Domingo IV Tiempo Ordinario (C)

28-1-2007 DOMINGO IV TIEMPO ORDINARIO (C)
Jer. 1, 4-5.17-19; Slm. 70; 1ª Cor. 12, 31-13, 13; Lc. 4, 21-30
Queridos hermanos:
En la homilía de hoy vamos a seguir reflexionando un poco sobre la Carta Pastoral que D. Carlos, nuestro querido Arzobispo, nos escribió para presentarnos el Sínodo Diocesano. También oraremos sobre las lecturas que escuchamos.
Como os decía el domingo anterior, D. Carlos nos coloca en el primer momento del Sínodo, que es la fase de la preparación espiritual. Sobre esta primera fase escribe: La experiencia sinodal desea provocar la conversión en todos los hombres que viven aquí en Asturias, porque sabemos que solamente desde una conversión verdadera podemos responder a esta pregunta: ¿cómo debe vivir y configurarse la Iglesia en Asturias para responder a la voluntad del Señor? […] Y para provocar esta conversión, la Iglesia quiere utilizar las mismas armas que utilizó nuestro Señor y que la Iglesia desde el primer momento de su presencia entre los hombres recomendó, como son: la oración, el ayuno y la limosna, es decir, el diálogo intenso y profundo con Dios, el olvido de uno mismo y el ejercicio de la caridad, llegando hasta su radicalidad máxima que es llegar hasta dar la vida.”
Pregunta: ¿Cómo puedo llevar a cabo en mí mismo, antes de predicarlo a los demás, una conversión que implica el responder en todo momento a la voluntad de Dios? No es fácil vivir esta conversión, pero ya indico de mano que no existe una única forma de vivir esta conversión. NO. Cada persona tiene su propio camino de conversión. Como bien escribía S. Francisco de Sales, cuya festividad celebrábamos esta semana (24 de enero), la fe o la vida cristiana “se ha de ejercitar de diversas maneras, según que se trate de una persona noble o de un obrero, de un criado o de un príncipe, de una viuda o de una joven soltera, o bien de una mujer casada. Más aún: la fe se ha de practicar de un modo acomodado a las fuerzas, negocios y ocupaciones particulares de cada uno” (Oficio de Lectura, S. Francisco de Sales, “De la Introducción a la vida devota”).
En la primera lectura se nos presentan algunas palabras y la vida del profeta Jeremías y cómo vivió él su relación con Dios, en medio de dudas y persecuciones físicas, morales y psíquicas. Sus palabras y su vida inspiraron a muchos hombres y mujeres de fe, ya que ellos pasaron (pasan y pasarán) por las mismas o parecidas circunstancias que Jeremías. En la primera lectura se dice refiriéndose a él: “Antes de formarte en el vientre, te escogí; antes de que salieras del seno materno, te consagré […] Tú cíñete los lomos, ponte en pie y diles lo que yo te mando. No les tengas miedo, que si no, yo te meteré miedo de ellos [...] Lucharán contra ti, pero no te podrán, porque yo estoy contigo para librarte.” Todos hemos sido escogidos por Dios mucho antes de nacer. Todos tenemos una misión en esta vida. Todos tenemos dificultades y debilidades para llevar esta misión adelante, pero El está con nosotros para librarnos.
También Jesús, nos narra el evangelio de hoy, tuvo problemas y dificultades para llevar adelante la misión que el Padre le confió. En efecto, cuando Jesús fue a su pueblo natal y se puso a hablarles de parte de Dios, como se decía en la primera lectura al profeta Jeremías, “todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo empujaron fuera del pueblo hasta un barranco del monte en donde se alzaba su pueblo, con intención de despeñarlo.”
Y esas dificultades siguen en todos los que desean (y deseamos) ser fieles a nuestro Dios. Llegados a este punto quisiera narraros una historia que me llegó uno de estos días. Dice así: “Unos meses antes de su muerte el Obispo Fulton J. Sheen fue entrevistado por la televisión: ‘Obispo Sheen, usted inspiró a millones de personas en todo el mundo. ¿Quién lo inspiró a usted? ¿Fue acaso un Papa?’ El Obispo Sheen respondió que su mayor inspiración no fue un Papa, ni un Cardenal, ni otro Obispo, y ni siquiera fue un sacerdote o monja. Fue una niña china de once años de edad.
Explicó que, cuando los comunistas se apoderaron de China, encarcelaron a un sacerdote en su propia rectoral, cerca de la iglesia. El sacerdote observó aterrado desde su ventana cómo los comunistas penetraron en la iglesia y se dirigieron al santuario. Llenos de odio profanaron el tabernáculo, tomaron el copón y lo tiraron al piso esparciendo las Hostias Consagradas. Eran tiempos de persecución y el sacerdote sabía exactamente cuantas Hostias contenía el copón: Treinta y dos.
Cuando los comunistas se retiraron, tal vez no se dieron cuenta, o no prestaron atención a una niñita que rezaba en la parte de atrás de la iglesia, la cual vio todo lo sucedido. Esa noche la pequeña regresó y, evadiendo la guardia apostada en la rectoral, entró a la iglesia. Allí hizo una hora santa de oración, un acto de amor para reparar el acto de odio. Después de su hora santa, se adentró al santuario, se arrodilló, e inclinándose hacia delante, con su lengua recibió a Jesús en la Sagrada Comunión. (En aquel tiempo no se permitía a los laicos tocar la Eucaristía con sus manos)
[1]. La pequeña continuó regresando cada noche, haciendo su hora santa y recibiendo a Jesús Eucarístico en su lengua. En la trigésima segunda noche, después de haber consumido la última Hostia, accidentalmente hizo un ruido que despertó al guardia. Este corrió detrás de ella, la agarró, y la golpeó hasta matarla con la culata de su rifle.
Este acto de martirio heroico fue presenciado por el sacerdote mientras, sumamente abatido, miraba desde la ventana de su cuarto convertido en celda. Cuando el Obispo Sheen escuchó el relato, se inspiró a tal grado que prometió a Dios que haría una hora santa de oración frente a Jesús Sacramentado todos los días, por el resto de su vida. Si aquella pequeñita pudo dar testimonio con su vida de la real y hermosa Presencia de su Salvador en el Santísimo Sacramento, entonces el Obispo se veía obligado a lo mismo. Su único deseo desde entonces sería, atraer el mundo al Corazón Ardiente de Jesús en el Santísimo Sacramento. La pequeña le enseñó al Obispo el verdadero valor y celo que se debe tener por la Eucaristía; cómo la fe puede sobreponerse a todo miedo y cómo el verdadero amor a Jesús en la Eucaristía debe trascender a la vida misma.”
La niña china de 11 años fue inspirada en su acción de entrega, de adoración, de Comunión, de valentía por el Señor Jesús a través de unos hombres que destrozaron un sagrario y tiraron por el suelo las Hostias Consagradas. El Obispo Sheen fue inspirado por Dios a través de la niña china. Muchos hombres han sido inspirados por Dios a través del Obispo Sheen.
A mí, ¿a través de quién o de qué me ha inspirado o me inspira Dios en mi camino de conversión?
[1] Fijaros que la niña no se ve digna de recoger la Hostia Consagrada con sus manos, de limpiarla de polvo o suciedad, y postrada en el suelo la niña acerca sus labios, su boca, su lengua y recoge la Hostia tal y como está, y la comulga. Toda la suciedad que tuviera la Hostia queda convertida en toda santidad a los ojos y el corazón de la niña china después de una Hora Santa de Adoración al Santísimo y después de las gracias espirituales que el mismo Dios le regaló a la niña en aquellas treinta y dos horas.