Todos los Santos y todos los difuntos (A)

1-11-08 TODOS LOS SANTOS (A)
Ap. 7, 2-4.9-14; Slm. 23; 1 Jn 3, 1-3; Mt. 5, 1-12
Sta. Teresita del Niño Jesús


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Homilía en audio de MP3 (Sta. Teresita 2)
Homilía en audio de WAV (Sta. Teresita 2)
Queridos hermanos:
En el día de hoy vamos a celebrar la festividad de Todos los Santos. En estos últimos años por estas fechas os voy proponiendo la vida de algunos de ellos, por ejemplo, de S. Francisco de Asís, de S. Francisco Javier, del Hno. Rafael. Hoy y mañana quisiera hacerlo sobre Sta. Teresita del Niño Jesús. Ella fue una carmelita descalza que nació y vivió en Francia en el siglo XIX. Su vida fue corta: 24 años y 9 meses. Nació el 2 de enero de 1873 y murió el 30 de septiembre de 1897. A pesar de su corta vida, su influencia ha sido universal, llega hasta nosotros y se sigue expandiendo.
No voy a tratar de hacer aquí una biografía suya, sino de dar algunas pinceladas de su espiritualidad. Para ello me basaré en sus propios escritos, concretamente en tres manuscritos suyos publicados bajo el título de “Historia de un alma”, cuya lectura os recomiendo vivamente. Cuando yo leí esta obra, siendo seminarista, las primeras páginas me parecieron que las había escrito una niña cursi, consentida y mimosa, pero, a medida que iba leyendo, me fui encontrando con Dios dentro de esta niña. Sus palabras traspasaron mis carnes y mi alma, y me elevaron haciéndome ansiar la santidad y la cercanía con Dios.
La vida de Sta. Teresita de Lisieux fue completamente ordinaria. No llevó a cabo grandes empresas al servicio de la Iglesia o de la sociedad. En ella no aparecen fenómenos místicos como en Sta. Teresa de Jesús ni tampoco realizó en vida ningún milagro. Todo es muy sencillo: en su familia hasta los 15 años y en el convento los otros 9 años.
Con trece años se siente llamada por Dios a ingresar en el convento de carmelitas descalzas de Lisieux y para ello no dudará, en medio de una peregrinación a Roma, en pedirle permiso incluso al Papa León XIII, pues todos la veían demasiado joven. Finalmente, consigue que le den permiso para entrar contando 15 años de edad.
En 1897 Sta. Teresita ve cercano su fin y lo repite varias veces en sus cartas: “creo que mi carrera aquí abajo no será larga”. El 8 de septiembre de este año escribió al dorso de una estampa de la Virgen María unas palabras bellísimas: “¡Oh, María!, si yo fuera la Reina del cielo y vos fueseis Teresa, quisiera ser Teresa a fin de que vos fueseis la Reina del cielo”. Pero las últimas palabras que dijo y que se le entendieron fueron éstas: “¡Dios mío, os amo!” El entierro tuvo lugar el 4 de octubre y asistieron unas 30 personas. Mas en cuanto sus manuscritos, titulados “Historia de un alma”, se publicaron, su fama de santidad se extendió rápidamente de tal manera que fue beatificada en 1923 y canonizada en 1925.
Después de este breve esbozo sobre su vida para poder situarla mejor, paso a hablar de su relación con Dios. En su espiritualidad hay varias ideas fundamentales y voy a tratar de fijarme en algunas de ellas:
- Santidad y voluntad de Dios. Sta. Teresita no entendió la santidad como una serie de obras a realizar o vicios a extirpar. Su planteamiento es más sencillo: Hay que “ser lo que Dios quiere que seamos” en cada momento y situación. Para ella tan provechosa son la sequedad y las tinieblas de espíritu como la luz y el gozo: “amo el día y la noche por igual”. Veamos un poco más explicado su pensamiento: “Durante mucho tiempo me he preguntado por qué Dios tiene preferencias, por qué no reciben todas las almas un grado igual de gracias. Me extrañaba verlo prodigar favores extraordinarios a santos que lo habían ofendido, como san Pablo o san Agustín. Al leer la vida de santos que nuestro Señor se ha complacido en acariciar desde la cuna hasta la tumba, apartando de su camino todo obstáculo que les impidiese elevarse hasta El y colmando sus almas de tales favores que no les era posible empañar el brillo inmaculado de su túnica bautismal, yo me preguntaba por qué los pobres salvajes, por ejemplo, mueren en gran número sin haber siquiera oído pronunciar el nombre de Dios… Jesús se dignó instruirme acerca de este misterio. Puso ante mis ojos el libro de la naturaleza y comprendí que todas las flores que El creó son hermosas, que el esplendor de la rosa y la blancura de la azucena no quitan el perfume a la violeta o la encantadora sencillez a la margarita silvestre. Comprendí que si todas las flores pequeñitas quisieran ser rosas, la naturaleza perdería su ornato primaveral. Lo mismo ocurre en el mundo de las almas, que es el jardín de Jesús. El quiso crear los grandes santos que pueden ser comparados a las azucenas y a las rosas; pero también ha creado los más pequeños y estos deben contentarse con ser margaritas silvestres o violetas destinadas a regocijar los ojos de Dios cuando mira hacia la tierra. La perfección consiste en hacer su voluntad, en ser lo que El quiere que seamos…
Sta. Teresita siempre quiso ser santa, pero, al compararse con otros santos, veía la gran diferencia existente entre ellos y ella: “la misma diferencia que entre una montaña cuya cima se pierde en las alturas y el oscuro granito de arena pisoteado por los caminantes”. Pero ella no se desanimaba, ya que pensaba que Dios no podía haber sembrado en su corazón semejante deseo y que fuese irrealizable. Y añade ella que en su tiempo era el siglo de los inventos; había oído hablar que en casa de los ricos habían instalado ascensores para no tener que subir por las escaleras; pues ella también quería encontrar un “ascensor” para subir hasta Jesús. Buscando la santa encontró dos trozos de la Biblia que le dieron la solución: “Si alguno es pequeñito, que venga a mí”. “Como un hombre es acariciado por su madre, así os consolaré yo, seréis llevados en brazos y acariciados sobre las rodillas”. Y comenta Sta. Teresita: “¡Palabras más tiernas y melodiosas jamás habían regocijado mi alma! El ascensor que ha de elevarme hasta el cielo son tus brazos, Jesús. Y para esto, no necesito crecer, por el contrario, es menester que permanezca pequeña y que cada vez lo sea más”. Se cuenta que los primeros tiempos de su estancia en el convento, tenía que levantarse muy temprano para hacer la oración de la liturgia de las horas. Se levantaba, pero tenía tanto sueño que se ponía a dormir en los brazos de Jesús sin tener remordimientos y pensaba que a El le agradaría tener a su pequeña niña así. Por eso decimos que Sta. Teresita es la santa de la confianza absoluta y del abandono total en Dios.


2-11-08 DOMINGO XXXI TIEMPO ORDINARIO (A) TODOS LOS DIFUNTOS
Lecturas de los difuntos
Sta. Teresita del Niño Jesús
Queridos hermanos:
Seguimos con algunas de las ideas fundamentales de la espiritualidad de Sta. Teresita.
- La muerte del propio yo o del orgullo. Cuenta Sta. Teresita que ella siempre le tuvo pavor a las mortificaciones físicas, pero el Señor la fue guiando hasta descubrir que a Dios le agradaba la total renuncia a uno mismo y a las cosas y actitudes que alimentan el ego de cada uno. Así dice: “Me fue dado también un gran amor por la mortificación. Las que me concedían consistían en mortificar mi amor propio, lo que me era mucho más provechosos que las penitencias corporales”. “Por esa época me entró un verdadero amor por los objetos más feos y menos cómodos, de modo que vi con alegría que me quitaran de la habitación un bonito cantarillo y en su lugar me dieran uno grandote todo cascado. También me esforzaba mucho por no excusarme, lo que me parecía muy difícil sobre todo con nuestra Maestra de novicias, a quien nada hubiera querido ocultar. He aquí mi primera victoria que no es grande, pero me costó mucho. Un florero colocado detrás de una ventana apareció roto. La Maestra, creyendo que era yo quien lo había dejado caer, me lo mostró diciéndome que otra vez tuviera más cuidado. Sin decir palabra, besé el suelo y luego prometí ser más ordenada en el futuro”. Y en otro lugar dice: “Antes, me parecía no estar apegada a nada, pero después de haber comprendido las palabras de Jesús, veo que llegada la ocasión, soy muy imperfecta. Por ejemplo, en el taller de pintura nada es mío, lo sé, pero si al ponerme a trabajar encuentro los pinceles y la pintura en desorden, si ha desaparecido la regla o un cortaplumas, estoy muy cerca de perder la paciencia y debo armarme de todo mi coraje para no reclamar con amargura los objetos que me faltan”. Y, finalmente, en otro sitio dice: “Otra vez, durante el lavado de la ropa, estaba delante de una hermana que me tiraba agua sucia a la cara cada vez que levantaba los pañuelos sobre la tabla. Mi primer impulso fue echarme para atrás secándome la cara, a fin de mostrarle a la hermana que me asperjaba, que me haría un favor si se quedaba quieta. Pero enseguida pensé que sería muy tonta de rechazar tesoros que se me ofrecían tan generosamente y me cuidé muy bien de dar a conocer mi lucha. Me esforcé por desear recibir mucha agua sucia, tanto que al final le había tomado realmente gusto a este nuevo género de aspersión. Me propuse que volvería nuevamente a este lugar feliz donde se recibían tantos tesoros”.
- El amor. La necesidad de amar se fue haciendo cada vez más fuerte en Sta. Teresita. Jesús “no tiene necesidad alguna de nuestras obras, sino solamente de nuestro amor, porque ese mismo Dios que declara no tener necesidad de decirnos si tiene hambre, no ha temido mendigar un poco de agua a la samaritana. Tenía sed… Pero al decir: ‘Dame de beber’, lo que el Creador del universo estaba reclamando era el amor de su pobre criatura. Tenía sed de amor. Me doy cuenta más que nunca que Jesús está sediento. Entre los discípulos del mundo no encuentra más que ingratos e indiferentes, y entre sus propios discípulos, encuentra ¡ay! pocos corazones que se le entreguen sin reservas, que comprendan toda la ternura de su Amor infinito”.
En otro momento cuenta la santa que leía la 1ª Carta a los Corintios buscando su lugar en la Iglesia. Encontró el capítulo 12 en donde se decía que dentro de la Iglesia había apóstoles, profetas, doctores, etc. Esto era claro, pero no daba satisfacción a los deseos de Sta. Teresita. Y siguió leyendo. “Sin desanimarme continué leyendo mi lectura y esta frase me alivió: ‘vosotros, por vuestra parte, aspirad a los dones más perfectos. Y ahora os voy a mostrar un camino más perfecto.’ Y el apóstol Pablo explica cómo todos los dones más perfectos son nada sin el AMOR. Que la caridad es el camino excelente que conduce con seguridad a Dios. Por fin había hallado reposo. Al considerar el cuerpo místico de la Iglesia, no me había reconocido en ninguno de los miembros descritos por san Pablo o más bien, quería reconocerme en todos. La caridad me dio la clave de mi vocación. Comprendí que si la Iglesia tiene un cuerpo compuesto de miembros diversos, no le falta el más necesario, el más noble de todos; comprendí que la Iglesia tiene un corazón y que ese corazón está ardiendo de AMOR. Comprendí que sólo el AMOR hace obrar a los miembros de la Iglesia, que si el AMOR llegara a extinguirse, los apóstoles no anunciarían ya el evangelio, los mártires se negarían a derramar su sangre. Comprendí que el AMOR encierra todas las vocaciones, que el AMOR lo es todo, que abarca todos los tiempos y todos los lugares… en una palabra, que es eterno. Entonces, en los transportes de mi alegría delirante, exclamé: ¡Oh! Jesús, Amor mío. Por fin he hallado mi vocación: ¡Mi vocación es el AMOR!
Pero este amor era para Sta. Teresita algo concreto y no abstracto. Ella sabía que por sí misma no sería capaz de amar a nadie y sabía que, cuando amaba, era porque Jesús mismo amaba a través de ella. “Hay en la comunidad una hermana que tiene el don de desagradarme en todo: sus modales, sus palabras, su carácter me parecían muy desagradables. Sin embargo, se trata de una santa religiosa que ha de ser muy agradable a Dios. Por eso, no queriendo ceder a la antipatía natural que sentía me dije que la caridad no ha de consistir en los sentimientos, sino en las obras y puse todo mi empeño en hacer por esta hermana lo que hubiera hecho por la persona más amada. Cada vez que me la encontraba rezaba al Señor por ella, ofreciéndole todas sus virtudes y sus méritos. Sentía que esto agradaba a Jesús, porque no hay artista a quien no le guste ser alabado por sus obras, y Jesús, el Artista de las almas, es feliz cuando uno no se detiene en los exterior, sino que penetrando hasta el santuario íntimo que El se eligió para morada, se admira su belleza. No me contentaba con rezar por la hermana que era para mí motivo de tantas luchas, sino que trataba de hacerle todos los favores posibles, y cuando tenía la tentación de responderle de manera desagradable, me contentaba con hacerle la más amable de las sonrisas y trataba de cambiar la conversación […] Como ella ignoraba totalmente mis sentimientos, jamás sospechó los motivos de mi proceder y sigue convencida de que su carácter me resultaba agradable. Cierto día, en el recreo, me dijo toda convencida estas palabras: ‘¿Podría decirme Sor Teresa del Niño Jesús, qué es lo que tanto le atrae en mí? Cada vez que me mira la veo sonreír’ ¡Ah! Lo que me atraía era Jesús escondido en el fondo de su alma”.
- Oscuridad de la fe. Para terminar, reseñaré algunos datos de la santa sobre sus tentaciones contra la fe. En algún sitió leí estás palabras suyas a las puertas de la muerte: “Cuando yo entré en el convento, entre Dios y yo había un velo. Ahora, a punto de morir, entre Dios y yo hay un muro, pero sé que detrás de ese muro está El”. En efecto, en gran parte de su vida religiosa ella padeció fuertes y constantes tentaciones contra fe. Se sintió humillada e impotente por ello. Constató que hasta su fe dependía de un hilito, de la misericordia y bondad de Dios. Así, en unos días “gozaba de una fe tan viva, tan clara, que el pensamiento del cielo constituía toda mi dicha. No podía creer que hubiera impíos que carecieran de fe. [Poco más tarde Jesús] permitió que mi alma fue invadida por las más espesas tinieblas y que el pensamiento del cielo, tan dulce para mí, no me sea más que un motivo de combate y de tormento”. En aquellos momentos comprendió Sta. Teresita a los ateos. Se acercó espiritualmente a ellos y se sentó a su mesa para comer junto con ellos el pan de la amargura y rezar a una con ellos la oración del publicano. “Señor, ten misericordia de nosotros porque somos pecadores”.
En otra ocasión escribió a la superiora: “No vaya a creer que nado en las consolaciones. ¡Oh, no!, mi consolación consiste en no tener ninguna en esta tierra. Sin dejarse ver, sin dejar oír su voz, Jesús me instruye en lo secreto, no por medio de los libros, pues no entiendo lo que leo”. Por ello, continuamente Sta. Teresita debía de hacer actos de fe. Sin embargo, en medio de estas oscuridades, Sta. Teresita se sentía amada, en la pura fe, por Dios y desde la fe oraba así: “¡Oh, Jesús mío! Creo que no podéis colmar a un alma de más amor del que habéis colmado a la mía”.