Navidad (A)

25-12-2007 NAVIDAD (A)
Is. 52, 7-10; Slm. 97; Hb. 1, 1-6; Jn. 1, 1-18


Queridos hermanos:
- El primer domingo de Adviento os proponía que hicierais un plan para preparar la Navidad. Sé de gente que en este tiempo ha intensificado su oración, ha procurado confesarse con más frecuencia, ha quitado comida de su estómago (en cantidad y en caprichos) y ha hecho algo de ayuno, ha leído algunas cosas espirituales, ha intentado moderar su genio y su lengua, ha quitado algo de tabaco, de cafés y de Internet, ha procurado no hacer gastos superfluos, ha quitado cacharritos de su casa y de su corazón, ha dado parte de su tiempo a personas necesitadas de compañía y de cariño; en definitiva, ha querido ser un poco más de Dios.
¡Enhorabuena a quienes han procurado en este Adviento vivir en esta línea! Dios les ha dado muchísimo más de lo que ellos han entregado a Dios y a los demás. No importa si han fallado mucho o poco en sus planes. Lo que importa es que Dios los ha encontrado caminando hacia El. Ellos han dado 10 pasos hacia Dios y El ha dado 990 pasos hacia ellos. En ellos se cumplen más y más las palabras que Jesús dijo en el evangelio: “Venid, benditos de mi Padre, y recibid en herencia el Reino que os fue preparado desde el comienzo del mundo, porque tuve hambre, y me distéis de comer; tuve sed, y me distéis de beber; estaba de paso, y me alojasteis; desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; preso, y me vinisteis a ver” (Mt. 25, 34-36).
- El domingo 23 estaba confesando después de la Misa de las 11 y en una ocasión, al terminar la confesión, me dice una persona: “Felices Navidades.” Yo le di las gracias, pero surgió de mí ser otra respuesta: “Le deseo unas Santas Navidades.”
En “Felices Navidades” puede haber jolgorio, encuentros familiares, noches largas y animadas, etc. Pienso que lo de “Santas Navidades” tiene para mí otra connotación y significado. “Santas Navidades” quiere decir que buscamos y deseamos una celebración sobre todo religiosa y espiritual, en donde la comida, la bebida, los regalos, la lotería y las reuniones familiares quedan en segundo lugar, porque lo que importa es que Dios se ha hecho hombre y está con nosotros para siempre. Además, en “Santas Navidades” puede haber lágrimas, soledad humana, perdón hacia los demás y hacia uno mismo, oración ante el Niño Dios, celebraciones eucarísticas (Misas), presencia de Dios, ternura de Dios, etc. También “Santas Navidades” quiere decir que, aunque los problemas y sufrimientos sigan con nosotros en estos días, el Niño Dios viene a nosotros y nos acompaña.
- Celebramos hoy la Santa Navidad. El Hijo de Dios ha bajado del cielo y pisa para siempre nuestro suelo. Dios ha acompañado siempre al hombre, pero, desde el nacimiento de Jesús, este acompañamiento se da en la cercanía: donde se alegra el hombre, se alegra Dios; donde sufre el hombre, sufre Dios; donde muere el hombre, muere Dios; donde peca el hombre, perdona Dios…
* Hace un tiempo me preguntaron la opinión para nombrar a un sacerdote para un puesto determinado. Yo me opuse a este nombramiento por una serie de razones. A pesar de ello, el sacerdote fue destinado a ese lugar. Hoy pienso que ese sacerdote se merecía y se merece una oportunidad. Dios me da siempre oportunidades; yo no soy quien para negárselas a los otros. Y es que la Navidad significa la Gran Oportunidad que Dios da al género humano para dejar el mal y caminar hacia el Bien, hacia Dios.
* Una de las mayores dificultades que encuentro en la tarea sacerdotal es transmitir a los cristianos que han de tener paciencia con los demás, pero sobre todo consigo mismo. No pueden pretender cambiar de repente, dejar de tener pecados de repente. Dios tiene paciencia con nosotros y con los demás, por lo que yo no puedo ser impaciente con los demás ni conmigo mismo. Y es que la Navidad significa igualmente la Gran Paciencia que Dios tiene y tendrá siempre con todos los hombres, con todos y cada uno de los hombres. Siempre digo que, aunque sólo hubiera habido un hombre pecador en todo el mundo durante todos los siglos de existencia de la Tierra, Dios Padre habría enviado a su Hijo Único al mundo para que naciera por ese solo hombre pecador. Y este Hijo Único hubiera muerto en la cruz por este solo hombre pecador. ¡Qué importantes somos cada uno de nosotros para Dios, pues su obra de salvación merece la pena por un único hombre! ¿Sabéis cuándo descubrí esto? Pues cuando estuve de cura en Taramundi, entre los años 1984 y 1988. Resultaba que, en ocasiones, iba a celebrar Misa por las aldeas y sólo acudía 1 persona. Yo me preguntaba entonces si merecía la pena subir hasta aquella aldea perdida sólo por 1 persona, y el Señor siempre me respondía que sí, porque ése era hijo suyo, un hijo amado.
- Cuando los evangelistas S. Mateo, S. Marcos y S. Lucas nos relatan la Navidad, es decir, el nacimiento de Jesús, lo hacen simplemente describiendo de un modo sencillo lo que aconteció a los ojos humanos y a los ojos de la fe, o sea, que aquel niño que nació era el Hijo de Dios. Sin embargo, el evangelista S. Juan nos narra la Navidad desde una perspectiva más teológica. Así dice: “En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios.” Cuando S. Juan menciona la Palabra se está refiriendo a la segunda persona de la Santísima Trinidad, es decir, al Hijo. Por eso, la traducción de esta frase sería ésta: ‘En el principio y desde toda la eternidad existía un solo Dios, pero con tres personas divinas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. El Hijo estaba desde siempre con el Padre Dios, y el Hijo era también Dios.’
Sigue diciendo S. Juan en su evangelio: “En la Palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres […] La Palabra era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre.” Esto quiere decir que en el Hijo Dios había Vida, pero Vida con mayúsculas, y esta Vida se entregaba a los hombres que estaban muertos, a los hombres que morían y que morirían, porque quien tiene al Hijo no muere para siempre. Su muerte es sólo temporal. Además, en el Hijo de Dios hay luz para los hombres, pero luz verdadera, no luz engañosa. Recuerdo que hace tiempo vi una película en la que se narraba que, cuando había tormentas y poca visibilidad en un mar cercano a las costas, varios desalmados encendían hogueras para inducir a los marineros de los barcos a acercarse a los arrecifes pensando que era un faro que les guiaba por lo seguro. Cuando embarrancaban, los desalmados robaban las pertenencias que transportaban dichos barcos. Los armadores perdían sus barcos y su medio de vida; los comerciantes perdían sus mercancías y quedaban en la ruina; y los marineros perdían sus vidas. Pues bien, el Hijo de Dios no es nunca para nosotros una hoguera que nos lleva a los arrecifes y que nos roba lo nuestro, sino que es la VERDADERA LUZ que nos descubre el mal que nos hunde y que nos destroza día y a día, y a la vez nos muestra el camino seguro. El Hijo de Dios, no sólo no nos quita lo nuestro, sino que nos da todo lo suyo.

Domingo IV de Adviento (A)

23-12-2007 4º DOMINGO ADVIENTO (A)
SAN JOSE- LA FE
Is. 7, 10-14; Slm. 23; Rm. 1, 1-7; Mt. 1, 18-24
Queridos hermanos:
Hace unos días, ya en este tiempo de Adviento, una persona me comentó que en su oración se había detenido a considerar a S. José. Pensó que él siempre quedaba como en penumbra, pero que era alguien muy importante. Pues bien, vamos a reflexionar en la homilía de hoy sobre S. José, el marido de la Virgen María.
Empezaremos diciendo que en el tiempo de Adviento destacan las figuras de María, de S. Juan Bautista, del profeta Isaías, pero también de S. José. Ellos supieron preparar la venida de Jesús y acogerlo.
- Nos dice el evangelio de hoy: “María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo.” Es decir, S. José y la Virgen María eran novios formales y ya tenían el compromiso firme de matrimonio, lo cual, en la cultura judía de entonces, significaba que en cierta manera ellos dos eran ya marido y mujer. En estas circunstancias S. José conoce que María estaba encinta. ¿Cómo llegó a saberlo? Pudo ser porque ella misma se lo dijera o porque él viera que el vientre de María empezaba a abultar, aunque no por intervención de él. Si fue María misma quien se lo contó, S. José no debió de entender mucho: ¿qué es eso de que ‘un Espíritu Santo’ fecunde el vientre de una mujer? Si fue lo segundo, o sea, que María le había engañado con otro hombre, entonces S. José estaba desolado, pues nunca lo hubiera esperado de ella. Por lo tanto, en un caso o en otro, en S. José surge enseguida el asombro, la duda, la perplejidad y el temor.
- Ante esta situación “José, su esposo, que era justo y no quería denunciarla, decidió repudiarla en secreto.” El problema que origina la decisión de S. José no radica en si cree inocente o culpable a María, pues en cualquiera de los dos extremos de este dilema su decisión no sería honrada. En efecto, si cree culpable a María, ha de denunciarla legalmente; si la cree inocente, ¿por qué la repudia, aunque sea en secreto? Dicen los Santos Padres que quizás su perplejidad consistiría más bien en que, aun conociendo de labios de María el secreto de la concepción virginal operada en ella, no entendió el misterio que encerraba la acción de Dios. Por eso no quiso interferirse en los planes del Señor a los que él no daba alcance. S. José no sabía cuál es el papel que le tocaba desempeñar si él no era el padre de esa criatura tan extraordinaria, Hijo de Dios, que iba a nacer de María su mujer; por eso le parecería lo más honrado retirarse discretamente en silencio.
- Es entonces cuando interviene el ángel del Señor, es decir, Dios mismo, el cual le confirmaría y aclararía el misterio que María le pudo haber desvelado: “José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados.” Dios confía a S. José una misión sublime: ser el padre legal del Niño que nacerá. Termina el evangelio de hoy diciendo que, “cuando José se despertó, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor y se llevó a casa a su mujer.” ¿Por qué S. José no entendió la explicación de María sobre su embarazo y sí entendió la explicación de Dios? Suele pasar… Los hombres explicamos las cosas a los demás para la mente y para el corazón. Dios las explica para la mente, para el corazón y para el espíritu, y además nos ayuda a interiorizar y aceptar totalmente sus palabras.
Dios encomendó a S. José el cuidado de los dos tesoros más grandes que tenía: Jesús y María. S. José protegió y enseñó al mismo Dios Hijo. En aquella casa de Nazaret fue S. José quien ‘mandaba’; él era el cabeza de familia. En una familia judía no podía ‘mandar’ un niño; tampoco las mujeres ‘mandaban’. Era S. José quien ‘mandaba’. Por eso, pienso que será bueno seguir encomendándonos a él, porque S. José tiene mucho ‘mando’ en el cielo, en la casa de su Hijo. Cuenta Sta. Teresa de Jesús que, cualquier cosa que pedía a S. José, siempre le fue concedida, por eso le tenía tanta devoción. De hecho, el primer convento de las carmelitas descalzas que fundó lo llamó de S. José.
- Con estas pocas pinceladas que nos da el evangelista S. Mateo sobre S. José nos damos cuenta que éste es modelo de fe. S. José no cede a la tentación de abandonar, se adentra en la oscuridad luminosa del misterio de Dios, ya que se fía de la Palabra del Señor. S. José se incorpora al plan salvador de Dios con plena disponibilidad, renunciando a todo protagonismo y a estar en la primera fila.
La figura de S. José en el Adviento es ejemplo para todos los cristianos. Nuestra vida es llamada, proyecto y prueba de Dios en la fe, y a ello debemos responder. No pidamos evidencias. Ante la pregunta, ante la duda, sólo contamos con la palabra-respuesta de Dios, de quien hemos de fiarnos plenamente. Y esto a pesar de que las señales de Dios no siempre parecen lógicas, ni tienen una evidencia aplastante; es más, únicamente pueden captarse por la fe.
* De este modo la fe supone entrar en contacto con el misterio oscuro y luminoso, tremendo y fascinante de Dios, que irrumpe en la historia humana como el Dios con nosotros: un Dios altísimo y cercano a la vez: un Dios que es hombre.
* La fe también supone riesgo y renuncia a toda seguridad palpable.
* La fe es un compromiso tan serio que condiciona toda nuestra vida, creando un estilo y un modo de ser y de actuar en el ámbito personal, familiar, laboral y social.
* La fe es un reto constante y diario para vivir en plena disponibilidad ante Dios y en apertura hacia todos los hombres.
* La fe es ser para los demás una señal del misterio de Dios y de su amor desbordante. Supe hace poco que un fraile misionero en América, con fama de santidad, venía alguna vez a visitar a su familia al pueblo, aquí en Asturias. Cuentan que había un hombre (oriundo de otro lugar) en aquel pueblo que era ateo, y se fijó que toda la gente iba a escuchar a este fraile. El sintió curiosidad y también fue a escucharlo. Quedó encandilado y luego procuraba hablar a solas con el fraile. Después era el primero en ir a la Misa que el fraile celebraba y en hacer las oraciones. Cuando el fraile se marchó a América, el ‘ateo’ siguió yendo a la Misa y a la oración. ¿Por qué? Porque el fraile fue para este hombre señal del misterio de Dios y de su amor desbordante.
* La fe es aceptar los planes de Dios sobre nosotros, con los heroísmos pequeños, o tal vez grandes, de la existencia vivida en cristiano, al estilo de Jesús.
* La fe es respuesta a la llamada de Dios y a vivir como amigos fieles que estiman, valoran y gozan la gracia de Dios. En este verano me hablaron de una chica sudamericana, que estaba de asistenta en una casa y que no había hecho la 1ª Comunión. Manifestó su deseo de hacerla, pero, en cuanto supo que tenía que prepararse y cambiar de modo de vida, se echó para atrás. ¿Por qué? Porque su fe no es tan grande como para valorar y gozarse en la gracia de Dios: la gracia que supone recibir el perdón de los pecados en el sacramento de la Penitencia; la gracia que supone el escuchar la Palabra de Dios; la gracia que supone el recibir a Cristo mismo; la gracia que supone el celebrar la fe con otras personas que creen lo mismo y aman al mismo.

Domingo III de Adviento (A)

16-12-2007 3º DOMINGO ADVIENTO (A)
Is. 35, 1-6a.10; Slm. 145; Sant. 5, 7-10; Mt. 11, 2-11
Queridos hermanos:
- Nos cuenta el evangelio de hoy que S. Juan Bautista estaba en la cárcel. Él, que era un hombre de desiertos y de amplios horizontes, estaba entre cuatro paredes húmedas y malolientes. Juan oyó en la cárcel hablar de Jesús y de las obras que éste hacía, pero no sabía si Jesús era el Mesías esperado o no. Ciertamente, cuando lo bautizó en el Jordán, pensaba que era él, pero ahora parece que no estaba del todo seguro. Esto mismo nos pasa a nosotros: ¡Cuántas veces hemos tenido la certeza de la presencia de Dios en nuestras vidas, cuántas veces le hemos dicho que no le fallaremos nunca…, pero las dudas nos asaltan en determinados momentos o etapas de nuestra vida!: ‘Parece que ahora estoy más frío en la fe’, ‘antes rezaba más’, ‘no avanzo nada y siempre confieso los mismos pecados’, ‘¿tendrán razón aquellos que dicen que Dios no existe?, ‘y es que el mal triunfa siempre’…
Por todo esto digo que es normal que dudemos, pues lo mismo le pudo suceder a S. Juan Bautista. De hecho, él envió a unos discípulos suyos a preguntar a Jesús: “¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?” Es decir, se le pregunta a Jesús si realmente es él el Mesías esperado, el salvador de los hombres. Si no es Jesús, entonces habrá que buscar en otra parte…
El jueves me enseñaban unas hojas firmadas, en donde una persona pedía su baja de la Iglesia Católica y quería que le borrasen de todos los archivos de la parroquia, por ejemplo, del libro de bautismos. Esto está siendo bastante habitual últimamente en España. En los años que estuve en Alemania, de capellán de españoles emigrados o ayudando en una parroquia alemana, observé cómo bastante gente, sobre todos jóvenes, pedía su baja de la Iglesia Católica. También he de decir que de igual modo muchas personas se daban de baja de las iglesias protestantes. Y pienso que todas estas personas se dan de baja, porque no esperan que la Iglesia Católica sea su salvadora ni su ayuda; tampoco lo esperan de las iglesias protestantes ni de otras religiones. Pero se me plantea una pregunta: De acuerdo, la Iglesia Católica y las iglesias protestantes y otras religiones no les ayudan ni les dan sentido a sus vidas, pero estas personas, ¿esperan que Dios, y sólo El, fuera de cualquier religión organizada, les salve y dé sentido a su vida? La impresión que tengo es que se rechazan las religiones organizadas, pero también se rechaza a Dios y, si esto no se hace teóricamente, sí que se hace en la práctica. Quizás mucha gente esté hoy en un sálvese el que pueda, en un individualismo muy fuerte, y viva sólo de lo material (ansiando lo material y apoyándose sólo en lo material): un buen empleo, un buen sueldo, buena salud, buena casa… y no se plantee nada más.
Pero ahora voy a circunscribir la pregunta a quienes estamos hoy aquí y ahora: En este tiempo de Adviento, ¿creemos y esperamos realmente que sea Jesús nuestro salvador, nuestro Mesías, nuestro Dios? ¿En qué se nota esto? ¿Esperamos en otro lado lo que no recibimos de Jesús?
- Veamos qué contesta Jesús a la pregunta[1] que le hacen de parte de S. Juan Bautista: "Los ciegos ven y los inválidos andan; los leprosos quedan lim­pios y los sordos oyen; los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia la Buena Noticia". Y en la primera lectura se nos dice qué les pasa a aquellos que ven a Dios: "Ellos verán la gloria del Señor, la belleza de nuestro Dios... Pena y aflicción se alejarán".
Sí, hemos de contestarnos a nosotros mismos, pero también a todos aquellos que nos pregunten y nos vean, que realmente es sólo Jesús quien nos hace ver y nos quita la ceguera de nuestro ser; es sólo Jesús quien nos hace caminar y nos da fuerzas para seguir adelante en nuestra vida diaria; es sólo Jesús quien nos hace oír las palabras de Dios y las necesidades de los hombres que tenemos a nuestro alrededor; es sólo Jesús quien nos resucita cada día y nos da realmente vida; y es sólo Jesús quien nos da la alegría de vivir el día de hoy.
Si me permitís, voy a transcribiros una vez más palabras de esta mujer enferma, de la que ya os hablé el primer domingo de Adviento y a la que fui otra vez a ver este lunes pasado. Repito lo ya dicho: hay que estar a su lado con una grabadora, pues no tiene desperdicio nada de lo que dice, y ver su rostro transido de paz y de serenidad es una gozada. Lo dicho; ahí van más perlas de esta mujer:
* Me decía que la otra vez, cuando recibió la unción de enfermos, no notó el efecto en aquel instante, pero al día siguiente se sentía más fuerte, físicamente hablando, y más animosa. Y esto lo achacaba al sacramento recibido.
* Decía que se encontraba algo mejor y que, si finalmente se curaba, sería gracias a Dios. Pero si Dios la llevaba con Él, entonces también era gracias a Dios. “Yo siento paz y, mientras la sienta, quiere decir que Dios me lleva con El.”
* Decía: “Noto que nada de lo que me hacen o me dicen me parece mal. Sin ningún esfuerzo por mi parte, todo lo disculpo. También es verdad que todos me tratan muy bien y son muy buenos conmigo.”
* “¡Cuánto noto la oración que hacen por mí! ¡Qué poder tiene la oración!”
* “¡Qué alegría poder recibir otra vez los tres sacramentos (penitencia, unción y comunión)!”, dijo esta mujer al llegar yo este lunes.
Yo creo que en esta mujer se ha cumplido perfectamente el evangelio de hoy, pues ella siente y vive cómo Jesús le anuncia la Buena Nueva. También se cumple en ella la profecía de Isaías: "Ellos verán la gloria del Señor, la belleza de nuestro Dios... Pena y aflicción se alejarán". En efecto, ella, desde el lecho del dolor, ve la gloria de Dios y la belleza de Dios. Ella, desde el lecho del dolor, siente cómo la pena y la aflicción se alejan de sí. Esta mujer no espera por otro Mesías ni por otro salvador distinto de Jesús, el Hijo de Dios. Para ella el Adviento, la preparación de la venida de Jesús, está siendo este mes de diciembre de 2007 una hermosa realidad.
¡Señor Jesús, nosotros también esperamos por ti y no por ningún otro! ¡Abre nuestros ojos, nuestros oídos, limpia nuestro ser lleno de lepra, haznos andar, danos vida y anúncianos la Buena Noticia!
[1] “¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?”

Domingo II de Adviento (A)

9-12-2007 2º DOMINGO ADVIENTO (A)
Is. 11, 1-10; Slm. 71; Rm. 15, 4-9; Mt. 3, 1-12
Queridos hermanos:
¿Cómo se hace una homilía? Pues es muy sencillo: en un lado se pone el evangelio de Jesucristo y en otro la vida ordinaria. La homilía es juntar las dos cosas en una. ¿Qué me dice el evangelio para mi vida? ¿De qué manera mi vida se puede adecuar al evangelio?
Recibía el jueves un correo de una madre preocupada por uno de sus hijos. Este está casado, tiene un niño pequeño y su mujer está embarazada de varios meses. Este joven matrimonio tiene una hipoteca por pagar y hace muy pocos días que a él lo han despedido del trabajo. Aquí va el relato de la madre: “no sé aún si llevará mi hijo a juicio a la empresa por despido improcedente. La causa es desobediencia a superior, que le dijo a las 7:25 p.m. (la salida es a las 7:30, y está allí desde las 8:30 a.m.) que hiciera un inventario en un lugar al aire libre y sin luz, que le hubiera llevado unas tres horas. Mi hijo alegó para no hacer el inventario esto y, además, que tenía que llevar al niño al médico-¡cierto!-, que su mujer estaba embarazada y que al día siguiente estaría allí a primera hora. A las 4:30 a.m. estaba allí para iniciarlo y también su jefe con el finiquito en mano... que si no se iba inmediatamente llamaba ¡al guarda! Que pasase al día siguiente por el despido; así lo hizo y al entregárselo le alabó mucho su profesionalidad, interés, trabajo bien hecho..., pero con el despido en mano. ¿Qué te parece? Lo siento por su curriculum, pero quizás haya sido lo mejor, ya no lo sé. Si gana el juicio me imagino que su imagen quedará limpia…”
Hace unos días saltaba una noticia a los medios: había varios detenidos por la práctica de abortos ilegales en diversas clínicas privadas de Barcelona. Entonces leí una información en el diario ABC, en donde una chica, con el seudónimo de Sole, relataba su experiencia de abortar: “‘Fue en fin de semana para no faltar al trabajo. Acudí con mi pareja y quedé sobrecogida’, relata. Sole refiere la frialdad de estas clínicas y de algunos de sus profesionales. El centro estaba ‘de bote en bote; había muchas chicas, la mayoría iberoamericanas y solas’. En la sala ‘hay que esperar a que te llamen y, cuando eres requerida, pasas a una estancia donde te toman una muestra de sangre (para saber tu grupo y calcular el precio) y te hacen una ecografía que precise las semanas de gestación’. Una vez comprobado el tiempo de embarazo, es un psicólogo el que recibe a la paciente, y ‘me aseguró que mi decisión no tendría consecuencias psicológicas’. A los especialistas no les gusta que les interroguen y Sole lo hizo con profusión: ‘Tanto, que ya me miraban mal y llegaron a decirme que estaba a tiempo de irme’. La última consulta, a la que le permiten entrar con su novio, es con un internista que rellena un formulario sobre las enfermedades de la paciente. Pero ni palabra de los supuestos legales a los que puede acogerse: ‘Aunque yo estaba dentro de la legalidad, la información fue escasa’. Finalmente, y una vez garantizado el paso que Sole va a dar, es el momento de abonar el importe (500 €). Tras el desembolso, ha llegado el momento. La joven es trasladada a una salita con otras pacientes que esperan su turno. ‘A mí me pareció de una falta de intimidad tremenda. Abortamos de cuatro en cuatro. Fue tan frío como entrar en una fábrica de tornillos’. A Sole la condujeron a una sala, donde esperaban otras tres chicas. ‘En esa habitación, algunas lloraban’, recuerda. A las cuatro se les informó que el método que se iba a usar es el de succión. Y continúa: ‘Miré el reloj al ir al quirófano y eran las 9:55. Cuando desperté no eran las 10:10. Me sentí fatal pero todo había pasado’. Y la despedida: ‘Me pidieron que me bajara la ropa interior en medio de la sala para comprobar que no manchaba. Después, me hicieron andar por si me mareaba, me dieron un caramelo y, hala, a casa. Fue tan frío y humillante que no volvería a hacerlo. Quiero olvidar.’” Sí, fue frío y humillante para las chicas, para las mujeres, pero… PARA LOS NIÑOS MUERTOS ¿QUÉ FUE?, añado yo.
Me preguntaréis que a qué vienen estos dos relatos. Pues vienen a lo que se nos pide en el evangelio de hoy por labios de S. Juan Bautista: “Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos.” Sí, Dios nos pide en este tiempo de Adviento una conversión de nuestra vida. Decía S. Francisco de Asís que, cualquier pecado que hiciera cualquier hombre, era él mismo capaz de hacerlo. Cualquiera de nosotros puede ser el jefe de ese chico y desde la soberbia y desde la ira somos capaces de despedir a alguien y hundirlo laboral, económica, familiar y psicológicamente. Cualquiera de nosotros puede quedarse embarazada, o dejar embarazada o tener una hija o una nieta embarazada, y decidir que lo más corto, que el mejor atajo es abortar. Yo nunca me he creído que los nazis alemanes de la 2ª guerra mundial fueron muy malos… por ser nazis y por ser alemanes. NO. Para mí ESO (los crímenes cometidos entre 1930 y 1945) lo hicieron los hombres, y no simplemente los nazis alemanes. Pues también fueron hombres (seres humanos) los serbios que violaron sistemáticamente a mujeres bosnias hacia 1994; también fueron seres humanos los iraquíes que, con un destornillador, sacaban los ojos a los prisioneros kuwaitíes en el verano 1990, y un largo etcétera.
Por todo esto, la llamada a la conversión de S. Juan Bautista y, en definitiva, de Dios no va dirigida simplemente a los nazis alemanes, ni a los serbios, ni a los iraquíes, ni a los jefes de las empresas, ni a las mujeres que abortan, ni a los que trabajan en estas clínicas abortistas… Su llamada a la conversión va dirigida a todos los seres humanos, es decir, a nosotros, a quienes estamos hoy aquí, en la catedral de Oviedo, o en cualquier otro lugar y en cualquier tiempo.
Para lograr y trabajar por esta conversión hemos de mirarnos en el espejo de S. Juan Bautista: 1) Nos dice el evangelio que “Juan llevaba un vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura, y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre.” Sí, como os decía el domingo pasado, es necesario escapar del consumismo desaforado en que se no quiere meter. Juan vestía humildemente y se alimentaba sencillamente. Ninguno de nosotros podrá convertirse a Dios si antes no deja el consumismo, los gastos superfluos y no pone su corazón en las cosas materiales que tiene o que le rodean. 2) Si queremos caminar hacia la conversión, hemos de seguir leyendo el evangelio de hoy: “Y acudía a él toda la gente de Jerusalén, de Judea y del valle del Jordán; confesaban sus pecados; y él los bautizaba en el Jordán.” Sí, es necesario salir de donde estamos y caminar hacia Dios. Una vez que estemos ante Dios ya viviendo en austeridad, podremos ver nuestras faltas y pecados, y confesaremos a Dios estos pecados. Y entonces el nos bautizará con su perdón y con su paz. Mmm, ¡qué gusto sentir el perdón y la paz de Dios en nuestro corazón y en nuestro espíritu! Mmm, ¡qué gusto sentirse libre de “cacharritos”, de viejas culpas y de viejas esclavitudes, y percibir el perdón, la paz y el amor de Dios!
Si hacemos todo esto, entonces sí que se cumple en nosotros el mandato de S. Juan Bautista: “‘Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos.’” Por ello, es bueno elaborar y tratar de cumplir el plan de Adviento que os proponía el otro domingo; porque ese plan nos sirve para preparar el camino del Señor, para allanar los senderos por los que Él viene a nuestras vidas, a nuestras familias, a nuestra ciudad, a nuestra sociedad.
Pero, ¿de qué convertirnos? Del pecado profundo que anida en nuestro corazón y tiene múltiples manifestaciones: egoísmo, soberbia, agresividad, violencia, lujuria, mentira, desamor, clasismo, doblez, apatía, desesperanza… para empezar a ser altruistas, generosos, humildes, pacíficos, castos, serviciales, acogedores, sinceros y testigos de la esperanza. Ser cristiano, estar convertido al Reino de Dios, es un reto exigente, es tensión perenne, es algo siempre inacabado porque no es un título de fin de carrera. Nunca somos buenos definitivamente, pues el ideal de perfección está muy alto: sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto.

Inmaculada Concepción (A)

8-12-2007 INMACULADA CONCEPCIÓN (A)
Gn. 3, 9-15.20; Slm. 97; Ef. 1, 3-6, 11-12; Lc. 1, 26-38

Queridos hermanos:
Nos relata el evangelio de hoy que “el ángel, entrando en su presencia (en la de María), dijo: ‘Alégrate, llena de gracia, el Señor esta contigo; bendita tú eres entre todas las mujeres.’” Vamos a tratar de acercarnos a alguna de estas afirmaciones que el ángel le hace a María.
- “Alégrate.” Son las primeras palabras que le dice el ángel a María, cuando se presenta ante ella. Y María le puede preguntar que por qué ha de alegrarse. El ángel le dice que se ha de alegrar porque el Señor está con ella. En este mes de noviembre estuve en Covadonga impartiendo con otras personas Cursillos de Cristiandad; a medida que iban transcurriendo y que el Señor iba actuando, la alegría se iba adueñando de todos los que estábamos allí. Era un contento profundo, hondo, totalizante y sanador el que teníamos. Todos comprendíamos que era fruto de la presencia de Dios, porque, cuando Dios viene y nos visita, la Alegría de verdad se instala en nuestro ser más profundo. En este mes de noviembre estuve en Lugo impartiendo ejercicios espirituales a más de 60 personas; a medida que iban transcurriendo las horas y los días, y el Señor actuaba en todos nosotros, la alegría se iba adueñando de todos nosotros. En los ejercicios espirituales procurábamos estar en silencio; procurábamos más escuchar al Señor que a los otros; procurábamos más escuchar al Señor que a nosotros mismos y, cuando esto sucedía, la alegría profunda, honda y totalizante se adueñaba de nosotros. Y es que la alegría no es otra cosa que Dios presente y actuando en nosotros.
- “Llena de gracia.” María está llena de gracia, es decir, de Dios. Está llena de gracia desde el mismo momento de su concepción, porque el Señor la preservó del pecado original. También nosotros estamos llenos de gracia en el momento de nues­tro bautismo. Sin embargo, existen dos diferencias entre María y nosotros: 1) En cantidad y calidad nuestro "llenos de gracia" es distinto del "llenazo de gracia" de María, ya que todos tenemos una misión en este mundo, pero la misión de María consistió en dar a luz al Hijo Unigénito de Dios, al Santo entre los santos. 2) María mantuvo esa incolumidad, este “llena de gracia” hasta la hora de su muerte. Pudiendo pecar, porque era tan libre como nosotros para decir NO a Dios, pero no lo hizo y por eso ella no perdió ese "lle­nazo de gracia", con el que fue saludada por el arcángel Gabriel.
- "Bendita tú eres entre todas las mujeres". ¿Por qué dice esta expresión el ángel? Las mujeres en Israel y en otros lugares esta­ban normalmente sometidas al varón: al padre, al hermano y al marido. Su única riqueza eran los hijos. Una mujer sin hijos era una desgraciada. Así Rebeca, mujer de Jacob, entregó una esclava suya a éste para que tuviera hijos suyos por envidia hacia su hermana; Ana, la madre de Samuel, sufría por no tener­los; Sara, la mujer de Abrahán, reñía con Agar, ya que ésta tenía un hijo de Abrahán y ella no; Isabel, la prima de la Virgen María, al saberse embarazada estuvo 6 meses sin salir porque el Señor se había acordado de su opro­bio; el caso más sangrante para mí y que nos narra el Antiguo Testamento se da cuando las hijas de Lot emborracha­ron a su padre para tener descendencia, pues todos los hombres de aquella región habían muerto; etc. Por eso, Isabel felicita el embarazo de María, ya que una mujer con un hijo en su vientre era una mujer dichosa.
Pero, ¿por qué el ángel le dice que es bendita sobre todas las mujeres? Cuando Eva pecó e incitó a pecar a Adán, el Señor ya prometió la salvación del género humano a través de un Mesías. Esto se desprende de las siguientes palabras de la primera lectura: “ella te herirá en la cabeza cuando tú la hieras en el talón.” Es decir, la serpiente buscará morder el talón del género humano a través del pecado, pero la mujer aplastará la cabeza de esa serpiente. ¿Cómo será eso, cómo una mujer podrá aplastar la cabeza de la serpiente-Satanás? El pueblo de Israel siempre interpretó que una mujer daría a luz a un salvador, al Mesías. Toda mujer judía confiaba en ser la madre de este Mesías. Pues bien, María fue la mujer elegida por pura gracia de Dios para traer la salvación al género humano y por ello fue felicitada por el ángel como bendita entre todas las mujeres.
- "El Señor está contigo". María recordando su vida, en su ancianidad, podía haberse preguntado si realmente el Señor había estado con ella a lo largo de todos los años:
* Cuando quedé embarazada de Jesús por obra del Espíritu Santo, yo ya estaba desposada con José. Y él podía haberme denuncia­do por haberlo traicionado (como si hubiese cometido adulterio) y el castigo por ello era el apedreamiento. ¿El Señor estuvo realmente conmi­go?
* Cuando tenía el embarazo muy adelantado, tuve que marchar por esos mundos de Dios y dar a luz de un modo insano, como los animales, en una cuadra. ¿El Señor estuvo realmente conmigo?
* Cuando nació mi hijo, casi me lo mata Herodes y tuvimos que escapar rápidamente. ¿El Señor estuvo realmente conmigo?
* Nos marchamos a Egipto, un país desconocido, con lengua extraña y malviviendo en medio de muchas dificultades. ¿El Señor estuvo realmente conmigo?
* Luego al regresar a Nazaret, cuando Jesús tenía 12 años, nos dio un susto de muerte al escapársenos en Jerusalén. ¡Vaya angus­tia la nuestra durante los tres días que pasamos antes de encon­trarlo! ¿El Señor estuvo realmente conmigo?
* En Nazaret Jesús se comportaba de un modo raro, ya que no quería casarse como hacían todos los chicos a la edad de 18 años, rechazando a todas las chicas que nosotros le apuntábamos. Todos los vecinos y la familia murmuraban de nosotros. ¿El Señor estuvo realmente conmi­go?
* Para colmo de males en medio de tantas estrecheces como pasábamos, se murió mi querido marido José, dejándome sola con Jesús. Y yo seguía sin ver nada de lo que me había anunciado aquel ángel misterio­so unos 25 años antes. ¿El Señor estuvo realmente conmigo?
* Además, después Jesús me dejó sola y se marcha a predicar. Muerta de vergüenza tuve que irme con mi familia, porque yo no tenía medios de subsistencia y tuve que escucharles a todas horas que Jesús no tenía cabeza al abandonarme y no darme nietos, como hacían todos los buenos hijos. Me decían que era primero la obligación y luego la devoción. ¿El Señor estuvo realmente conmigo?
* Jesús, mi hijo, era bueno, hacía siempre el bien. Así me lo decía tanta gente, pero otros lo querían matar y lo odiaban. ¿El Señor estuvo realmente conmigo?
* Al final, mataron a mi hijo Jesús. Y yo me quedé sola: sin marido, sin hijo, sin nuera, sin nietos. ¿Dónde están aquellas promesas maravillosas que oí hace tantos años? ¿El Señor estuvo realmente conmigo?
Como María podemos decir también nosotros: ¿El Señor está conmigo con mi hijo drogadicto, con mi marido en paro, con mi familia o yo enfermos, etc.? Si María hubiera sabido lo que supo al final de su vida, ¿hubiera dicho el ”fiat” al ángel o se hubiera negado? ¿Mereció la pena el decir que sí para lo que luego resultó? ¿Merece la pena nuestra fe para lo que resulta en nuestra vida?
María dice hoy y siempre: Sí, el Señor estuvo siempre conmi­go. Yo me fío de Dios, confío en El. Ha merecido la pena todo lo sufrido, porque El me ha dado mucho más de lo que yo nunca pude esperar.