FANTASIA Y REALIDAD
Domingo V de Pascua (A)
22-5-11 DOMINGO V DE PASCUA (A)
Hch. 6, 1-7; Slm. 32; 1 Pe. 2, 4-9; Jn. 14, 1-12
Homilía de audio en MP3
Queridos hermanos:
- En esta semana me habló una chica que está muy angustiada con la muerte. Me preguntaba cómo sería después de la muerte, me decía que de allí no había venido nadie, me decía que si le habían hablado de que el cielo no existe… En definitiva, me suplicaba para que le dijera algo de todo esto que tenía en su cabeza.
En otras ocasiones hemos oído decir que de Dios nadie sabe nada, pues a Él nadie lo ha visto. Es verdad, ¿qué sabemos de las cosas que no vemos, que no experimentamos sensiblemente? ¿Qué sabemos de Dios, del Espíritu Santo, de los ángeles…? Respuestas: *Una de las respuestas que nos llega es que no se sabe nada o no se puede saber nada de todo esto. *El científico británico Stephen Hawking cree que la idea del paraíso y de la vida después de la muerte es un “cuento de hadas” de gente que le tiene miedo a la muerte. Igualmente pone énfasis en su rechazo a las creencias religiosas y considera que no hay nada después del momento en que el cerebro deja de funcionar. *Otros dicen que las respuestas que nos llegan desde las religiones son inventadas, o son simplemente teorías, o son mitos de la Edad Media, o, como decía un filósofo, son proyecciones de nuestros anhelos y deseos. En efecto, según este filósofo, el hombre aspira a lo bello, a lo bueno, a lo eterno, a lo santo… y, como no lo encuentra en sí ni alrededor de sí, lo que hace es proyectar (o inventar) un ente que posea todas esas cualidades en grado sumo y a ese ente lo llama “dios”. A ese dios se le adora, se le construye una liturgia y se le adorna con un sistema de dogmas, de doctrinas y comportamientos. Esto sucedió desde el inicio del ser humano y así surgieron diversas y muy variadas religiones y dioses. ¿A que suena terrible todo esto? ¿A que puede hacernos dudar a algunos de nosotros? La primera vez que yo estudié esto en el Seminario me produjo un shock en mi interior. ¿Sería verdad lo que dice este filósofo? ¿Será todo el cristianismo un invento o un montaje?
- A todo esto que acabo de decir sólo podemos responder desde la fe. Hay que dar un salto al vacío: O crees o no crees, o te fías o no te fías, o te abandonas en las manos de Dios o no te abandonas.
San Anselmo decía: “No intento, Señor, penetrar tu profundidad porque de ninguna manera puedo comparar con ella mi inteligencia; pero deseo comprender tu verdad, aunque sea imperfectamente, esa verdad que mi corazón cree y ama. Porque no busco comprender para creer, sino creer para llegar a comprender. Creo, en efecto, porque si no soy creyente, no llegaría a comprender”.
Decía Pascal: “Preferiría equivocarme creyendo en un Dios que no existe, más que equivocarme no creyendo en un Dios que existe. Si no hay nada, después estando inmerso en el aniquilamiento eterno, obviamente no lo sabré jamás; pero si existe algo, si existe Alguien, deberé rendir cuentas de mi rechazo”.
En 1892 un señor de unos 70 años viajaba en el tren, teniendo a su lado a un joven universitario que leía su libro de Ciencias. El caballero, a su vez, leía un libro de portada negra. Fue cuando el joven percibió que se trataba de la Biblia y que estaba abierta en el Evangelio de Marcos. Sin mucha ceremonia, el muchacho interrumpió la lectura del viejo y le preguntó: - Señor, ¿usted todavía cree en ese libro lleno de fábulas y cuentos? - Sí, mas no es un libro de cuentos, es la Palabra de Dios. ¿Estoy equivocado? - Pero claro que lo está. Creo que usted señor debería estudiar Historia Universal. Vería que la Revolución Francesa, ocurrida hace más de 100 años, mostró la miopía de la religión. Solamente personas sin cultura todavía creen que Dios hizo el mundo en 6 días. Usted, señor, debería conocer un poco más lo que nuestros científicos dicen de todo eso. - Y... ¿es eso mismo lo que nuestros científicos dicen sobre la Biblia? - Bien, como voy a bajar en la próxima estación, no tengo tiempo de explicarle, pero déjeme su tarjeta con su dirección para mandarle material científico por correo con la máxima urgencia. El anciano entonces, con mucha paciencia, abrió cuidadosamente el bolsillo derecho de su bolso y le dio su tarjeta al muchacho. Cuando éste leyó lo que allí decía, salió cabizbajo, sintiéndose peor que una ameba. En la tarjeta decía:
Profesor Doctor Louis Pasteur
Director General del Instituto de Investigaciones Científicas
Universidad Nacional de Francia
- Ciertamente podemos conocer cosas de Dios en base a nuestra inteligencia natural, a nuestra experiencia y a nuestro raciocinio. Dice San Pablo: “Lo que se puede conocer de Dios, lo tienen claro (los hombres) ante sus ojos, por cuanto Dios se lo ha revelado. Y es que lo invisible de Dios, su eterno poder y su divinidad, se ha hecho visible desde la creación del mundo, a través de las cosas creadas. Así que no tienen excusa, porque, habiendo conocido a Dios, no lo han glorificado, ni le han dado gracias, sino que han puesto sus pensamientos en cosas sin valor y se ha oscurecido su insensato corazón. Alardeando de sabios, se han hecho necios” (Rm 1, 19-22). Pero fundamentalmente nuestro conocimiento sobre Dios procede de lo que Dios mismo nos ha enseñado a través de su Hijo Jesucristo. Sí, nuestra fe es revelada. En el evangelio de hoy Jesús nos dice: “No perdáis la calma, creed en Dios y creed también en mí […] Yo soy el camino, y la verdad, y la vida. Nadie va al Padre sino por mí. Si me conocierais mí, conoceríais también a mi Padre […] Quien me ha visto a mí ha visto al Padre […] Creedme: yo estoy en el Padre y el Padre en mí”. Sabemos de Dios por Jesús. Sabemos del Espíritu Santo por Jesús. Sabemos del cielo por Jesús. Sabemos… por Jesús. Sólo Jesús conoce realmente a Dios. Sólo por Jesús podemos llegar a Dios. Por lo tanto, creer no significa aceptar una serie de dogmas o de doctrinas, o de comportamientos, o de ritos. Creer es aceptar a Jesús y acogerlo totalmente en nuestro ser.
Ni Jesús ni sus palabras fueron aceptadas por todos, ni siquiera por sus discípulos. En el evangelio de hace dos sábados leíamos como Jesús explicaba que, quien no comiera su carne y bebiera su sangre, no tendría vida en sí. “Muchos discípulos de Jesús, al oírlo, dijeron: -Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso? […] Desde entonces, muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él. Entonces Jesús les dijo a los doce: -¿También vosotros queréis marcharos? Simón Pedro le contestó: -Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios” (Jn 6, 61-70). La creencia y la sabiduría de los apóstoles les han dado la vida y les ha hecho llegar a Dios. Como decía el poeta: “Aquel que se salva, sabe, y el que no, no sabe nada”.
Domingo IV de Pascua (A)
15-5-11 DOMINGO IV DE PASCUA (A)
Hch. 2, 14a.36-41; Slm. 23; 1 Pe. 2, 20b-25; Jn. 10, 1-10
Homilía de audio en MP3
Queridos hermanos:
En este Domingo IV de Pascua celebramos al Buen Pastor. Jesús es en realidad el Buen Pastor y el único Pastor. Los demás somos buenos pastores en la medida en que estamos injertados en Jesús y somos obedientes y dóciles a la Iglesia de Dios, la cual nos marca el camino a seguir y las tareas a realizar.
El Concilio Vaticano II ha resaltado en su enseñanza que Jesús fue sacerdote, profeta y rey. Como sacerdote (misión de santificar) realizó un culto espiritual y divino para acercarnos a Dios y para acercar a Dios a todos los hombres. Como profeta (misión de enseñar) nos habló de parte de Dios y nos enseñó quién y como es Dios y lo que le agrada. Como rey (misión de gobernar) fue nuestro servidor y nos gobernó desde la humildad, como cuando nos enseñaba con su ejemplo a lavar los pies (un trabajo de esclavos y de sirvientes) a los otros.
Todos los cristianos, por el solo hecho de haber recibido el sacramento del Bautismo, hemos sido constituidos en sacerdotes, en profetas y en reyes. E igualmente, por el sacramento del Orden, los sacerdotes o presbíteros, en nombre de Cristo, hemos de cumplir con las tres misiones arriba reseñadas: la de santificar, la de enseñar y la de gobernar, y las tres misiones las hemos de realizar al modo de Jesús. Es decir, 1) ningún presbítero o párroco o cura puede santificar a los fieles, si antes no es santificado él mismo por Dios. 2) Ningún presbítero puede enseñar a los fieles, si antes no es enseñado él mismo por Dios. 3) Ningún presbítero puede gobernar a los fieles, si antes no es él mismo manso y humilde de corazón como Jesús, si antes no está él mismo como el que sirve ante sus hermanos. En efecto, para Jesús, gobernar es servir y dar la vida por los otros.
No sé si sabéis que tengo encomendada por el obispo la responsabilidad de impartir clases de derecho canónico a los seminaristas. En un determinado momento, les explico en clase todas las leyes y normas relativas a los párrocos, y existen unos cánones de la ley universal de la Iglesia (Código de Derecho Canónico) en donde se nos dice a los párrocos qué y cómo debemos actuar en nuestras parroquias y tareas. Y estos cánones están distribuidos según la trilogía que tengo explicado más arriba. Veamos cuáles son las tareas de un presbítero para así comprender mejor cuáles son también las responsabilidades de los fieles laicos:
- Misión de enseñar: “El párroco está obligado a procurar que la palabra de Dios se anuncie en su integridad […]; cuide por tanto de que los fieles laicos sean adoctrinados en las verdades de la fe, sobre todo mediante la homilía[…] y la formación catequética; ha de fomentar las iniciativas con las que se promueva el espíritu evangélico, también por lo que se refiere a la justicia social; debe procurar de manera particular la formación católica de los niños y de los jóvenes y esforzarse con todos los medios posibles, también con la colaboración de los fieles, para que el mensaje evangélico llegue igualmente a quienes hayan dejado de practicar o no profesen la verdadera fe” (Canon 528 § 1).
- Misión de santificar: “Esfuércese el párroco para que
- Misión de gobernar: “Para cumplir diligentemente su función pastoral, procure el párroco conocer a los fieles que se le encomiendan; para ello, visitará las familias, participando de modo particular en las preocupaciones, angustias y dolor de los fieles por el fallecimiento de seres queridos, consolándoles en el Señor y corrigiéndoles prudentemente si se apartan de la buena conducta; ha de ayudar con pródiga caridad a los enfermos, especialmente a los moribundos […]; debe dedicarse con particular diligencia a los pobres, a los afligidos, a quienes se encuentran solos, a los emigrantes o que sufren especiales dificultades; y ha de poner también los medios para que los cónyuges y padres sean ayudados en el cumplimiento de sus propios deberes y se fomente la vida cristiana en el seno de las familias.
Reconozca y promueva el párroco la función propia que compete a los fieles laicos en la misión de la Iglesia, fomentando sus asociaciones para fines religiosos […] esforzándose también para que los fieles vivan la comunión parroquial y se sientan a la vez miembros de la diócesis y de la Iglesia universal” (canon 529).
También hoy Jesús, en el evangelio que acabamos de escuchar, nos dice con palabras sencillas en qué consiste esa labor del párroco: “Las ovejas atienden a su voz, y él va llamando por el nombre a sus ovejas y las saca fuera […] Camina delante de ellas, y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz: a un extraño no lo seguirán, sino que huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños”.
Y termino ya con un texto de San Juan de Ávila, patrono de los sacerdotes españoles y cuya festividad celebrábamos el martes pasado. Este texto es un trozo de una plática a los sacerdotes: “Mirémonos, padres, de pies a cabeza, alma y cuerpo, y vernos hemos hecho semejables a
Pidamos por los sacerdotes para que llenos de Dios y de su santidad amemos y atendamos a sus hijos, aquellos que Él mismo puso en nuestras manos.