Domingo XII del Tiempo Ordinario (A)

22-6-08 DOMINGO XII TIEMPO ORDINARIO (A)
Jr. 20, 10-13; Slm. 68; Rm. 5, 12-15; Mt. 10, 26-33

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Queridos hermanos:
- Escribe S. Pablo en la segunda lectura que "por un solo hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, y la muerte se propagó a todos los hombres, porque todos pecaron". Este texto alude al pecado original, una de las verdades de nuestra fe católica: Todo hombre o mujer al nacer tiene este pecado original. Pero mucha gente se pregunta: ‘¿Cómo un niño recién nacido puede tener pecados? Pero si es cuando más inocentes son.’ Esta pregunta es lo misma que decir: ¿Por qué existe el pecado, el mal, la muerte, el sufrimiento en el mundo? ¿Por qué, si Dios es tan bueno, permite todo esto? Y aún más radi­cal: Si la Biblia nos dice que Dios ha hecho al hombre a su imagen y semejanza, si todo era bueno cuando Dios lo creó, entonces ¿de dónde surgió el pecado en el mundo?
El pecado procede de la libertad humana. Dios nos hizo tan bien a los seres humanos, que nos creó libres. Libres para amar, para hacer el bien, para ayudar, pero también libres para pecar, si nos da la gana. Esta es nuestra grandeza y nuestra miseria. Si nosotros no quere­mos, ni Dios puede obligarnos a nada. Hace un tiempo predicaba aquí mismo que no fueron los nazis quienes mataron a los judíos durante los 15 años que estuvieron en el poder en Alemania en el siglo pasado. Quien masacró a los judíos fueron seres humanos[1]. También decía que no fueron los iraquíes quienes sacaron los ojos con destornilladores a los kuwaitíes en el verano de 1990, sino que fueron seres humanos. También decía que no fueron los serbios quienes violaron sistemáticamente a mujeres y niñas-adolescentes bosnias en 1994, sino que fueron seres humanos. No fue un austriaco quien violó sistemáticamente a su hija durante años, fue un ser humano. Y lo que hace cualquier ser humano, yo mismo soy capaz de hacerlo. Es del interior del hombre de donde salen todas estas barbaridades y aberraciones. Decía S. Francisco de Asís que cualquier pecado que hiciera cualquier hombre, él mismo era capaz de hacerlo. Es decir, la condición humana es capaz de lo mejor y de los peor, lo llevamos en la sangre. Vemos cómo hay niños pequeños que pegan, rabian, son egoístas, etc. Tenemos el caso, que sucedió hace unos años, en el que unos niños de Inglaterra torturaron a otro y, finalmente, lo pusieron en las vías del tren para que éste rematara la “faena”. Creo que ahora se puede entender mejor la frase del principio: El pecado entró en el mundo y todos de hecho pecamos.
El cristiano no es ni debe de ser alguien que esté apartado del mundo o sin ver realmente lo que pasa a su alrededor, pero también es cierto que el cristiano siempre tiene esperanza en algo mejor que vendrá o que viene. Así, S. Pablo en la misma segunda lectura añade a sus fatídicas palabras primeras lo siguiente: "Sin embargo,... si por la culpa de uno murieron todos, mucho más, gracias a un solo hombre, Jesucristo, la bene­volencia y el don de Dios desbordaron sobre todos [nosotros]". En efecto, más grande que nuestra maldad es la bondad de Dios, más grande que nuestras culpas es el perdón de Dios. Para iluminar esto traigo a colación un texto terrible y a la vez precioso, que me emocionó muchísimo cuando lo leí por primera vez:
“Dios mío: Aunque ya tengo 75 años y estoy a punto de juntarme contigo, sé que tú me conoces desde antes de nacer y sabes los problemas que pasó mi madre, que era una niña de quince años que, de pronto, se dio cuenta de su embarazo, y cuando se lo contó a sus padres la echaron de casa, y el novio, que era bastante mayor que ella, no quiso saber tampoco nada de mí, así que la pobrecita nada más dar a luz me tuvo que dejar en la beneficencia […] Ahí fue lo más difícil de todo, cuando yo, que era una niña, tuve que trabajar en la prostitución para poder pagarme la pensión, y tenía que hacer todas las cosas que los hombres me pedían, y se enfadaban conmigo porque era sosa, y me pegaban y me echaban y pedían que fuera otra… Así que la dueña de la pensión me enseñó que había que sonreír siempre a los clientes, que me comiera mis lágrimas, que ellos pagaban para divertirse y aprendí a no enseñar a nadie lo que tenía por dentro y a hacer cosas que nunca me atrevería a contar a nadie, pero que sólo tú, Dios, las sabes perfectamente, porque estabas siempre a mi lado, y a mí me gustaba ponerme una estampa en la ropa interior para recordarte aún en los momentos más difíciles y con los clientes más extraños. Siempre te he pedido ayuda y siempre me la has dado. Estoy segura que, cuando estaba en aquel infierno y empecé a beber para soportarlo, tú estabas a mi lado ayudándome para que no me quitara la vida, que era lo que me venía una y otra vez a la cabeza. Yo creo, Señor, que no pecaba, que pecado es hacer daño a alguien, y yo nunca se lo he hecho más que a mí misma y tú no estarás enfadado conmigo, porque ya sabes que no sabía qué otra cosa podía hacer […] También me gusta ir a una iglesia y hablar contigo, pero no comulgo, ¡que me gustaría!, porque sería un sacrilegio hacerlo sin confesar. Así que, ya sabes, te pido que me des un par de añitos más para que me dé tiempo a ponerme a bien contigo. Llevo en mi cartera tu foto, ya sabes tú bien que me gusta mucho hablarte, como esta mañana, cuando estaba en la cola de las entradas de toros, para que un señor las revenda, me he pasado el rato hablando contigo y pidiéndote por todos los borrachines y gente como yo que andaba en la misma cola. Tú nos conoces bien a todos. Tú eres el rey de los reyes y el juez de los jueces, pero sé muy bien que tú eres misericordioso, y yo creo que no nos vas a castigar. Hoy quiero darte las gracias por todo lo que me has ayudado siempre, y te pido que sigas a mi lado hasta que sea el final. No me dejes sola ni un momento, por favor, te lo pido, Dios.” En este texto se vislumbra tanto pecado (del padre de esta mujer, de sus abuelos, de los hombres que la usaron como prostituta y ahora la usan para sacar un dinero de la reventa) y tanto sufrimiento (de esta mujer), pero a la vez se vislumbra tanta ternura, inocencia y amor a Dios por parte de esta mujer.
- Dice Jesús en el evangelio de hoy: "No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma". Este evangelio lo escribió S. Mateo en un momento en que los cristianos, por el hecho de ser tales, les quitaban sus bienes, los encarcelaban, los desterraban y los asesinaban. Hubo cristianos que no resistieron y se echaron atrás en su fe; dejaban de ser cristianos. ¿Qué hubiésemos hecho nosotros?
En estos momentos de duda, de inquietud, de apatía, de abandono de la Iglesia, de miedo a confesarse católico, de persecución por el hecho de ser cristiano, es donde S. Mateo recuerda aquellas palabras de Jesús: "No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma".
Según Jesús, ¿a quién debemos tener miedo? A aquel "que puede destruir... alma y cuerpo". Antes se nos metía miedo con el infierno y ahora casi no se predica de él. Y, sin embargo, hay que seguir anunciando el evangelio de Jesucristo, pero no sólo lo que agrade a nuestros oídos y sea política o socialmente correcto en estos tiempos, sino todo el evangelio. Nuestro pecado, nuestra maldad mata poco a poco nuestro cuerpo y nuestra alma. (Chica de 37 años, soltera, con trabajo, coche, vacaciones en Grecia y dice no ser feliz. Vive con los padres. Todo el dinero es para ella y no es feliz. No sabe qué hacer los días por la tarde saliendo del trabajo).
No tengamos miedo y, como decía el Papa Juan Pablo II, abramos las puertas de nuestros hogares, de nuestras vidas a Jesús.
[1] Cuando estaba diciendo esto, algunas personas se levantaron y se marcharon de la Misa.