Domingo VII Tiempo Ordinario (C)

18-2-2007 DOMINGO VII TIEMPO ORDINARIO (C)
1 Sm. 26, 2.7-9.12-13; Slm. 102; 1ª Cor. 15, 45-49; Lc. 6, 27-38
Queridos hermanos:
* Plan de Cuaresma. El próximo miércoles, 21 de febrero, es Miércoles de Ceniza y ya comienza el tiempo de Cuaresma, tiempo de penitencia y de preparación para la celebración de la pasión, muerte y resurrección del Señor Jesús. Ya os propuse para el Adviento y para la Navidad un plan de vida, que sea algo personal. Pues temo que, si no nos proponemos algo concreto, pasen estos días sin ninguna consecuencia religiosa y de santidad en nuestras vidas. Mucha gente prepara los carnavales desde muchos meses atrás; prepararan las vacaciones de Semana Santa... Nosotros, como seguidores de Cristo que queremos ser, hemos de vivir esta Cuaresma de otro modo. Hay personas que me han contado que les ha costado elaborar el plan de Adviento y de Navidad, y luego tratar de cumplirlo, pero… que ha merecido la pena. Os aporto algunas propuestas orientativas, y cada uno lo adecuará a su situación personal, a su voluntad y, sobre todo, a lo que Dios le pida.
- En el ámbito espiritual sería bueno que nos pudiéramos plantear el acudir más frecuentemente a la Eucaristía entre semana. Podemos meditar en la oración sobre las lecturas de la Biblia, que se nos proponen en cada Misa. Podemos realizar una confesión al inicio de la Cuaresma y otra, al menos, en torno a la Semana Santa. Podemos frecuentar más el sagrario como medio de cercanía a nuestro Amado Jesús. Podemos pedir a Dios que nos dé luz para elegir un director espiritual, que nos ayude en nuestro caminar hacia El.
- En el ámbito humano y familiar podemos luchar contra un defecto que se nos resiste o por fortalecer una virtud que el Señor nos pide con más ahínco. Por ejemplo, dejar algo más la tele, el ordenador, Internet, la lengua, los gastos superfluos, no comer carne el Miércoles de Ceniza ni los viernes (por pura obediencia a la Iglesia de Dios), ayunar el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo… y algún día más (no vamos a morirnos por ello), el hacer más tareas en casa o en nuestro trabajo o estudio, ser ordenados en nuestros horarios de levantarse o de acostarse, o ser puntuales en nuestras citas, sujetar el genio, mortificar el egoísmo o la soberbia, visitar enfermos o gente que sabemos que nos agradecerá un poco nuestro escuchar o nuestra presencia, dar dinero o cosas o “cacharritos” que son un lastre en la pobreza que Jesús nos pide. Ser más cariñosos con los que nos rodean, perdonar a los que nos ofenden, pedir perdón a los que herimos…
- En el ámbito pastoral o de apostolado, ver qué puedo hacer en la Iglesia, parroquia, movimiento, en la preparación del Sínodo Diocesano…
* De todas formas, en el evangelio que acabamos de escuchar, Jesús nos presenta bien claro un posible plan de vida para esta Cuaresma… y para toda nuestra vida. Fijaros lo que nos dice (leo primero y luego voy comentando): “Amad a vuestros enemigos[1], haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen[2], orad por los que os injurian[3]. Tratad a los demás como queréis que ellos os traten[4]. Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo; no juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados; dad, y se os dará: os verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante.”
* Escuchando esta homilía podemos pensar que todo depende de nosotros: con nuestro plan de Cuaresma y con nuestro esfuerzo personal. NO. Todo depende de Dios, pues nosotros somos muy débiles. Así se nos dice con las bellas palabras del salmo 102: “El Señor es compasivo y misericordioso. El perdona todas tus culpas y cura todas tus enfermedades; él rescata tu vida de la fosa y te colma de gracia y de ternura. El Señor no nos trata como merecen nuestros pecados ni nos paga según nuestras culpas. Como un padre siente ternura por sus hijos, siente el Señor ternura por sus fieles.”
[1] No he de pensar únicamente quién es mi enemigo, sino también en quién me tiene por enemigo suyo, aunque yo no lo sea de él o de ella.
[2] Escribo aquí unas palabras de un hombre que hizo vida en sí mismo estas palabras de Jesús. Un día fue despedido en su trabajo. “Durante las semanas y meses que siguieron, empecé a experimentar un rencor violento, y aparentemente imposible de desarraigar, contra las personas que me había puesto en aquella situación imposible. Al despertarme por la mañana, mi primer pensamiento era para aquellas gentes. Mientras me duchaba, al comer, al andar por la calle, al dormirme por la noche, me atenazaba aquel pensamiento obsesivo. El resentimiento me roía las entrañas y me envenenaba. Sabía que me estaba haciendo daño a mí mismo, y a pesar de mis oraciones, aquella obsesión me chupaba la sangre como una sanguijuela. Pero un día, una frase de Jesús se me clavó en el ser: 'Bendecid a los que os persiguen' (Mt. 5, 44). De repente, todo se me hizo claro. Así, comencé a bendecir a los que me había hecho daño: los bendije en su salud, en su alegría, en su abundancia, en su trabajo, en sus relaciones familiares y en su paz, en sus negocios, etc. La bendición consiste en querer todo el bien posible para una persona o personas, su pleno desarrollo, su dicha profunda, y quererlo desde el fondo del corazón con total sinceridad. Esta bendición transforma, cura, eleva, regenera, centra espiritualmente, y desembaraza nuestro ser de pensamientos negativos, condenatorios o críticos. Al comienzo bendecía sólo con mi voluntad, pero con una sincera intención espiritual. Poco a poco las bendiciones se desplazaron de la voluntad al corazón. Bendecía a las personas a lo largo de todo el día: mientras me limpiaba los dientes, mientras hacía footing, cuando iba a correos o al supermercado, mientras lavaba los platos o me iba durmiendo. Los bendecía uno a uno, en silencio, mencionando su nombre. Seguí esta disciplina y a los tres o cuatro meses me encontré bendiciendo a las personas por la calle, en el autobús, en las aglomeraciones. Bendecir se fue convirtiendo en uno de los mayores gozos de mi vida. No he recibido ningún ramo de rosas de mi antiguo empresario ni la más mínima expresión de afecto ni la menor excusa por su parte. Pero he recibido rosas de la vida, a manos llenas.”
[3] Cuando alguien me confiesa su resentimiento contra alguien, le digo una serie de tácticas que el Espíritu nos ha enseñado: 1) No hablar mal de esa persona, o ni mal ni bien, para que no se enquiste más en nosotros ese mal sentimiento. 2) Rezar por esa persona todos los días; aunque no nos salga del corazón, aunque no lo sintamos. Lo hago, porque Jesús me dice que ore por los que nos injurian. 3) Pedir al Señor para que nos dé el mismo amor que El tiene a mis enemigos, porque son sus hijos. Tanto como nosotros somos hijos de El.
[4] Al leer esto último me acuerdo de un episodio que supe hace tiempo. En la 2ª Guerra Mundial, cuando los ejércitos soviéticos avanzaba por Alemania, llegó una patrulla rusa a un pueblo alemán y el oficial ordenó a la gente que hospedara en su casa a un soldado o a varios, según la capacidad de la casa. Uno de los soldados fue a casa de una viuda pobre. Esta, en cuanto entró el soldado, se le tiró al cuello y lo cubrió de besos. Le fue quitando la ropa, le preparó agua caliente y le ayudó a lavarse. Le dio ropa limpia, le dio lo mejor que tenía para cenar, le preparó su propia cama con sábanas de lino limpias. A la mañana siguiente le dio un buen desayuno y ya le dio su ropa de soldado: limpia, cosida y planchada, y lo despidió con un beso. El soldado le preguntó que por qué lo trataba así, si era su enemigo. A lo que la señora le respondió que su único hijo estaba luchando en el frente ruso y que esperaba que, si un día entraba en casa de la madre del soldado ruso, esta señora lo tratara en Rusia como ella había tratado al suyo en Alemania.