Domingo I de Cuaresma (A)

10-2-08 DOMINGO I CUARESMA (A)

Gn. 2, 7-9; 3, 1-7; Slm. 50; Rm. 5, 12-19; Mt. 4, 1-11


Queridos hermanos:
Pensaba predicar en la homilía de hoy el examen de conciencia, como hago otros años. Así revisaríamos nuestra vida a fin de prepararnos para una buena y necesaria confesión de nuestros pecados, pero, al leer las lecturas de hoy y como estuve el fin de semana pasado predicando unos ejercicios espirituales sobre el Padre Nuestro, voy a predicaros hoy parte de una charla que impartí allí: “no nos dejes caer en la tentación.” Dejaré el examen de conciencia para otro domingo de Cuaresma.
Esta petición del Padre Nuestro llega a la raíz de la petición anterior (“perdónanos nuestras ofensas, como nosotros perdonamos a los que nos ofenden”), porque nuestros pecados son los frutos del consentimiento a la tentación. Pedimos a nuestro Padre que no nos “deje caer” en ella. Hemos de saber que “Dios ni es tentado por el mal[1] ni tienta a nadie” (St. 1, 13); al contrario, quiere librarnos del mal. Dios educa, nos educa con su maravillosa pedagogía a fin de hacer surgir, crecer, fortalecer y desarrollar las virtudes: fe, esperanza, caridad, alegría, humildad, abnegación, constancia, austeridad, servicio… Con esta petición pedimos a Dios que no nos deje tomar el camino que conduce al pecado, pues estamos empeñados en el combate “entre la carne y el Espíritu”. Hay cuatro cosas que hemos de tener en cuenta al profundizar en este tema:
1) La importancia del discernimiento de espíritus para saber distinguir entre el mal y el bien, entre Dios y Satanás. Esta petición implora el Espíritu de discernimiento y de fuerza. Os voy a dar dos criterios muy importantes a la hora de discernir: el primero está contenido en el texto de los Gálatas (Gal. 5, 19-23); el segundo es la Iglesia por medio, por ejemplo, del director espiritual.
2) El Espíritu Santo nos hace discernir entre la prueba y la tentación. La primera es necesaria para el crecimiento del hombre interior (Hch. 14, 22 [“tenemos que pasar muchas tribulaciones para poder entrar en el Reino de Dios”]; 2 Tm. 3, 12 [“todos los que quieran llevar una vida digna de Jesucristo, sufrirán persecuciones”]) en orden a una “virtud probada” (Rm. 5, 3-5[2]). Sin embargo, la tentación conduce al pecado y a la muerte (cf. St. 1, 14-15).
3) También debemos distinguir entre “ser tentado” y “consentir” en la tentación. En efecto, el discernimiento desenmascara la mentira de la tentación: aparentemente su objeto es “bueno, seductor a la vista, deseable” (Gn. 3, 6), mientras que, en realidad, su fruto es la muerte.
4) Asimismo el Espíritu nos ayuda en el discernimiento y nos advierte para que nunca dialoguemos con Satanás. El es el príncipe de la mentira, como le llama Jesús (Jn. 8, 44). El gran error de Eva fue el dialogar con la serpiente. Satanás es más listo que nosotros. Veamos los diálogos de Eva y Satanás, y el de Jesús y Satanás, y los compararemos:
a) Eva y Satanás. “La serpiente era el más astuto de todos los animales del campo que el Señor Dios había hecho, y dijo a la mujer: ‘¿Así que Dios les ordenó que no comieran de ningún árbol del jardín?’. La mujer le respondió: ‘Podemos comer los frutos de todos los árboles del jardín. Pero respecto del árbol que está en medio del jardín, Dios nos ha dicho: «No coman de él ni lo toquen, porque de lo contrario quedarán sujetos a la muerte»’. La serpiente dijo a la mujer: ‘No, no morirán. Dios sabe muy bien que cuando ustedes coman de ese árbol, se les abrirán los ojos y serán como dioses, conocedores del bien y del mal’. Cuando la mujer vio que el árbol era apetitoso para comer, agradable a la vista y deseable para adquirir discernimiento, tomó de su fruto y comió; luego se lo dio a su marido, que estaba con ella, y él también comió. Entonces se abrieron los ojos de los dos y descubrieron que estaban desnudos” (Gn. 3, 1-7). En este relato vemos que es Satanás quien inicia el diálogo, vemos que es él quien conduce la conversación. Satanás empieza con la mentira y la sospecha hacia Dios (Dios les dijo que no comieran de ningún árbol), y Eva se deja envolver y va al terreno que Satanás la lleva, es decir, quería que se fijara en ese árbol concreto. Vemos cómo Satanás mete cizaña a Eva contra Dios y le hace sospechar de Dios. Lo deja por mentiroso. Y es que Satanás dice medias verdades: “se les abrirán los ojos”, pero acompañadas de mentiras: “serán como dioses, conocedores del bien y del mal”. Los ojos de Eva quedan empañados por la codicia, por la soberbia, por la envidia, por la desobediencia, y ve el árbol con unos ojos nuevos; ve algo apetitoso y agradable, no porque sea “apetitoso y agradable”, sino porque lo ve así inducida por Satanás, pues antes no había reparado en el árbol. Eva coge del fruto, come y hace a los demás partícipes de ese fruto. Lo mismo que el bien es contagioso, también lo es el mal. Efectivamente, a Adán y a Eva se les abren los ojos, pero… no son como dioses. Simplemente están desnudos. Han sido desvestidos de su inocencia, de su confianza en Dios, de su paz, de su aceptación de la vida tal y como Dios les ha regalado y… lo que ven… no les gusta nada y les queda un regusto amargo. El “compañero”, la serpiente-diablo que les indujo al pecado y a la desobediencia… ahora les deja solos. Adán se distancia de Eva: “la mujer que me diste por compañera me ofreció el fruto del árbol y comí” (Gn. 3, 12). Eva se distancia de Adán: “desearás a tu marido, y él te dominará (Gn. 3, 16).
b) Jesús y Satanás. “Entonces Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto, para ser tentado por el demonio. Después de ayunar cuarenta días con sus cuarenta noches, sintió hambre. Y el tentador, acercándose, le dijo: ‘Si tú eres Hijo de Dios, manda que estas piedras se conviertan en panes’. Jesús le respondió: ‘Está escrito: El hombre no vive solamente de pan, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios’. Luego el demonio llevó a Jesús a la Ciudad santa y lo puso en la parte más alta del Templo, diciéndole: ‘Si tú eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito: Dios dará órdenes a sus ángeles, y ellos te llevarán en sus manos para que tu pie no tropiece con ninguna piedra’. Jesús le respondió: ‘También está escrito: No tentarás al Señor, tu Dios’. El demonio lo llevó luego a una montaña muy alta; desde allí le hizo ver todos los reinos del mundo con todo su esplendor, y le dijo: ‘Te daré todo esto, si te postras para adorarme’. Jesús le respondió: ‘Retírate, Satanás, porque está escrito: Adorarás al Señor, tu Dios, y a él solo rendirás culto’. Entonces el demonio lo dejó, y unos ángeles se acercaron para servirlo” (Mt. 4, 1-11). Satanás toma también la iniciativa para dialogar con Jesús, pero Jesús no se deja envolver. Jesús se agarra a Dios y a su Palabra. Satanás le ofrece riquezas, fama, pan y cosas materiales, pero Jesús se agarra siempre al Padre y a su Palabra. Satanás intenta también tentar a Jesús con la Palabra de Dios (sí, Satanás no tiene reparo en usar lo sagrado para sus fines), pero Jesús se sigue aferrando a la Palabra y ordena a Satanás que se vaya, y éste se va. ¿Por qué? ¿Por qué Satanás obedece a Jesús? Porque es más grande Dios que Satanás, porque es más grande el hombre (cuando está con Dios) que Satanás. Al final, unos ángeles sirvieron a Jesús, porque después de cada lucha con Satanás quedamos con más paz, con más alegría, con más fe, con más firmeza en nuestra fe, y estos frutos son los que los ángeles nos traen y nos sirven.
[1] Lo que le sucede a Jesús en Getsemaní –es tentado por Satanás-, le acontece en cuanto hombre que es y no en cuanto Dios.
[2] “Hasta de las tribulaciones nos sentimos orgullosos, sabiendo que la tribulación produce paciencia; la paciencia produce virtud sólida, y la virtud sólida, esperanza. Una esperanza que no engaña porque, al darnos el Espíritu Santo, Dios ha derramado su amor en nuestros corazones.”