Domingo IV de Adviento (B)

18-12-2011 DOMINGO IV ADVIENTO (B)

2 Sam. 7, 1-5.8b-12.14a-16; Sal. 88; Rm. 16, 25-27; Lc. 1, 26-38


Homilía de audio en MP3

Queridos hermanos:

En este último domingo de Adviento se vuelve a leer el mismo evangelio que el día de la Inmaculada Concepción. Vamos a tratar de seguir profundizando en el texto para que nos ayude en nuestra vida de fe. Siempre es mucho más lo que contiene el evangelio que lo que nosotros podemos sacar de él año tras año o siglo tras siglo. Sí, siempre es más grande la Palabra de Dios que la mente y el corazón del hombre.

- En esta ocasión me fijaré en un aspecto del evangelio. En varias ocasiones se hace referencia a María con virgen, como doncella e igualmente se hace referencia a la relación de María con el Espíritu Santo a fin de concebir al Hijo de Dios, a Jesús. Veamos las frases concretas a las que aludo: “a una virgen desposada con un hombre llamado José […]; la virgen se llamaba María […] Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo [...] Y María dijo al ángel: ‘¿Cómo será eso, pues no conozco a varón?’ […] El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra”.

Los relatos evangélicos (cf. Mt 1, 18-25; Lc 1, 26-38) presentan la concepción virginal como una obra divina que sobrepasa toda comprensión y toda posibilidad humanas (“porque para Dios nada hay imposible). La Iglesia ve en ello el cumplimiento de la promesa divina hecha por el profeta Isaías: “He aquí que la virgen concebirá y dará a luz un Hijo” (Is 7, 14).

Desde el inicio de la Iglesia se ha creído por parte de ésta (es decir, de los cristianos) que Jesús fue concebido en el seno de la Virgen María únicamente por el poder del Espíritu Santo, esto es, sin elemento humano. Veamos cómo lo formulaba San Ignacio de Antioquía (a comienzos del siglo II): “Estáis firmemente convencidos acerca de que nuestro Señor (Jesús) es verdaderamente de la raza de David según la carne (cf. Rm 1, 3), Hijo de Dios según la voluntad y el poder de Dios (cf. Jn 1, 13), nacido verdaderamente de una virgen... Fue verdaderamente clavado por nosotros en su carne bajo Poncio Pilato..., padeció verdaderamente, como también resucitó verdaderamente”. Sin embargo, la fe en la concepción virginal de Jesús ha encontrado con mucha frecuencia viva oposición, burlas o incomprensión por parte de los no creyentes, judíos y paganos, y últimamente incluso ha encontrado esta oposición por parte de algunos creyentes. Mas la Iglesia mantuvo y mantiene que “María permaneció siempre en la integridad de su virginidad, a saber, antes del parto, en el parto y después del parto, por obra de Dios omnipotente”. Por ello, la liturgia de la Iglesia celebra a María como la “Aeiparthenos”, la “siempre-virgen” (cf. LG 52).

- Vamos a intentar sacar algunas consecuencias de todo esto que nos dice el evangelio y la fe de la Iglesia para nuestra vida ordinaria. (Lo que voy a decir a continuación es un tema muy complejo y con muchos matices. No trato de agotar todo el contenido en esta homilía, sino de hacernos reflexionar un poco sobre ello).

LA VIRGINIDAD. No hemos de entender la virginidad como algo negativo o formulado en negación: “Virgen es aquel o aquella que NO ha tenido aún relaciones sexuales”. Hay que mirar la virginidad en positivo: La persona que es virgen es aquella que tiene la posibilidad de darse a otra persona y de hacerlo de un modo completo y total. La persona virgen mira al otro y ama al otro, mientras que quien anda compartiendo su cuerpo con unos y con otros, con unas y con otras, lo que hace en realidad es buscarse a sí mismo.

LA CASTIDAD. Muy conectada con la virginidad está la castidad. De ésta dice el Catecismo de la Iglesia Católica que es “una escuela de donación de la persona. El dominio de sí está ordenado al don de sí mismo. La castidad conduce al que la practica a ser ante el prójimo un testigo de la fidelidad y de la ternura de Dios” (nº 2346). Y en este sentido me gustaría deciros algunas palabras sobre la castidad matrimonial. Con frecuencia se piensa que la castidad es cosa de curas y monjas, y también para los chicos y chicas de una determinada formación. Asimismo se piensa que la castidad se acaba o se debe acabar el día de la boda, con el matrimonio. Nada más alejado de la realidad. La castidad es también una virtud propia de la vida conyugal. La castidad matrimonial tiene 1) una faceta que mira a las relaciones sexuales, y en este sentido los esposos reservan su sexualidad para su esposo y para su esposa, pero igualmente la castidad conyugal 2) tiene otro aspecto menos conocido como integrante de dicha castidad, pero para mí mucho más importante y es el hecho de que la sexualidad de los esposos debe de estar imbuida en todo momento de la ternura, del cariño y del amor. ¿De qué sirve que dos esposos sean fieles, físicamente hablando, entre sí y no se vayan con otro o con otra, pero, sin embargo, su relación matrimonial, sea la sexual o no, esté carente de amor y de respeto mutuo? ¿De qué sirve que ninguno de ellos cometa adulterio con otro o con otra, pero los desprecios, o los malos modos, o la indiferencia, o la falta de diálogo esté presente de modo permanente en sus vidas? En estos casos se podría decir que viven la castidad sexual o la continencia sexual, pero no viven la castidad matrimonial que Cristo quiere. Y es que la castidad es sobre todo el amor que se da, o para expresarlo mejor, la castidad es la persona que se da por entero al otro desde el amor total. Por eso, dice el Catecismo que el casto es ejemplo y modelo de la ternura de Dios, el cual se da por completo y para siempre al hombre. Esto lo entendió perfectamente la Virgen María, y esta castidad la realizó María y San José en su matrimonio.

Invito a los esposos en este tiempo de Adviento a vivir, a ejemplo de María y de San José, la castidad conyugal, es decir, el amor total, al modo de Dios, hacia su mujer y hacia su marido.

Domingo III de Adviento (B)

11-12-2008 DOMINGO III DE ADVIENTO (B)

Is. 61, 1-2a.10-11; Lc. 1, 46-50.53-54; 1 Tes. 5, 16-24; Jn. 1, 6-8.19-28


Homilía de audio en MP3

Queridos hermanos:

Seguimos avanzando en este tiempo de Adviento. Ya estamos en el domingo tercero. Una vez más el evangelio de hoy nos habla de Juan el Bautista, aunque desde la perspectiva de San Juan evangelista, que fue discípulo suyo primero, y luego siguió a Jesús. San Juan evangelista narra este hecho que acabamos de escuchar por haberlo presenciado él personalmente. Voy a basar mi predicación de hoy sobre una pregunta corta que aparece en el relato.

- Nos dice el evangelio que unos judíos se aproximaron a Juan el Bautista y le preguntaron: “¿Tú quién eres?” ¿Se os acercado alguna vez una persona y os preguntado quiénes sois? Si contestamos que somos profesores, o amas de casa, u obreros, o curas…, se nos puede replicar: ‘Yo no te pregunto qué haces, sino quién eres’. Si contestamos que somos el marido de Zutana o la mujer de Mengano, se nos puede replicar: ‘No te pregunto con quién estás casado, sino quién eres’. Si contestamos que somos asturianos, o peruanos, o ecuatorianos…, se nos puede replicar: ‘Yo no te pregunto de dónde vienes o dónde naciste, sino quién eres’. Si contestamos que somos Rosa, Felipe, José, Pilar, Joaquín, Andrés…, se nos puede replicar: ‘Yo no te pregunto cómo te llamas, sino quién eres’.

Si quito de mí lo que hago, de dónde vengo, con quién estoy, cómo me llamo, cuánto tengo…, entonces ¿qué queda de mí? Por eso es muy importante que me pregunte QUIÉN SOY YO.

Sí, ¿quién soy yo para mí? Sí, ¿quién soy yo para los demás? Sí, ¿quién soy yo para Dios? Y es bueno que estas preguntas me las haga en este tiempo de Adviento.

- ¿Quién soy yo para mí? En cierta ocasión me comentó un amigo mío que él trabajaba como carpintero. Siempre tenía consigo una radio, que la tenía encendida todo el tiempo de trabajo. Resultó que en una ocasión tuvo que hacer un trabajo en una nave y llevó allí toda la herramienta que necesitaba y todo el material. Empezó a trabajar, pero de repente se dio cuenta que no había traído consigo la radio y allí tampoco había ninguna radio. Tuvo que estar todo el día trabajando, pero en silencio, sin escuchar ni una sola voz. Al principio lo pasó mal, pero poco a poco, al hacer su trabajo, empezó a reflexionar sobre su vida y siempre recordará el bien tan inmenso que le hizo aquel día y aquella reflexión personal que tuvo.

Yo te invito a que te mires de frente. No a la cara, sino más adentro. Mira detrás de ese maquillaje, detrás de la máscara que te pones ante los otros. Mira al fondo de tu corazón. ¿Qué tal soy, me conozco bien, cuáles son mis defectos y mis virtudes, tengo complejos y miedos, qué heridas tengo sin cerrar, a qué aspiro, en qué me siento derrotado, en qué he triunfado, amo y me siento amado, qué espero aún de la vida, en qué puedo aún mejorar? ¿Querría que se filmara la historia de mi vida y se reprodujera en un video ahora, aquí mismo? ¿Querría que todos pre­senciaran la película de mi vida? A lo mejor, ni yo mismo aguantaría la película de mi vida.

- ¿Quién soy yo para los demás? Hay una cosa que me ha hecho reflexionar al leer este evangelio y es el hecho de que a Juan el Bautista se le acercaron unas gentes a preguntarle. Su modo de vida y su persona les interrogaban y por eso le preguntaron. ¿A alguien le llama la atención nuestra forma de ser o de actuar o de hablar, hasta el punto de que nos pregunten quiénes somos? Si nuestra vida no ayuda a nadie, o no interroga a nadie, o no molesta a nadie, puede ser indicativo de mediocridad o de egoísmo. Como veíamos el domingo pasado las gentes de Judea y de Jerusalén veían en Juan el Bautista a un hombre austero, a un hombre orante y desinteresado, a un hombre que hablaba de parte de Dios y cuyas palabras conmovían el corazón de quienes le escuchaban. Por eso, se le acercaron –como nos cuenta el evangelio de hoy- y le preguntaron: “¿Tú quién eres?” Por eso, es bueno que me pregunte en este tiempo de Adviento ‘¿quién soy yo para los demás?’

- ¿Quién soy yo para Dios? Sinceramente, al pensar sobre esta pregunta me viene insistentemente dos palabras a la cabeza: amor y paciencia. El amor que Dios me tiene desde toda la eternidad y para toda la eternidad, y la paciencia que tiene conmigo. Asimismo, me viene al pensamiento esta historia que leí hace un tiempo y que refleja muy bien cómo es Dios y quién soy yo para Dios. “Un día, Abraham invitó a un mendigo a comer en su casa. Cuando Abraham estaba dando gracias y bendiciendo la mesa, el otro empezó a maldecir a Dios y a decir que no soportaba oír su nombre. Presa de indignación, Abraham echó al blasfemo de su casa. Aquella noche, cuando estaba Abraham haciendo sus oraciones, le dijo Dios: ‘Ese hombre ha blasfemado de mí y me ha injuriado durante cincuenta años y, sin embargo, yo le he dado de comer todos los días. ¿No podías tú haberlo soportado durante un solo almuerzo?’” Como ya os habréis dado cuenta “el mendigo blasfemo” somos cada uno de nosotros.

Inmaculada Concepción (B)

8-12-2011 INMACULADA CONCEPCION (B)

Gn. 3, 9-15.20; Slm. 97; Ef. 1, 3-6.11-12; Lc. 1, 26-38


Homilía de audio en MP3

Queridos hermanos:

Celebramos hoy la festividad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María

Cuando preparaba la homilía que ahora estoy predicando, empecé primero a leer las lecturas del día y, al llegar al evangelio, en el que se narra el encuentro del ángel con la Virgen María, me di cuenta que en este texto se contiene perfectamente los pasos de toda vocación o llamada por parte de Dios. En este caso concreto se nos describe la vocación de la Virgen María, pero también es aplicable a cada uno de nosotros:

* Se dice en el texto que “el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen” llamada María. Es Dios siempre quien primero se acerca a nosotros, quien toma la iniciativa. No somos nosotros quienes queremos ser la Virgen María, o quienes queremos ser sacerdotes, monjas, casados, solteros, cristianos…, sino que es El quien nos llama para sí como Virgen María, sacerdotes, monjas, casados, solteros, cristianos… Se dice que Dios envió a su ángel a Nazaret, “una ciudad de Galilea”; mas Nazaret debía de ser una aldea perdida, pues no aparece en ningún mapa de la época. ¿Por qué digo esto? Porque Dios no viaja simplemente por lugares famosos y conocidos, sino que busca a personas concretas, estén donde estén. Nosotros no éramos los más listos, los más buenos, los más habilidosos de nuestras familias y de nuestros entornos, pero Dios nos eligió para sí. Dios nos elige porque sí, porque nos ama. Y es que el amor no tiene razones. El se enamoró de nosotros y nos cortejó para sí y quiere desposarse con nosotros en matrimonio perpetuo.

* En el evangelio se nos narra el diálogo que hubo entre María y el ángel de Dios: “Alégrate, llena de gracia, el Señor esta contigo […] Has encontrado gracia ante Dios […] El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra”. En toda vocación existe un diálogo entre Dios y la persona elegida. También hubo un diálogo entre Dios y la Virgen María, entre Dios y nosotros; nosotros hemos sido cortejados por Dios. Dios nos fue dando durante años luz y fuerza ante nuestras dudas e incertidumbres. Nosotros, en algún momento de nuestra vida, nos sentimos elegidos y queridos por Dios. Él tenía y tiene una misión para María, para nosotros: “Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús”. Y esta misión concreta: de concebir en nuestro espíritu y de dar a luz a Jesús, se ha de hacer realidad sobre todo en este tiempo de Adviento. A esto se resume todo plan de Adviento, que año tras año os propongo: Hemos de quedar “embarazados”, no en nuestro vientre, sino en nuestro espíritu, en nuestro ser más íntimo del Hijo de Dios, de Jesús.

Pero este diálogo entre Dios y la criatura, entre el Novio y la novia, entre el Esposo y la esposa no termina una vez que La Virgen María dio a luz en Belén, o cuando nosotros nos hacemos curas, o entramos en un convento, o nos casamos, o nos bautizamos, o decimos que no al matrimonio… Ese diálogo se sigue prolongando a lo largo de toda la vida terrena y a lo largo de toda la VIDA ETERNA. Cuando era joven, veía cómo amigos míos dejaban la pandilla para empezar a salir con una chica en una relación de noviazgo. Después se casaban y pasado un tiempo el amigo regresaba a la pandilla dejando a la mujer en casa. Recuerdo una imagen que se me quedó grabada teniendo yo unos 15 años: iba un matrimonio de paseo; él con el transistor pegado a la oreja para escuchar los partidos de fútbol y sin hacer caso de su mujer, y ésta mirando para el paisaje sin nada que decirse. No sucede esto con Dios. El siempre tiene cosas que decirnos y El siempre nos escucha.

* Nos dice el evangelio de hoy que, una vez que María escuchó lo que el ángel le dijo, ella “contestó: ‘Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra’”. En toda vocación hay un acercamiento de Dios, hay un diálogo entre el Creador y la criatura, y ha de existir una respuesta clara por parte nuestra. Pero esta respuesta no se ha de dar una vez en la vida, sino que la hemos de ir dando cada día, cada minuto de nuestra existencia: “Hágase en mí según tu palabra”.

Voy a poneros un ejemplo concreto de ese diálogo permanente entre Dios y sus hijos queridos. Este caso me lo comentó una persona hace tiempo; le pedí permiso para compartirlo con más gente y me lo dio. Ahí va: “En una reunión con los carismáticos en Santiago de Compostela, había una señora de otra provincia que cantaba muy mal; era una mujer alta y grande y tenía un vozarrón imposible de aguantar, pero ella se llenaba de júbilo cantando al Señor y, aunque lo descomponía todo, no se reprimía y gritaba y gritaba ante el asombro de todos. Por un momento sentí que quería entrarme por aquí una fuerte tentación de juicio hacia ella por su protagonismo y su falta de prudencia; la cosa empeoró cuando durante la Misa se puso a mi lado y la tentación me rondaba acechándome más intensamente, queriendo inquietar mi alma a través de lo que oían mis oídos. Mas en aquel momento vino el Señor a comunicarle a mi alma que tenía que escuchar su canto como Él lo escuchaba, y si a Él le sonaba a canto de ángeles, así debería de sonarme a mí. Y así lo hice: cerré los ojos y me imaginé al coro de los ángeles dando gloria y alabanza Dios y, ante el cambio de actitud por mi parte, el canto de la señora dejó de molestarme para hacérseme pura armonía celestial, y es que para entonces ya no escucha sus gritos; entonces yo escuchaba el amor y la sinfonía que producía el sonido del amor al irse elevando como aromático incienso.

Cuando fuimos a comer, en la mesa, cerca de mí, algunas personas del grupo hacían un juicio sobre esta señora por su falta de prudencia y su querer sobresalir, (porque, de verdad, padre, que cantaba mal). Yo no estaba en aquella conversación y ni siquiera le prestaba atención, pero en un momento estas personas se dirigieron a mí comentándome lo mal que tuve que haberlo pasado teniendo aquel griterío a mi lado; pero, padre, les respondí lo que había vivido; les dije que no me molestó su canto, pues cerré los ojos, lo interioricé y lo escuché como Dios lo escuchaba, y como Dios lo escuchaba: como suave sonido de amor; a Él aquel canto de la señora le sonaba a ángeles y a mí también. Entonces estas personas me respondieron: ‘viéndolo así, cambia la cosa’.

Domingo II de Adviento (B)

4-12-2011 2º DOMINGO ADVIENTO (B)

Is. 40, 1-5.9-11; Slm. 84; 2 Pe. 3, 8-14; Mc. 1, 1-8


Homilía de audio en MP3

Queridos hermanos:

Celebramos hoy el 2º Domingo de Adviento; y el evangelio nos habla de cuatro personajes: primero, del profeta Isaías; segundo, de Juan el Bau­tista, tercero, de las gentes de Judea y de Jerusalén, y cuarto, del Señor. Éste último está todavía en la penumbra. Todo converge en Él, pero aquí sólo está indicada su presencia próxima.

- El primer personaje es el profeta Isaías. Él anuncia al Señor y al mensajero del Señor. Supo con claridad que los dos vendrían, aunque nos sabía cuándo ocurriría esto. No lo vio en vida y seguramente en muchas ocasiones pensó que aquello que sentía en su interior podía ser una imaginación suya. Sin embargo, sin miedo a ser tomado por un loco o por un iluminado, Isaías dijo a todos de parte de Dios: “Yo envío mi mensajero delante de ti para que te prepare el camino. Una voz grita en el desierto: ‘Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos’”. Aquí, Isaías anunciaba la venida de Jesús y la existencia de un hombre que le precedería poco antes.

- Juan el Bautista es el segundo personaje y, además, el personaje central (salvo Jesús) del evangelio de hoy. Juan nació en un pueblecito de las montañas de Judea. Su padre era un sacerdote judío. Juan, de joven, se marchó de su casa y se fue al desierto. Allí aprendió a vivir entre alacranes, serpientes y fieras salvajes. Creció y maduró teniendo sed, calor y frío. Juan llevó una vida dura, austera y pobre: En efecto, el evangelio nos dice de él: “Juan iba vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura, y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre”. Juan se dedicaba a la oración; había algo que dentro de él le impulsaba a vivir así[1]. Un día Juan descubrió -Dios se lo debió de decir en su interior- que estaba a punto de llegar el Salvador de Israel, del mundo ente­ro. Juan vio a la gente de Israel que estaba despistada, distraída con otras cosas y él tenía que anunciarles que se preparasen para recibir al Mesías. Y así Juan se convirtió en el mensajero de Dios y se cumplió en él lo que había dicho el profeta Isaías 500 años antes de que sucediera. Juan era el mensajero del Hijo de Dios, y decía a la gente que se arrepintiera de sus pecados, pues el Señor estaba llegando a este mundo.

- El tercer personaje eran las gentes de Judea y de Jerusalén. Ellas escucharon las palabras de Juan el Bautista, y sus palabras, que les hablaban de conversión, de la necesidad de un cambio de vida, de una esperanza, de la venida del Mesías…, les llegaron al corazón y, dejando sus cosas, se acercaron a recibir un bautismo de perdón, de purificación de los pecados, de cambio de vida.

- ¿Qué hubiera pasado si el profeta Isaías, por vergüenza, por cobardía, por comodidad… no hubiera escrito ni predicado lo que Dios ponía en su corazón? ¿Qué hubiera pasado si Juan el Bautista no hubiera escuchado esa llamada interior desde su juventud para seguir a Dios al desierto, para vivir en oración y en pobreza; qué hubiera pasado si él no hubiera predicado la necesidad de preparar el camino del Mesías, de cambiar de vida, de arrepentirse de los pecados…? ¿Qué hubiera pasado si las gentes de Judea y de Jerusalén no hubieran escuchado las palabras de Juan y hubieran seguido instalados en sus egoísmos y en sus cosas? Gracias al profeta Isaías hubo Juan Bautista. Gracias a Juan Bautista hubo gentes de Judea y de Jerusalén que se prepararon para recibir al Mesías de Dios. Los primeros son necesarios para que existan los siguientes.

También hoy nosotros somos llamados por Dios a ser unos el profeta Isaías, otros Juan Bautista y otros las gentes de Judea y de Jerusalén, que escuchen la voz de Dios y que reciban a Dios. Si aquellos no hubieran sido dóciles, se hubiera roto la cadena de salvación querida por Dios. ¿Soy yo hoy día eslabón que sigue haciendo que la cadena de Dios continúe o en mí se acaba la cadena de Dios? Esta pregunta puede ser orada durante esta semana.


[1] Hace un tiempo oí hablar de un joven que vivía en Gijón. Trabajaba como carpintero y no cobraba nunca dinero por sus trabajos, sólo comida. En su humilde vivienda compartía lo que tenía con otras personas que aparecían por allí y les daba también techo y cobijo. En ocasiones fue robado por esos mismos a los que había alimentado y acogido, pero a él no le importaba y continuaba actuando del mismo modo. Su tiempo durante el día lo dedica a trabajar, a acoger a la gente que se acerca a él y, sobre todo, a orar con Dios.