Domingo XVII del Tiempo Ordinario (B)

26-7-2009 DOMINGO XVII TIEMPO ORDINARIO (B)
2 Re. 4, 42-44; Sal. 144; Ef. 4, 1-6; Jn. 6, 1-15
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Queridos hermanos:
El otro día os hablaba del Sacramento de la Penitencia en base a un artículo periodístico y a los comentarios, positivos y negativos, que hacían varias personas. En el día de hoy quisiera daros algunas pinceladas sobre la confesión. Veámoslas:
- Nadie puede comprender este sacramento si antes no ha tenido una experiencia de encuentro personal con Dios, con el Dios de Jesucristo. Lo he dicho en otras ocasiones: uno de los problemas más graves que tiene la Iglesia Católica en España es que imparte sacramentos y da catequesis a gente que está sin evangelizar y sin fe en el Dios que nos muestra la Biblia. Hay mucha gente que se casa, se bautiza, hace la primera comunión, se entierra…, pero no tienen fe o, al menos, no es la fe de Jesucristo. Y nadie puede tener fe si antes no ha tenido ese encuentro personal con Dios. A veces hay personas que me piden que intervenga ante sus hijos para que se casen por la Iglesia y yo, al ver que son jóvenes que “pasan” de la Misa, de confesarse, de orar, de leer la Biblia…, les digo a esos padres: ‘¿Para qué queréis que se casen por la Iglesia, si ellos no tienen una experiencia de Cristo resucitado? Busquemos que ellos se encuentren cara a cara con El y después de esto tendremos ya a jóvenes que se casan por la Iglesia, que van a Misa, que…’ Para mí casarse por la Iglesia sin tener fe en el Cristo del evangelio es… “comenzar la casa por el tejado”. Pues lo mismo pasa con la confesión. Nadie puede entender este sacramento si no tiene antes una experiencia de encuentro personal, no en la cabeza, sino en lo más íntimo de su ser con Jesucristo. Zaqueo, María Magdalena, la adúltera y tantos otros vieron sus pecados, se arrepintieron de ellos, se confesaron y cambiaron de vida… gracias a haber tenido ese encuentro personal con Jesús (nunca me cansaré de repetir esto). Confesarse sin fe en ese Jesús que me muestra todos mis pecados y que percibo que me perdona todos mis pecados, es “empezar la casa por el tejado”.
Sin embargo, cuando una persona tiene este encuentro personal con Dios, enseguida percibe, con la luz que da la cercanía de Dios, la santidad, la pureza, la blancura inmaculada de Dios y, como contraste, percibe también la propia miseria, debilidad y pecado. Así S. Juan nos dice: “Si decimos: no tenemos pecados, nos enga­ñamos y la verdad no está en nosotros” (1 Jn. 1, 10).
- La Iglesia y los sacramentos surgen con la muerte y resurrección de Jesucristo. La Iglesia y los sacramentos son acción de Dios en este mundo para la salvación de todos los hombres. Mas el hecho de que Dios actúe a través de su Iglesia y de sus sacramentos no quiere decir que Dios no pueda actuar fuera de la Iglesia y de sus sacramentos, porque Dios es más grande que éstos. En efecto, Dios ha perdonado, alimentado espiritualmente y salvado a los hombres antes de la Encarnación del Hijo de Dios en el vientre de María Virgen[1] y ha hecho lo mismo, una vez fundada la Iglesia e instituidos los sacramentos, en aquellos hombres que no conocían la Iglesia ni los sacramentos, por ejemplo, pensad en tantas personas que no tuvieron acceso a la predicación del evangelio hasta siglos después (América, Japón…).
Sin embargo, estas afirmaciones anteriores no quieren decir que la gracia y el perdón de Dios sea transmitidas a modo de supermercado, o sea, en nuestro mundo cada uno elige a qué tienda desea ir (Alimerka, Carrefour, Hipercor, Eroski…) y aquí uno coge el producto que desea, cuando lo desea y como lo desea. Es decir, el hecho de que el perdón de Dios pueda llegar al hombre a través del Sacramento de la Penitencia o extrasacramentalmente (directamente de Dios) no significa que es el hombre quien decide cómo hace suyo ese perdón divino. Para los católicos el modo ordinario, habitual y querido por Dios para perdonarnos es a través del sacramento de la confesión impartido por su Iglesia. No es Dios quien se tiene que adaptar a nuestra voluntad, deseos o caprichos, sino que somos nosotros quienes tenemos que adaptarnos a la voluntad de Dios. Y dicha voluntad, en cuanto al Sacramento de la Penitencia, viene expresada en la Biblia por las palabras del mismo Jesús, la segunda persona de la Santísima Trinidad, cuando dice a los apóstoles: “Recibid el Espíritu Santo: a quienes les perdonéis los pecados les quedarán perdonados; a quienes se los retengáis les quedarán retenidos” (Jn 20, 23; 2 Co 5, 18). El encargo de Dios para el perdón sacramental les es entregado a los apóstoles, cuyos sucesores son los obispos y los sacerdotes.
Muchos católicos experimentan en ocasiones, cuando pecan y se arrepienten de sus pecados, que la paz y el perdón de Dios les alcanza incluso antes de confesarse. Luego se acercan al sacerdote, confiesan sus faltas y la absolución confirma lo sentido antes. Esto se percibe únicamente a nivel de la fe.
- El último apunte que voy a dar hoy sobre este sacramento y que nos puede ayudar a entenderlo un poco mejor se refiere a la forma que tenemos los seres humanos de ser y de relacionarnos. El hombre no surge nunca por generación espontánea, sino que necesita el concurso de un varón y de una mujer para poder ser engendrado. Una vez que nace, el recién nacido sigue necesitando de los cuidados y atenciones de sus padres y de otras personas. Es más, incluso cuando somos ya adultos, el hombre no se desarrolla bien si vive en soledad y aislamiento total. La ropa que vestimos, la casa en que habitamos, la comida que ingerimos y todo lo que tenemos a nuestro alcance está hecho por personas que, en muchas ocasiones, no conocemos. El mismo lenguaje que utilizamos no lo hemos inventado nosotros, sino que nos ha sido dado, y podiamos seguir diciendo en más cosas. ¿Para qué digo todo esto? Pues para demostrar que el hombre no puede surgir solo, vivir solo, ni estar solo. Pues, si esto lo vemos normal y lógico, no entiendo por qué mucha gente se empeña en vivir la fe en soledad y quiere tener “hilo directo” con Dios sin la participación de otras personas.
Cualquiera que lea la Biblia o el evangelio verá cómo Jesús estaba siempre rodeado de gente; El formó enseguida una comunidad y se puso a sí mismo como mediador entre Dios y los hombres, y este mismo encargo de mediación lo entregó a sus discípulos para los que vinieran después de que El ya no estuviera entre nosotros. Basado en este principio vemos cómo los sacramentos (Bautismo, Confirmación, Misa, etc.), la catequesis, la Biblia… nos son entregados por mediadores de Dios. Pues el Sacramento de la Penitencia, según hemos visto más arriba, también nos ha sido entregado a través de los sacerdotes, que fueron elegidos como mediadores entre Dios y los hombres para el perdón de los pecados.
- Quedan muchas cosas por decir. Quizás durante el curso que empieza dedique unas cuantas homilías a profundizar en este tema y en diversos aspectos: conversión, clases de pecados, ministro del sacramento, partes de la confesión, cómo confesarse bien, diversos ritos de la confesión, etc. Quisiera terminar con una experiencia de una persona que se confiesa habitualmente y cómo lo vive: “Me he educado en una familia y colegio católicos, quiere esto decir que he tenido contacto con sacerdotes, con los que me he confesado. No sé si fui yo o ellos, los que lograron crear en mí la idea de: sacerdote = juez. Esto hizo que temiera y mitificase la confesión; no era para mí “un plato de gusto”, con lo que la frecuencia se iba haciendo cada vez más esporádica. Siempre creí conveniente, cuando fui más madura, la confesión con una misma persona, pues el conocimiento me parecía fundamental, ya que intuía que la confesión en sí no se podía presentar como – que también – una enumeración de pecados (delito), y después de una “reprimenda”, la penitencia (pena). Así planteado, lo hacía frío y poco apetecible para mí, aún cuando siempre salía mejor que entraba, todo hay que decirlo.
Un día Dios puso a un sacerdote en mi camino con el que inicié una dirección espiritual. Con su buen hacer se ha desmoronado la idea que había tenido, tanto del sacerdote, como de la confesión. He ido profundizando en la fe y he logrado hacer las confesiones que siempre había idealizado… Además, la penitencia es un sacramento “a tres”: Nuestro Señor, el sacerdote y el penitente.
Después fui notando que mí espíritu se reconfortaba grandemente al confesar; era casi algo físico o, sin casi. Claramente experimentaba un bienestar espiritual que hacía que “toda” yo se sintiera bien. Así, lo que primero temía, fui añorándolo mes a mes. Confesar, empezó a ser una necesidad. Mi conciencia fue cada vez más crítica y escudriñadora, pero sin perder la serenidad. En resumen, era como si me quitara un peso de encima y partiera de cero otra vez; esto me hacía sentirme relajada y alegre. Pero desde hace un tiempo a esta parte he notado una mayor profundidad. He notado que acercarme a confesar ejerce sobre mí un poder indescriptible. Ahora siento que, aún sin que me preocupe “algo” en concreto, en el intervalo entre dirección y dirección, oír al sacerdote decir:”…tus pecados te son perdonados, puedes ir en paz”, y recibir la bendición, se va convirtiendo en una necesidad para mí alma, aunque -como dije- nada haya enturbiado mi tranquilidad de conciencia. ¡Qué fácil es ahora confesar¡
Espero que esta humilde experiencia, pueda ayudar a quien, como yo antes, se sienta temeroso ante el sacramento de la penitencia. No hay miedo ni vergüenza… El Señor conoce hasta el mínimo pliegue de nuestra alma y las intenciones de nuestro corazón… Nos hizo hijos suyos y el Padre, ante el arrepentimiento, siempre perdona y nos devuelve la paz”.

[1] Bien es verdad que la salvación de Dios la realiza sólo a través de su Hijo y, cuando lo hizo antes de su venida a este mundo, se hizo en previsión de la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo.