Domingo III de Pascua (C)

22-4-2007 DOMINGO III DE PASCUA (C)

Hch. 5, 27b-32; Slm. 29; Ap. 5, 11-14; Jn. 21, 1-19
Queridos hermanos:
- Leemos en la última parte del evangelio de este domingo III de Pascua: “Dice Jesús a Simón Pedro: ‘Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?’ Le dice él: ‘Sí, Señor, tú sabes que te quiero.’ Le dice Jesús: ‘Apacienta mis corderos.’ Vuelve a decirle por segunda vez: ‘Simón, hijo de Juan, ¿me amas?’ Le dice él: ‘Sí, Señor, tú sabes que te quiero.’ Le dice Jesús: ‘Apacienta mis ovejas.’ Le dice por tercera vez: ‘Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?’ Se entristeció Pedro de que le preguntase por tercera vez: ‘¿Me quieres?’ y le dijo: ‘Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero.’ Le dice Jesús: ‘Apacienta mis ovejas.’” Fijaros que Jesús pregunta por tres veces a Pedro sobre su amor hacia El. ¿Por qué? Algunos dicen que, como Pedro había negado a Jesús tres veces antes de su muerte, ahora el Señor le dio la oportunidad de reparar aquella triple negación con una triple afirmación.
Las tres preguntas que le hace Jesús a Pedro son distintas, aunque son sobre lo mismo: el amor de Pedro hacia Jesús. En primer lugar pregunta Jesús: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?” Es decir, ¿me amas a mí (Jesús) más que el resto de los discípulos? Pero, además, Pedro ¿me amas más a tu padre y a tu madre, más que a tu mujer e hijos, más que a tus amigos, más que a tus ilusiones y deseos, más que a tus posesiones (casas, dineros, ordenadores, CDs, DVDs, ropa…), títulos (de estudios, en el trabajo, ante los vecinos, ante la sociedad…), aficiones (Fernando Alonso, fútbol, juergas nocturnas y de fin de semana…), miedos, etc.? En segundo lugar pregunta Jesús a Pedro: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas?” Ahora la pregunta no está planteada en términos comparativos. Simplemente Jesús le pregunta si lo ama. O sea, Pedro, ¿me amas por Mí mismo, me amas con Mi origen (pobre y sencillo) y con Mi destino (de pasión, de muerte, de desprecios, de trabajos), en Mi situación, con Mi manera de ser? ¿Me amas a Mí… cuando estoy resucitado, cuando me aplauden, cuando hago milagros? ¿Me amas a Mí… cuando soy insultado, escupido, vapuleado, puesto en ridículo, golpeado, flagelado y asesinado? ¿Me amas a Mí con todas mis circunstancias? ¿Me amas a Mí, simplemente a Mí? En tercer lugar Jesús pregunta a Pedro: “¿Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?” Jesús necesita sentirse, no sólo amado, sino también querido; no sólo querido, sino también amado. Jesús utiliza en el texto original dos palabras distintas (“¿me amas?”, “¿me quieres?”) para expresar la misma realidad: la del amor, pero utiliza los dos términos para abordar el amor desde todas las perspectivas posibles. Jesús pregunta con ansia a Pedro si de verdad le quiere.
A las dos primeras preguntas Pedro responde: “Sí, Señor, tú sabes que te quiero.” Es decir, Pedro le dice a Jesús que sí le quiere más que nadie, y más a nada ni a nadie en este mundo. Además, Pedro le dice que El ya sabe que lo quiere. Cuando Jesús le pregunta, por tercera vez, si Pedro lo quiere, nos narra el evangelio lo siguiente: “Se entristeció Pedro de que le preguntase por tercera vez: ‘¿Me quieres?’ y le dijo: ‘Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero.” Se entristece Pedro de que el Señor le pregunte por tercera vez, porque se le viene a la memoria las tres veces que lo negó, las veces que le falló a lo largo de los tres años que estuvieron juntos. Pero Pedro se mantiene firme y le contesta a Jesús que El lo sabe todo, que El sabe que de verdad lo quiere, y que eso no lo puede cambiar ningún pecado suyo pasado, presente o futuro. ¿Por qué digo lo de “futuro”? Pues porque me acuerdo ahora de la famosa leyenda del “Quo vadis, Domine?” Creo que la conocéis: cuando arreciaba la persecución de Nerón contra los cristianos. Muchos de éstos quisieron salvar a Pedro y le dijeron que se marchara de Roma para protegerse de la muerte. Pedro se dejó convencer y, huyendo de Roma por la famosa vía Apia, reconoció a Jesús que venía en dirección contraria, es decir, para entrar en Roma. Pedro le pregunta a Jesús: “Quo vadis, Domine?” (¿A dónde vas, Señor?) Y Jesús le contesta que va a Roma, a morir de nuevo crucificado, visto que Pedro abandonaba a Su rebaño. Pedro inmediatamente se da la vuelta, y huye de su propia huída, de su propia prudencia, de su propia cobardía y regresa a Roma siendo martirizado a los pocos días.
La vida de Pedro es la nuestra: llena de tantas caídas, cobardías, negaciones, búsquedas de nosotros mismos, egoísmos, iras, soberbia… y a la vez llena de tantas experiencias del amor incondicional de Jesús para con nosotros. Nosotros, como Pedro, hemos tocado el cielo y al Señor con nuestros dedos, y luego hemos embarrado en nuestros propios pecados esos dedos consagrados con el toque de Dios. Nosotros le hemos negado, y a la vez le hemos dicho a Jesús tantas veces que lo queríamos y que le queremos y que le amamos.
- Solamente desde esta experiencia del amor de Pedro hacia Jesús se puede entender lo que hemos escuchado en la primera lectura de este domingo. Dicen Pedro y los apóstoles en la primera lectura que “hay que obedecer a Dios antes que a los hombres”. Sólo quien ama a Dios más que a nada ni a nadie puede obedecer a Dios antes que los hombres o antes que a su propio egoísmo. Nosotros, ¿a quién obedecemos primero, a Dios o a los hombres?..... Yo confieso que obedezco con muchísima frecuencia más a los hombres, a lo que me dice mi egoísmo, mi comodidad, a lo que me dice la sociedad, que a lo que me dice Dios. Entre otras cosas, porque es más cómodo y me produce más beneficios inmediatos obedecer a los hombres que a Dios.
El domingo pasado os hablaba en la homilía de la cobardía que tenemos los cristianos de ahora. Voy a leeros un testimonio de los primeros cristianos. Ellos morían y estaban dispuestos a morir simplemente por no dejar la Misa del domingo, en donde 1) escuchaban la Palabra de su Amado Jesús, en donde 2) comían y bebían el Cuerpo y la Sangre de su Amado Jesús, y en donde 3) se encontraban con otros hermanos que tenían su misma fe: "Victoria, la gloriosa testigo del Señor, dijo al procónsul Anulino: 'He asistido a las reuniones y he celebrado con los hermanos la Eucaristía dominical porque soy cristiana...' El procónsul dijo a Saturnino: 'Has actuado contra las prescripcio­nes de los emperadores y de los césares reuniendo a todas estas personas.' Y el presbítero Saturnino, inspirado por el Espíritu del Señor, respondió: 'Hemos celebrado la Eucaristía dominical sin preocuparnos para nada de ellos.' El procónsul preguntó: '¿Por qué?' Respondió: 'Porque la Eucaristía dominical no se puede dejar.' Volviéndose después a Emérito, el procónsul preguntó: '¿En tu casa ha habido reuniones contra el decreto de los emperado­res?' Emérito, lleno del Espíritu Santo, dijo: 'En mi casa hemos celebrado la Eucaristía dominical'. Y el procónsul le dijo: '¿Por qué les han permitido entrar?' Replicó: 'Porque son mis hermanos y no podría impedírselo.' Entonces respondió el procónsul: '¡Tú tenías el deber de impedírselo!' Y Emérito dijo: 'No habría podido porque nosotros, los cristianos, no podemos estar sin la Eucaristía dominical...' A Félix el procónsul le dijo así: 'No nos digas si eres cristiano. Solamente responde si has participado en las reunio­nes.' Pero Félix respondió: '¡Como si el cristiano pudiera exis­tir sin la Eucaristía dominical o la Eucaristía dominical pudiese existir sin el cristiano! ¿No sabes que el cristiano encuentra su fundamento en la Eucaristía dominical y la Eucaristía domini­cal en el cristiano, de tal manera que uno no puede subsistir sin el otro? Cuando escuches el nombre de cristiano, debes saber que él se reúne con los hermanos ante el Señor y cuando escuchas hablar de reuniones, debes de reconocer en ellas el nombre de cristiano... Nosotros hemos celebrado las reuniones con toda la solemnidad y siempre nos hemos reunido para la Eucaristía domini­cal y para leer las escrituras del Señor."