Domingo III de Cuaresma (A)

24-2-08 DOMINGO III CUARESMA (A)

Ex. 17, 3-7; Slm. 94; Rm. 5, 1-2. 5-8; Jn. 4, 5-42



Queridos hermanos:
En este tercer domingo la Iglesia nos propone el evangelio de la samaritana. Algunos de vosotros leéis las lecturas antes de venir a la Misa para que no os sean de todo desconocidas cuando llegáis aquí. Incluso algunos de vosotros hacéis la oración del día sobre el evangelio de la Misa. Cuando uno lee las lecturas de la Misa, ha de tratar de extraer algunas conclusiones para su vida personal, para su vida de fe. Hoy voy a tratar de ayudaros un poco en este sentido. En el evangelio de hoy hay dos personajes fundamentales: Cristo y la Samaritana.
a) La Samaritana. Vamos a fijarnos en la actitud de esta mujer ante Cristo, pues ella es un espejo de lo que nosotros hacemos muchas veces con Dios. La samaritana tiene una actitud de escape, de huida de Cristo. Ella no quiere enfrentarse con su problema personal y moral. Por eso, cada vez que el Señor intenta centrarla en su problema, esta mujer responde con evasivas, presentando a su vez problemas de todo tipo: políticos, litúrgicos, prácticos, etc.
1) Así, cuando Cristo le dice una cosa tan clara y tan directa como es la petición “dame de beber”, esta mujer no accede ni rechaza: no dice “sí” o “no”, sino que presenta a Jesús de pronto un problema político: “¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?” Por cuestiones históricas, los judíos despreciaban y no se trataban con los samaritanos ni viceversa. Esto es lo mismo que sucede hoy día: los de Oviedo no pueden ver a los de Gijón y viceversa, los de Lugones no pueden ver a los de Pola de Siero y viceversa, los chinos no puede ver a los japoneses y viceversa, los del PP no pueden ver a los del PSOE y viceversa. Mis primeras parroquias estaban situadas en el concejo de Taramundi. Tenía 4 parroquias, y los de la parroquia de Bres no podían ver a los de Taramundi y viceversa. Si unos iban a un funeral en la otra parroquia, no echaban nada al cesto de las limosnas para no beneficiarlos, y lo mismo hacían los otros. En definitiva, Jesús se salta los localismos tontos que tenemos al hablar de persona (Jesús) a persona (Samaritana), pero esta mujer se empeñaba en seguir levantando esa pared política. “¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?”
2) Luego Jesús cambia de táctica y le ofrece a la Samaritana de beber de un agua que le hará no tener nunca más sed: “Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, le pedirías tú, y él te daría agua viva.” Tampoco esta vez la mujer acepta o niega, sino que ‘se escapa’ de nuevo y responde a Jesús con un problema práctico y, además, con ironía: “No tienes con qué sacarla, y el pozo es hondo. ¿Eres tú más que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo, y de él bebieron él y sus hijos y sus ganados?
3) Cuando Cristo, al fin, se presenta ante ella como el Mesías, la mujer, en vez de reaccionar ante este hecho, se escapa una vez más proponiendo una dificultad de tipo litúrgico: “Nuestros padres adoraron en este monte, y vosotros (los judíos) decís que es en Jerusalén donde se debe adorar”.
Todo son dificultades y preguntas. Todo son escapatorias y dilaciones. Todo es suscitar problemas que no tocan para nada el meollo del asunto, de su asunto personal.
¿Es ésta nuestra actitud con el Señor? ¿Intentamos también nosotros oscurecer con problemas teóricos el insoslayable problema de nuestra vida personal? ¿Estamos pretendiendo arreglar el mundo sin arreglarnos antes a nosotros mismos? Decimos que queremos y exigimos la verdad: En las estructuras, en las instituciones, en los demás…, pero nos negamos a enfrentarnos honradamente con nuestra verdad, con nuestro problema. Y muchas veces estamos huyendo, volcados hacia fuera, para no vernos obligados a entrar en el fondo de nuestra actitud de escape. La respuesta de Cristo es fulminante. Jesús entra directamente en el problema personal de la Samaritana: “Llama a tu marido”. Y cuando, al fin, la mujer confiesa su situación, le responde Jesús: “Ahora estás diciendo la verdad” (Jn. 4, 18). Ahora dice la verdad; no antes, cuando pretendía escaparse con sus preguntas dilatorias y con sus problemas teóricos. Ahora la Samaritana está ya tocando su verdad. Su auténtico problema personal. Por eso, esta mujer, cuando vaya al pueblo e invite a sus vecinos para que se encuentren con Cristo, no les dice: “Venid a ver a este hombre que me ha resuelto el problema de dónde se debe adorar a Dios”, o ”el problema de la relación entre judíos y samaritanos”. Les dice sencillamente: “Venid a ver a este hombre que me ha dicho lo que yo he hecho”.
Vamos a pedirle a Cristo que nos trate igual que a la Samaritana: Que entre directamente en nuestra vida, en nuestro problema, y que nos haga entrar a nosotros, y enfrentarnos valientemente con nuestra verdad.
b) Cristo. La verdad es que leyendo este evangelio (y otros) uno no puede por menos de enamorarse de Jesús.
1) Vemos cómo El, con sencillez, dice a la Samaritana:
“Dame de beber.” Jesús tiene una necesidad física y pide ayuda a otra persona sin mirar si es un hombre o una mujer, si es una judía o una samaritana, si es una pecadora “arrejuntada” con un hombre o si es una mujer casada con todas las de la ley.
2) Enseguida Jesús se olvida de su propia sed física y ve en el interior de la Samaritana la necesidad y la sed interior que ésta tenía. Por eso le dice: “Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, le pedirías tú, y él te daría agua viva.” Y añade Jesús: “El que bebe de esta agua (física) vuelve a tener sed; pero el que beba del agua que yo le daré nunca más tendrá sed: el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna.”
En el mundo hay otras aguas que nos apagan la sed momentáneamente, que nos pare­cen muy apetecibles, pero siempre con ellas la sed vuelve más abrasadora. Sin embargo, el agua que nos da Jesús es un agua que calma nuestras ansias más profundas, es un agua que nos descu­bre otro mundo. Jesús es la auténtica agua, que nos hace más humanos, más humildes, más sencillos, más comprensivos. Sin Jesús nuestra vida no tiene sentido alguno. Pero esta agua no es algo que pueda quedarse dentro de nosotros sin salir al exterior. Jesús nunca es algo inti­mista. Mirad a la Samaritana cómo en seguida ha de anunciar a los de su pueblo aquello que ha vislumbrado. Lo dice de una manera muy tosca, pero dice que hay algo maravilloso: "La mujer dejó el cántaro, se fue al pueblo y dijo a la gente: Venid a ver a un hombre que ha adivinado todo lo que he hecho; ¿será tal vez el Mesías" (Jn. 4, 29).
Termino con unas palabras de una persona que, como la Samaritana, se encontró con Jesús. Jesús le ofreció AGUA VIVA y esta persona bebió, y entonces escribió: He encontrado el Amor de mi alma. ¡Cuarenta y tres años buscando el amor de mi alma! He cogido trenes, he viajado en avión, largos recorridos a pie y muchas distancias en autobús por todo el mundo buscando el Amor de mi alma. He visitado catedrales, y pequeños templos, me he perdido en la ciudad, y me he pateado muchos pueblos, buscando el Amor de mi alma. He preguntado a muchos sacerdotes, psicólogos, médicos, maestros, niños y mayores, religiosos… por el Amor de mi alma, pero ninguno me supo dar respuesta de ello. He abrazado muchos amores, pero no el Amor de mi alma. Aquellos siempre me han dejado el vacío y la angustia de no encontrar en ellos el Amor de mi alma. He pasado noches largas, días de fatiga, tardes tormentosas, temperaturas casi de desierto anhelando el Amor de mi alma. Guerra contra el mal, golpes de contrarios, infidelidades por equivocaciones y engaños buscando el Amor de mi alma. Preguntándome cada día: ¿Pero dónde está el Amor de mi alma? Angustia, soledad, ario y calor, cansancio, hambre, dolores físicos, psicológicos y morales, a ver si sentía el Amor de mi alma. Ni en el verde del campo, ni en la aridez del desierto, ni en la fuente tranquila ni en el mar revoltoso estaba el Amor de mi alma. He recibido el trato de tonta, idiota, retrograda, pasada de moda, infantil, rezandera… Todo esto y mucho más por esperar escuchar el Amor de mi alma. ¿Cómo lo encuentran los que lo hallan? ¡He encontrado el Amor de mi alma! Alguien que ya lo había encontrado y disfrutaba de Él, me dijo dónde lo debía de buscar. ‘–Búscalo dentro de ti, ahí encontrarás el Amor de tu alma. Lleva cuarenta y tres años contigo.’ Así fue, me despojé de todo lo que no me dejaba ver ni sentir el Amor de mi alma, y lo encontré; Él me ha acompañado todos los días de mi vida. ¡Esto hace el Amor de mi alma! ¡Qué bien me siento con el Amor de mi alma! No hay otro igual que Él. Cuando lo encontré me abracé a sus pies y mi corazón gemía de alegría, y mis ojos derramaban lágrimas de gozo; y el Amor de mi alma era tan grande que yo sólo alcanzaba a sus pies. Entendí por qué ardía mi corazón: Pues… ¡por el Amor de mi alma! Ahora mi corazón sigue ardiendo, porque está en mí y me abrasa el Amor de mi alma. Cuando no sabía que el Amor de mi alma estaba conmigo, él calentaba mi corazón sin yo darme cuenta, pero ahora no sólo lo calienta, sino que lo abrasa.

¡Así es el amor de mi alma!