Domingo XIII del Tiempo Ordinario (C)

1-7-2007 DOMINGO XIII TIEMPO ORDINARIO (C)
1 Re. 19, 16b.19-21; Slm. 15; Gal. 5, 1. 13-18; Lc. 9, 51-62

Queridos hermanos:
¿Qué es la libertad? ¿Hacer lo que quiera en cualquier momento sin tener ninguna cortapisa de nada ni de nadie? ¿Cuándo es uno libre? ¿Es libre una persona que tiene que entrar a trabajar a las 8 de la mañana, que sale a las 2 de la tarde, que se reincorpora al trabajo a las 4 hasta las 8 ó 9 de la tarde? ¿Es libre una persona que tiene dos hijos y ha de atenderlos por la noche y por el día? ¿Es libre una persona casada y que ha de estar volcada hacia su marido o mujer? ¿Es libre una persona enferma y postrada en cama?
El tema de la libertad humana es un tema complicado, del que se han escrito ríos y ríos de tinta, y que no podemos agotar en el espacio de una homilía.
- ¿Cómo se ha de entender la libertad en cristiano? El Señor nos deja a los hombres y a los cristianos en libertad. Libertad para el bien. Libertad para el mal. Libertad para seguirle. Libertad para no seguirle. Y, cuanto más libres nos deja Dios, la realidad es que más nos sometemos a El (hablo de las personas maduras en la fe). Tenemos como ejemplo de esto último la actuación de Eliseo, tal y como se nos narra en la primera lectura:
El profeta Elías le echa el manto. Aparentemente es un acto sin mayor transcendencia, pero Eliseo capta que, mediante este acto, el Señor lo llama para sí. Veamos la respuesta de Eliseo: * Deja los bueyes y corre tras Elías, es decir, Eliseo responde a la llamada de modo inmediato. * Eliseo pide permiso al profeta para despedirse de sus padres, lo cual nos indica en él una persona sensible y cariñosa con sus padres. Eliseo quiere explicarles a dónde se va, con quién y por qué. * Pero su intención, al ir hasta sus padres, es regresar con Elías y seguirle (“luego vuelvo y te sigo”), porque, siguiéndole a él, seguirá a Dios, su Señor. * Elías y el Señor nos deja en libertad: “Ve y vuelve; ¿quién te lo impide?”, le dice el profeta. Dios nos llama al sacerdocio, a la vida religiosa, al matrimonio, a la soltería, a la santidad, al apostolado…, y no nos impide hacer nuestra voluntad, aunque vaya en contra de la suya. ¿Quién da más libertad, quién respeta más… que Dios, nuestro Señor? * Ante tanta confianza y respeto, según nos dice la primera lectura, Eliseo cogió la yunta de bueyes (de la que vivía y que era su posesión) y la sacrifica, lo ofrece a Dios. También S. Antonio de Egipto se desprendió de todos sus bienes para dedicarse sólo a Dios[1]. Eliseo cogió la carne de los bueyes y dio de comer a la gente. El sacrificio y la renuncia en libertad de un cristiano no debe servir para que crezca nuestro ego y nuestra soberbia, sino y sobre todo para que sirva para los demás y para una mejor y mayor entrega a Dios. Después de haberse desprendido de sus tesoros, de haberlos donado a los demás y de hacer todo esto por Dios, es cuando Eliseo puede levantarse, ir tras el profeta y ponerse a su servicio. Y todo esto en libertad; libertad de un día, libertad de todos y cada uno de los días. Cada día Eliseo y nosotros, para vivir en libertad y en entrega a Dios, no nos agarraremos a lo que encontramos por el camino, daremos todo a los que nos rodean, nos volveremos a Dios y nos pondremos a su servicio.
- Sigamos profundizando en la libertad. Nos dice S. Pablo en la carta a los Gálatas: “Para vivir en libertad, Cristo nos ha liberado. Por tanto, manteneos firmes, y no os sometáis de nuevo al yugo de la esclavitud. Hermanos, vuestra vocación es la libertad: no una libertad para que se aproveche la carne; al contrario, sed esclavos unos de otros por amor.”
De este texto se desprenden varios puntos: * Existe una libertad buena y una libertad mala. La libertad mala es aquella en la que la “carne”, lo material se aprovecha: libertad para gastar lo que uno quiere; libertad para vivir egoístamente; libertad vivir en la pereza y que los demás me hagan las cosas; libertad para exigir derechos y no hacer deberes; libertad para recibir, pero no para dar… La libertad buena es la que sólo Jesús nos otorga; es El quien nos ha liberado. Por tanto, la libertad auténtica es un don y un regalo de Dios. * Se habla en este texto a los Gálatas de la esclavitud, pero también aquí hay una esclavitud buena y una esclavitud mala. Cuando S. Pablo nos dice que no nos sometamos más al yugo de la esclavitud, se está refiriendo al yugo de la esclavitud mala, haciendo uso de la libertad mala: de hacer lo que quiero, cuando quiero y como quiero, incluso de espaldas a Dios y a los demás. Cuando un poco más adelante dice que S. Pablo que seamos esclavos unos de otros por amor, en este caso ya se está refiriendo a la libertad buena, es decir, aquella que me construye como persona, que me humaniza, que me “cristianiza”, que me diviniza, porque pierdo de mí y de lo mío para ser de Dios y de los demás, y todo esto por amor a Dios y a los demás. La libertad mala y la esclavitud mala tienen como origen y meta el egoísmo puro y duro. La libertad buena y la esclavitud buena tienen como origen y meta el amor, el amor que procede de Dios y que tiende a Dios. S. Agustín entendió perfectamente esto y, por eso, dijo aquella frase suya tan famosa: “Ama, y haz lo que quieras”, porque, uno que ama y que ama de verdad y según Dios, sólo puede hacer el bien y nunca el mal.
- ¿Cuáles son los frutos de la libertad buena y de la esclavitud buena? Nos habla de ello el salmo 15 que acabamos de proclamar: * Hay frutos de alabanza hacia Dios y de confianza en El: “Yo digo al Señor: ‘Tú eres mi bien.’ El Señor es el lote de mi heredad y mi copa; mi suerte está en tu mano. Bendeciré al Señor, que me aconseja, hasta de noche me instruye internamente.” * Hay frutos de gozo, de serenidad, de paz (paz con Dios, paz con los demás, paz con la creación entera, paz con uno mismo) y de sanación: “Por eso se me alegra el corazón, se gozan mis entrañas, y mi carne descansa serena […] Me enseñarás el sendero de la vida, me saciarás de gozo en tu presencia, de alegría perpetua a tu derecha.”
[1] Recuerdo ahora la historia de Hernán Cortés que, al llegar a Méjico para su conquista, quemó todos sus barcos a fin de que nadie sintiera la tentación de volver atrás. ¡Cuántas veces hemos de quemar nuestras posesiones, tesoros, seguridades… para no sentir la tentación de volver a lo nuestro, a lo seguro!