Domingo XXXIII del Tiempo Ordinario (B)

15-11-2009 DOMINGO XXXIII TIEMPO ORDINARIO (B)
Dn. 12, 1-3; Salm. 15; Heb. 10, 11-14.18; Mc. 13, 24-32


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Queridos hermanos:
- Celebramos hoy el día de la segunda colecta diocesana bajo el lema: “Somos parte de una Iglesia que acompaña y ayuda”. La Iglesia católica cuenta en España con más de 19.000 sacerdotes diocesanos, unos 70.000 catequistas y casi 23.000 parroquias. Toda este organigrama existe para poder evangelizar cumpliendo el mandato de Cristo: “Id al mundo entero y proclamad el evangelio” (Mc. 16, 15).
Por otra parte, en este año de una crisis económica galopante no puedo dejar de referirme a la asistencia que está prestando la Iglesia católica en España a través de Caritas, que, como sabéis, es el organismo de nuestra Iglesia para ayudar a los más necesitados. La mitad de las peticiones de emergencia en la actualidad buscan cubrir necesidades básicas: alimentación, vivienda y gastos sanitarios. A Caritas acuden muchas personas entre 20 y 40 años de edad, con hijos pequeños a su cargo; desempleados recientes; mujeres solas con cargas familiares; hombres solos sin hogar; mujeres mayores con pensiones no contributivas; inmigrantes en situación irregular. Lo más grave es que muchos de los que acuden a Caritas en este año lo hacen por primera vez, y a éstos se suman los que ya venían hasta ahora de forma habitual. Uno de los motivos por los que Caritas registra un incremento tan abultado de demandas de ayuda está en la falta de respuestas de los servicios sociales públicos a estas personas. De hecho, el 52 % de los casos que llegan a Caritas vienen derivados por los servicios sociales municipales. Es una situación que obedece en gran medida a la falta de recursos de los ayuntamientos a causa de su endeudamiento.
Pues bien, por todo esto y por mucho más en el día de hoy se pide a los católicos y a las personas de buena voluntad que aporten su ayuda para sostener ¿simplemente a la Iglesia? No, a las obras que hace la Iglesia a favor de los demás.
- Pronto se acabará este año litúrgico y la Iglesia nos presenta diversos textos de la Biblia para reflexionar hoy sobre la Parusía, es decir, sobre el fin de este mundo. Antes, en las homilías, en los ejercicios, en las misiones se hablaba mucho de estos temas: el cielo, el infierno, la muer­te, el juicio final, etc. Ahora parece que se habla menos.
Nuestra vida se está acabando cada día; somos seres aboca­dos a la muerte. Este mundo se acabará un día. Hay personas y grupos que afirman saber cuándo va a suceder esto. Estos días vi un cartel en la calle anunciando una película, la cual trata del fin del mundo que sucederá en el 2012 y en el cartel está escrito: “Estábamos advertidos”. ¿Cuándo dice la Iglesia católica que se acabará el mundo? La Iglesia no puede decir más que lo que dijo Jesús: "El día y la hora nadie lo sabe, ni los ángeles del cielo ni el Hijo, sólo el Padre". Por eso, cuando alguien manifieste conocer el momento del fin del mundo, decid: “No es cierto; sólo Dios Padre lo sabe”.
Profundicemos ahora un poco en los últimos tiempos de la mano de la primera lectura, la cual dice así: “Muchos de los que duermen en el polvo despertarán: unos para vida perpetua, otros para ignominia perpetua”. Este texto nos habla muy claramente de tres verdades de nuestra fe:
* La creencia en la resurrección de los muertos. Nuestra vida no se acaba en una sala de operaciones o entre los hierros retorcidos de un coche o en una cama o en un nicho o en un horno crematorio. Después de muertos vamos a resucitar. En el Catecismo de la Iglesia se dice: "Desde el principio, la fe cristiana en la resurrección ha encontrado incomprensiones y oposiciones... ‘En ningún punto la fe cristiana encuentra más contradicción que en la resurrección de la carne’ (S. Agustín)" (número 996). Esto lo sufrió ya S. Pablo en Atenas (Hch. 17, 32) y sigue pasando hoy día entre nosotros, incluso entre los cristianos. A veces se encuentran católicos fervorosos que tienen mucha dificultad para creer en la resurrección de la carne. En algunos casos pueden creer en una pervivencia del alma, aunque de un modo ambiguo e indeterminado, pero en la resurrección de los cuerpos les resulta más difícil: “- ¿Cómo pueden caber tantos cuerpos en el cielo, si somos tantos millones de hombres los que hemos vivido a través de todos los siglos y los que viviremos? - De allí nadie volvió para decirnos algo sobre lo que hay...” "Creer en la resurrección de los muertos ha sido desde sus comienzos un elemento esencial de la fe cristiana. ‘¿Cómo andan diciendo algunos entre vosotros que no hay resurrección de muertos? Si no hay resurrección de muertos, tampoco Cristo resucitó. Y si no resucitó Cristo, vana es nuestra predicación, vana también vues­tra fe...’ (1 Co 15, 12-14)" (Catecismo número 991). En efecto, en el Credo apostólico (el corto) se dice: “Creo en... la resurrección de la carne y la vida eterna.” Y en el Credo Niceno-Constatinopolitano (el largo) se dice: “Espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro.” Por lo tanto, la resurrección de la carne significa que, después de la muerte, no habrá solamente vida del alma inmortal, sino que también de nuestros cuerpos mortales (Catecismo números. 989-990).
* La resurrección puede ser a la ignominia perpetua, es decir, al infierno. La Iglesia tiene como verdad de fe la existencia del infierno y, por tanto, existe la posibili­dad real de ir a él. En caso contrario, el hombre no sería libre; no le quedaría más remedio que ir al cielo. Lo decía muy claramente Víctor Manuel en una can­ción: "Déjame en paz, que no me quiero salvar, que en el infierno no se está tan mal".
Si el cielo es Dios, el infierno es no-Dios. Es decir, aquél que vivió aquí sin Dios, rechazando a Dios y a los demás hombres como hermanos suyos, en el infierno seguirá con eso que él mismo ha elegido: sin Dios, sin hombres como amigos, compañeros o vecinos; será la soledad perpetua, día a día solo. No tendrá ni la compa­ñía de otros que, como él, hayan elegido el infierno; no tendrá ni siquiera la compa­ñía de Satanás. Este estará también sólo. Me vais a permitir que os trans­criba un trozo de los escritos Sta. Teresa de Jesús y su visión del infierno: “Estando un día en oración, me hallé en un punto toda que me parecía estar metida en el infierno. Entendí que quería el Señor que viese el lugar que los demonios allá me tenían aparejado, y yo merecido por mis pecados. Ello fue en brevísimo espacio. Más, aunque, yo viviese muchos años, me parece imposible olvidárseme […] Sentí un fuego en el alma que yo no puedo entender. Los dolores corporales tan insoporta­bles, que con haberlos pasado en esta vida gravísimos, no es nada en comparación del agonizar del alma, un apretamiento, un ahogamiento, una aflicción tan sensible y con tan desesperado y afligido descontento, que yo no sé como lo encarecer. Porque decir que es un estarse siempre arrancando el alma, es poco; porque aún parece que otro os acaba la vida, más aquí el alma misma es la que se despedaza. El caso es que yo no sé cómo encarezca aquel fuego interior y aquel desesperamiento sobre tan gravísimos tormentos y dolores. No veía yo quién me los daba, más sentíame quemar y desmenuzar y digo que aquel fuego y desesperación interior es lo peor” (Vida, 32).
* La resurrección puede ser a la Vida perpetua, es decir, al cielo, donde no hay hambre, ni sed, ni enfermedad, ni odio, ni guerra, ni pecado. El cielo es Dios; lo veremos cara a cara, sin velos. Desaparecerá la fe; ya no la necesita­mos porque le estamos vien­do. Desaparecerá la esperanza, porque habremos alcanzado lo que tanto anhelábamos. Sólo permanecerá el amor. El amor a Dios: Padre-Hijo-Espíritu Santo. El amor a los demás hombres, simpáticos o antipáti­cos, payos o gitanos, blancos o negros, ricos o pobres. También de otra santa y otra Teresa recojo aquí un escrito sobre el cielo: “Cualquier persona tiene posibilidades de ir al Cielo. El Cielo es nuestra casa. La gente me pregunta sobre la muerte, si la espero con ilusión, y yo respondo: 'Claro que sí', porque iré a mi casa […] Este es el sentido de la vida eterna: es donde nuestra alma va hacia Dios, a estar en presencia de Dios, a ver a Dios, a hablar con Dios, a seguirlo amando con un amor mayor, porque en el Cielo le podremos amar con todo nuestro corazón y nuestra alma [...] Cuando morimos nos reunimos con Dios y con todos los que hemos conocido y partieron antes que nosotros: nuestra familia y amigos nos estarán esperando. El Cielo debe de ser un lugar muy bello”. De la M. Teresa de Calcuta.
Pidamos a Jesús vivir aquí siempre con El y que, cuando nos resucite, nos resucite a esa Vida perpetua donde El está y nos aguarda.