Santa María, Madre de Dios (A)

1-1-2008 SANTA MARIA, MADRE DE DIOS (A)
LA EDUCACION CRISTIANA (II)
Núm. 6, 22-27; Slm. 66; Gal. 4, 4-7; Lc. 2, 16-21
Queridos hermanos:
Seguimos con el mismo tema del domingo pasado, es decir, con los valores que deben de estar presentes en la educación que ha de existir en las familias. El primer valor al que aludí fue el del amor y el cariño. Continuamos…
* Libertad y responsabilidad. Educar en libertad no puede separarse nunca de educar en responsabilidad. Libre no es aquel que siempre puede hacer lo que quiere, sino aquel que, sopesando las circunstancias y lo que desea alcanzar, opta por emprender un determinado camino, y procura ser fiel y constante con la decisión adoptada. Vivir en libertad y educar en libertad es difícil, pues implica -por ejemplo, por parte del hijo- una capacidad de escucha a lo que se le diga; también implica un decir, por parte de los padres, y permitir que los hijos se equivoquen. Uno de los frutos inmediatos de vivir en libertad es la adquisición de la responsabilidad, lo cual supone crecer como personas y asumir las consecuencias de los propios actos. Por tanto, a mí entender es una pésima educación “tapar los agujeros” que hacen los hijos, sin enseñarles a ver la gravedad de sus actos y las consecuencias de los mismos. Voy a poner un ejemplo de esto último. El ejemplo es parcial, pero puede ser ilustrativo de lo que trato de decir: un hijo, que tiene un trabajo más o menos estable y un sueldo suficiente, decide independizarse y vivir aparte de sus padres. Se va a vivir sólo o con su pareja. Entiendo que este hijo no debería venir por casa de sus padres de modo sistemático para comer, o llevar la compra que le hace y le paga su madre, o para dejar la ropa sucia y llevársela limpia y planchada… Cuando uno toma una decisión libremente, ha de asumir las consecuencias y responsabilidades propias de su decisión, y de este modo podrá crecer como persona.
* Otro de los valores en que se ha de educar en la familia es en la laboriosidad. En la familia cada uno tiene sus propias tareas, adecuadas a la edad y a las circunstancias propias de cada miembro. No podemos educar ni permitir que haya vagos en nuestras familias. No podemos permitir que las tareas recaigan sobre una sola persona y los demás se dejen “servir”. En la casa cada uno ha de recoger sus propias cosas (zapatillas, libros, papeles, ropas…); cada uno ha de hacer su propia cama y habitación; cada uno ha de recoger sus propios platos, tazas y vasos una vez que ha terminado y posarlos en el fregadero y lavarlos; cada uno ha de hacer su propia tarea de estudiar, de atender el hogar, de llevar la administración económica…
* Hay que educar en la honestidad. Ser honrado con los de casa, pero también con los de fuera sin buscar el provecho personal por encima de cualquiera y a cualquier precio. Recuerdo que, cuando mi hermano tenía unos 11 años, cogió dos o tres cosas de un quiosco. En cuanto mi padre lo supo, le cogió de la mano con aquellas cosas y le acompañó hasta el quiosco para que las devolviera. Creo que nunca más se le ocurrió coger nada que no fuera suyo, que no se lo dieran, o que no lo comprara.
* Otro valor es la servicialidad. Esto significa estar pendiente de los demás y de sus necesidades. Aprende uno esto cuando ve a sus padres que se vuelcan con los demás para ayudarles a atender a los niños, para acompañarlos al hospital, para hacerles la compra o la comida. En este sentido –perdonad que os cuente cosas que yo he vivido en mi casa- he visto cómo mi padre, después de venir reventado de trabajar, se iba a ayudar a construir una casa a un vecino (mi padre era albañil); he visto cómo mi madre, al ir al economato de la ENSIDESA, aprovechaba las ofertas y traía dichas ofertas para sí y para una vecina, y venía “cargada como una burra”. Por cierto, en el tiempo de Navidad una vez vio una oferta de cava, a 13 pts. la botella, y trajo para nosotros y para la vecina. Luego se extrañó del enorme coste al ir a pagar y revisando en casa el tique cayó en la cuenta que la oferta del cava no era de 13 pts., sino de 130 pts. Quiso mi madre ir a devolver las botellas: las que había comprado para nosotros y las que había comprado para la vecina, pero el marido de la vecina no la dejó. Dijo que nosotros también podíamos beber como los demás de ese cava.
* Evitar la murmuración es otro valor que se ha de cultivar en la familia. Como dice un refrán indio, para comprender a una persona hay que andar con sus propias zapatillas, es decir, hay que estar en las mismas circunstancias que esa persona. Quizás, si nosotros pasáramos por lo mismo, lo haríamos igual o peor que esa persona. Es muy importante aprender a disculpar y a no “cebarnos” sobre los errores ni las desgracias de los demás.
* En toda relación humana, y la familia lo es, existen siempre situaciones de fricción y de disputas. Si no perdonamos, es fácil que los problemas se enquisten y el resentimiento se adueñe de todos. Por ello, el perdón es un valor que hemos de practicar y que ha de ser enseñado en la familia. Conozco una persona que procura no herir en su casa, pero, cuando lo hace, pide humildemente perdón a todos, incluso a sus hijos más pequeños.
* La familia ha de enseñar también a utilizar buenas palabras. No quiero decir simplemente con esto que se han de evitar las blasfemias y los tacos, sino incluso las voces y los gritos, las palabras hirientes o despectivas. Esta semana pasada en el tribunal eclesiástico decía una chica cómo su marido la hacía de menos y se mofaba de ella constantemente delante de los amigos e invitados y, por supuesto, delante de los hijos. Así los hijos, de corta edad, han perdido el respeto a su madre. Lo que no sabe el padre es que también se lo perderán a él…, en cuanto crezcan y le dejen de tener miedo. Con buenas palabras quiero decir el respeto y la amabilidad que ha de presidir la relación familiar. Recuerdo que un amigo mío decía que en su casa le enseñaron enseguida tres palabras: ‘gracias’, ‘perdón’ y ‘por favor’.
(Tengo que ir ya más rápido, pues se está esto alargando demasiado).
* De igual modo en la familia se ha de educar a vivir en la austeridad. Pienso que no es nada bueno poseer tantas cosas como tenemos, ni para mayores ni para pequeños. Ya nos decía Jesús que “no sólo de pan vive el hombre…” Con esto se refería Jesús a las cosas materiales. Recuerdo que una vez habló conmigo un chico de unos 35 años con novia, con empleo fijo, con 1.800 € de ingresos mensuales, con un buen coche, con una moto de gran cilindrada, con un piso a su nombre, con vacaciones a sus espaldas en sitios paradisíacos…, pero no era feliz. Algo le faltaba.
* Una familia ha de educar en el compartir y no aferrarse a lo de aquí. Sin ello vinimos a este mundo y sin ello nos marcharemos. Pienso ahora en las peleas familiares por herencias. No merece la pena. ¿No recordáis aquellas palabras de Jesús?: “Uno de la gente le dijo: ‘Maestro, di a mi hermano que reparta la herencia conmigo.’ El le respondió: ‘¡Hombre! ¿Quién me ha constituido juez o repartidor entre vosotros?’ Y les dijo: ‘Mirad y guardaos de toda codicia, porque, aun en la abundancia, la vida de uno no está asegurada por sus bienes’” (Lc. 12, 13ss).
* Una familia ha de educar en los grandes valores de la fe en Dios y en su Santa Iglesia. Como me decía una madre un día: ‘será lo más grande que puedo dar a mis hijos y les valdrá para siempre y en todas las circunstancias de la vida.’ Todos los demás valores de los que he hablado antes son preparatorios para este valor, el valor de la fe y del amor a Dios y a su Iglesia.
Esto es lo que pedimos al Señor, por intercesión de la Sagrada Familia. ¡Que así sea!

Sagrada Familia (A)

30-12-2007 SAGRADA FAMILIA (A)
LA EDUCACION CRISTIANA (I)
Eclo. 3, 2-6.12-14; Slm. 127; Col. 3, 12-21; Mt. 2, 13-15.19-23
Queridos hermanos:
- Hace unos tres años celebré la boda de unos amigos. Después de la celebración del sacramento estábamos los invitados en el aperitivo y se me acercó un matrimonio de mediana edad. Me preguntaron cosas de la homilía y me decían que había cosas, de las que yo había dicho, con las que no estaban de acuerdo. Se estableció un diálogo y en un determinado momento les pregunté: ‘Sabiendo lo que sabéis ahora, si pudierais volver atrás, ¿os casaríais de nuevo entre vosotros?’ La mujer se quedó pensativa un momento y enseguida contestó que lo había pasado bastante mal en el matrimonio, pero que sí se casaría de nuevo con su marido. Luego ella y yo miramos para el hombre y éste, de modo inmediato y firme, contestó que no se casaría en modo alguno. No se casaría ni con ella ni con ninguna mujer.
En bastantes ocasiones hay matrimonios, o maridos y/o mujeres que afirman estar pesarosos de diversas cosas sucedidas en su matrimonio, o con la educación de sus hijos, o por haber tenido menos hijos o por haber tenido de más, etc.
Sabiendo lo que sabéis ahora –os pregunto yo-, ¿os casaríais con vuestro marido o con vuestra mujer? ¿Por qué sí o por qué no? (Yo no necesito saberlo; os lo planteo para que reflexionéis y os contestéis vosotros mismos).
Sabiendo lo que sabéis ahora, ¿os habríais comportado con vuestros cónyuges como lo hicisteis? ¿Diríais lo que dijisteis? ¿Callaríais lo que callasteis?
Sabiendo lo que sabéis ahora, ¿os habríais casado u os habríais quedado solteros?
Sabiendo lo que sabéis ahora, ¿tendríais más hijos o menos hijos?
Sabiendo lo que sabéis ahora, ¿educaríais a vuestros hijos como lo habéis hecho? ¿Qué cosas cambiaríais?

- Con esta última pregunta quiero entrar propiamente en el núcleo de la homilía de hoy, es decir, quiero hablaros de la educación que se da o que se debe dar en una familia cristiana y, desde mi punto de vista, en toda familia. Pero no se ha de entender la educación simplemente como aquella que dan los padres a los hijos, sino como aquella que viven, recrean y buscan todos los miembros que forman parte de la familia, padres incluidos. Para ello la Iglesia nos propone hoy que nos miremos en el espejo de la Sagrada Familia formada por S. José, por la Virgen María y por Jesús.
Llegados a este punto creo necesario decir una palabra sobre lo que se ha de entender por educación, pues, de otro modo, podemos hablar en los mismos términos, pero de cosas muy distintas. Entiendo por educación aquello que viene contenido en el Concilio Vaticano II, concretamente en el número 1 de la Declaración “Gravissimum educationis” y que recogió posteriormente el Código de Derecho Canónico en su canon 795: “Como la verdadera educación debe procurar la formación integral de la persona humana, en orden a su fin último y, simultáneamente, al bien común de la sociedad, los niños y los jóvenes han de ser educados de manera que puedan desarrollar armónicamente sus dotes físicas, morales e intelectuales, adquieran un sentido más perfecto de la responsabilidad y un uso recto de la libertad, y se preparen a participar activamente en la vida social.” Es muy importante que la educación sea integral, no sólo en conocimientos académicos, sino también en el ámbito físico, en el moral y en el espiritual. En caso contrario tendríamos monstruos que, sabiendo mucho o siendo muy fuertes o siendo muy espiritualistas, carecerían de los otros aspectos necesarios para el correcto crecimiento de toda la persona. Además, en esta definición se destacan los fines de la educación en los hombres: 1) el bien común de toda la sociedad y 2) su objetivo último, o sea, la salvación o lo que es lo mismo la entrada en el Reino de Dios.
Para aterrizar más este tema, pienso que es muy importante que los matrimonios y las familias eduquen en valores, pero valores que nos hagan crecer como personas, como ciudadanos y como cristianos o personas de fe. Pienso que nunca es tarde para empezar a vivirlos personalmente primero, para comenzar a transmitirlos a los demás después.
* El primer valor que reseñaría es el del cariño. El amor debe estar presente en toda familia, pues de otro modo la convivencia se convierte en un infierno o aquella casa es simplemente ‘la pensión del peine’. El amor debe de ser del esposo hacia la esposa y de ésta hacia aquél. El amor debe de ser de los padres hacia los hijos y de éstos hacia aquéllos. El amor debe de ser entre los hermanos y demás familiares. Recuerdo que hace unos años una maestra de Oviedo, que ejercía en una escuela de la zona de La Tenderina, pidió a sus alumnos, de unos 8 años, que hicieran un dibujo sobre las primeras palabras que oían al despertarse. Uno de ellos se dibujó a sí mismo en la cama y a su madre entrando en la habitación para despertarlo mientras ella le decía: “O te levantas o de doy una os...” Cuando la maestra enseñó el dibujo a la madre, ésta se puso todo colorada. Signo de que debía de ser cierto.
A continuación voy a leeros una bonita historia que me vino por Internet y que refleja perfectamente lo que quiero decir en este punto: “En una junta de padres de familia de cierta escuela, la directora resaltaba el apoyo que los padres deben darle a los hijos. También pedía que se hicieran presentes el máximo de tiempo posible. Ella entendía que, aunque la mayoría de los padres y madres de aquella comunidad fueran trabajadores, deberían encontrar un poco de tiempo para dedicar y entender a los niños. Sin embargo, la directora se sorprendió cuando uno de los padres se levantó y explicó, en forma humilde, que él no tenía tiempo de hablar con su hijo durante la semana. Cuando salía para trabajar era muy temprano y su hijo todavía estaba durmiendo. Cuando regresaba del trabajo era muy tarde y el niño ya no estaba despierto. Explicó, además, que tenía que trabajar de esa forma para proveer el sustento de la familia. Dijo también que el no tener tiempo para su hijo lo angustiaba mucho e intentaba redimirse yendo a besarlo todas las noches cuando llegaba a su casa y, para que su hijo supiera de su presencia; él hacía un nudo en la punta de la sabana que lo cubría. Eso sucedía religiosamente todas las noches cuando iba a besarlo. Cuando el hijo despertaba y veía el nudo, sabía, a través de él, que su papá había estado allí y lo había besado. El nudo era el medio de comunicación entre ellos. La directora se emocionó con aquella singular historia y se sorprendió aún más cuando constató que el hijo de ese padre era uno de los mejores alumnos de la escuela. El hecho nos hace reflexionar sobre las muchas formas en que las personas pueden hacerse presentes y comunicarse entre sí. Aquel padre encontró su forma, que era simple pero eficiente. Y lo más importante es que su hijo percibía, a través del nudo afectivo, lo que su papá le estaba diciendo. Algunas veces nos preocupamos tanto con la forma de decir las cosas que nos olvidamos de lo principal, que es la comunicación a través del sentimiento. Simples detalles como un beso y un nudo en la punta de una sábana, significaban, para aquel hijo, muchísimo más que regalos o disculpas vacías.”
El próximo martes, día 1 de enero, continuaré diciendo más valores en los que se debe de basar la educación familiar.

Navidad (A)

25-12-2007 NAVIDAD (A)
Is. 52, 7-10; Slm. 97; Hb. 1, 1-6; Jn. 1, 1-18


Queridos hermanos:
- El primer domingo de Adviento os proponía que hicierais un plan para preparar la Navidad. Sé de gente que en este tiempo ha intensificado su oración, ha procurado confesarse con más frecuencia, ha quitado comida de su estómago (en cantidad y en caprichos) y ha hecho algo de ayuno, ha leído algunas cosas espirituales, ha intentado moderar su genio y su lengua, ha quitado algo de tabaco, de cafés y de Internet, ha procurado no hacer gastos superfluos, ha quitado cacharritos de su casa y de su corazón, ha dado parte de su tiempo a personas necesitadas de compañía y de cariño; en definitiva, ha querido ser un poco más de Dios.
¡Enhorabuena a quienes han procurado en este Adviento vivir en esta línea! Dios les ha dado muchísimo más de lo que ellos han entregado a Dios y a los demás. No importa si han fallado mucho o poco en sus planes. Lo que importa es que Dios los ha encontrado caminando hacia El. Ellos han dado 10 pasos hacia Dios y El ha dado 990 pasos hacia ellos. En ellos se cumplen más y más las palabras que Jesús dijo en el evangelio: “Venid, benditos de mi Padre, y recibid en herencia el Reino que os fue preparado desde el comienzo del mundo, porque tuve hambre, y me distéis de comer; tuve sed, y me distéis de beber; estaba de paso, y me alojasteis; desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; preso, y me vinisteis a ver” (Mt. 25, 34-36).
- El domingo 23 estaba confesando después de la Misa de las 11 y en una ocasión, al terminar la confesión, me dice una persona: “Felices Navidades.” Yo le di las gracias, pero surgió de mí ser otra respuesta: “Le deseo unas Santas Navidades.”
En “Felices Navidades” puede haber jolgorio, encuentros familiares, noches largas y animadas, etc. Pienso que lo de “Santas Navidades” tiene para mí otra connotación y significado. “Santas Navidades” quiere decir que buscamos y deseamos una celebración sobre todo religiosa y espiritual, en donde la comida, la bebida, los regalos, la lotería y las reuniones familiares quedan en segundo lugar, porque lo que importa es que Dios se ha hecho hombre y está con nosotros para siempre. Además, en “Santas Navidades” puede haber lágrimas, soledad humana, perdón hacia los demás y hacia uno mismo, oración ante el Niño Dios, celebraciones eucarísticas (Misas), presencia de Dios, ternura de Dios, etc. También “Santas Navidades” quiere decir que, aunque los problemas y sufrimientos sigan con nosotros en estos días, el Niño Dios viene a nosotros y nos acompaña.
- Celebramos hoy la Santa Navidad. El Hijo de Dios ha bajado del cielo y pisa para siempre nuestro suelo. Dios ha acompañado siempre al hombre, pero, desde el nacimiento de Jesús, este acompañamiento se da en la cercanía: donde se alegra el hombre, se alegra Dios; donde sufre el hombre, sufre Dios; donde muere el hombre, muere Dios; donde peca el hombre, perdona Dios…
* Hace un tiempo me preguntaron la opinión para nombrar a un sacerdote para un puesto determinado. Yo me opuse a este nombramiento por una serie de razones. A pesar de ello, el sacerdote fue destinado a ese lugar. Hoy pienso que ese sacerdote se merecía y se merece una oportunidad. Dios me da siempre oportunidades; yo no soy quien para negárselas a los otros. Y es que la Navidad significa la Gran Oportunidad que Dios da al género humano para dejar el mal y caminar hacia el Bien, hacia Dios.
* Una de las mayores dificultades que encuentro en la tarea sacerdotal es transmitir a los cristianos que han de tener paciencia con los demás, pero sobre todo consigo mismo. No pueden pretender cambiar de repente, dejar de tener pecados de repente. Dios tiene paciencia con nosotros y con los demás, por lo que yo no puedo ser impaciente con los demás ni conmigo mismo. Y es que la Navidad significa igualmente la Gran Paciencia que Dios tiene y tendrá siempre con todos los hombres, con todos y cada uno de los hombres. Siempre digo que, aunque sólo hubiera habido un hombre pecador en todo el mundo durante todos los siglos de existencia de la Tierra, Dios Padre habría enviado a su Hijo Único al mundo para que naciera por ese solo hombre pecador. Y este Hijo Único hubiera muerto en la cruz por este solo hombre pecador. ¡Qué importantes somos cada uno de nosotros para Dios, pues su obra de salvación merece la pena por un único hombre! ¿Sabéis cuándo descubrí esto? Pues cuando estuve de cura en Taramundi, entre los años 1984 y 1988. Resultaba que, en ocasiones, iba a celebrar Misa por las aldeas y sólo acudía 1 persona. Yo me preguntaba entonces si merecía la pena subir hasta aquella aldea perdida sólo por 1 persona, y el Señor siempre me respondía que sí, porque ése era hijo suyo, un hijo amado.
- Cuando los evangelistas S. Mateo, S. Marcos y S. Lucas nos relatan la Navidad, es decir, el nacimiento de Jesús, lo hacen simplemente describiendo de un modo sencillo lo que aconteció a los ojos humanos y a los ojos de la fe, o sea, que aquel niño que nació era el Hijo de Dios. Sin embargo, el evangelista S. Juan nos narra la Navidad desde una perspectiva más teológica. Así dice: “En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios.” Cuando S. Juan menciona la Palabra se está refiriendo a la segunda persona de la Santísima Trinidad, es decir, al Hijo. Por eso, la traducción de esta frase sería ésta: ‘En el principio y desde toda la eternidad existía un solo Dios, pero con tres personas divinas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. El Hijo estaba desde siempre con el Padre Dios, y el Hijo era también Dios.’
Sigue diciendo S. Juan en su evangelio: “En la Palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres […] La Palabra era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre.” Esto quiere decir que en el Hijo Dios había Vida, pero Vida con mayúsculas, y esta Vida se entregaba a los hombres que estaban muertos, a los hombres que morían y que morirían, porque quien tiene al Hijo no muere para siempre. Su muerte es sólo temporal. Además, en el Hijo de Dios hay luz para los hombres, pero luz verdadera, no luz engañosa. Recuerdo que hace tiempo vi una película en la que se narraba que, cuando había tormentas y poca visibilidad en un mar cercano a las costas, varios desalmados encendían hogueras para inducir a los marineros de los barcos a acercarse a los arrecifes pensando que era un faro que les guiaba por lo seguro. Cuando embarrancaban, los desalmados robaban las pertenencias que transportaban dichos barcos. Los armadores perdían sus barcos y su medio de vida; los comerciantes perdían sus mercancías y quedaban en la ruina; y los marineros perdían sus vidas. Pues bien, el Hijo de Dios no es nunca para nosotros una hoguera que nos lleva a los arrecifes y que nos roba lo nuestro, sino que es la VERDADERA LUZ que nos descubre el mal que nos hunde y que nos destroza día y a día, y a la vez nos muestra el camino seguro. El Hijo de Dios, no sólo no nos quita lo nuestro, sino que nos da todo lo suyo.

Domingo IV de Adviento (A)

23-12-2007 4º DOMINGO ADVIENTO (A)
SAN JOSE- LA FE
Is. 7, 10-14; Slm. 23; Rm. 1, 1-7; Mt. 1, 18-24
Queridos hermanos:
Hace unos días, ya en este tiempo de Adviento, una persona me comentó que en su oración se había detenido a considerar a S. José. Pensó que él siempre quedaba como en penumbra, pero que era alguien muy importante. Pues bien, vamos a reflexionar en la homilía de hoy sobre S. José, el marido de la Virgen María.
Empezaremos diciendo que en el tiempo de Adviento destacan las figuras de María, de S. Juan Bautista, del profeta Isaías, pero también de S. José. Ellos supieron preparar la venida de Jesús y acogerlo.
- Nos dice el evangelio de hoy: “María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo.” Es decir, S. José y la Virgen María eran novios formales y ya tenían el compromiso firme de matrimonio, lo cual, en la cultura judía de entonces, significaba que en cierta manera ellos dos eran ya marido y mujer. En estas circunstancias S. José conoce que María estaba encinta. ¿Cómo llegó a saberlo? Pudo ser porque ella misma se lo dijera o porque él viera que el vientre de María empezaba a abultar, aunque no por intervención de él. Si fue María misma quien se lo contó, S. José no debió de entender mucho: ¿qué es eso de que ‘un Espíritu Santo’ fecunde el vientre de una mujer? Si fue lo segundo, o sea, que María le había engañado con otro hombre, entonces S. José estaba desolado, pues nunca lo hubiera esperado de ella. Por lo tanto, en un caso o en otro, en S. José surge enseguida el asombro, la duda, la perplejidad y el temor.
- Ante esta situación “José, su esposo, que era justo y no quería denunciarla, decidió repudiarla en secreto.” El problema que origina la decisión de S. José no radica en si cree inocente o culpable a María, pues en cualquiera de los dos extremos de este dilema su decisión no sería honrada. En efecto, si cree culpable a María, ha de denunciarla legalmente; si la cree inocente, ¿por qué la repudia, aunque sea en secreto? Dicen los Santos Padres que quizás su perplejidad consistiría más bien en que, aun conociendo de labios de María el secreto de la concepción virginal operada en ella, no entendió el misterio que encerraba la acción de Dios. Por eso no quiso interferirse en los planes del Señor a los que él no daba alcance. S. José no sabía cuál es el papel que le tocaba desempeñar si él no era el padre de esa criatura tan extraordinaria, Hijo de Dios, que iba a nacer de María su mujer; por eso le parecería lo más honrado retirarse discretamente en silencio.
- Es entonces cuando interviene el ángel del Señor, es decir, Dios mismo, el cual le confirmaría y aclararía el misterio que María le pudo haber desvelado: “José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados.” Dios confía a S. José una misión sublime: ser el padre legal del Niño que nacerá. Termina el evangelio de hoy diciendo que, “cuando José se despertó, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor y se llevó a casa a su mujer.” ¿Por qué S. José no entendió la explicación de María sobre su embarazo y sí entendió la explicación de Dios? Suele pasar… Los hombres explicamos las cosas a los demás para la mente y para el corazón. Dios las explica para la mente, para el corazón y para el espíritu, y además nos ayuda a interiorizar y aceptar totalmente sus palabras.
Dios encomendó a S. José el cuidado de los dos tesoros más grandes que tenía: Jesús y María. S. José protegió y enseñó al mismo Dios Hijo. En aquella casa de Nazaret fue S. José quien ‘mandaba’; él era el cabeza de familia. En una familia judía no podía ‘mandar’ un niño; tampoco las mujeres ‘mandaban’. Era S. José quien ‘mandaba’. Por eso, pienso que será bueno seguir encomendándonos a él, porque S. José tiene mucho ‘mando’ en el cielo, en la casa de su Hijo. Cuenta Sta. Teresa de Jesús que, cualquier cosa que pedía a S. José, siempre le fue concedida, por eso le tenía tanta devoción. De hecho, el primer convento de las carmelitas descalzas que fundó lo llamó de S. José.
- Con estas pocas pinceladas que nos da el evangelista S. Mateo sobre S. José nos damos cuenta que éste es modelo de fe. S. José no cede a la tentación de abandonar, se adentra en la oscuridad luminosa del misterio de Dios, ya que se fía de la Palabra del Señor. S. José se incorpora al plan salvador de Dios con plena disponibilidad, renunciando a todo protagonismo y a estar en la primera fila.
La figura de S. José en el Adviento es ejemplo para todos los cristianos. Nuestra vida es llamada, proyecto y prueba de Dios en la fe, y a ello debemos responder. No pidamos evidencias. Ante la pregunta, ante la duda, sólo contamos con la palabra-respuesta de Dios, de quien hemos de fiarnos plenamente. Y esto a pesar de que las señales de Dios no siempre parecen lógicas, ni tienen una evidencia aplastante; es más, únicamente pueden captarse por la fe.
* De este modo la fe supone entrar en contacto con el misterio oscuro y luminoso, tremendo y fascinante de Dios, que irrumpe en la historia humana como el Dios con nosotros: un Dios altísimo y cercano a la vez: un Dios que es hombre.
* La fe también supone riesgo y renuncia a toda seguridad palpable.
* La fe es un compromiso tan serio que condiciona toda nuestra vida, creando un estilo y un modo de ser y de actuar en el ámbito personal, familiar, laboral y social.
* La fe es un reto constante y diario para vivir en plena disponibilidad ante Dios y en apertura hacia todos los hombres.
* La fe es ser para los demás una señal del misterio de Dios y de su amor desbordante. Supe hace poco que un fraile misionero en América, con fama de santidad, venía alguna vez a visitar a su familia al pueblo, aquí en Asturias. Cuentan que había un hombre (oriundo de otro lugar) en aquel pueblo que era ateo, y se fijó que toda la gente iba a escuchar a este fraile. El sintió curiosidad y también fue a escucharlo. Quedó encandilado y luego procuraba hablar a solas con el fraile. Después era el primero en ir a la Misa que el fraile celebraba y en hacer las oraciones. Cuando el fraile se marchó a América, el ‘ateo’ siguió yendo a la Misa y a la oración. ¿Por qué? Porque el fraile fue para este hombre señal del misterio de Dios y de su amor desbordante.
* La fe es aceptar los planes de Dios sobre nosotros, con los heroísmos pequeños, o tal vez grandes, de la existencia vivida en cristiano, al estilo de Jesús.
* La fe es respuesta a la llamada de Dios y a vivir como amigos fieles que estiman, valoran y gozan la gracia de Dios. En este verano me hablaron de una chica sudamericana, que estaba de asistenta en una casa y que no había hecho la 1ª Comunión. Manifestó su deseo de hacerla, pero, en cuanto supo que tenía que prepararse y cambiar de modo de vida, se echó para atrás. ¿Por qué? Porque su fe no es tan grande como para valorar y gozarse en la gracia de Dios: la gracia que supone recibir el perdón de los pecados en el sacramento de la Penitencia; la gracia que supone el escuchar la Palabra de Dios; la gracia que supone el recibir a Cristo mismo; la gracia que supone el celebrar la fe con otras personas que creen lo mismo y aman al mismo.

Domingo III de Adviento (A)

16-12-2007 3º DOMINGO ADVIENTO (A)
Is. 35, 1-6a.10; Slm. 145; Sant. 5, 7-10; Mt. 11, 2-11
Queridos hermanos:
- Nos cuenta el evangelio de hoy que S. Juan Bautista estaba en la cárcel. Él, que era un hombre de desiertos y de amplios horizontes, estaba entre cuatro paredes húmedas y malolientes. Juan oyó en la cárcel hablar de Jesús y de las obras que éste hacía, pero no sabía si Jesús era el Mesías esperado o no. Ciertamente, cuando lo bautizó en el Jordán, pensaba que era él, pero ahora parece que no estaba del todo seguro. Esto mismo nos pasa a nosotros: ¡Cuántas veces hemos tenido la certeza de la presencia de Dios en nuestras vidas, cuántas veces le hemos dicho que no le fallaremos nunca…, pero las dudas nos asaltan en determinados momentos o etapas de nuestra vida!: ‘Parece que ahora estoy más frío en la fe’, ‘antes rezaba más’, ‘no avanzo nada y siempre confieso los mismos pecados’, ‘¿tendrán razón aquellos que dicen que Dios no existe?, ‘y es que el mal triunfa siempre’…
Por todo esto digo que es normal que dudemos, pues lo mismo le pudo suceder a S. Juan Bautista. De hecho, él envió a unos discípulos suyos a preguntar a Jesús: “¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?” Es decir, se le pregunta a Jesús si realmente es él el Mesías esperado, el salvador de los hombres. Si no es Jesús, entonces habrá que buscar en otra parte…
El jueves me enseñaban unas hojas firmadas, en donde una persona pedía su baja de la Iglesia Católica y quería que le borrasen de todos los archivos de la parroquia, por ejemplo, del libro de bautismos. Esto está siendo bastante habitual últimamente en España. En los años que estuve en Alemania, de capellán de españoles emigrados o ayudando en una parroquia alemana, observé cómo bastante gente, sobre todos jóvenes, pedía su baja de la Iglesia Católica. También he de decir que de igual modo muchas personas se daban de baja de las iglesias protestantes. Y pienso que todas estas personas se dan de baja, porque no esperan que la Iglesia Católica sea su salvadora ni su ayuda; tampoco lo esperan de las iglesias protestantes ni de otras religiones. Pero se me plantea una pregunta: De acuerdo, la Iglesia Católica y las iglesias protestantes y otras religiones no les ayudan ni les dan sentido a sus vidas, pero estas personas, ¿esperan que Dios, y sólo El, fuera de cualquier religión organizada, les salve y dé sentido a su vida? La impresión que tengo es que se rechazan las religiones organizadas, pero también se rechaza a Dios y, si esto no se hace teóricamente, sí que se hace en la práctica. Quizás mucha gente esté hoy en un sálvese el que pueda, en un individualismo muy fuerte, y viva sólo de lo material (ansiando lo material y apoyándose sólo en lo material): un buen empleo, un buen sueldo, buena salud, buena casa… y no se plantee nada más.
Pero ahora voy a circunscribir la pregunta a quienes estamos hoy aquí y ahora: En este tiempo de Adviento, ¿creemos y esperamos realmente que sea Jesús nuestro salvador, nuestro Mesías, nuestro Dios? ¿En qué se nota esto? ¿Esperamos en otro lado lo que no recibimos de Jesús?
- Veamos qué contesta Jesús a la pregunta[1] que le hacen de parte de S. Juan Bautista: "Los ciegos ven y los inválidos andan; los leprosos quedan lim­pios y los sordos oyen; los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia la Buena Noticia". Y en la primera lectura se nos dice qué les pasa a aquellos que ven a Dios: "Ellos verán la gloria del Señor, la belleza de nuestro Dios... Pena y aflicción se alejarán".
Sí, hemos de contestarnos a nosotros mismos, pero también a todos aquellos que nos pregunten y nos vean, que realmente es sólo Jesús quien nos hace ver y nos quita la ceguera de nuestro ser; es sólo Jesús quien nos hace caminar y nos da fuerzas para seguir adelante en nuestra vida diaria; es sólo Jesús quien nos hace oír las palabras de Dios y las necesidades de los hombres que tenemos a nuestro alrededor; es sólo Jesús quien nos resucita cada día y nos da realmente vida; y es sólo Jesús quien nos da la alegría de vivir el día de hoy.
Si me permitís, voy a transcribiros una vez más palabras de esta mujer enferma, de la que ya os hablé el primer domingo de Adviento y a la que fui otra vez a ver este lunes pasado. Repito lo ya dicho: hay que estar a su lado con una grabadora, pues no tiene desperdicio nada de lo que dice, y ver su rostro transido de paz y de serenidad es una gozada. Lo dicho; ahí van más perlas de esta mujer:
* Me decía que la otra vez, cuando recibió la unción de enfermos, no notó el efecto en aquel instante, pero al día siguiente se sentía más fuerte, físicamente hablando, y más animosa. Y esto lo achacaba al sacramento recibido.
* Decía que se encontraba algo mejor y que, si finalmente se curaba, sería gracias a Dios. Pero si Dios la llevaba con Él, entonces también era gracias a Dios. “Yo siento paz y, mientras la sienta, quiere decir que Dios me lleva con El.”
* Decía: “Noto que nada de lo que me hacen o me dicen me parece mal. Sin ningún esfuerzo por mi parte, todo lo disculpo. También es verdad que todos me tratan muy bien y son muy buenos conmigo.”
* “¡Cuánto noto la oración que hacen por mí! ¡Qué poder tiene la oración!”
* “¡Qué alegría poder recibir otra vez los tres sacramentos (penitencia, unción y comunión)!”, dijo esta mujer al llegar yo este lunes.
Yo creo que en esta mujer se ha cumplido perfectamente el evangelio de hoy, pues ella siente y vive cómo Jesús le anuncia la Buena Nueva. También se cumple en ella la profecía de Isaías: "Ellos verán la gloria del Señor, la belleza de nuestro Dios... Pena y aflicción se alejarán". En efecto, ella, desde el lecho del dolor, ve la gloria de Dios y la belleza de Dios. Ella, desde el lecho del dolor, siente cómo la pena y la aflicción se alejan de sí. Esta mujer no espera por otro Mesías ni por otro salvador distinto de Jesús, el Hijo de Dios. Para ella el Adviento, la preparación de la venida de Jesús, está siendo este mes de diciembre de 2007 una hermosa realidad.
¡Señor Jesús, nosotros también esperamos por ti y no por ningún otro! ¡Abre nuestros ojos, nuestros oídos, limpia nuestro ser lleno de lepra, haznos andar, danos vida y anúncianos la Buena Noticia!
[1] “¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?”