sin techo, de los marginados y de los desprotegidos, de los desheredados y de los dueños de la miseria, de los que te siguen y de lo que en ti ya no creemos. Baja de los cielos, pues aquí está el infierno. Baja de tu trono, pues aquí hay guerras, hambre, injusticias. No hace falta que seas uno y trino, con uno solo que tenga ganas de ayudar, nos bastaría. ¿Cuál es tu reino? ¿El Vaticano? ¿La banca? ¿La alta política? Nuestro reino es Nigeria, Etiopía, Colombia, Hiroshima. El pan nuestro de cada día son las violaciones, la violencia de género, la pederastia, las dictaduras, el cambio climático. En la tentación caigo a diario, no hay mañana en la que no esté tentado de crear a un Dios humilde, a un Dios justo. Un Dios que esté en la tierra, en los valles, los ríos, un Dios que viva en la lluvia, que viaje a través del viento y acaricie nuestro Alma. Un Dios de los tristes, de los homosexuales. Un Dios más humano… Un Dios que no castigue, que enseñe. Un Dios que no amenace, que proteja. Que, si me caigo, me levante, que si me pierdo, me tienda su mano. Un Dios que si yerro, no me culpe y que, si dudo, me entienda. Pues para eso me dotó de inteligencia, para dudar de todo. Padre nuestro, de todos nosotros. ¿Por qué nos has olvidado? Padre nuestro, ciego, sordo y desocupado, ¿por qué nos has abandonado?”
- Pasemos ahora al evangelio, en donde ya se nos presenta una imagen de Dios muy distinta. Jesús, que es el Hijo de Dios y que conoce al Padre por experiencia propia y no de oídas, nos da la verdadera descripción de Dios: “¿Qué padre entre vosotros, cuando el hijo le pide pan, le dará una piedra? ¿0 si le pide un pez, le dará una serpiente? ¿0 si le pide un huevo, le dará un escorpión? Si vosotros, pues, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo piden?” Por lo tanto, la auténtica medida del amor, de la misericordia, de la comprensión, del perdón… para Jesús no es el hombre, sino que es Dios mismo, su Padre. Jesús no dice otra cosa que lo que ha aprendido de su Padre; no hace otra cosa -al curar a los hombres y al consolarlos- que poner por obra lo que ha visto hacer a su Padre. Con esta confianza, Jesús se dirige a los discípulos y a todos los hombres, y les habla de su propia experiencia en el trato con Dios Padre y exclama: “Así os digo a vosotros: Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá; porque quien pide recibe, quien busca halla, y al que llama se le abre.”
Hace un año me hablaron de un hombre angustiado, porque su hija de unos 20 años era un auténtico desastre: bebía, no estudiaba, contestaba mal en casa… Sus padres estaban inmersos en el ámbito educacional y conocían técnicas para tratar casos difíciles, pero, todo lo que valía para decir a los padres de los otros, fallaban en aquella hija. El padre de esta chica estaba muy perdido y habló con un sacerdote exponiéndole toda esta situación. Este sacerdote le escuchó, le dio algunas palabras de ánimo y, al despedirse, le dijo: ‘Yo voy a rezar a Dios por tu hija’. Esto era en el mes de agosto. En octubre la chica, sin más ni más, dejó de beber, se matriculó en la universidad y cambió su comportamiento en la casa. El padre dice que ha sido algo milagroso y, una y otra vez, le vienen a su mente y a su corazón las palabras de aquel cura: ‘Yo voy a rezar a Dios por tu hija’.
¿Creo yo en Dios de tal manera que me dirijo a El con total confianza? ¿Mi oración a Dios es confiada y me abandono totalmente a su cariño y a su amor por mí? Os recuerdo una vez más las palabras de Jesús: “Si vosotros, pues, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo piden?” El Papa Juan Pablo I, el Papa de la sonrisa, ha experimentado a este Dios providente, al Dios de Jesús. Por eso exclamó aquello de “Dios es Padre, pero sobre todo es Madre”; tanta era la ternura que veía en El.
- Sin embargo, ante las palabras de Jesús en el evangelio de hoy: “Así os digo a vosotros: Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá; porque quien pide recibe, quien busca halla, y al que llama se le abre”, alguien puede decir que él reza a Dios, que le pide a Dios, pero que Dios no le concede siempre lo que se le pide. Esto es real. Recuerdo que en la década de los 60, cuando llegaron en África al poder varios regímenes comunistas, un jefe comunista entró en una escuela católica rodeado de soldados y en medio de todos los niños les preguntó si creían en Dios. Todos dijeron que sí. Entonces este jefe les dijo a los niños que pidieran caramelos a Dios. Los niños los pidieron, pero… los caramelos no bajaron del cielo. Luego el jefe les dijo que le pidieran caramelos a él y él les dio caramelos. Concluyó este jefe su presencia diciendo que Dios no existía, porque no atendía a la gente cuando se le pedía cosas, y que en él sí que tenían que creer, porque él sí que está presente, a él sí que lo veían, y él sí que daba caramelos.
Por lo tanto, ¿qué decir cuando Dios no nos concede lo que le pedimos? A esto hemos de responder con unos textos de Jesús: * en la versión del “Padre nuestro” de S. Mateo (la de hoy es la del evangelio de S. Lucas) se dice: “hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo” (Mt. 6, 10). Es decir, no que yo haga la voluntad de Dios o que Dios haga mi voluntad, sino que se cumpla la voluntad de Dios. * Cuando Jesús ora en Getsemaní pide al Padre que pase de él aquel sufrimiento, aunque a continuación añade: “pero no sea como yo quiero, sino como quieres tú” (Mt. 26, 39b.42b). Es decir, que se cumpla la voluntad de Dios y no la de Jesús. * Y en el evangelio de hoy Jesús dice: “¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo piden?”, es decir, el Padre no da coches deportivos, casas, vacaciones, puestos de trabajo…, sino que El da lo que es verdaderamente importante para nosotros y nos sirve para siempre y no sólo para un momento de nuestra vida: Dios Padre nos da ESPIRITU SANTO.
De este modo aprende el cristiano, como aprendió Jesús y todos los santos, que la vida de fe y la petición en la oración consiste en que caminemos nosotros hacia la voluntad de Dios y no que El camine hacia nuestra voluntad y hacia nuestros gustos.

Domingo XVI del Tiempo Ordinario (C)

22-7-2007 DOMINGO XVI TIEMPO ORDINARIO (C)
Gn. 18, 1-10a; Slm. 14; Col. 1, 24-28; Lc. 10, 38-42
Queridos hermanos:
- En esta semana un sacerdote, creo que de la diócesis de Córdoba, fue asesinado en su cama y en su casa. Parece ser que el asesino fue un inmigrante al que había dado cobijo y trabajo. Este sacerdote solía hospedar a gente necesitada e igualmente le daba trabajo. De esta práctica habitual suya se derivó su muerte, una muerte violenta. Cuando uno ve estos hechos, desde el Señor, debe preguntarse a quién se parece más uno: ¿al sacerdote asesinado o al asesino? No puedo sin más condenar o juzgar a las otras personas. No puedo juzgar al sacerdote por ser un ingenuo y un inconsciente. No puedo juzgar al asesino por ser un desagradecido y un desgraciado. ¿A quién me parezco yo más en mi vida ordinaria: al sacerdote o al asesino?
En el salmo 14 se dice en la respuesta: “Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda?” Y la respuesta es la siguiente: “El que procede honradamente y practica la justicia, el que tiene intenciones leales y no calumnia con su lengua. El que no hace mal a su prójimo ni difama al vecino, el que […] honra a los que temen al Señor. El que no presta dinero a usura ni acepta soborno contra el inocente.“ Pues bien, nosotros, con frecuencia, estamos hospedados en la tienda del Señor y somos como ese asesino del sacerdote. Nosotros también respondemos con mal a la mano que nos da de comer (a Dios y sus hijos, nuestros prójimos), a la mano que nos cobija (a Dios y a sus hijos, nuestros prójimos), a la mano que nos da cariño (a Dios y a sus hijos, nuestros prójimos).
- Según nos cuenta el evangelio, Jesús estaba constantemente ocupado y de acá para allá. Siempre hablando y enseñando a la gente. Siempre curando y caminando de una aldea a otra, de un pueblo a otro. No podía sacar tiempo ni para estar a solas. Solía apartarse un poco por la noche para estar con Dios a solas. Asimismo ¡cuántas veces quiso estar con los apóstoles únicamente, pero no podía! Jesús necesitaba, como todos los hombres, su espacio de silencio, de soledad, de estar en paz, de “quitarse los zapatos y andar las zapatillas”! Y lo mismo que nosotros tenemos nuestros rincones preferidos, nuestros amigos… también Jesús lo tenía y se llamaba Betania. Era un pequeño pueblo cercano a Jerusalén, en donde habitaban sus amigos Lázaro, Marta y María; hermanos entre sí. El evangelio de hoy nos narra un episodio ocurrido en Betania, en casa de los tres hermanos: Llega Jesús y con él sus discípulos. Las amas de casa ya sabéis lo que come un hombre de más en el hogar. ¡Pues imaginaros 12 hombres y Jesús: en total 13 varones! En aquel tiempo no había agua en la casa, no había neveras ni supermercados con comida rápida. Para cualquier mujer toda esta situación hubiera supuesto un verdadero quebradero de cabeza. Lo sería hoy día con todos los medios modernos con los que cuentan las casas, ¡cuánto más en tiempos de Jesús! Por eso, nos cuenta el evangelio que Marta se multiplicaba para atender a todo y a todos, y al ver a su hermana María que no hacía nada, que no ayudaba en nada, y que estaba sentada a los pies de Jesús escuchándolo, fue cuando Marta se paró y le dijo a Jesús aquello de: “Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola con el servicio? Dile que me eche una mano.” Marta tenía toda la razón, pero el Señor con su respuesta parece que se la quita. En efecto, Jesús le dice: “Marta, Marta, andas inquieta y nerviosa con tantas cosas; sólo una es necesaria. María ha escogido la parte mejor, y no se la quitarán.” Podía Marta haber contestado que entonces ella también pararía de trabajar y de preparar comidas y lechos para dormir, que ella también se sentaría a los pies de Jesús a escuchar y a no hacer nada. Y, cuando llegase la hora de comer, que cada cual se arreglase por sí mismo.
Hay personas (sobre todo mujeres) que me han comentado lo mal que les parece esta respuesta de Jesús… por injusta y porque se ve que Jesús es un hombre y que no pisa los pies en el suelo. Sin embargo, yo entiendo que Jesús no contesta a Marta para aquel momento concreto, sino que más bien le dice algo a Marta que llega a lo más profundo de su corazón y de su alma. En efecto, Jesús ve que Marta es una persona ajetreada, pero no sólo en ese momento, sino en todos los momentos de su vida. Es una persona toda actividad y poca reflexión, toda impaciente y con poca paz, todo ruido y con poco silencio, todo el ‘aquí y ahora’ y no ver las cosas un poco más allá. (El jueves me contaba una persona que pasó unos días de julio en Orense y que se dio cuenta de lo mucho que gritaba y hablaba alto la gente por allá. Antes esta persona hacía igual, pero, desde que conoció al Señor más de cerca, habla más suave y más pausadamente y su corazón no está tan agitado).
Ante este texto y esta explicación, ahora os pregunto yo: ¿Nosotros nos parecemos en nuestra vida ordinaria más a Marta (inquietos, nerviosos, con falta de paz, ruidosos, volubles…) o a María (con más serenidad, con más paciencia y más paz, estables, con equilibrio en nuestra personalidad…)? Cuanto más estamos con el Señor, El nos da los dones de María y nos va quitando los nerviosismos de Marta.
- El texto de la segunda lectura es muy denso. Voy a destacar dos frases: 1) “Nosotros anunciamos a ese Cristo; amonestamos a todos, enseñamos a todos, con todos los recursos de la sabiduría, para que todos lleguen a la madurez en su vida en Cristo.” La fe de S. Pablo es cristocéntrica. El no cree simplemente en Dios, sino en el Dios de Jesucristo. En sus predicaciones habla sólo de Cristo y de aquello que conduzca a Cristo. Es un enamorado de Cristo. Recuerdo que, hace años, un chico entró en el Seminario de Oviedo y con los jóvenes de la parroquia en donde realizaba su labor hablaba de Jesús una y otra vez. Un día le dijeron: ‘Basta ya. No sabes más que hablar de Jesús. ¿No tienes otro tema de conversación?’ De momento el seminarista se quedó parado, pero enseguida respondió: ‘Un novio habla de su amor, de su novia. Yo hablo de mi amor, de Cristo’. Y siguió con su monotema. A mí me tiene dicho gente que le trataba, que este seminarista arrastraba a los que tenía a su alrededor, pues hablaba desde el corazón y no desde lo que había aprendido en los libros.
S. Pablo hablaba de Cristo a todas horas y su afán era que todos los que lo escucharan creyeran en El, y madurasen en la vida de fe. ¿Noto cómo madura de mi vida de fe con el paso de los años o sigo igual que hace tiempo?
2) La segunda frase que destaco es ésta: “Me alegro de sufrir por vosotros; así completo en mi carne los dolores de Cristo, sufriendo por su cuerpo que es la Iglesia.” S. Pablo tenía dos amores: Cristo y la Iglesia. Para él el sufrimiento era tomar parte de los dolores de Cristo Jesús, compartía sus sinsabores y fracasos. Pero S. Pablo sufría, como Cristo, por la Iglesia, por los cristianos, por los hombres, por todos los hombres y por cada hombre en particular. Hay gente a la que le hablan mal de la Iglesia y es como si le clavaran una puñalada. Hay gente que ve un pecado en la Iglesia y es como si le clavaran una puñalada. Sufrir con Cristo y sufrir por la Iglesia es un don de Dios, que no todo el mundo tiene, sino sólo aquellos a los que Dios se lo ha concedido y han trabajado por ello en su vida espiritual. ¿Tengo yo estos dones? ¿Son Cristo y la Iglesia mis grandes amores como lo eran para S. Pablo?

Domingo XV del Tiempo Ordinario (C)

15-7-2007 DOMINGO XV TIEMPO ORDINARIO (C)
Dt. 30, 10-14; Slm. 68; Col. 1, 15-20; Lc. 10, 25-37
Queridos hermanos:
En el evangelio de hoy se dice: “En aquel tiempo, se presentó un maestro de la Ley y le preguntó a Jesús para ponerlo a prueba: - ‘Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?’ Él le dijo: - ‘¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees en ella?’ Él contestó: - ‘Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas y con todo tu ser. Y al prójimo como a ti mismo.’ Él le dijo: - ‘Bien dicho. Haz esto y tendrás la vida.’”
Cuando empecé a preparar la homilía de hoy, enseguida me vino a la mente la primera encíclica del Papa Benedicto XVI: “Dios es amor”. Es una encíclica preciosa, que, si no habéis leído, yo os lo aconsejo vivamente. Tiene una lectura fácil y es muy provechosa. Al menos, a mí me gustado mucho. Por eso, si me lo permitís, os trascribiré algunos pasajes:
- “El amor al prójimo enraizado en el amor a Dios es ante todo una tarea para cada fiel, pero lo es también para toda la comunidad eclesial” (n. 20). Como bien nos dice el Papa en este texto y nos dice Jesús en el evangelio de hoy, no puede separarse el amor a Dios y amor al prójimo, al hombre concreto. Y esta tarea (la de amar a Dios y al prójimo) es de cada fiel y de toda la Iglesia, bien sea la universal, la de una diócesis o la de una parroquia. Cuando uno de nosotros hace un acto de caridad o de amor (es lo mismo), es la misma Iglesia quien lo hace. Y la Iglesia ama y actúa en caridad a través de sus hijos, de hijos concretos, con nombres y apellidos. Por eso, no se puede decir que la M. Teresa de Calcuta es una santa y, por el contrario, la Iglesia es “una tal y una cual”, porque el actuar de la M. Teresa de Calcuta es el actuar concreto de la Iglesia. Lo mismo se ha de decir de cada sacerdote, de cada obispo, de cada fiel…
- Este amor concreto comenzó ya en la primitiva Iglesia, cuando los cristianos compartían sus bienes para que nadie pasara necesidad alguna. La ‘comunión entre los fieles’ se transforma en ‘comunicación de bienes’, que “consiste precisamente en que los creyentes tienen todo en común y en que, entre ellos, ya no hay diferencia entre ricos y pobres (cf. también Hch 4, 32-37)” (n. 20). “Con el paso de los años y la difusión progresiva de la Iglesia, el ejercicio de la caridad se confirmó como uno de sus ámbitos esenciales, junto con la administración de los Sacramentos y el anuncio de la Palabra: practicar el amor hacia las viudas y los huérfanos, los presos, los enfermos y los necesitados de todo tipo, pertenece a su esencia tanto como el servicio de los Sacramentos y el anuncio del Evangelio. La Iglesia no puede descuidar el servicio de la caridad, como no puede omitir los Sacramentos y la Palabra (n. 22). “Esta función se manifiesta vigorosamente en la figura del diácono Lorenzo († 258) […] A él, como responsable de la asistencia a los pobres de Roma, tras ser apresados sus compañeros y el Papa, se le concedió un cierto tiempo para recoger los tesoros de la Iglesia y entregarlos a las autoridades. Lorenzo distribuyó el dinero disponible a los pobres y luego presentó a éstos a las autoridades como el verdadero tesoro de la Iglesia” (n. 23)[1].
- “Desde el siglo XIX se ha planteado una objeción contra la actividad caritativa de la Iglesia, desarrollada después con insistencia sobre todo por el pensamiento marxista. Los pobres, se dice, no necesitan obras de caridad, sino de justicia. Las obras de caridad —la limosna— serían en realidad un modo para que los ricos eludan la instauración de la justicia y acallen su conciencia, conservando su propia posición social y despojando a los pobres de sus derechos. En vez de contribuir con obras aisladas de caridad a mantener las condiciones existentes, haría falta crear un orden justo, en el que todos reciban su parte de los bienes del mundo y, por lo tanto, no necesiten ya las obras de caridad. Se debe reconocer que en esta argumentación hay algo de verdad, pero también bastantes errores” (n. 26). El amor —caritas— siempre será necesario, incluso en la sociedad más justa. No hay orden estatal, por justo que sea, que haga superfluo el servicio del amor. Quien intenta desentenderse del amor se dispone a desentenderse del hombre en cuanto hombre. Siempre habrá sufrimiento que necesite consuelo y ayuda. Siempre habrá soledad. Siempre se darán también situaciones de necesidad material en las que es indispensable una ayuda que muestre un amor concreto al prójimo […] Este amor no brinda a los hombres sólo ayuda material, sino también sosiego y cuidado del alma, un ayuda con frecuencia más necesaria que el sustento material. La afirmación según la cual las estructuras justas harían superfluas las obras de caridad, esconde una concepción materialista del hombre: el prejuicio de que el hombre vive ‘sólo de pan’ (Mt 4, 4; cf. Dt 8, 3), una concepción que humilla al hombre e ignora precisamente lo que es más específicamente humano” (n. 28).
- “La experiencia de la inmensa necesidad puede, por un lado, inclinarnos hacia 1) la ideología (curas guerrilleros) que pretende realizar ahora lo que, según parece, no consigue el gobierno de Dios sobre el mundo: la solución universal de todos los problemas. Por otro, puede convertirse en 2) una tentación a la inercia ante la impresión de que, en cualquier caso, no se puede hacer nada (derrotismo). En esta situación, el contacto vivo con Cristo es la ayuda decisiva para continuar en el camino recto: ni caer en una soberbia que desprecia al hombre y en realidad nada construye, sino que más bien destruye, ni ceder a la resignación, la cual impediría dejarse guiar por el amor y así servir al hombre. La oración se convierte en estos momentos en una exigencia muy concreta, como medio para recibir constantemente fuerzas de Cristo. Quien reza no desperdicia su tiempo, aunque todo haga pensar en una situación de emergencia y parezca impulsar sólo a la acción […] La beata Teresa de Calcuta es un ejemplo evidente de que el tiempo dedicado a Dios en la oración no sólo deja de ser un obstáculo para la eficacia y la dedicación al amor al prójimo, sino que es en realidad una fuente inagotable para ello” (n. 36). “La familiaridad con el Dios personal y el abandono a su voluntad impiden la degradación del hombre, lo salvan de la esclavitud de doctrinas fanáticas y terroristas. Una actitud auténticamente religiosa evita que el hombre se erija en juez de Dios, acusándolo de permitir la miseria sin sentir compasión por sus criaturas. Pero quien pretende luchar contra Dios apoyándose en el interés del hombre, ¿con quién podrá contar cuando la acción humana se declare impotente? […] En efecto, los cristianos siguen creyendo, a pesar de todas las incomprensiones y confusiones del mundo que les rodea, en la ‘bondad de Dios y su amor al hombre’ (Tt 3, 4). Aunque estén inmersos como los demás hombres en las dramáticas y complejas vicisitudes de la historia, permanecen firmes en la certeza de que Dios es Padre y nos ama, aunque su silencio siga siendo incomprensible para nosotros” (nn. 37-38).
[1] “Una alusión a la figura del emperador Juliano el Apóstata († 363) puede ilustrar una vez más lo esencial que era para la Iglesia de los primeros siglos la caridad ejercida y organizada. A los seis años, Juliano asistió al asesinato de su padre, de su hermano y de otros parientes a manos de los guardias del palacio imperial; él imputó esta brutalidad —con razón o sin ella— al emperador Constancio, que se tenía por un gran cristiano. Por eso, para él la fe cristiana quedó desacreditada definitivamente. Una vez emperador, decidió restaurar el paganismo, la antigua religión romana, pero también reformarlo, de manera que fuera realmente la fuerza impulsora del imperio. En esta perspectiva, se inspiró ampliamente en el cristianismo [...] Los sacerdotes debían promover el amor a Dios y al prójimo. Escribía en una de sus cartas que el único aspecto que le impresionaba del cristianismo era la actividad caritativa de la Iglesia. Así pues, un punto determinante para su nuevo paganismo fue dotar a la nueva religión de un sistema paralelo al de la caridad de la Iglesia. Los «Galileos» —así los llamaba— habían logrado con ello su popularidad. Se les debía emular y superar. De este modo, el emperador confirmaba, pues, cómo la caridad era una característica determinante de la comunidad cristiana, de la Iglesia” (n. 24).

Domingo XIV del Tiempo Ordinario (C)

8-7-2007 DOMINGO XIV TIEMPO ORDINARIO (C)
Is. 66, 10-14a; Slm. 65; Gal. 6, 14-18; Lc. 10, 1-12.17-20

Queridos hermanos:
- Decía el evangelio: "la mies es abundante y los obreros pocos: rogad, pues, al dueño de la mies que mande obreros a su mies". El otro domingo Jesús nos indicaba algunas de las condicio­nes que deben poseer sus discípulos, es decir, los que quieran seguirle. Hoy Jesús anima a los discípulos para que trabajen. Hay mucho trabajo para todos los que deseen hacer algo por el Reino de Dios.
El domingo de Pentecostés se ordenaron en la catedral de Oviedo tres sacerdotes. El día 24 de junio se ordenó en Covadonga un diácono. Todos ellos son muy pocos para el relevo que necesita nuestra diócesis ante los sacerdotes que fallecen cada año, que enferman cada año o que siguen, con bastantes años de edad, al frente de diversas parroquias por toda Asturias.
En la parroquia del Corazón de María de Oviedo se imparten cursillos prematrimoniales a jóvenes parejas que desean casarse por la Iglesia. Al frente de estos cursillos se encuentran unos matrimonios de una edad superior a 60 ó 65 años y que llevan trabajando en este ámbito desde hace más de 30 años. Hace unos meses el responsable seglar de este grupo me pidió ayuda y me dijo que les enviase algún matrimonio cristiano joven o de media edad para que los relevase al frente de esta tarea. Los matrimonios integrantes del equipo se comprometían a prepararlos y, enseguida, a dejarles la responsabilidad. No pude dar el nombre de una sola pareja de cristianos, por un motivo u otro, para encargarse de esta tarea.
Es bastante frecuente que en las parroquias asturianas, al empezar el curso de catequesis, los párrocos no encuentren catequistas para los niños de primera comunión o de posteriores edades o de confirmación. No hay gente preparada y, con frecuencia, ni gente dispuesta tampoco. En ocasiones he oído cómo el párroco ha dicho a los padres de los niños de primera comunión que, o asumen ellos mismos esta tarea o él no se compromete a prepararlos y, por tanto, a impartirles la primera comunión cuando debiera corresponder.
A veces hay parroquias en donde nadie se compromete a llevar las cuentas, a leer en la Misa, a hacer de sacristanes, a limpiar los templos, a pasar la cesta, a formar parte de equipos de visitas a enfermos o ancianos, a acudir a grupos de formación espiritual-catequética-bíblica-teológica… ¡Hay tantos jóvenes para quien el hecho religioso y el Dios de Jesucristo son unos extraños hoy día! ¡Los valores morales, religiosos y humanos faltan en gran medida! ¡Hay grandes necesidades materiales y espirituales en nuestra sociedad y en nuestro mundo! Percibo que hay una gran vacío en todos nosotros y que estamos buscando algo que dé sentido a nuestra vida: viajes, emociones fuertes, sectas religiosas, cosas materiales… ¡Qué razón tenía Jesús cuando exclamó, al ver un gentío inmenso, aquello de: “están como ovejas sin pastor”! Por eso, Jesús en el evangelio de hoy decía a sus discípulos y nos dice también a nosotros: "la mies es abundante y los obreros pocos: rogad, pues, al dueño de la mies que mande obreros a su mies".
- Bien, hasta ahora hemos visto que hay mucha necesidad en este mundo. Por eso, Jesús nos dice: “¡Poneos en camino!” No importa si somos pocos o somos solamente uno. Con frecuencia el caminar de los santos es un caminar en soledad o también con resistencias de todos los que les rodean. Pues bien, Jesús se dirige a mí y me dice que me ponga en camino. Si yo he escuchado su voz y su llamada como obrero de esta mies, he de ponerme en camino, aunque sea para hacer una cosa muy sencilla e inútil a mi vista y a la vista de los demás: pasar la cesta, llevar las vinajeras al cura sobre el altar, ser catequista de tres niños de primera comunión, dar mi opinión de fe en Dios y en la Iglesia ante una reunión de gente abiertamente contraria a ellos…
- Luego Jesús nos da una serie de indicaciones para nuestro trabajo en esa mies necesitada de Dios, aunque dicha mies no sepa que está necesitada de Dios o no quiera a Dios. 1) “Mirad que os mando como corderos en medio de lobos. No llevéis talega, ni alforja, ni sandalias; y no os detengáis a saludar a nadie por el camino.” Recordad cómo Eliseo quemó sus bueyes, sus posesiones y seguridades para poder seguir al Señor. Pero, como también os decía el domingo anterior, siempre tenemos la tentación de que se nos peguen a nuestras manos otros bueyes, otras posesiones, otras seguridades. Jesús nos previene contra ello y nos dice que no llevemos nada a qué agarrarnos (talega, alforja, sandalias, amigos, conocidos…). Recuerdo haber leído en la vida de S. Francisco de Asís que, habiendo salido de dos en dos a predicar al Señor por toda Italia, con S. Francisco iba un hermano. Francisco se puso a predicar en medio de una plaza llena de gente, pero ésta no hizo caso y se burlaba de Francisco. Entonces el compañero de Francisco empezó a decir a la gente que Francisco era hijo de un comerciante rico de Asís, que era de buena familia y que era estudiado… Veis: ¡talegas, alforjas, sandalias, bueyes, posesiones, seguridades, títulos…! Francisco llamó la atención a este hermano y le dijo que no siguiera hablando. Si la gente aceptaba el mensaje predicado, que fuese por el mensaje mismo y no por el mensajero y por sus títulos.
2) “Cuando entréis en una casa (cuando encontréis a alguien), decid primero: ‘Paz a esta casa.’ Y si allí hay gente de paz, descansará sobre ellos vuestra paz; si no, volverá a vosotros […] Si entráis en un pueblo y os reciben bien, comed lo que os pongan, curad a los enfermos que haya, y decid: ‘Está cerca de vosotros el reino de Dios.’” Jesús nos dice que entremos en las casas, es decir, en lo más íntimo de las personas y de las familias. Jesús nos dice que deseemos su Paz a la gente que mora en aquella casa; gente con sus alegrías e ilusiones, gente con sus dolores y miedos, gente con sus resistencias y aperturas a Dios… Jesús nos dice que hagamos vida con la gente entre la que estamos sin apropiarnos de nada, sin exigir nada. Jesús nos dice que hagamos el bien (curar enfermos) y que prediquemos la cercanía de Dios y de su Reino. Cercanía de la que nosotros somos testigos en nosotros mismos. Cercanía, no de oídas, sino de certeza propia y en otros.
3) “Cuando entréis en un pueblo y no os reciban, salid a la plaza y decid: ‘Hasta el polvo de vuestro pueblo, que se nos ha pegado a los pies, nos lo sacudimos sobre vosotros. De todos modos, sabed que está cerca el reino de Dios.’” Se trata de un texto duro y a la vez lleno de misericordia por la llamada a la conversión, por el anuncio de la buena noticia: “’De todos modos, sabed que está cerca el reino de Dios.’” Lo más normal en los tiempos que corren es que nos pase esto último (que la gente no nos reciba) que lo primero (que la gente nos reciba). En ese caso Jesús quiere que nos sacudamos su polvo. Entiendo que Jesús puede referirse aquí a su pecado, a su egoísmo, a su sordera, a su dureza de corazón… No quiere que eso se nos pegue a los obreros de Jesús, ya que ese “polvo” es muy contagioso. En definitiva, Jesús rechaza el “polvo” de la gente = el pecado de la gente, pero quiere la salvación de la gente y, por lo tanto, hemos de anunciarles que “’de todos modos, sabed que está cerca el reino de Dios.’”
- Al volver a Jesús después de nuestros trabajos, no hemos de alegrarnos por los triunfos de nuestro apostolado –dice Jesús-, tampoco hemos de entristecernos por los fracasos de nuestro apostolado, sino que hemos de alegrarnos –dice Jesús-, porque nuestros “nombres están inscritos en el cielo.”

Domingo XIII del Tiempo Ordinario (C)

1-7-2007 DOMINGO XIII TIEMPO ORDINARIO (C)
1 Re. 19, 16b.19-21; Slm. 15; Gal. 5, 1. 13-18; Lc. 9, 51-62

Queridos hermanos:
¿Qué es la libertad? ¿Hacer lo que quiera en cualquier momento sin tener ninguna cortapisa de nada ni de nadie? ¿Cuándo es uno libre? ¿Es libre una persona que tiene que entrar a trabajar a las 8 de la mañana, que sale a las 2 de la tarde, que se reincorpora al trabajo a las 4 hasta las 8 ó 9 de la tarde? ¿Es libre una persona que tiene dos hijos y ha de atenderlos por la noche y por el día? ¿Es libre una persona casada y que ha de estar volcada hacia su marido o mujer? ¿Es libre una persona enferma y postrada en cama?
El tema de la libertad humana es un tema complicado, del que se han escrito ríos y ríos de tinta, y que no podemos agotar en el espacio de una homilía.
- ¿Cómo se ha de entender la libertad en cristiano? El Señor nos deja a los hombres y a los cristianos en libertad. Libertad para el bien. Libertad para el mal. Libertad para seguirle. Libertad para no seguirle. Y, cuanto más libres nos deja Dios, la realidad es que más nos sometemos a El (hablo de las personas maduras en la fe). Tenemos como ejemplo de esto último la actuación de Eliseo, tal y como se nos narra en la primera lectura:
El profeta Elías le echa el manto. Aparentemente es un acto sin mayor transcendencia, pero Eliseo capta que, mediante este acto, el Señor lo llama para sí. Veamos la respuesta de Eliseo: * Deja los bueyes y corre tras Elías, es decir, Eliseo responde a la llamada de modo inmediato. * Eliseo pide permiso al profeta para despedirse de sus padres, lo cual nos indica en él una persona sensible y cariñosa con sus padres. Eliseo quiere explicarles a dónde se va, con quién y por qué. * Pero su intención, al ir hasta sus padres, es regresar con Elías y seguirle (“luego vuelvo y te sigo”), porque, siguiéndole a él, seguirá a Dios, su Señor. * Elías y el Señor nos deja en libertad: “Ve y vuelve; ¿quién te lo impide?”, le dice el profeta. Dios nos llama al sacerdocio, a la vida religiosa, al matrimonio, a la soltería, a la santidad, al apostolado…, y no nos impide hacer nuestra voluntad, aunque vaya en contra de la suya. ¿Quién da más libertad, quién respeta más… que Dios, nuestro Señor? * Ante tanta confianza y respeto, según nos dice la primera lectura, Eliseo cogió la yunta de bueyes (de la que vivía y que era su posesión) y la sacrifica, lo ofrece a Dios. También S. Antonio de Egipto se desprendió de todos sus bienes para dedicarse sólo a Dios[1]. Eliseo cogió la carne de los bueyes y dio de comer a la gente. El sacrificio y la renuncia en libertad de un cristiano no debe servir para que crezca nuestro ego y nuestra soberbia, sino y sobre todo para que sirva para los demás y para una mejor y mayor entrega a Dios. Después de haberse desprendido de sus tesoros, de haberlos donado a los demás y de hacer todo esto por Dios, es cuando Eliseo puede levantarse, ir tras el profeta y ponerse a su servicio. Y todo esto en libertad; libertad de un día, libertad de todos y cada uno de los días. Cada día Eliseo y nosotros, para vivir en libertad y en entrega a Dios, no nos agarraremos a lo que encontramos por el camino, daremos todo a los que nos rodean, nos volveremos a Dios y nos pondremos a su servicio.
- Sigamos profundizando en la libertad. Nos dice S. Pablo en la carta a los Gálatas: “Para vivir en libertad, Cristo nos ha liberado. Por tanto, manteneos firmes, y no os sometáis de nuevo al yugo de la esclavitud. Hermanos, vuestra vocación es la libertad: no una libertad para que se aproveche la carne; al contrario, sed esclavos unos de otros por amor.”
De este texto se desprenden varios puntos: * Existe una libertad buena y una libertad mala. La libertad mala es aquella en la que la “carne”, lo material se aprovecha: libertad para gastar lo que uno quiere; libertad para vivir egoístamente; libertad vivir en la pereza y que los demás me hagan las cosas; libertad para exigir derechos y no hacer deberes; libertad para recibir, pero no para dar… La libertad buena es la que sólo Jesús nos otorga; es El quien nos ha liberado. Por tanto, la libertad auténtica es un don y un regalo de Dios. * Se habla en este texto a los Gálatas de la esclavitud, pero también aquí hay una esclavitud buena y una esclavitud mala. Cuando S. Pablo nos dice que no nos sometamos más al yugo de la esclavitud, se está refiriendo al yugo de la esclavitud mala, haciendo uso de la libertad mala: de hacer lo que quiero, cuando quiero y como quiero, incluso de espaldas a Dios y a los demás. Cuando un poco más adelante dice que S. Pablo que seamos esclavos unos de otros por amor, en este caso ya se está refiriendo a la libertad buena, es decir, aquella que me construye como persona, que me humaniza, que me “cristianiza”, que me diviniza, porque pierdo de mí y de lo mío para ser de Dios y de los demás, y todo esto por amor a Dios y a los demás. La libertad mala y la esclavitud mala tienen como origen y meta el egoísmo puro y duro. La libertad buena y la esclavitud buena tienen como origen y meta el amor, el amor que procede de Dios y que tiende a Dios. S. Agustín entendió perfectamente esto y, por eso, dijo aquella frase suya tan famosa: “Ama, y haz lo que quieras”, porque, uno que ama y que ama de verdad y según Dios, sólo puede hacer el bien y nunca el mal.
- ¿Cuáles son los frutos de la libertad buena y de la esclavitud buena? Nos habla de ello el salmo 15 que acabamos de proclamar: * Hay frutos de alabanza hacia Dios y de confianza en El: “Yo digo al Señor: ‘Tú eres mi bien.’ El Señor es el lote de mi heredad y mi copa; mi suerte está en tu mano. Bendeciré al Señor, que me aconseja, hasta de noche me instruye internamente.” * Hay frutos de gozo, de serenidad, de paz (paz con Dios, paz con los demás, paz con la creación entera, paz con uno mismo) y de sanación: “Por eso se me alegra el corazón, se gozan mis entrañas, y mi carne descansa serena […] Me enseñarás el sendero de la vida, me saciarás de gozo en tu presencia, de alegría perpetua a tu derecha.”
[1] Recuerdo ahora la historia de Hernán Cortés que, al llegar a Méjico para su conquista, quemó todos sus barcos a fin de que nadie sintiera la tentación de volver atrás. ¡Cuántas veces hemos de quemar nuestras posesiones, tesoros, seguridades… para no sentir la tentación de volver a lo nuestro, a lo seguro!