Domingo X del Tiempo Ordinario (A)

8-6-08 DOMINGO X TIEMPO ORDINARIO (A)
Os. 6, 3b-6; Slm. 49; Rm. 4, 18-25; Mt. 9, 9-13



Queridos hermanos:
- Veamos algunos aspectos de la fe de Abraham. En un primer momento Dios le había dicho a Abrahán que saliera de Ur, de su tierra de siempre y en donde tenía posesiones, familia y amigos, pues Dios le iba a dar una tierra para él. (¿Qué hubiéramos hecho nosotros ante esta propuesta divina? Ya conocéis el refrán: más vale pájaro en mano que ciento volando); pero Abraham obedeció a Dios y salió de lo conocido, de sus seguridades y salió sin saber a dónde iba. Sí, él se fió de Dios y de su promesa. Y lo hizo, no a los 20 años, sino que lo hizo con más 80 años. Hay una pregunta que me hago en muchas ocasiones desde que era seminarista, en este caso y en otros: ¿Qué sabemos de los que se quedaron en Ur de los caldeos, la tierra que vio nacer a Abraham? Nada, no sabemos nada. Pero lo más importante es ¿qué sabe Dios de ellos? Quien sigue la voluntad de Dios permanece; quien no la sigue, ¿dónde está? ¿Cómo está?
Hubo otra prueba de fe que Dios pidió a Abraham y que se nos narra en la segunda lectura: Abraham, apoyado en la esperanza, creyó, contra toda esperanza, que llegaría a ser padre de muchas naciones, según lo que se le había dicho: Así será tu descendencia. No vaciló en la fe, aun dándose cuenta de que su cuerpo estaba medio muerto -tenía unos cien años-, y estéril el seno de Sara. Ante la promesa no fue incrédulo, sino que se hizo fuerte en la fe, dando con ello gloria a Dios, al persuadirse de que Dios es capaz de hacer lo que promete.” Sí, cuando se le dijo a Abraham que iba a tener hijos (él con 100 años y su mujer más de 70 años), Abraham se lo creyó, aunque sin entender nada. ¿Por qué Dios no le había dado hijos cuando ambos eran más jóvenes? ¿Por qué hacer las cosas tan difíciles? Por su fe Abraham engendró vida desde la vejez y desde la esterilidad, y de él salió una prole numerosa: los israelitas, Jesús y nosotros. Nosotros somos del linaje de Abraham en la fe. Y es que la fe implica saltar al vacío en alguna ocasión… o constantemente. ¿Quién de nosotros se hubiera fiado de la promesa de Dios en las circunstancias de Abraham? ¿Quién de nosotros se hubiera fiado de recibir una tierra que no tenía en mano y para ello debía de dejar otra que tenía? ¿Quién de nosotros se hubiera fiado de ser padre a la edad de 100 años y con una mujer vieja y estéril?
A la muerte de Abraham, ¿Dios había cumplido sus promesas? Una de ellas sí que la había cumplido: tenía un solo hijo, Isaac, pero que en aquel mundo de violencia podía ser asesinado en cualquier momento. Mas Abraham no tenía al morir la tierra que le había prometido Dios. ¿Qué linaje y qué tierra era esa que no tenía Abraham a su muerte y que pasarían muchos años hasta que se lograra? Pero la Palabra nos dice bien claramente que Abraham “se fió del que se lo había prometido”.
Hace unos días una persona, que pasaba por unas pruebas muy duras, en donde todos los planes de su vida, de su familia, trabajo, casa, etc. se iban derrumbando me decía con lágrimas en los ojos: “Una fe sin obras está muerta, como dice el apóstol Santiago. Pero, ¿cuáles son las obras de la fe? No son las buenas obras (limosnas, sacrificios, etc.) las obras de la fe. Estas obras de la fe son: ‘sal de tu tierra…’, ‘ofrece tu hijo en sacrificio…’.” ¿Tengo yo una fe como para hacer esto, o como para que Dios haga esto en mí?
- En la primera lectura y en el evangelio se nos dice que el Señor quiere más nuestra misericordia que nuestros sacrificios. No se refiere aquí a los sacrificios que podemos hacer de ayunar o de privarnos de tabaco, café, TV, o de rezar el rosario de rodillas. Se está aludiendo a que los israelitas sacrificaban a Dios en el templo vacas, ovejas y otros animales, y por ello ya creían que tenían todo logrado ante Dios. Por eso, el profeta Oseas les dice de parte de Dios: “Quiero misericordia, y no sacrificios.” Y sus palabras son citadas por Jesús en el evangelio de hoy: “Andad, aprended lo que significa ‘misericordia quiero y no sacrificios’: que no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores.”
¿Qué quiere decir misericordia? Trataré de explicároslo con un cuento. Se titula el cuento de la vieja y la cebolla. Había una vez una vieja muy tacaña y de mal genio; tenía una huerta en la que cultivaba sus hortalizas y frutas. No compartía nada con nadie y vigilaba con mucha atención la huerta para que no le cogieran nada, ni siquiera los pájaros. Nunca daba o regalaba nada. Resultó que un día murió la vieja y fue derecha al infierno. Su ángel de la guarda quiso sacarla de allí y habló con S. Pedro para lograrlo. Pero S. Pedro le contestaba que no podía ser, que la vieja no había hecho nunca nada bueno por los demás. Mas tanto insistía el ángel de la guarda de la vieja que S. Pedro le dijo que, si encontraba una buena acción de la vieja, entonces podría sacarla del infierno por esa única buena acción. Mucho buscó y rebuscó el ángel hasta que dio con una buena acción: resultó que en una ocasión la vieja dio una cebolla muy raquítica a un hombre que le pidió por amor de Dios algo de comer. Este hombre había cogido a la vieja en un rarísimo buen momento. El ángel se lo dijo a S. Pedro, y éste le contestó que cogiese aquella cebolla, que la estirase hasta el infierno diciendo a la vieja que se agarrase fuertemente a ella, pues, si lograba salir asida de la cebolla y llegar al cielo, entonces se salvaría. Así lo hizo el ángel y la vieja se agarró fuertemente a la cebolla e iba saliendo del infierno, pero, al ver esto otra gente que allí estaba, se cogió a las piernas de la vieja para salir también ellos de aquel lugar de tormento. La vieja, al sentir que la gente se agarraba a sus piernas, empezó a dar patadas para desasirse de la gente y gritaba: “¡Soltadme, que es mi cebolla; sólo para mí!” En cuanto dijo esto, la cebolla se rompió y cayeron la vieja, los agarrados a ella y la cebolla para siempre al infierno. Moraleja: En la lógica del cielo, cuanta más gente se agarra a una cebolla raquítica y miserable, y esto se hace por misericordia, entonces más fuerte se vuelve la cebolla y más peso soporta. Y al contrario, cuanta menos misericordia hay, más débil se vuelve la cebolla. ¿Entendéis el cuento de la vieja cebollera? ¿Entendéis un poco más lo que significa “misericordia quiero y no sacrificios” del profeta Oseas y de Jesús? Pues hagámoslo realidad en nuestras vidas.
De Isaac el Sirio: “¿Qué es un corazón misericordioso? Es un corazón que arde por toda la creación, por todos los hombres, por los pájaros, por las bestias, por los demonios, por toda criatura. Cuando piensa en ellos y cuando los ve, sus ojos se llenan de lágrimas. Tan intensa y violenta es su compasión, tan grande es su constancia, que su corazón se encoge y no puede soportar oír o presenciar el más mínimo daño o tristeza en el seno de la creación. Por ello intercede con lágrimas sin cesar por los animales irracionales, por los enemigos de la verdad y por todos los que le molestan, para que sean preservados del mal y perdonados. En la inmensa compasión que se eleva de su corazón –una compasión sin límites, a imagen de Dios-, llega a orar incluso por las serpientes.”