Santa María, Madre de Dios (C)

1-1-2010 SANTA MARIA, MADRE DE DIOS (C)
Num. 6, 22-27; Sal. 66; Gal. 4, 4-7; Lc. 2, 16-21

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Queridos hermanos:
Al terminar el evangelio del domingo de la Sagrada Familia leíamos lo siguiente: “Su Madre conservaba todo esto en su corazón”. También en el evangelio de hoy se nos dice que “María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón”. Quisiera en el día de hoy detenerme en estas dos frases y tratar de profundizar un poco en ellas.
- Recuerdo que hace tiempo leí dos historias, que nos pueden ayudar con el tema elegido para la homilía de hoy:
1) En cierta ocasión un padre quiso enseñar a su hijo algo muy importante que le sirviera para la vida, y le entregó una tabla de madera, unas puntas y un martillo. Le dijo que clavase todas las puntas en la tabla. Al chaval le pareció algo divertido y enseguida se puso manos a la obra. Cuando hubo clavado todas las puntas, el padre le dio unas tenazas y le pidió que sacase todas las puntas de la tabla. Esto ya no le gustó tanto al hijo, pero también se puso manos a la obra. Le costó más trabajo sacar las puntas que meterlas. Cuando lo logró, el padre le dijo que se fijase en la tabla. Esta estaba agujereada, desconchada y herida. El padre le dijo, finalmente: ‘Así sucede en la vida ordinaria. Es fácil hacer daño a los demás con nuestras palabras, con nuestras acciones y con nuestras omisiones. Lo más difícil es curar las heridas causadas. Y aunque pidas perdón y trates de remediar el mal hecho, la relación entre las dos personas: la que hirió y la herida, queda maltrecha y ‘tocada’. Por eso, hijo mío, procura no herir a nadie de modo gratuito, pues es casi imposible volver a la situación primera’. ¿Os sentís reconocidos en esta historia? Todos hemos sido tabla agujereada en alguna ocasión, y todos hemos sido el chico que clava puntas en las tablas, por seguir el símil o ejemplo dado por el padre.
2) En cierta ocasión –aquí va la segunda historia- se vio a un señor escribiendo con un cincel y un martillo en una roca una cosa buena que un amigo suyo le había hecho. Poco después este mismo amigo le hizo una jugarreta y entonces el señor escribió la cosa mala que le había hecho su amigo, pero, no en una roca, sino en la arena de la playa. Se le preguntó al señor que por qué escribía lo malo en la arena y lo bueno en la roca, a lo que él contestó que lo malo escrito en la arena tenía la finalidad de que, cuando subiera la marea, el agua borrase aquel daño inflingido por su amigo; y lo bueno escrito en la roca era para que siempre permaneciera. Esta forma de actuar implica una gran generosidad por parte de este señor. El valora tanto su amistad, que está dispuesto a perdonar lo malo y a quedarse con lo bueno de su amigo.
Nuestra vida está hecha de malos y buenos recuerdos. Seguro que todos nosotros tenemos en nuestro corazón una lista de agravios, pero también de cosas buenas recibidas a lo largo de nuestra vida, e igualmente guardamos en nuestro corazón otra lista de agravios y de cosas buenas hechas por nosotros a los demás.
Cuando una persona no ve nunca el mal que hace a los demás, es que nos encontramos ante un inmaduro y/o un egoísta. Como decía Jesús, nadie está libre de pecado, de haber fallado ante los demás.
Cuando una persona sólo ve el daño que le hacen los otros, estamos ante un amargado, un resentido, un desconfiado y/o un egocéntrico. La convivencia con una persona así se vuelve muy difícil o insufrible. Nunca aciertas con este tipo de personas: Si callas, porque callas. Si hablas, porque hablas. Si haces, porque haces. Si no haces, porque no haces. Lo que hoy vale, mañana puede no valer. Nunca sabes por dónde va a salir una persona así.
- Pero vamos ahora, en esta segunda parte de la homilía, a examinar esto desde el punto de vida de Dios. Como os decía al principio de la homilía, María se fijaba y escuchaba las cosas y palabras que se decían o sucedían a su alrededor y con su Hijo Jesús, y todo ello lo guardaba en su corazón. Pues todas esas palabras y esos hechos venían de parte de Dios, y ella quería guardarlos en su corazón y meditarlos. También hay muchas personas que guardan en su corazón hechos o palabras del Señor. Estoy seguro que todos los que estamos aquí tenemos memoria de lo que el Señor ha hecho por nosotros o con nosotros a lo largo de toda la vida. Quien no tiene nada en su corazón de las obras de Dios, es que ha caminado por la vida a oscuras y/o en la superficialidad. Cualquier persona que tiene una mínima sensibilidad religiosa, seguro que ha percibido la presencia de Dios, sus hechos y sus palabras. Cada día el Señor nos sale al encuentro y nos muestra todo su amor. Son cosas tan sencillas como éstas: experiencias de Dios que cuida de una madre y de sus hijos abandonados por el marido y padre; experiencias de paz al hacer un poco de oración, al leer un poco la Palabra de Dios; experiencias de Dios al recibir la absolución sacramental o a Jesús Eucaristía; experiencias de sentirse amado por Dios a través de la familia y de los amigos que uno tiene; experiencias de ser salvado de un peligro de cualquier tipo y uno sabe en su interior que ha sido la mano de Dios; etc. Y son estas experiencias las que van construyendo la vida de fe de una persona.
Una persona que padezca amnesia y no recuerde absolutamente nada de su pasado: no recuerda su nombre, dónde nació, quién es su familia, sus amigos, en qué trabajaba, etc., es una persona con un gran vacío. De la misma manera, una persona que no tenga una historia de su relación con Dios… es una persona incompleta. Si yo le pregunto a alguien quién es Dios para él y su respuesta es: una mano poderosa, alguien muy lejano, no sé qué decir, no existe, Él se ocupa de sus cosas y yo de las mías… Todo esto es muy triste. Si no tenemos cosas de Dios que guardar en nuestro corazón y que meditar, entonces –repito- nuestra vida está muy incompleta.
Os propongo un ejercicio a realizar: en un día de oración, o en varios días, tratar de recordar todo lo que el Señor ha hecho en vosotros y os ha dicho a lo largo de vuestra vida. Estoy seguro que sale un historial maravilloso. Os encontraréis con una verdadera historia de amor… de Dios para vosotros. La Virgen María sí que hizo este ejercicio, lo hacía cada día. Por eso, el evangelio de hoy nos dice que “María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón”. María veía, observaba, acogía, conservaba y meditaba asiduamente las cosas de Dios y lo hacía en lo más profundo de su ser, que para los israelitas era el corazón de la persona. Hagamos nosotros lo mismo y descubriremos un mundo nuevo.