Domingo IV del Tiempo Ordinario (B)

1-2-2009 DOMINGO IV TIEMPO ORDINARIO (B)
Dt. 18, 15-20; Sal. 94; 1 Co. 7, 32-35; Mc. 1, 21-28
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Queridos hermanos:
En las lecturas que acabamos de escuchar se nos habla del anuncio del mensaje de Dios. Se nos dice que profeta es aquel que habla en nombre de Dios y dice lo que el Señor le manda. Cuando uno lo hace así, sus palabras no son aburridas ni vacías, sino que tienen fuerza y producen fruto. En el caso del Evangelio vemos que las enseñanzas de Jesús producían asombro y admiración entre los que escuchaban y también tenían fuerza para echar los demonios que tenía la gente dentro de sí. Por parte del que escucha, la Palabra de Dios predicada por un profeta o por un apóstol le puede, si se abre a esa Palabra, ablandar el corazón y echar de su interior todo rencor y resentimiento.
Hace muy pocos días cerca de Trubia (un pueblo de Asturias) un hombre mató al padre y al hijo por un tema de tierras. Por lo visto estos dos pasaban regularmente con su ganadería por medio de la tierra del primero sin atender a los requerimientos de éste para que utilizasen el camino. Harto ya de que no le hicieran caso, el hombre cogió su escopeta de caza y mató a los dos vecinos. Los tres tenían el corazón endurecido por las cosas materiales, por la ira y por el amor propio y, como dice la pareja del hombre que disparó, ahora hay dos muertos y otro en la cárcel.
Al conocer esta noticia me acordé de un escrito que me llegó hace un tiempo por Internet y que tiene algo que ver con este hecho y con lo que acabamos de escuchar en las lecturas: Se cuenta que un sacerdote fue llamado por Dios a predicar a un bosque. Dios le dice que se pare en una piedra y que predique su Palabra. El sacerdote pensó que lo que Dios le estaba pidiendo era una locura, pues sólo lo que había a su alrededor eran árboles y pajarillos. Sin embargo, obedeció y proclamó por breves minutos el mensaje que Dios le había dado. Luego Dios le dice que haga una llamada al arrepentimiento, entonces se sintió más incomodo y ridículo con lo que tenía que hacer, pero obedeció, terminó y siguió hacia su casa. Dos años más tarde, este sacerdote fue invitado a la cárcel, con el propósito de atender a los presos. Una vez que cumplió con la encomienda para la cual fue invitado, un preso se le acerca y lo saluda efusivamente. El sacerdote, confundido por la familiaridad con que el preso lo trata, le pregunta: “¿Te conozco?” El preso, le contesta de la siguiente manera: “Tal vez usted no me conoce, pero yo no lo he olvidado. Hace dos años atrás, yo asesiné a un hombre en esta ciudad y huyendo de la justicia me interné en el bosque. Fue allí que lo vi parado sobre una piedra predicando un mensaje de arrepentimiento. Pensé que era un loco, pero de todas maneras escuché lo que estaba diciendo. Su mensaje me impactó, lo que usted dijo era para mí. Lo escuché hacer una llamada y me vi tentado a salir de mi escondite, pero tuve miedo. De todas formas, allí en silencio me arrepentí de lo que había hecho y acepté a Jesucristo. Esa misma noche me entregué a la justicia y por eso, hoy estoy pagando mi condena. Hoy detrás de estas rejas pago por el delito que cometí, pero su mensaje, su proclamación, aunque parecía una locura, me ha hecho libre...” En efecto, San Pablo expresa la eficacia divina de la proclamación del Kérygma (lo central del mensaje de Cristo: que nació, que murió por nuestros pecados y que resucitó para nuestra salvación): “Ahora bien, ¿cómo van a invocar a aquél en quien no creen? ¿Y cómo van a creer en él, si no les ha sido anunciado? ¿Y cómo va a ser anunciado, si nadie es enviado?... En definitiva, la fe surge de la proclamación, y la proclamación se verifica mediante la palabra de Cristo” (Rm 10,14-17).
Si me permitís voy a transcribir a continuación algunas de las experiencias que tuvieron los jóvenes que salieron por toda Asturias en la llamada Misión Joven a iniciativa de D. Carlos, nuestro querido Arzobispo, el cual quiso que salieran los jóvenes cristianos por las casas, las calles y los comercios hablando de Dios y entregando una lámina de la Santina de Covadonga. Algunas de las cosas que les pasaron en los días que hicieron de misioneros fueron éstas:
- Inés de Gijón: “En general las impresiones han sido muy buenas. Gracias a Dios, no nos han dado con demasiadas puertas en la cara, y la gente ha sido bastante amable. Algunos no se terminaban de creer que la lámina era un regalo, y daban con la puerta en las narices., sin darnos la opción de explicarle un poco más qué es lo que hacíamos delante de su puerta. Por el contrario, otra gente se emocionaba al tener a la Santina, a la Madre, en sus manos, y conseguía emocionarnos a nosotros.”
- Macu de Gijón: “¡¡Toc, toc!! Así comenzamos la Misión Joven junto con la mejor de nuestras sonrisas, aunque por dentro nos recorrían muchos sentimientos. Por una parte, la emoción de ir puerta por puerta dando nuestra experiencia de fe, pero por otra, la duda de quién nos abriría. Fueron muchas historias pues cada puerta era un mundo diferente. A pesar de las malas contestaciones o los portazos, cuando nos juntábamos al terminar el día, todos sonreíamos de oreja a oreja por la satisfacción de haber entregado a nuestra Madre en muchos hogares del barrio.”
- Otra chica de Gijón: “La verdad es que al principio no estaba muy convencida de participar, pues cuando te lo comentan de primeras te suena un poco raro eso de ir con la Santina casa por casa, pero la experiencia ha sido inolvidable. No empezamos con buen pie, pues de primeras podríamos decir que nos coincidieron a la vez todas las casas que no querían aceptar ese regalo que les llevábamos, y nos desanimamos un poco, pero las cosas fueron cambiando. Había gente que se emocionaba al tener a la Santina en sus manos.”
- Francisco de Mieres: “Mi experiencia personal fue muy acogedora, pues muchas casas me abrieron la puerta y me dejaron entrar y pasar una pequeña convivencia con ellos. Se ve que hay personas que aman a Cristo y a nuestra madre y lo que más me sorprendió fue el acogimiento de los jóvenes del Caudal que te abrían sus vidas sin pudor ninguno, En una sola mañana repartí yo solo unas 15 láminas y mis compañeros aproximadamente igual. También el acogimiento de la gente en las parroquias fue enriquecedora, pues ninguna te ponía una mala cara, sino que te daban las gracias y te ponían buenos gestos. Llega la tarde todos después de comer nos pusimos enseguida a la misión y la gente nos acogió igual de bien, aunque hubo de todo: personas que nos abrieron con una sonrisa y otra que no tanto, pero todos con buen corazón; yo creo que en esos dos días repartiríamos unas 80 o más laminas. Y esta semana fue la clausura oficial lo cual no quiere decir que fuese la definitiva pues todos debemos de misión por que un misionero no es dos semanas ni de una sola cosa, sino toda la vida y sobre todo de Jesús Cristo y debemos de seguir el camino de El con el buen corazón de nuestra Madre amantísima: la Virgen de Covadonga.”
- Un chica de Mieres: “Fuimos yendo por varias calles de la zona de Mieres; la verdad que la gente fue muy receptiva, en la mayoría de los hogares nos acogieron muy bien. Y en uno de esos hogares, pues me llamó mucho la atención, pues había una señora que la verdad que me estuvo contando un poco su vida, y me paré a reflexionar, cuando cerró la puerta me puse a orar por ella, pues me dio mucho. Por la tarde nos encontramos de todo, edificios vacíos, que no nos querían atender, y también gente de lo más amable que se pueda encontrar uno; o sea, que hubo de todo. En los sitios en los que me encontré las casas vacías o que no nos querían abrir, pues yo no me desanimé; todo lo contrario, me armé de valor y seguí con mi mejor sonrisa en la cara. Jamás olvidaré esta experiencia, pues le doy gracias a Dios de haber sido una misionera de LA SANTINA. GRACIAS SEÑOR”
- En Oviedo: “Santa María del Naranco está de fiesta: disfrutó de 17 misioneros caminando por sus calles y pueblos. Hasta el famoso night club Yuma recibió misioneros. Les agradecieron mucho la lámina de la Santina y prometieron ponerla en el comedor. ‘Las chicas que trabajan aquí son muy religiosas y van a misa los domingos’, les comentó el señor que los recibió.”
- En la zona del Caudal: “Corre que te corre por Mieres. Elsa y yo nos vamos a los pueblos de los extrarradios. Nevaba a chuzos. Comida compartida a las 14 horas, breve oración y comienza la Misión por las calles Manuel Llaneza y Barrio de San Pedro. Encontronazos, puertas cerradas y gente muy amable. El equipo de Pola de Lena bajo la incesante granizada de la tarde no paró en todo el día. A las 20 horas volvemos a la base, hacemos una oración, merendamos y hacemos balance del día. Por cierto: las monjas se han portado genial con nosotros: calentándonos la comida y preparándonoslo todo para cuando llegásemos de vuelta.”
- José Ángel de Oviedo: “Creo que ha sido una experiencia tanto para mis chicos y compañeros animadores, como para mi, emocionante y llena de alegría, amistad y presencia de Jesús. Qué gran acierto el del Señor Arzobispo el habernos comprometido en esta misión., de verdad que no saben lo que se pierden los que van a rechazar esta preciosa experiencia de comunión misionera. LOS QUE MÁS HEMOS RECIBIDO SOMOS LOS PROPIOS MISIONEROS. Como anécdotas deciros que en una de las veces que rezamos el ave María con una persona, éste quiso hacerlo en latín... En otra puerta nos asaltó un perrazo (que por supuesto su dueño no consintió en que llegase a mordernos, pero el susto nos lo pegó). ¡¡GLORIA AL SEÑOR!!)Un abrazo a todos en Jesús y ¡¡MUCHO ÁNIMO!!!”

Domingo III del Tiempo Ordinario (B)

25-1-2009 DOMINGO III TIEMPO ORDINARIO (B)
Jon. 3, 1-5.10; Sal. 24; 1 Co. 7, 29-31; Mc. 1, 14-20
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Queridos hermanos:
El domingo pasado nos hablaban las lecturas de la vocación o llamada de Dios a los hombres. La llamada consiste en permitir que la voluntad de Dios se cumpla en todos y cada uno de nosotros. Sin embargo, cuando Dios nos llama, nadie parte de cero. Todos tenemos nuestra historia personal detrás: una historia de logros y conquistas, pero también de fracasos y pecados. Cuando Dios nos llama, El ya sabe todo esto. Mas no podemos seguir esa llamada de Dios sin más. ¿Por qué? Porque no partimos de cero. Tiene que haber una preparación previa, la cual al mismo tiempo es ya seguimiento de la llamada. Es decir, nadie debe casarse sin antes mantener un noviazgo. Nadie debe ser ordenador sacerdote sin que antes reciba una formación adecuada en el Seminario. Nadie puede ejercer un oficio o una profesión sin que antes haya realizado unos estudios y tenido una práctica conveniente. Pues, del mismo modo, cuando una persona escucha la llamada del Señor en su corazón, debe convertir su vida al Señor.
- Y con la palabra conversión ya nos metemos de lleno en el tema de este domingo. En efecto, en la Misa se nos habla de ello: En la primera lectura, al predicar Jonás el mensaje de Dios, las gentes de Nínive se arrepintieron y “vio Dios sus obras, su conversión de la mala vida”; o en el evangelio se nos dice que “Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios. Decía: ‘Se ha cumplido el plazo, está cerca el reino de Dios: convertíos y creed en el Evangelio’”.
La conversión es un regalo de Dios que se nos da sin mérito alguno de nuestra parte; pero a la vez cada uno debe conquistarlo con esfuerzo y lucha personal, que conlleva un cambio total interior. La conversión implica a toda la persona; supone una transformación radical y profunda de la mente y el corazón, pero no es algo que suceda de repente, sino que es tarea de toda una vida. De hecho, a muchas personas con las que me encuentro y que han tenido un encuentro personal con Jesús y desean cambiar su vida, yo siempre les exhorto a que tengan paciencia consigo mismos. No pueden pretender lograr en dos meses lo que llevan 30, 40, 50, 60 años o más de su vida sin hacer. Siempre les digo que, si Dios ha tenido paciencia con ellos en todos estos años, ahora han tener ellos paciencia consigo mismos en este camino de conversión. Asimismo afirmo que todas las personas que siempre nos hemos criado en un ambiente de fe y de Iglesia, como es mi caso, también estamos en camino de conversión hacia el Señor. Y hemos de vivirlo como don de Dios y como tarea nuestra.
- ¿Qué implica y supone la conversión? El hombre que se convierte abandona cuanto le tenía alejado de Dios, rompe con su autosuficiencia -sus idolatrías y pecado-, renuncia a poner toda su seguridad y su afán en sí mismo, y pasa a dejarle todo el espacio a Dios, que se transforma para el que está en camino de conversión en el único apoyo fiel y seguro, en el criterio último y definitivo de su obrar. Esta persona deja todo por ese “Tesoro escondido”, que acaba de encontrar. Se abre a Dios, que pasa a ser el centro de su persona y le acoge con una adhesión personal llena de confianza abso­luta y firme esperanza en El. En el convertido se opera como un nuevo nacimiento, el surgimiento de una nueva criatura que reconoce que no hay, fuera de Dios, poder alguno al que debamos someter nuestra vida ni del que podamos esperar la salvación.
La conversión, por su misma naturaleza, es ante todo y primariamente una realidad personal[1]. Acontece en la intimidad de la persona, en su encuentro con Dios, y conlleva una honda modi­ficación de la orientación existencial que marca, a partir de entonces, la conducta total. El pecador como el hijo pródigo de la parábola, libremente alejado de la casa paterna para vivir independientemente la propia existencia con todas sus consecuencias de vacío, de sole­dad, ruina y miseria, llega un momento en que, movido sin duda por la gracia misericordiosa, se encuentra solo, con la dignidad perdida y con hambre, entra dentro de sí, vuelve en sí y toma conciencia de su real situación personal y, se reconoce a sí mismo desilusionado por el vacío que lo había fascinado. En este momento es cuando se arrepiente de su egoísmo, de su autosufi­ciencia y esta conversión y arrepentimiento cristianos están impregnados de fe y confianza en el Dios que nos ama. Todo ello implica inseparablemente por parte del pecador, el dolor sincero de haberse alejado personalmente del Padre y haberle ofendido junto con el rechazo claro y decidido del propio pecado y el propósito de no volver a pecar por el amor que se tiene a Dios y que renace con el arrepentimiento. No le basta al pecador volver a sí mismo y advertir su situación de pecado y ni siquiera recordar la bondad de Dios. Es necesario que el pecador se arre­pienta, decida volver toda su persona a Dios, corregirse no sólo en tal o cual punto concreto, sino cuestionarse a sí mismo en la totalidad del propio ser y disponerse para el cambio sin reser­vas. La conversión exige la ruptura con el viejo mundo de pecado. La conversión sincera supone la decidida voluntad de no volver a pecar expresada y realizada normalmente en un lento y laborioso proceso de madura­ción y de vida nueva, con altibajos y aún sus retrocesos prosi­guiendo el camino hacia adelante, a pesar de las recaídas, con humildad y confianza, puestos los ojos en Aquél que nos busca y sale al encuentro.
Este proceso de la conversión personal no es nada fácil, porque supone un desdecirse de actitudes vitalmente aceptadas y romper lazos afectivos que rompen el corazón, ha de ir acompa­ñado de la oración humilde. Sólo con la gracia se puede llevar a cabo el milagro del arrepen­timiento.
- Si me permitís, ya para terminar, voy a poner ante todos vosotros un caso de conversión en la persona de David Rico. Es un joven que escribe sus comentarios en el blog en donde “cuelgo” todas las semanas las homilías. Leo tres comentarios suyos:
“Hasta hace muy poco yo no conocía a Dios, no sabía qué era la Iglesia; vamos era como el famoso (de la homilía) que no necesitaba a Dios para nada. Pero ahora, gracias a una persona maravillosa, empiezo a descubrir la importancia que tiene Dios y la Iglesia. Cada vez que rezo los laúdes por la mañana, cada vez que entro en una iglesia a orar o cada vez que me confieso, es como si se me recargasen las pilas, es una sensación que nunca antes había sentido. Espero nunca volver a ser como el famoso, porque yo... sí que necesito a Dios”.
Yo he recibido muchas veces la llamada del Señor, y muchas veces fueron las que no acudí. Siempre he tenido cosas más importantes que hacer que acudir al Banquete de Dios; siempre ponía trabas; en definitiva, nunca acudía. Un día, sí acudí a esa llamada, y desde entonces, estoy feliz. Estoy feliz de pertenecer a la comunidad cristiana; estoy feliz de empezar a ser cristiano, como digo yo un “proyecto de cristiano”. Ahora, que sé lo maravilloso que es esto, intento animar a aquella gente que conozco para que vivan en comunión con Dios, aunque tengo que reconocer que sin mucho éxito, pero no me cansaré de intentarlo, porque quiero que ellos también descubran lo maravilloso que es Dios”.
“Yo, como ya he dicho en otras ocasiones, soy un “proyecto de cristiano”, es decir, que no os llego ni a la suela de los zapatos a la mayoría, pero he sentido hace poco la llamada del Señor e intento dar lo máximo por El. Yo ahora intento, que no siempre lo consigo, dar amor al prójimo. Este fin de semana he estado de retiro espiritual con los chicos que van a hacer la confirmación en la parroquia de San Francisco, y les he intentado hacer ver que tienen una oportunidad impresionante de conocer a Dios, que la aprovechen, que no la desperdicien como yo he hecho, porque, desde que he descubierto quién es Dios, soy mucho más feliz. La verdad es que son unos niños fantásticos; se apoyan unos a los otros, se dan ánimos, se quieren, en definitiva... se dan amor. Muchos de nosotros, el primero yo, deberíamos aprender de ellos. Rezare por que ninguno de ellos pierda la oportunidad de conocer a Dios”.
[1] También es una realidad comunitaria, pero hoy no me va a dar tiempo de tocar este punto.

Domingo II del Tiempo Ordinario (B)

18-1-2009 DOMINGO II TIEMPO ORDINARIO (B)
Sam. 3, 3b-10.19; Sal. 39; 1 Co. 6, 13c-15a.17-20; Jn. 1, 35-42
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Queridos hermanos:
Ya estamos en el tiempo Ordinario. Por eso la casulla es verde. Este tiempo se interrumpirá hacia finales de febrero en que, con el Miércoles de Ceniza, comenzará la Cuaresma.
- Tanto en la primera lectura como en el evangelio se nos habla de la vocación, es decir, de la llamada que Dios hace al hombre. En el primer caso se trata de la vocación del profeta Samuel y en el segundo de la vocación de los apóstoles Andrés, su hermano Pedro y de otro.
Sin embargo, antes de seguir adelante quisiera que desapareciera la idea que, cuando se habla de vocación, estamos pensando en un chico o una chica que quieren “meterse a cura, a monja o a fraile”. Hablar así sería reducir muchísimo el significado de la vocación de Dios. La vocación es sobre todo una llamada de Dios a su criatura. Y si Dios llama a su criatura es porque es algo más que criatura: es hijo. La vocación o llamada de Dios indica que El se ha fijado en el hijo con cierta predilección, porque tiene algo importante que decirle o pedirle.
Vemos en la primera lectura que es Dios quien toma la iniciativa de dirigirse a un niño, Samuel. Dios lo llama por el nombre. Dios lo llama de noche, cuando hay silencio, cuando callan otros ruidos. Dios lo llama hasta cuatro veces, hasta que Samuel acierta a contestar al que le habla. En tres ocasiones Samuel se dirige a otro hombre y en una dirección equivocada. Por suerte para Samuel, hay alguien que sabe interpretar correctamente lo que le está sucediendo, y le indica cómo y a quién tiene que responder: “Anda, acuéstate; y si te llama alguien, responde: ‘Habla, Señor, que tu siervo te escucha’”.
En el caso que se nos cuenta en el evangelio también es muy importante la mediación de una persona, San Juan Bautista, en la vocación-llamada de los primeros discípulos de Jesús: “En aquel tiempo, estaba Juan con dos de sus discípulos y, fijándose en Jesús que pasaba, dice: ‘Éste es el Cordero de Dios’”. Si no llega a ser por San Juan Bautista, aquellos hombres: Andrés, su hermano Pedro… no hubieran conocido entonces a Jesús. Y es que tenemos que saber que Dios llama siempre de modo personal, pero puede hacerlo directa o indirectamente, o sea, a través de otras personas. Asimismo hemos de saber que, aunque Dios llame directamente, si alguien nos ayuda a interpretar la llamada o vocación de Dios, todo puede ser más fácil.
Pero las llamadas de Dios no son cosas del pasado, ni tampoco son cosas de unos pocos o de unos privilegiados. Dios tiene una llamada o una vocación o una petición o un destino para todos y cada uno de nosotros. En efecto, también hoy Jesús sigue buscando discípulos suyos que quieran seguirle. ¿Habéis sentido en algún momento de vuestra vida la llamada de Dios? ¿Ha intervenido otra persona para ayudaros a interpretar, a escuchar y acoger dicha llamada-vocación de Dios? ¿Cuál ha sido vuestra respuesta a esa llamada de Dios?
- Sobre esta última pregunta voy a tratar de exponer algunas ideas acerca de la respuesta del hombre a la llamada de Dios. Dice la respuesta del salmo 39: "Aquí estoy, para hacer tu voluntad". Responde Samuel ante la llamada que oye: "Aquí estoy; vengo porque me has llamado". Sorprende en Samuel la rápida respuesta en mitad del sueño a las 4 llamadas del Señor. No se percibe fastidio, malos gestos, sino una rápida respuesta: "Aquí estoy; vengo porque me has llamado". No hay enfado al pensar en que Dios podría dejarlo descansar y pasar la llamada para cuando fuese de día.
En el caso de Andrés y el otro discípulo, en cuanto oyen a San Juan que Jesús es el Cordero de Dios, van tras él. En cuanto Jesús les invita a estar con él y quedarse todo el día, aceptan. Y Andrés, en cuanto regresa a su casa, le dice a su hermano Pedro a quién ha encontrado y lo lleva a Jesús para que lo conozca personalmente.
Vuelvo a repetir la pregunta final del apartado anterior: ¿Cuál ha sido nuestra respuesta a la llamada de Dios?
- Voy a entrar en el último punto de la homilía de hoy: Frutos de la relación entre Dios y el hombre. Nos dice la primera lectura que, tras seguir Samuel la llamada de Dios, éste siempre estuvo con él. Este fue el fruto de la vocación de Samuel. ¿Quién de nosotros no quisiera que, al final de nuestras vidas, se pudiera decir de nosotros que Dios siempre estuvo con nosotros y nosotros con Dios?
Voy a contaros dos casos de personas que procuran ser fieles a la vocación de Dios: el primero es el de una familia, en donde los esposos y los hijos procuran vivir fieles a la llamada de Dios, a la vocación de Dios. Y es que a estas alturas de la homilía ya tenemos claro que seguir la vocación o la llamada de Dios no es meterse a cura o a monja, sino que consiste en que la voluntad de Dios se cumpla siempre en todos nosotros. El marido es de una villa asturiana, vino hace años a estudiar a Oviedo y como cristiano se puso a trabajar en una parroquia; allí conoció a la que hoy es su mujer. Y se casaron. Cuando conocí hace años su caso, ellos tenían en aquel momento tres hijos: la mayor tenía entonces 10 años, el pequeño tuvo un accidente y casi no se puede mover. Está paralítico con pequeños movimientos. Viven esta situación según dijeron públicamente como una gracia, como un don de Dios. Ellos leen el evangelio, la doctrina de la Iglesia y trata de vivir de acuerdo con ella. Dicen: "Aquí estoy para hacer tu voluntad". Su casa es casa abierta a las necesidades, no hay gastos superfluos. Procuran que sus hijos no vean la TV por la semana. En la 1ª Comunión a todos los niños sus padres les regalaron una videoconsola de juegos, a su hija de 10 años no. Esto es una manera de vivir la fe cristiana en una familia. Lo bueno es que esposo y esposa van de acuerdo. Formas de seguir a Dios en la familia, hay tantas como familias. Lo fundamental es que cada uno de nosotros, en las circunstancias que nos ha tocado vivir, digamos: "Aquí estoy para hacer tu voluntad". El segundo caso es el de una mujer que vive sola. Estas Navidades me mandó un correo electrónico y, entre otras cosas, me decía: “Yo pasé las Navidades en Gijón en la Cocina Económica y, como ya soy de casa, cené con las monjas y dormí en comunidad. Ya es el tercer año que lo paso en el mismo sitio. Este año me emocioné mucho, pues repartí muchos besos y abrazos. ¡Qué baratos son y cuanta satisfacción dan!”.
Resumiendo: Para ser fieles a la vocación de Dios y discípulos de Jesús hacen falta unas cuantas condiciones: 1) Disponibilidad. Samuel no conocía la Palabra de Dios cuando era llamado o cuando la oía, pero la Palabra llegó a él porque estaba dispuesto a recibirla. O el caso de los discípulos de San Juan Bautista, que le dejan a él y se van con Jesús: Disponibilidad de San Juan para perder discípulos, disponibilidad de los discípulos para abandonar su vida cómoda y emprender nuevos caminos. 2) Fidelidad para seguir al auténtico maestro, sin cansarse. 3) Amor. Descubrir que Dios me ama, a pesar de mis pecados, y que yo también lo amo. 4) Anunciar este mensaje a los demás, llevarles a Jesús con amor y con respeto.

Bautismo del Señor (B)

11-1-2009 BAUTISMO DEL SEÑOR (B)
Is. 42, 1-4.6-7; Sal. 28; Hch. 10, 34-38; Mc. 1, 7-11
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Queridos hermanos:
Un año más celebramos el Bautismo del Señor, y en su Bautismo recordamos el nuestro. En todos estos años os he predicado sobre este tema desde diversos aspectos, y hoy quisiera hacerlo profundizando en los efectos que produce el Bautismo.
El día de nuestro Bautismo ha sido para nosotros el más importante de nuestra vida, al menos desde la perspectiva de Dios. Todos celebramos o sabemos el día de nuestro cumpleaños. ¿Quiénes, de los que estamos aquí, sabemos el día de nuestro Bautismo? Hace años un chico que descubrió la importancia de este sacramento fue a su parroquia y pidió al sacerdote una partida de Bautismo. El cura se la dio pensando que se iba a casar, pero lo que hizo el chaval fue enmarcar la partida y la puso a la cabecera de su cama, y desde ese día tiene el cuadro con la partida allí puesta.
Entre otros muchos efectos y frutos (el sacramento nos convierte en sacerdotes, profetas, reyes), el Bautismo produce en cada persona que lo recibe estos frutos:
1) El Bautismo nos quita el pecado original, es decir, aquel que tenemos todos los seres humanos al ser concebidos en el seno de nuestras madres. Yo me preguntaba cómo era posible que un niño que no había dicho “ni esta boca es mía” pudiera tener ya un pecado, el pecado original. Y para comprender esto me ayudó la siguiente reflexión: a) una mujer que tiene el SIDA, o que es drogadicta, o que es alcohólica, o que fuma, al quedar embarazada, su situación física y de enfermedad afecta a la criatura que lleva en su seno. Si fuma, el niño va a nacer con menos peso. Si tiene el SIDA, su hijo va a tener el SIDA. Si es alcohólica, su hijo va a necesitar alcohol en sus tomas de alimentos. ¿Qué culpa tiene el niño de las enfermedades de la madre? Y, sin embargo, la situación de la madre afectará al hijo. b) También supe que la situación anímica de la madre (depresión, euforia, sosiego, ansiedad, terror, etc.) afecta de manera muy especial al hijo en el vientre materno. Por ejemplo, un niño no deseado se sabe no deseado y, después de nacido, crea comportamientos –según dicen los expertos- conscientes o inconscientes de baja autoestima o de desamor hacia su madre o de otros problemas graves psíquicos. Recuerdo que, siendo yo seminarista, oí a un pediatra decir que una madre embarazada debe escuchar música clásica o suave y no rock duro o música muy estridente, pues la clase de música afecta positiva o negativamente al niño. c) Pues bien, si está demostrado científicamente que las enfermedades físicas, y las situaciones psíquicas de las madres afectan a los hijos, como no puedo yo aceptar que la situación de pecado de los padres, de todos nosotros no afectarán a los niños que nacen. Todos somos pecadores y este pecado “contagia” a los niños que vienen a este mundo.
Por estas razones Dios quiere purificar del pecado original a sus hijos nada más nacer a este mundo, y esta purificación la hace mediante el Bautismo. Además, este sacramento perdona, no sólo el pecado original, sino también todos los pecados personales cometidos a partir de los 7 años, que es cuando tenemos uso de razón. Cada vez más está habiendo bautizos de adultos, por ejemplo, con 30 años, y a estos se les perdonan el pecado original y los pecados personales cometidos desde los 7 años hasta los 30 años.
2) El Bautismo nos incorpora a la vida trinitaria , es decir, nos hace hijos de Dios Padre. ¿En qué sentido? En el sentido de que somos adoptados por Dios Padre (Ga. 4, 5-7). En la sociedad civil la adopción consiste en que el niño pasa a tener los apellidos de los padres, pasa a entrar en la casa y el hogar como uno más, pasa a ser heredero de los bienes materiales, pasa a disfrutar de la comida, ropa, educación, acceso al seguro médico. Es uno más de la familia. Pues del mismo modo, cuando Dios nos adopta como hijos pasamos a entrar en su casa; Dios ve en nosotros mejor esa imagen y semejanza con la que hemos sido creados (Gen. 1, 27). Pasamos a ser herederos del Reino de los Cielos. Podemos gustar y recibir los dones y gracias que Dios nos ha entregado, como los sacramentos y un largo etcétera. Y esta adopción es para siempre, por eso se dice que el Bautismo imprime carácter. ¿Qué quiere decir esto? Que uno puede casarse y luego, cuando se acaba el amor, lo deja y se separa. Quiere decir que uno puede “hacerse cura” y luego dejarlo. Quiere decir que una madre puede abandonar a su hijo. Pero Dios jamás nos dejará, ni nos abandonará, ni se separará de nosotros. Si El dice que ama al hombre, si El adopta al ser humano como hijo, todo esto lo realiza para siempre. Es lo mismo que se comporte bien o mal, es para siempre. Yo seré sacerdote hasta en el infierno, si es que mi destino final fuera éste; vosotros llevaréis la marca del bautismo hasta en el infierno, si es que vuestro destino final fuera éste. (Ejemplo de Dalí  su padre).
3) El Bautismo nos hace hermanos de Cristo Jesús. Cuando nos bautizamos, participamos de la muerte y de la resurrección de Cristo, es decir, morimos y resucitamos con él. Esto está si simbolizado en el modo de bautizar en los principios del cristianismo: uno era sumergido en un río o en un estanque por tres veces, y cada vez se hacía en el nombre de una persona de la Santísima Trinidad: en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, simbolizando, además, los tres días que Jesús había pasado en el sepulcro hasta su resurrección. Asimismo Cristo en la cruz participa de nuestra suerte humana y asume los pecados de todos los hombres. Al ser bautizados –repito- somos hechos hermanos de Cristo, es decir, participamos de su muerte, de su resurrección y, por tanto, del perdón de todos nuestros pecados. Por eso, el Bautismo en Cristo, nuestro hermano, nos perdona todos los pecados.
4) El Bautismo nos hace templos del Espíritu Santo (1 Co. 6, 19), el cual habita en nosotros comunicándonos sus siete dones: sabiduría (para saber lo que en cada momento tengo que hacer para agradar a Dios), entendimiento (para saber descubrir el sentido de las cosas y acontecimientos de mi vida), consejo (para saber orientar al que duda o se siente perdido), fortaleza (para saber superar los miedos, la cobardía, la rutina y el cansancio), piedad (para saber sentir la cercanía de Dios y vivir en continua relación con El) y temor de Dios (para saber rechazar aquello que rompe la amistad con Dios).
5) El Bautismo nos incorpora a la Iglesia de Dios. El Bautismo no es un rito de adscripción a una sociedad civil, como cuando nace un niño que el padre le hace socio del Oviedo, del Gijón, del Real Madrid o lo asienta en el ayuntamiento. El Bautismo no es una fiesta social para celebrar el naci¬miento de un hijo, ni una ocasión para reunir a la familia. El Bautismo no es un medio para obtener un certificado como en tiempo del emperador Constantino (año 313). El Bautismo no es un tranquilizante de la conciencia de los padres o de la abuela…, por si se muere el niño.
El Bautismo nos incorpora a la Iglesia y ésta no es una mera sociedad humana de los que creen en Cristo y obedecen al Papa. La Iglesia es ante todo el Pueblo Santo de Dios. La fe no puede ni debe ser vivida individualmente, sí personalmente, pero no cada uno por su lado y a su manera. Dios es una comunidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Para ser engendrados se necesitan dos personas; para ser educados de un modo armónico se necesita una familia; etc. Para vivir la fe Dios nos une a una comunidad, a su comunidad, a la Iglesia de Dios.

Epifanía (B)

6-1-2009 EPIFANIA DEL SEÑOR (B)
Is. 60, 1-6; Sal. 71; Ef. 3, 2-3a.5-6; Mt. 2, 1-12
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Queridos hermanos:
Celebramos hoy la festividad de la Epifanía (que significa “manifestación”) o popularmente conocida como la fiesta de los Reyes Magos.
Sabéis que siempre se dice que los Magos de Oriente eran 3: Melchor, Gaspar y Baltasar. Según nos cuenta el evangelio de S. Mateo, estos Magos en sus países de origen habían visto salir una extraña estrella que anunciaba la aparición de un niño que sería el Rey de los judíos y, además, estaba llamado a cumplir una misión entre los hombres. Estos Magos se pusieron en caminos desde sus lugares de residencia para conocer a este niño. Fueron guiados por la estrella hasta donde estaba el niño con sus padres. Allí lo adoraron, le ofrecieron oro, incienso y mirra, y se volvieron a sus países. Seguramente ya nunca más volvieron a ver sobre la tierra a este niño.
Pues bien, yo hoy quisiera hablaros del cuarto Rey Mago: Akín. De éste no se dice nada en el evangelio, porque él no se acercó a adorar al niño. Akín en su país también vio la estrella y le llamó mucho la atención. Aquella estrella le hizo arder su corazón, le dio ilusión y esperanza. Sin oír palabras, aquella estrella parecía que le hablaba de parte de Dios y era como la señal de algo más grande que estaba a punto de aparecer. Akín veía que la estrella no se estaba quieta, sino que caminaba en una determinada dirección y era como si le animase a seguirla. Pero… seguirla significaba dejar la tranquilidad y el sosiego de su casa; significaba hacer unos gastos de desplazamiento; significaba exponerse al peligro del camino; significaba el que tal vez fuera simplemente una imaginación suya el que aquella estrella lo invitase a seguirla y que su trayectoria no llevase a ningún sitio. Akín era vecino de Melchor y supo que éste también había visto la estrella y que se estaba preparando para seguirla. Finalmente, Akín decidió quedarse en casa, pues era lo más prudente. Melchor se marchó y cuando, al cabo de una temporada regresó, fue hasta Akín y le contó todo lo que le había pasado: como se había ido encontrado con otros dos personajes (Gaspar y Baltasar), como pasaron sed y hambre, como habían muerto algunos de sus sirvientes durante el camino a causa de las enfermedades, como estuvieron en peligro por Herodes y como un sueño les había salvado, pero lo más maravilloso –le decía Melchor- fue cuando en un establo de animales habían encontrado, gracias a la estrella, a un niño con sus padres y allí le habían adorado y ofrecido sus regalos. Enseguida tuvieron que marcharse y retornar a sus países. Akín se quedó estupefacto: todo ese viaje, todos esos peligros, toda esa estrella “maravillosa” para ver simplemente un niño recién nacido con sus padres en un establo. Para eso no hacía falta tanta molestia. Akín podía ver cuando quisiera a los niños recién nacidos de sus criadas y sin falta de salir de sus posesiones ni de gastar dinero, ni de pasar por peligros. Akín no se rió delante de las barbas de Melchor por prudencia y respeto, pero pensó que qué bien había hecho no moviéndose de casa por una simple corazonada y por una estrella un tanto extraña que había aparecido una vez en el firmamento.
¿Os ha gustado el cuento? Pues entonces vamos a sacarle la moraleja, pues ya sabéis que todos los cuentos tienen su moraleja. Este cuarto Rey Mago es la figura de muchos hombres y mujeres de nuestro tiempo. Akín es figura de las personas que no creen en Dios o viven de espaldas a Dios. El sábado 3 de enero leí la siguiente noticia en Internet: “Dos autobuses de Barcelona lucirán desde el próximo lunes, 5 de enero, y durante dos semanas, una inscripción publicitaria ateísta, que dice así: ‘Probablemente Dios no existe. Deja de preocuparte y disfruta la vida’. Esta iniciativa ha sido realizada por la Unión de Ateos y Librepensadores. Ante la llegada a Barcelona de esta campaña ateísta, que ya se ha llevado a cabo en Londres, el arzobispado de Barcelona ha emitido un comunicado en el que subraya que para los creyentes en Dios ‘la fe en la existencia de Dios no es motivo de preocupación, ni es tampoco un obstáculo para gozar honestamente de la vida, sino que es un sólido fundamento para vivir la vida con una actitud de solidaridad, de paz y un sentido de trascendencia.’” Akín es figura de los creyentes no practicantes, los cuales en ocasiones sienten en su corazón algo de fuego divino, de llamada de Dios a una mayor entrega..., pero la comodidad, la “prudencia humana”, el egoísmo les lleva a no iniciar ningún movimiento y buscar más profundamente en su vida. Akín es también figura de tantos creyentes practicantes que vegetan con su fe: total para qué exponerse a más peligros, burlas, si al final la recompensa es simplemente algo que no es tangible, que no se ve, que no se oye. Y a lo mejor es sólo un autoengaño que nos hacemos a nosotros mismos.
Sigamos con el cuento: Han pasado los años; la vejez y la muerte han alcanzado a Melchor, a Gaspar, a Baltasar (los buscadores de Dios) y también a Akín. Ahora, tras su muerte, se han encontrado con ese niño que anunciaba la estrella. Melchor, Gaspar y Baltasar vieron que mereció la pena vivir en la pura fe: oscura, pero cierta. Ellos vieron la estrella unos pocos días de su vida, vieron un niño durante unas horas y de eso vivieron en su fe el resto de sus vidas. Para ellos mereció la pena. Pero ¿qué dirá Akín ahora de su prudencia?
Nosotros podemos aún ver la estrella del niño Jesús y ser, como los 3 Magos, buscadores de Dios. Ellos nos dicen que mereció la pena.