Domingo XXVII del Tiempo Ordinario (C)

7-10-2007 DOMINGO XXVII TIEMPO ORDINARIO (C)
Hab. 1, 2-3; 2, 2-4; Slm. 94; 2 Tim. 1, 6-8.13-14; Lc. 17, 5-10
Queridos hermanos:
- En las lecturas de hoy escuchamos el salmo 94, que es el salmo con el que siempre se abre la liturgia de las horas que recita la Iglesia a diario. Voy a fijarme hoy concretamente en las siguientes palabras del salmo: “Ojalá escuchéis hoy su voz: ‘No endurezcáis el corazón como en Meribá, como el día de Masá en el desierto; cuando vuestros padres me pusieron a prueba y me tentaron, aunque habían visto mis obras.’”
¿Qué es eso de Meribá y de Masá? Se nos cuenta en el libro del Éxodo, del Antiguo Testamento, que Dios liberó por medio de Moisés a los israelitas de la esclavitud de Egipto. Salieron los israelitas de este país por entre las aguas del mar Rojo (Éxodo capítulo 14); enseguida el Señor los alimentó con el maná y con codornices sin fin (Éxodo capítulo 16), pero, a pesar de haber visto tantos regalos y milagros de Dios, los israelitas protestaron pronto contra Dios. Efectivamente, en el capítulo 17 del Éxodo se nos cuenta el episodio de la fuente Meribá y de Masá. Leo el texto: “Cuando acamparon en Refidím, el pueblo no tenía agua para beber. Entonces acusaron a Moisés y le dijeron: ‘Danos agua para que podamos beber’ […] El pueblo, torturado por la sed, protestó contra Moisés diciendo: ‘¿Para qué nos hiciste salir de Egipto? ¿Sólo para hacernos morir de sed, junto con nuestros hijos y nuestro ganado?’ Moisés pidió auxilio al Señor […] El Señor respondió a Moisés: ‘Pasa delante del pueblo, acompañado de algunos ancianos de Israel, y lleva en tu mano el bastón con que golpeaste las aguas del Nilo […] Tú golpearás la roca, y de ella brotará agua para que beba el pueblo’. Así lo hizo Moisés, a la vista de los ancianos de Israel. Aquel lugar recibió el nombre de Masá –que significa ‘Provocación’– y de Meribá –que significa ‘Querella’– a causa de la acusación de los israelitas, y porque ellos provocaron al Señor, diciendo: ‘¿El Señor está realmente entre nosotros, o no?’” (Ex. 17, 1-7).
El pueblo de Israel provocó y se querelló contra Dios, a pesar de todo lo que le habían visto hacer en los días anteriores. Dios les había mostrado su amor liberándoles de esclavitud, de muerte, de duros trabajos. Dios les había mostrado su amor dándoles de comer maná y codornices. Dios les iba a mostrar su amor dándoles agua para calmar su sed en el desierto, pero antes de que pudiera hacerlo, los israelitas protestaron: provocaron (Masá) a Dios y se querellaron (Meribá) contra El como si fuese cualquier vecino de acera o cualquier vecino de piso. A pesar de todo el amor de Dios manifestado a los israelitas, estos endurecieron su corazón contra Dios. Por eso el salmo 94 nos advierte hoy: “Ojalá escuchéis hoy su voz: ‘No endurezcáis el corazón como en Meribá, como el día de Masá en el desierto.” Nosotros somos en muchas ocasiones como los israelitas, y endurecemos el corazón rápida y fácilmente:
* Endurece el corazón el hombre contra Dios cuando no quiere saber nada de El y le protesta y le grita y le echa cosas y acontecimientos en cara.
* Endurece el corazón el hombre contra Dios cuando le da la espalda de hecho y hace su vida sin tenerlo en cuenta. Así, este hombre de corazón duro y endurecido abandona la lectura de la Palabra de Dios, los sacramentos, la comunidad eclesial…
* Endurece también el corazón cuando un marido no hace caso a su mujer por la enfermedad crónica de ésta, y la llama loca.
* Endurece el corazón un conductor en el coche cuando vocifera y hace valer su derecho y su preferencia sobre los demás.
* Endurece el corazón el hombre contra sus hermanos y familiares cuando en el reparto de la herencia quiere apropiarse de lo que le corresponde… y de lo que no le corresponde.
* Endurece el corazón en el tribunal eclesiástico el marido contra la mujer, y la mujer contra el marido cuando sueltan por aquella boca todo el resentimiento que llevan.
* Endurece el hombre su corazón cuando no acoge al otro o cuando lo juzga o cuando murmura contra él o cuando lo rechaza o cuando se burla de él.
Al cabo del día endurecemos nuestro corazón contra Dios o contra los hombres en varias ocasiones. Si nos examinamos detenidamente, comprenderemos la verdad de lo que se dice en la Palabra de Dios y en los ejemplos anteriores. Seguro que, de una forma u otra, nos hemos visto reflejados.
¿Qué solución queda ante esto? Pienso que la solución es orar al Señor, el cual, a través del profeta Ezequiel, nos dice: “Os daré un corazón nuevo y os infundiré un espíritu nuevo; os arrancaré el corazón de piedra y os daré un corazón de carne” (Ez. 36 25). ¡¡¡Sí, Señor, arráncanos nuestro corazón de piedra, nuestro corazón endurecido y danos un corazón de carne para relacionarnos contigo y con los demás!!!
- ¿Cómo y cuándo sé yo que mi corazón de piedra y endurecido se va transformando en un corazón de carne? Las lecturas de hoy nos dan algunas claves para percibir este cambio y transformación:
* “El justo vivirá por su fe”. Mi corazón se ablanda y se vuelve más de carne cuando vivo de la fe en Cristo Jesús, el cual pasa a ser poco a poco el centro de mi vida y de mi pensamiento (lectura del profeta Habacuc).
* “No te avergüences de dar testimonio de mi Señor.” Mi corazón se ablanda y se vuelve más de carne cuando no me avergüenzo de dar testimonio ante el mundo y ante los hombres de mi condición de creyente, de cristiano y de miembro activo de la Iglesia católica (lectura de S. Pablo a Timoteo).
* Mi corazón se ablanda y se vuelve más de carne cuando tomo parte sin temor alguno “en los duros trabajos del Evangelio, según la fuerza de Dios” (lectura de S. Pablo a Timoteo).
* “Guarda este precioso depósito con la ayuda del Espíritu Santo que habita en nosotros.” Mi corazón se ablanda y se vuelve más de carne cuando guarda las palabras del Señor, sus enseñanzas y su modo de comportarse como algo precioso y digno de amar (lectura de S. Pablo a Timoteo).
* “Auméntanos la fe.” Mi corazón se ablanda y se vuelve más de carne cuando se ve uno necesitado de mendigar al Señor más fe y uno pide que se la aumente (evangelio).* Mi corazón se ablanda y se vuelve más de carne cuando, siendo dóciles al Señor y a su Santo Espíritu, uno clama: “Somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer” (evangelio).